A penas pasó un minuto cuando un mediano abrió la puerta de la mansión Licorambarino. Un mediano estaba detrás de la puerta y miró con desgana al hombre lagarto. Buenos días. ¿Qué quieres? Dijo con unos modales muy poco apropiados para un sirviente como él.
- Errr... - la actitud indolente del sirviente pilló de imprevisto al sauriano dejándolo sin saber muy bien qué decir - Mi nombre es Yaotl. Me envía Silark, líder de los miembros de mi especie en esta ciudad. Quiero hablar con tus uakake, con tus dueños.
El guerrero observa al mediano con una mezcla de curiosidad e incredulidad. En su tierra natal los sirvientes se comportan ante los invitados con cordialidad y el mayor de los respetos. Un comportamiento así solía castigarse de una manera rápida y brutal por parte de los dueños de la casa. Por lo general en presencia del mismo agraviado. Pero las junglas que le vieron salir del cascarón se encontraban muy lejos y era consciente de que las costumbres de su tierra no solían compartirse en aquel lugar.
Pues dile a Silark que si quiere algo que venga a hablar él personalmente. O que asista a la próxima reunión del Concejo. Mi señor, yo no soy ningún esclavo y él no es mi dueño, no puede atenderte a ti en este momento. Y sin más, el sirviente cerró la puerta dejándole con la palabra a Yaolt.
La puerta se cerró con un ligero crujido. Todo el mundo sabe que los hombres lagarto son criaturas de sangre fría. Sin embargo, la sangre de Yaotl hervía a través de sus venas. Alguno podría pensar que los rayos del sol le habían despertado de su letargo, pero en realidad había sido aquella larga caminata y aquella búsqueda infructuosa lo que le estaba llevando al límite de su paciencia.
El guerrero se mantuvo quieto frente a las puertas de la casa. Un gorjeo profundo siguió a un gruñido amenazador. La piel de su hocico se retrajo dejando al descubierto su afilada dentadura. Los músculos de su espalda se tensaron. Un rugido de furia precedido por un sonoro golpetazo. Usando todo su peso el sauriano había golpeado las viejas puertas de la mansión.
No pensaba marcharse de ahí sin una respuesta.
Tirada oculta
Motivo: Fuerza
Tirada: 1d20
Resultado: 4(+4)=8
¡Nadie cierra la puerta en las narices a Yaotl! Dejo hecha una tirada de Fuerza para abrir la puerta o, en su defecto, echarla abajo.
Yaolt trató de derriba la puerta de la mansión de los Licorambarino sin mucho éxito. Tras escuchar el ruido provocado, un par de guardias se acercaron para ver qué estaba pasando.
Disculpe, señor. ¿Le podemos ayudar en algo? Le preguntaron educadamente pero con una espada larga desenfundada
El sauriano golpeó nuevamente la puerta, pero sin resultado. Aquellas planchas de madera eran más resistentes de lo que aparentaban. El ruido, sin embargo, había atraído la atención de los guardias que patrullaban aquel lugar. El guerrero se tensa aún más al ver sus armas desenvainadas.
Con su lanza en una mano y su escudo en la otra Yaotl se aproxima a los guardias. Les saca una cabeza a cada uno. Por un momento el atlante calcula las probabilidades de salir vencedor contra aquellos dos hombres. Los de su especie eran lentos a la cólera, pero una vez enfadados les resultaba complicado volver a serenarse.
- ¿Queréis ser de ayuda? - pregunta enseñando los dientes y respirando pesadamente - Si es así apartaos de mi camino. Está visto que no soy bienvenido en este lugar.
Yaotl pasa entre los dos guardias. Parte de su rabia se había esfumado. Había calculado las probabilidades y estaba seguro de poder con ellos, pero enfrascarse en una pelea no le ayudaría en su misión. El sauriano guarda sus armas y gira sobre sí mismo.
- ¡Licorambarino! ¡¿Me oís?! - grita con voz potente desde los límites del jardín - ¡No os libraréis de mí tan fácilmente! ¡Escondeos cuanto queráis! ¡Volveré! ¡¿Me oís!? ¡Volveré!
Soltando un bufido Yaotl deja atrás la casa y a sus desagradables inquilinos.
Con intención de desahogar su frustración Yaotl se dirige a la taberna más cercana, que en este caso se trata de La Dríada bailarina (47).