La historia de Fausto parecía relajar algo el ambiente. Cecile lo escuchó con atención y recordó imágenes pasadas de la vez que dirigió la obra. Se agradecía que gente como él se dedicara a hacer cosas tan bellas. Pero la reacción de Attilio no se correspondía con su actitud habitual. ¿Por qué se debe haber puesto así...? ¿Será del mismo nerviosismo, del miedo...?
Se fijó en la barricada que habían construido entre todos los hombres y volvió a centrarse en la realidad. La muerte que habían presenciado. Los nobles huyendo como podían, olvidándose de conservar la formalidad y la apariencia por unos instantes. Las caras con expresiones aterradas...
Entonces Fabiano llamó la atención de Cecile. - Oh... Gracias... Muchas gracias... - Dijo tomando la copa. Al ver cómo venía preocupado quiso advertirle de que ya se encontraba mejor, pero debía atender a más personas, así que le dedicó una rápida sonrisa de agradecimiento. Además parecía que las palabras de Giussepe le habían llamado la atención. Pudo observar su mirada de cerca.
Finalmente se acercó a Attilio mientras bebía pequeños sorbos para no atragantarse. - Attilio... Debería descansar... ¿Quiere un poco...? Le sentará bien... - Le dijo amablemente, ofreciéndole su bebida.
Enzo escuchó los comentarios de todos, era odbio que la desesperación se había instaurado en el corazón de todos los presentes. Las perspectivas era muy malas, tras la puerta que acababan de cerrar se encontraba la muerte, aún parecía escucharse los gemidos de los invitados que no habían sido capaces de llegar a aquella sala... pero lo cierto es que si la muerte roja había conseguido entrar en el castillo, también conseguiría entrar en aquella habitación...
- Mi señor, damas y caballeros... me temo que tal y como dice el señor Giuseppe deberíamos tener en cuenta la posibilidad de salir de esta habitación, no podemos ni debemos permanecer eternamente aquí, además estoy seguro que el castillo posee otras estancias más seguras que la presente. Los caballeros que deseen ayudar en esta gesta pueden unirse a mí si lo desean, yo por mi parte creo que lo más sensato es buscar otra puerta para utilizarla en caso de que la barricada sea derribada, así ganaremos además un poco de tiempo... Fausto, ¿sería posible proporcionarme un poco de ese vino fresco? me vendría bien, calmar mis nervios a mi también.
Sonrió, algo más tranquila, a Salvatore.
- Sois muy caballeroso. - Inclinó un poco la cabeza sin perder la sonrisa. - Éste es un momento en el que debemos unirnos en nuestra preocupación y plantarle cara a la Muerte con la confianza y la... alegría de la vida. ¿No? Es motivo de celebración que nuestro Príncipe nos de cobijo en estos tiempos difíciles. Celebremos pues.
Miró alrededor y se encontró con Cecile, a la que sonrió.
- ¿Cómo estáis, querida? - Preguntó, sin ser extremadamente efusiva. - Lamento no haber venido antes a preguntaros. Ha sido muy impactante. Y temí por mi hija... - Miró de reojo a Elisabetta, dolida. - Pero bueno. Espero que vos estéis bien. - La mujer le inspiraba algo de preocupación, a fin de cuentas, no tenía familia cercana ni muchos amigos entre aquellas paredes.
— Me temo que no existen tales salidas, mi buen Giuseppe. De encontrarnos aún en esa sala que por suerte ya no vislumbramos, las habría. Pero ni yo mismo conocía la existencia de ésta hasta el día de hoy— admitió, girándose entonces hacia su mano derecha, Alfredo—¿Qué me decís? ¿Es tan vasta la extensión de mis dominios que es bastante lógico que no conociera la existencia de esta sala? ¿O por el contrario debemos preocuparnos?
— Me temo, mi señor, que ni yo mismo conocía su existencia. Quizá el buen Giuseppe tenga razón y existen pasadizos por los que podamos salir antes de que ese demonio de máscara roja nos encuentre, pero de haberlos, los desconozco.
Alfredo permanecía con una expresión impasible en el rostro. No obstante, cualquiera lo suficiéntemente observador, podía atisbar el miedo en sus pupilas.
El ama de llaves elevó entonces la voz— Mi señor, lamento interrumpiros—el rostro de Rosella, al contrario que el de Alfredo, mostraba un claro temor— pero es mi deber comunicaros que ahora mismo, en esta sala, sólo disponemos de unos pocos sirvientes. Más de una veintena de los mismos se encontraba en las cocinas, y en los corredores. Temo que... Temo que puedan estar muertos—admitió, con la voz temblorosa.
