Lucrezia no podía estarse quieta. Estaba nerviosa. Iba caminando mientras escuchaba a los demás y cada vez tenía más claro que los secretos serían la tónica dominante constantemente hasta que aquello acabase de la forma que fuera. Y si seguía siendo así, esa forma probablemente sería la peor imaginable.
- Quizás de momento sea mejor observar. Yo, lamentablemente, no puedo poner la mano en el fuego excepto por mi hija y por mí misma... A algunos de entre vuestras señorías los aprecio más que a otros, sin duda, pero ahora dudo incluso de Juliana, y eso que la consideraba una amiga. Esta congoja es insoportable... - Dijo, perdiendo por un momento la compostura y caminando algo más rápido, con una mano asida fuertemente a su abanico y la otra en la boca del estómago. Acabó al lado de Fausto y para distraerse dejó el abanico a un lado y comenzó a recoger las cartas de la mesa y a barajarlas ella. - Dios Santo... hasta hace un día estábamos empezando a jugar a las cartas cuando todo esto comenzó a matarnos...
El movimiento de la baraja era rápido, nervioso, como el que solía hacer con su abanico. De hecho, cogió unas cuantas e hizo un improvisado arco con ellas que aprovechó para echarse aire. Bajó las manos y las cerró, aún nerviosa, y acabó llevándoselas a la cara, visiblemente afectada por la incertidumbre.
- Oh, Señor...
Attilio al ver el gesto de Cecile se cruza de brazos...Por lo que vos decís Nicola estár callado es un síntoma...Vos no sois precisamente hablador y quizás mi corazón llora y por eso estoy algo callado ya que no exteriorizo lo que pasa por mi mente, si vos habeis vivído una guerra sabeis lo que es ver morír a gente querída, yo he vivído la peste, el hambre...Ha muerto gente en mis brazos y ver a alguien pedír clemencia por su vida quizás me deja mucho más consternado a vos y no puedo soltar una charla de dos horas después de verlo, ¿es eso ser culpable?
-No. Pero permanecer apartado, quizás con intención de no querer revelar nada que delate tú... Nueva lealtad, podríamos decir... Sí podría ser sospechoso. Ha habido muestras de dolor y pérdida, algunas acusaciones, rezos, desesperación, discusiones... Todo reacciones humanas normales, que afloran en momentos de tensión. Por éso me preocupa el silencio. Porque da muestra de un gran temple... O de algo mucho peor que ésa virtud. Como he dicho, no caeré en pediros disculpas y esperar que no os ofendáis por votar por vuestra muerte-dijo Nicola, con una sonrisa triste-al fin y al cabo, éso es lo que he hecho. Y sería normal que os sintierais agraviado. Especialmente, si no se está convencido de que ésto es lo correcto. A mí ésta situación me agrada tan poco como a cualquier otro, pero estoy seguro de que debe hacerse, por ello no pesará en mi conciencia. Ésto es una guerra contra la muerte roja, y en toda guerra, hay pérdidas.
Escucho las palabras de todos, pero ¿para qué? Es claro que mis palabras caen en saco roto, incluso si las dejase como premio en medio de una fabula. Están muy ocupados discutiendo lo que por lo visto es una perdida de tiempo.
¿Brujería? Había escuchado decir esa palabra en varias ocasiones desde que esa locura comenzara, es increíble lo que en momentos de desespero estamos dispuestos a creer. Me siento en una silla y me dedico a beber un poco de vino agrio. Entonces aparece la señora Lucrezia y comenzó a tomar las cartas de la mesa.
La observo mover las cartas con el nerviosismo que deja ver su rostro. Es una imagen absolutamente deliciosa e inspiradora. Hay algo bueno en ser un dramaturgo. Puedes estar en la peor de las situaciones y aun así tu mente te juega tretas. Están abrazando a un enfermo y rápidamente te trasporta a los infinitos pasillos de la imaginación. No es la primera vez que me pasa. Y definitivamente Lucrezia tiene algo, en su forma de ser, su semblante, su caracter... Es difícil de explicar. Pero solo verla como esta en este momento, me trae a la mente ríos de inspiración. Lo que necesito en mi pluma.
Cuando suelta las cartas y comienza a llorar parte del encanto se rompe, o mas bien se transforma. Toda buena historia tiene algo de desgracia. -Mi señora Lucrezia. Mis palabras no bastarán para mejoraros el ánimo. Yo mismo estoy triste, y entiendo perfectamente que estéis preocupada por vuestra hija. Aunque tal como apunte anteriormente creo que nadie le hará daño. Por el momento le he de decir que su sola presencia ha apaciguado el abismo de nostalgia en que me hallaba. Verla mover las cartas me motiva incluso me inspira en nuevas historias que deben ser interpretadas en esta corte.- Me encojo de hombros. -Bueno en alguna corte.- Tomo las cartas de la mesa y las muevo con la maestría que dan los años.
-Sé que es mal momento, pero verla con las cartas me ha hecho olvidar un poco esta lamentable situación. ¿Os parece si dedicamos un tiempo a un poco de frivolidad como un juego de cartas?- La pregunta era genuina. No solo ansiaba jugar un rato para pasar el tiempo. Sino que verla jugar me ayudaba a armar la historia que nacía en mi mente.
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Lucrezia se sentó a la mesa, como derrotada, y asintió.
- Sí, juguemos. - Aceptó. - A lo mejor eso hará que las horas pasen más rápidamente, sin pensar... Quizás durante el juego, el Señor me ilumine y me permita saber cómo obrar. - Miró a Fausto primero con la seriedad del nerviosismo y luego algo más relajada tras un hondo suspiro. Cogió su abanico y comenzó a batir el aire. - Pero no apostemos, Fausto. Eso sería un pecado demasiado grande, y más en las funestas circunstancias en las que nos hallamos. Juguemos por el mero hecho de dejar el sentido volar y quizás encontrar la inspiración en el proceso.
Observó la pericia del literato, sorprendida. A ratos, mientras él se encargaba de repartir, miraba hacia Elisabetta, preocupada, y le devolvía una sonrisa si sus ojos se cruzaban.
Durante todas las discusiones, el chambelán se encuentra totalmente distraído, andando de aquí para allá. Realmente no hace gran cosa, el servicio se va encargando de facilitar lo que necesita a todo el mundo, y la jefa de este igual, su papel en cambio es otro. Como chambelán, su papel es servir al príncipe, pero ahora ha muerto y los puñales vuelan entre los invitados, ¿cuál es entonces su papel en la corte? ¿sobrevivir lo que pueda?
La desgana y el desasosiego van apoderándose lentamente de él hasta que finalmente se sienta en una silla siendo ignorado por la gran mayoría.