Esta gran estructura encaramada en lo alto de una saliente cada vez más precario, está marginada por una buena razón; se trata del gremio de barrenderos.
Es uno de los pocos negocios prósperos de los barrios bajos, además de la base de operaciones de una gran número de trabajadores no cualificados que patrullan sin pausa las calles de Tormentos Cristalinos con sus carritos de limpieza.
Limpian las calles y callejones de todo tipo de basura y desechos, los traen a este lugar y los queman en el pozo de la parte trasera del edificio, o los arrojan sin ceremonias al mar desde el acantilado.
Tira… tira pa… pallá, había dicho el viejo, desdentado y con las encías tan desgastadas que su boca era un inquietante pozo negro del que sobresalía algo. No iba a especular de qué se trataba.
Incluso sin las indicaciones del veterano barrendero, no hubiera sido difícil localizar el edificio en el que se situaba la sede del gremio de barrenderos. Era un edificio grande en el extremo más oriental de la ciudad, casi colgando de un saliente de roca. Podía haber llegado con los ojos cerrados, siguiendo a su nariz. El olor de la basura era característico, casi tanto como el del fuego que utilizaban para quemarla.
No arrugues la nariz, respira lentamente hasta acostumbrarte al olor. No, no, si ese no es problema, puedo aguantar. ¿Entonces? Se me va a pegar a la ropa y el pelo, y no habrá forma de quitármelo de encima.
Entró en el edificio y preguntó a uno de los empleados que pululaban por allí por el líder del gremio.
La única persona que vive aquí es el maestre gremial, un infecto humano llamado Tarn Ticklip, pero son docenas de trabajadores los que empujan sus carritos por toda la villa.
Buenos días, en qué puedo ayudarle ¿se le ha perdido algo?
La mayoría de barrenderos debían encontrarse, como era razonable suponer, diseminados estratégicamente por la ciudad, liberándola de los residuos que inextricablemente acompañan a la urbanización. No fue difícil, pues, dar con el líder de los barrenderos. Un tipo de aspecto sórdido, como si la razón de su estatus en el gremio procediera de una relación con los desperdicios que iba más allá de lo meramente profesional.
Lucrecia contuvo un escalofrío. Podía lidiar con el mal olor, pero el tipo de prácticas que le suponía a Ticklip —que ya había dado como ciertas, a pesar de carecer de evidencias al respecto— la perturbaban intensamente.
—Buenos días, caballero —lo saludó, manteniendo la sonrisa a pesar de todo—. No he perdido nada, afortunadamente. No es que tenga mucho que perder; casi llegué a la ciudad con lo puesto. Más bien al contrario, me he encontrado con algo. Algo que no necesito, pero que probablemente la persona adecuada podría hacer líquido. Y mientras pensaba en cómo encontrar a esa persona, he visto a sus trabajadores en los carros, y he supuesto que si yo, que soy nueva en la ciudad, me había topado con algo así, a vosotros os ocurriría a menudo, y no todo sería reclamado. De modo que podríais dirigirme hacia esa persona.
No pretendía revelar tanto de repente, no cuando ni siquiera se había molestado en camuflar su identidad, pero el cansancio empezaba a hacer mella en sus capacidades. Una vez terminara con sus asuntos allí, sería el momento de descansar unas horas.
Tirada oculta
Motivo: Diplomacia
Tirada: 1d20
Resultado: 9(+11)=20
Creo que has elegido un actor demasiado atractivo para representar a un personaje "infecto" XD.
¿Caballero? Preguntó sorprendido ante tal distinción. Que una mujer le llamara de esa forma, solo podía significar una cosa, "quería algo". Así es, digamos que esta es lo que en otros sitios se denomina como la sala de los objetos perdidos, aquí guardamos todo lo que encontramos y también lo que nos traen algunas personas. Dijo mientras miraba con cara lasciva el cuerpo de aquella mujer. A pesar de que pareciera un hombre apuesto, su pelo estaba grasiento, su aliento olía bastante mal y sin duda llevaba muchas horas sin ducharse. Pero claro, estar rodeado de tanta basura hacía que no mereciera la pena ducharse, aquel olor jamás se quitaría... o eso sería lo que pensaría él.
¿Qué es lo que has encontrado?
Lucrecia torció el gesto cuando vio, por una puerta que habían dejado abierta, cómo volteaban un carro, precipitando una considerable cantidad de desperdicios por el acantilado, directa al mar o las rocas que hubiera debajo.
—La naturaleza exacta de lo que he encontrado carece de importancia —dijo—. La cuestión es que para mí no vale nada, pero presumo que lo hará para otros. Y no se trata de un "objeto perdido"; nadie va a reclamarlo.
No le gustaba nada cómo la miraba el encargado. Puede que bajo la capa de roña y el aura hedionda hubiera un tipo que, en algún momento de su vida, había sido apuesto. Pero incluso después de permanecer una semana en agua jabonosa y frotarse a diario el cuerpo con papel de lija, hubiera sido desagradable. Intentaba conducir una consulta profesional, o algo que se le parecía, más o menos, quizás. Podía haberse molestado en disimular, al menos.
