Giuseppe mira a Cecile y asiente con la cabeza, la joven está desesperada y quizá borracha o envenenada por el vinagre amargo que está bebiendo, no obstante sus dudas debían ser disipadas...
Querida Cecile... estaba esperando esa pregunta directa... Nicola ha sido educado pero vos.. vos no...
¡¡¡Por supuesto que sé la razón, como la sabemos todos aquí!!! Mirad a vuestro alrededor Cecile, Satanás juega con nosotros como un perro juega con un conejo, sin terminar de clavarle los dientes... Esa es la razón por la cual el Señor todopoderoso me ha dado una oportunidad, para tratar de alumbrar algo de luz a esta corte decadente...
La joven Fionna dice la verdad, esa sala oscura, pútrida y perversa existe y ahora... ahora todos nuestros antiguos compañeros de encierro se encuentran en ella... El Señor me devolvió a la vida con una misión, ser la luz en esta, ahora, verde oscuridad.
¿Saben a qué perverso juego somete Satanás a los ahora ya muertos? Les obliga a ponerse de su lado para extender la muerte roja entre nosotros....
Por supuesto pensareís que Satanás me envía a terminar su asqueroso trabajo..., estáis en vuestro derecho pero he de deciros que yo me negué. No estaba dispuesto a semejante barbarie y me resistí a ello con toda mi voluntad. El señor todopoderoso me ha devuelto a la vida y podéis tener claro que no soy un servidor de Satanás puesto que aún yo muerto, la muerte roja se extendió entre vosotros... Su vil servidor sigue aún en esta sala y si queremos salir con vida de aquí será mejor que dejemos nuestras disputas y nos centremos en lo realmente importante... Dado que el Senescal quiere continuar con su táctica de esquilmar a alguno de nosotros, no nos queda más remedio que votar... pero... yo, a partir de ahora, votaré al que más oscuridad aporte a los aún vivos....
Con un manotazo, Giuseppe arrebata la botella de vino de Cecile que cae al suelo y se parte en mil pezados, derramando el amargo vino de su interior.
¡¡¡Deja de beber como si no hubiese un mañana y despeja tu mente!!! Reza a Dios todo lo que puedas querida Cecile... reza por tu alma y por la de los presentes... El juego sigue y cualquiera podemos ser el próximo...
Lucrezia no pudo sino reír ante la contestación de Chiara.
- Por favor, ¿ahora viras la tortilla contra mí? Yo juro por Dios, Nuestro Señor, que jamás he cometido asesinato alguno, ni de forma directa ni indirecta, ni me he aliado con ninguna fuerza diabólica. Si te preguntaba no era para ensuciar la memoria del Príncipe ni mucho menos, ¡válgame Dios! Solo quería entenderte, esclarecer si tenías motivos para guardar rencor hacia Próspero. El Señor, o lo que sea que está manejando los hilos de este encierro me ha permitido ver retazos de tu vida, Chiara, y he sentido tu dolor mientras Próspero te arrancaba de tu casa a la fuerza, y cómo lo mirabas con miedo. Próspero siempre fue un hombre grandioso y magnánimo, pero todos sabemos que como príncipe que era, su voluntad debía ser cumplida y eso no siempre es lluvia que caiga a gusto de todos. Jamás me había atrevido a hablar de los asuntos de cama de absolutamente nadie, y no pretendía que me contaras lo que hacías en la cama. ¡Por el amor de Dios! ¿Por quién me tomas? ¿Y qué clase de posiciones he escalado? Hasta este momento no he visto sino desconfianza por parte de todos...
Chiara no puede evitar alzar una ceja al escuchar que hay quien cree que es el Señor el que maneja los hilos de la situación. La joven mira a Nicola, dudando si responder, o dejarlo correr como él ha pedido. Con voz tranquila, decide responder a Lucrezia de forma escueta y sin buscar alargar más la discusión.
— Pues entonces esos delirios os los debe estar enviando Satanás, pues yo llegué a esta corte por mi propio pie y con la cabeza bien alta para ofrecerme al Príncipe por mi propia decisión. Mis motivos para ello, no os incumben, ni a vos ni a nadie más que a mí misma. Pero nadie me arrancó de ningún lugar a la fuerza, ni sentí hacia Próspero más temor del que puede sentir cualquier joven al conocer varón por primera vez. Quizá deberíais revisar vuestras fuentes de información.
Aunque fuera inevitable escuchar la discusión entre Chiara y Lucrezia, la reacción de Giuseppe descolocó completamente a Cecile. En sus primeras palabras, más calmadas, no pudo evitar extrañarse. Creo que se lo he pedido con todo el respeto...
Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por el primer grito del padre de Martina. El hombre no dejaba de nombrar a Satanás, un ser alejado de la perspectiva terrenal, que se encargaba de manipular a los presentes.
Pero Cecile, que creía en un Dios todopoderoso porque así se lo habían inculcado, aprendió a tener fe en las personas. Una fe que, a la larga y en ocasiones, pudo sentir en algunos como su antónimo.
Espero que el mercader realmente haya podido luchar para que no lo manipulen... Escuchó el resto del discurso del hombre habiendo recuperado mínimamente la compostura, hasta que de repente el mismo se volvió a exaltar, tirando al suelo la botella de vino casi vacía que sostenía en una de las manos. Se asustó del impacto que hizo ésta con el suelo, dejando caer también la copa y volviendo a perder la postura. Se llevó las manos a la cara y lloró en silencio.
Cuando el discurso terminó, Cecile bajó las manos, miró al mercader con los ojos llenos de lágrimas y asintió levemente con la cabeza. - Siento... Siento haberle causado molestia... - Dijo, entre sollozos. - Debe haberlo pasado horriblemente en ese lugar preparado por un ser tan diabólico... - Pobre Attilio... Mi Attilio...
Siento las ediciones, esto de escribir recién levantada no es muy buena idea... xD
Dios ¿por qué tantas dificultades... tantos obstaculos?
Esa sala verde no sólo no llenaba mi corazón de esperanza si no que, al contrario distorsionaba la realidad y hacía parecer a todos enemigos. Hasta Maese Giusepe, siempre amable y devoto, parecía más agitado... enfadado.
Pero lo que peor llevaba era la enconada discusión que tenía lugar entre su mejor y puede que única amiga en la corte, Chiara y su madre, que volvía a comportarse como una autentica dama de la corte, atacando a la joven una y otra vez.
Lucrezia... Chiara. Parad por favor. No sigáis por ese camino. Os lo ruego. Os necesito... a las dos.
Me acerco a Martina y sostengo su mano como cuando creímos perder a su padre. Por favor Martina intenta calmar a Chiara, es tu amiga y no la beneficia pelear con mi madre. Yo intentaré calmar a mi madre.
Al acercarme a mi mi madre paso mi mano por los hombros de Chiara, es el único gesto de apoyo que me puedo permitir ahora. Madre, calmaros. Si no tenéis nada sólido en contra de Chiara no debierais entrar en este tipo de discusiones. Te hace parecer una verdulera cualquiera regateando por el precio de unos tomates. Además de que sólo acrecenta la tensión que impera en este palacio desde la muerte del Príncipe.
Escuchó la respuesta de Chiara con la cara arrugada en un mohín. ¿Podía ser que tuviera razón? ¿Que se hubiera equivocado? El caso es que la gente seguía muriendo a su alrededor, y si no lo encontraban, seguirían adentrándose en aquella ratonera y serían segados. No entendía por qué habían votado a Attilio. El hombre ya estaba condenado de antemano. Y quizás se habrían equivocado con la joven Chiara, pero, ¿qué podían hacer ya a esas alturas? Estaba claro que iban a caer inocentes...
Cuando su hija la enfrentó, por un momento pareció a punto de contestar aún más airada. La había llamado verdulera y eso la avergonzó hasta niveles insospechados, pero tenía razón. El miedo estaba haciendo mella en su actitud. Dejó a su cuerpo perder la rigidez y soltó incluso el abanico, que cayó al suelo.
- Hija... estoy asustada. Pero yo... yo lo vi... - Murmuró, frustrada y agotada. - ¿Por qué nos ha caído encima esta maldición? - Las lágrimas comenzaron a rodar por su cara, y negaba con la cabeza. Suspiró hondamente y con ello sacudió aquella sensación. Se agachó con delicadeza y tomó su abanico. Entonces besó a su hija en la frente y acarició su rostro
Después de compartir un rato con su padre Martina se alejo un poco de él para dirigirse hacia su amiga Chiara tal como Elisabetta le había aconsejado.
Una vez con ella la tomo de la mano y le invito a sentarse para que se calmase un poco.
-Podéis estar tranquila amiga mía, ya sabéis como es la gente en estos sitios... Les encanta cuchichear a espaldas de todos. Pero nadie gana nada con estas disputas tontas.
Martina no era especialmente buena ayudando a la gente, la falta de trato con las personas no le había proporcionado nada de experiencia en ese aspecto... Tanto tiempo apartada en casa junto a su padre le convertía en una persona apática por naturaleza.
