Partida Rol por web

El paseo hasta el gremio había servido a Ramase para calmar un poco los nervios. Estaba satisfecho aunque también siempre le quedaba la espinita de haberlo podido hacer mejor. No era el momento de lamentarse sino de celebrarlo. Pero antes debía comunicar que había llevado la moneda al gremio de magos. Buscó al viejo Abelardo  para comunicárselo. En cuanto le vio se acercó.

- Buenos días de nuevo.- Saludó formalmente.- He dejado la moneda en el templo de Boccob bajo la atenta mirada de Mylor. También detectó que estaba caliente y que no era de curso legal. Me dijo que si encontrábamos más se las lleváramos.- Sólo esperaba que no apareciera el templo de Boccob incendiado tras pasar la noche. Miró alrededor extrañado de no ver a nadie de los que habían ido con él al gremio.- ¿Y todos los demás que vinieron aquí conmigo?¿l sabe usted?

Allí ya no había nadie salvo Ankus y Uffern que había caído tan desmayados como Nith. A juzgar por las ojeras del anciano, éste también parecía cansado y agotado, pues ya era de noche y pretendía irse a descansar. Cuando Ramase entró en el gremio, Larthe dio un respingo como asustado. Al ver que se trataba de él simplemente asintió y contestó a su pregunta. Marcharon, marcharon en diferentes caminos y direcciones. Pero no sé en cuáles...

- Entiendo.- Ramase echó una extrañada mirada a los dos que dormían por ahí.- No sabía que el gremio de los escribas se había convertido en un hospicio.-Pasando por encima de los cuerpos para no perturbar su descanso, Ramase salió de allí en dirección a la Pezuña en la Boca. Antes de abandonar se despidió del anciano que tenía cara de cansado.- Le dejo descansar.  Espero traer buenas noticias en próximos días.

Esta estructura de madera está ennegrecida por la edad y es evidente desde la calle que sus bien cerradas ventanas están bloqueadas por las estanterías del interior. La casa gremial de los escribas es un laberinto de estanterías, con pequeños escritorios encajados en cualquier espacio libre. Ninguna luz natural entra en sus abarrotadas habitaciones, y cada escritorio cuenta con una antorcha siempreardiente que ofrece iluminación a los escribas. 

Un hombre anciano y encorvado está sentado en una silla mirando por la única ventaja del edificio. Es el único de allí que no está enfrascado en algún escrito.

Buf, vaya sitio de... Porque tenía una necesidad imperiosa de encontrar papel para escribir, que si no, alguien tan colorido y alegre como él jamás habría pisado ese lugar tan sumamente gris y aburrido. Y quizás por eso tendría que andarse con cuidado, ya que destacaba como un gallo en una convención de mirlos. Pero bueno, era cuestión de soltar una buena mentiraca y ya está, tampoco parecía que aquella gente fueran a ponerse en plan investigador exhaustivo con él.

Así que, con las ideas bulléndole en la cabeza, el bufón se acercó al primer lugar en el que parecía que podrían echarle una mano.

 -Disculpe, buen hombre, ¿tiene por casualidad un trozo de papel y un carboncillo para ayudar a un honrado bufón en neccesidad?

- Claro. Dijo el anciano mientras rebuscaba entre sus cosas. Un par de minutos después sacó un pergamino y una tiza. Son dos piezas de plata. Mientras esperaba a que el bufón le pagase, Abelardo empezó a echar los cierres del gremio. Había llegado justo antes de que cerrasen el lugar.

Mierda, con eso no contaba él.

 -¿Y no podríais hacer una rebaja a un pobre bufón enamorado? Veréis el papel es... Oh, dioses, es vergonzoso admitirlo, pero es para escribir una carta de amor a una muchacha que me robó el corazón nada más verla.

¡Que sólo le quedaba una pieza de plata y 5 de cobre! Como no aflojase un poco el precio el viejo rancio ese, se las iba a tener que ingeniar de lo lindo para conseguir el material de escritura.

 -¿Una moneda de plata por un trozo pequeño de papel y un poco de carboncillo? Algo como la mitad de lo que me ofrecéis por dos monedas. Mis sentimientos son sencillos y necesitan poco para plasmarse.

Está bien. Le dijo encogiéndose de hombros mientras esperaba a que le diese la pieza de plata. Sin duda el anciano estaba cansado y tampoco tenía ganas de andar regateando por aquello. Tomó el carboncillo y el papel y partió ambos por la mitad*. Y después echó el cierre, ya era de noche y era hora de irse a dormir.

Con una sonrisa falsa como una moneda de madera, el bufón cogió los materiales y pagó con su última moneda de plata. Ahora sí que estaba en la ruina más absoluta, ¡gracias dioses por ser tan generosos! Tras alejarse del puedo de aquel escriba, Enzo suspiró mientras sus tripas se quejaban. ¿Había almorzado? No, no había probado bocado desde el desayuno. Y no tenía más que cinco monedas de cobre. Claro, que aún le queda a algo de magia, tal vez pudiera recurrir a alguna triquiñuela para engañar a algún posadero poco observador. O eso o intentar encontrar a su buen amigo, Socar el generoso, que seguro que estaría encantado de volver a verle. ¡Sí, eso sonaba a un plan!

Sintiendo su ánimo elevarse un poco, Enzo fue hacia el último lugar en el que había visto a su amigo, La Pezuña en la Boca.