Chiara parpadea varias veces cuando el Príncipe se da la vuelta para hablar con Giuseppe sin haber respondido a su pregunta. Durante un instante una intensa sensación de abandono y un temor que conoce bien embargan sus sentidos, expresándose sin duda en su rostro.
Por suerte, enseguida se recompone y une sus manos por delante de ella, en la postura que ha adquirido en estos años para disimular su nerviosismo. Sus ojos se dirigen entonces al suelo, mientras sus mejillas se ruborizan con su vergüenza al darse cuenta de que el Príncipe tiene cosas más importantes de las que ocuparse que ella.
Discretamente se aparta de él mientras echa un vistazo a su alrededor buscando a sus amigas. Martina ya ha sido capturada de nuevo por su padre. Elisabetta se encuentra con Lautone y su madre y Cecile está ocupada con Attilio. Con un leve suspiro de resignación y la sensación de soledad a la que está acostumbrada, la joven busca algún lugar apartado donde sentarse para dejar pasear su mirada curiosa por el resto de los invitados.
Entonces, el terror por lo sucedido en la sala anterior vuelve a su mente y las imágenes percibidas se repiten una y otra vez ante sus ojos. Chiara mira de reojo la barricada fabricada por algunos de los hombres, preguntándose si será suficiente para frenar a ese terrible ser que ha tenido que ser creado por hechicería. La joven no tiene fuerzas para acercarse a nadie y por supuesto no se atrevería a participar de una conversación tan decisiva entre los hombres y las mujeres de mayor rango y edad, a pesar de estar de acuerdo con las palabras de Enzo, así que se limita a permanecer en silencio, escuchando lo que los demás tienen que decir. Cualquiera que se fijase en ella podría darse cuenta de que sigue temerosa de lo sucedido a pesar de estar tratando de pasar desapercibida.
Attilio acaricia con discrección el pelo de Cecile-Tranquila querida estoy bien, no es la primera vez que veo la muerte tan de cerca pero hay que estár preparado y guardar esas historias para cuándo estemos más calmados y seguros, todo marchará bien.-Le guiño el ojo con complicidad y miro si la barricada está bien hecha.
Las decididas palabras de Juliana llamado a terminar mi diversión me hacen encoger de hombros. Es claro que la situación en la que nos encontramos no permite mayor distracción. Las personas se empeñan en dejarse llevar del pánico… ¿Qué se puede hacer? Bebo un trago de mi copa.
No he terminado de hacerlo cuando el opulento Giuseppe mencionaba pasadizos secretos como en una buena historia de espionaje real. Mi atención se centra en el mercader. Lastimosamente no dura mucho ya que son muchas las personas que hablan. Estos nobles…
-Lo tendré en cuenta mi estimado Attilio. Este viejo dramaturgo buscará algo mejor que hacer después de todo energía es lo que necesito para pasar esta noche que bien generosa si apunta ser. – Me giro a los demás.
Me lleno de emoción y hago una pequeña venia en dirección de Salvatore. -Mi señor Salvatore encantadísimo estaré de escuchar tan notable hagiografía. No todos los días tengo el privilegio de pasar de ser el orador a un espectador. Con gusto atenderé esa cita mi señor.-
La mirada de Cecil era un bálsamo refrescante. Después de todo el espectáculo se hace para la complacencia del público. Ver al menos una persona que disfrute una de mis obras es recompensa anhelada. Sin embargo, mientras me reconforto en mi ego. Escucho como el señor Enzo me solicita bebida. Le miro divertido. -Por supuesto señor Enzo, con gusto compartiré mi cáliz con vos. Aunque creo que el señor Fabiano haría una mejor labor hidratándole.- Le extiendo mi copa de vino.
Apunto estuve de unirme al brindis propuesto tácitamente por Lucrecia de no ser por lo seco que me hallase. Antes de poder continuar con esta noche de aventura y horror necesito remediar esta situación. Camino hasta Faustino. -Mi buen amigo ¿podrías ayudarme en la difícil labor de regar mi garganta?- Le sonrío mientras hablo. -Tanto hablar seca mi gaznate cual riachuelo en verano.-
Atiendo las palabras del príncipe Prospero, las cuales no eran muy diferentes de lo que ya sospechábamos.
-Si me permite mi príncipe opinar. Podría mi señor entonces coordinar dos equipos diferentes cuya tarea se base en el empeño de encontrar tales pasadizos secretos en caso que existan o en su defecto una forma de salir de esta bonita jaula y dirigirnos a otra sala más acogedora.- Miro la barricada. Que historia más sublime la que se está formando en mi mente.