-De todas formas y aun que tengas razón, las dos sabemos que discutir no va a llevar a nada... Es una perdida de tiempo ahora mismo, no gastes fuerzas y tranquilizate un poco, come algo y toma fuerzas... Es lo que podemos hacer ahora.
Chiara asiente a Elisabetta cuando pasa por su lado hacia su madre, agradeciendo el gesto que le dedica en el hombro. Lo cierto es que si lamenta esta disputa por algo, es por ella. No deberían darle estos disgustos en su estado y se siente arrepentida por la parte que le toca, aunque... ¿qué debía hacer? ¿Quedarse quieta y callada mientras la culpaban siendo inocente?
Martina se acerca a ella y la joven se deja guiar por su amiga hacia una silla. Allí, empieza a juguetear con el crucifijo que sigue llevando en las manos, y alza la cabeza para observar a Martina. — Tenéis razón, querida, Elisabetta y vos sabéis mejor que nadie que nunca me he prestado a estos juegos y he soportado las burlas y los desaires en silencio. Pero ahora... — Chiara se lleva una mano al cuello, recordando la sensación asfixiante de sentir la muerte tan de cerca. — Ahora estaban hablando de quitarme la vida sin motivo... Por unas visiones confusas enviadas probablemente por la Muerte Roja, o lo que fuera el espectro ese para enfrentarnos unos a otros... No era mi honor de lo que se dudaba, sabéis que eso me daría igual, pero debéis comprender que no podía quedarme callada si estaba mi vida en juego.
De reojo observa a Lucrezia con su hija y se da cuenta de que la mujer está llorando. No puede evitar sentir un pinchazo de culpabilidad. Ella no quería hacer llorar a nadie. Siente ganas de acercarse y perdonar a la mujer, pero la mano aún sobre su cuello le recuerda lo que Lucrezia pensaba hacerle a ella sin dudar. — Ha sido ella la que me ha atacado sin razones... No debería sentirme culpable... — Y sin embargo, le da lástima ver las lágrimas de la mujer. Eso, sumado a la culpabilidad que siente por haber acusado a Attilio y haberle causado dolor a Cecile empieza a pesarle demasiado. Sentada en la silla, cierra los ojos y empieza a rezar, moviendo los labios en silencio, pidiéndole a Dios alguna pista, alguna manera de saber qué es lo correcto.
Enzo escuchó el cruze de acusaciones pensativo. Aquello tenía que ser producto del estado de nervios que se estaba generando entre los invitados por aquella situación tan extraordinaria. Aún así decidió tomar partido y posicionarse al lado de Chiara, no podía darle la espalda en un momento así.
- Mi señora Chiara, yo creo en su inocencia y en su palabra. I ahora le diera la espalda,no sería un caballero... Lucrezia, con todos mis respetos, es posible que su visión haya sido enturbada por algo, no debería de acusar an a la ligera.
Fionna estaba harta de oír tantas peleas. Su padre peleando con Patricia, todos allí buscando a quién acusar pero no recordaban lo más importante: La muerte no tenía rostro, su imagen era una simple treta para confundirnos. Ella la había visto transformarse en ella y todos lo habían olvidado. Estaban tan centrados en sus vacías discusiones que le colmaba la pacienca... Pero ¿Quién la escucharía?
Al escuchar el comentario de Enzo, Fionna no puede más que separarse de su familia, quienes al parecer seguían ignorándola al igual que Salvatore y se acerca al joven bastardo con delicadeza. Era agradable y amable y aunque había despreciado su ofrecimiento anteriormente, podía que esta vez la escuchara, aunque parecía estar detrás de Chiara como una sombra - Mi señor Enzo, no creo que la señora Lucrezia estuviese juzgando por aquello que dice haber visto. Recuerde que la Muerte nos ha jugado tretas y puede que ésta sea una de esas - mira a todos con calma.
- Yo he votado a la señora Chiara pero tengo mis propias razones y además, estas discusiones en las que se juega con el honor de las personas, está fuera de base. La muerte ha demostrado ser una criatura sin rostro, sin corazón, ni vida. Más que inculparos, deberíais buscar respuestas, leer entre líneas - dice mirando a Chiara y a Lucrezia. Ser simplemente la mensajera de los muertos se volvía frustrante cuando nadie quería escuchar.