—¿Lo guardáis todo? ¿Para siempre? —preguntó—. Si es cierto, no me sirve. ¿Qué hay de los objetos valiosos que encontráis? Quiero decir, que deshacerse de ellos sería lo más razonable. Por un lado, si alguien los encontrara aquí, podría acusaros de ladrones en lugar de reconocer su despiste. Típico de la gente de dinero. Sin embargo, si lo vendéis a un intermediario que pueda sacarlo de la ciudad, obtenéis beneficios y, al mismo tiempo, evitáis el problema.
- De momento sí, lo guardamos todo. Es cierto que tampoco nos traen tantas cosas como para tener que preocuparnos por el espacio. Aquí hay sitio de sobra. Aquellas cosas que son perecederas sí que las tiramos, o aquellas que con el paso del tiempo han dejado de tener valor o se han deteriorado, o aquellas que creemos que jamás echarán en falta. De vez en cuando nos liberamos de algo de material, pero por simple comodidad más que de espacio. Analizó detenidamente a la mujer, pues no llegaba a comprender qué es lo que realmente quería con tantas preguntas.
Encontrar aquí un objeto valioso es lo más lógico, y nadie jamás nos ha acusado de ladrones, puesto que en cuanto lo reclama su propietario, y tenemos una justificación suficiente para que pensemos que el objeto es de su propiedad, lo devolvemos.
Después se quedó callado al escuchar las insinuaciones sobre su forma de ganarse algo de dinero.
¿Qué es lo que quiere exactamente, jovencita? O va concretando, o haga el favor de marcharse, tengo muchas cosas que hacer.
De repente, como si ropa y carne no fueran más que un caparazón para contener su fulgor, Lucrecia creyó ver brillar al tipo maloliente. Se encontraba frente a un hombre honesto, o al menos, uno que decía serlo. Costaba creer que tales criaturas existieran fuera de los cuentos.
—Nada —dijo, demasiado abrumada como para insisitir o buscar otro camino—. No tiene importancia.
Era el momento de efectuar una rápida retirada hacia el cuartel general. Dio media vuelta y salió de allí corriendo, deteniéndose solo cuando el hedor del edificio no era más que un recuerdo.
/A (18) Bote del Lagarto.
Esta gran estructura encaramada en lo alto de una saliente cada vez más precario, está marginada por una buena razón; se trata del gremio de barrenderos.
Es uno de los pocos negocios prósperos de los barrios bajos, además de la base de operaciones de una gran número de trabajadores no cualificados que patrullan sin pausa las calles de Tormentos Cristalinos con sus carritos de limpieza.
Limpian las calles y callejones de todo tipo de basura y desechos, los traen a este lugar y los queman en el pozo de la parte trasera del edificio, o los arrojan sin ceremonias al mar desde el acantilado.
El paso de la elfa se detuvo en seco al llegar frente al edificio al que le habían guiado. La bocanada de aire que le siguió hizo patente la frustración de la elfa en su búsqueda, pues el lugar no era lo que había pensado en un principio, y ya había pasado más de medio día y el sol se encontraba de camino a su periódico descanso.
Cansada de dar golpes de ciego, apoyó su espalda contra la pared de una de las casas de la ciudad. Perdida y desorientada. Había acudido a todos los emplazamientos a los que, en principio, un sy'tel'quessir acudiría en primera estancia. La capilla del dios de la Naturaleza, y la Isla silvana de los druidas. ¡Incluso había terminado en un burdel embaucada por el simple nombre de la dríada!
Retiró su capucha con una mano y se dejó deslizar hasta sentarse en la propia calle, cansada y hambrienta de caminar. Recordó entonces la comida que llevaba y sacó una manzana y pan enmelado para pasar un rato a solas y pensativa.
- Dado que te sientas a esperar, no puedo hacer nada por ti... -
El calor del sol en su rostro fue tan reconfortante como la brisa que meció su cabello según pasaba el tiempo. La comida había sido bien recibida y el descanso necesario para tratar de ubicar las ideas de la elfa así como decidir el curso de acción que estuviera por venir.
Dió un largo trago a la cantimplora, saciando la sed que la comida y el calor le habían proporcionado y se levantó dispuesta a retomar su camino. No sabía por donde podría volver a buscar, pues los emplazamientos más lógicos habían sido ya visitados, por lo que decidió comenzar a caminar por la ciudad, dejando que los caprichos caóticos de Erevan le pusiera de vuelta a su camino.
Habia escuchado varios rumores durante su descanso. Los propios barrenderos hablan de los sucesos que acontecían en el templo de Pelor y malgüeros de un orfanato. Nada que a una elfa de los bosques interesara a priori, sobretodo cuando no eran problemas lo que buscaba, sino una familia de elfos. Caminó y caminó entonces, observando las calles de la ciudad humana, sus ciudadanos y los visitantes de otros pueblos que la transitaban, hasta tomar rumbo al lugar donde siempre terminaba por cosecharse algo bien por la búsqueda intrínseca, o por capricho de los dioses. El propio mercado de Tormentos Cristalinos.
Voy al Mercado (31)