- Os pido que reflexionéis y os tratéis como las damas que son. Estamos inmersos en el ajedrez de la Muerte y estamos facilitándole bastante el trabajo con las continuas peleas - intenta hacerse en medio de la confrontación para que pueda evitarse. Gritar no era la solución y menos en un momento así.
La pelea de lucrezia y chiara me parecía la cosa mas entretenida desde que entrara en este maldito circo del terror. Todos alegan y tratan de evitar que las señoras se pelen. Me encojo de hombros y me siento algo mas lejos. Luego escucho hablar a Fioona, en ese momento ingreso mi mano al bolsillo y tomo el pañuelo que antes recuperara. Lo acerco a mi rostro y capto el sutil aroma del perfume de ella.
Camino hasta Fioona. -Mi señora, lamento importunaros, pero quisiera saber si ha podido enviar mi mensaje... Desde el primer día os dije que creía en vuestra palabra. Y por eso creo que puede hablar con mi señora Juliana. ¿Puede darle mi razón a ella?- No entendía porque no me había contestado. Hacia mas de un día de eso, pero no tengo manera de apresurara a Fionna de forma alguna.
Fionna se voltea y mira al hombre con algo de sorpresa y un poco de pesar. Ella había entoregado el mensaje pero Juliana se había estado comportando diferente desde que llegó allí y no respondió al mensaje.
Con tristeza, se voltea hacia Fausto y mira el pañuelo, luego lo mira a él y le dice con tono amable - Mi señor, he entregado vuestro mensaje desde que lo habéis pedido pero no ha sido respondido. Le diré una vez más y espero que la señora Juliana responda esta vez - le sonríe y le hace una reverencia.
Al ver como el dramaturgo decide ignorar su respuesta, Fabiano abre levemente la boca para añadir algo más, pero ya ha dejado claras las cosas al tipo y además da la conversación por finalizada, a fin de cuentas se trata de un simple literato que jamás ha conocido los modales de la nobleza.
Se gira entonces hacia las dos féminas que discuten, decidiendo si debería tomar partido por alguna de las dos.
- Patricia, debéis hacer lo que creáis justo y conveniente... Pero, ¿qué pensaríais si yo me votase a mí mismo y hubiese sido el elegido? No puede ser, no podemos actuar impetuosamente y mucho menos si eso nos va a llevar a acabar separados. - Acaricio su pelo con suavidad. - Intentad mantener la calma, es lo único que nos queda, y como ha dicho Giuseppe, por desgracia, deberíamos votar a quien nos parezca más oscuro...
Mi mirada no puede evitar desviarse a Fionna, que con resolución entrega los mensajes y mantiene un vínculo con los falelcitos. Ella puede...
- Fionna, decidle a vuestra madre que no la olvido...
- Por supuesto, querido padre. Aunque mi madre ha guardado un silencio prolongado - dice con tristeza mientras mira a su padre a los ojos.
Se sentía sola pues su familia la había dejado un poco a un lado y las confrontaciones entre los nobles eran cada vez más fuertes. Seguía siendo una niña, a pesar del trato que recibía por parte de su padre y era algo que él olvidaba.
En soledad se voltea y sin mostrarle a él su tristeza, se da la vuelta y mira al horizonte
La verdad es que no tenía ninguna gana de hablar con todas aquellas dispuestas, un paso un falso, una palabra o una mirada errónea y podía ser el objetivo de los cuchicheos de nuevo.
-Fionna ¿Cómo es posible que después de todas las muertes que han ido ocurriendo nadie sepa nada? Los fallecidos deberían haber experimentado o visto algo que nos ayudase a reconocer a los secuaces de la muerte roja.
-¿No será que están ocultando información?
Fionna se sobresalta ante las palabras de Salvatore y se oculta un momento para limpiar una pequeña lágrima que se asomaba en sus ojos. Se voltea y le sonríe lo más abiertamente que puede - Los muertos afirman haber sido asesinados por la enfermedad, a excepción del señor Attilio y la señora Juliana que fueron víctimas de la ejecución - dice con delicadeza.
- Solamente una persona ha afirmado algo nuevo, mi señor y ha sido el señor Giussepe quien dijo que la muerte le ha hecho el ofrecimiento de vivir a cambio de servirle o morir presa de la enfermedad. Yo misma no he sentido nada más que el ataque de los síntomas mi señor. Pero los vasallos de la muerte son silenciosos y tal vez más vitales que todos nosotros juntos - dice con dolor en su voz. Se sentía triste, sola abandonada. Era una niña, una niña asustada pero nadie parecía notar su congoja y no estaba su madre para aliviarla.
- Es todo lo que puedo deciros, mi señor -.