Esta bella mansión es tan señorial como clásica. Un sinfin de gárgolas se asoman a los aleros de sus tejados, casi tantas como pararrayos jalonan sus vértices. Un escudo de armas sobre la puerta muestra una daga con una llave cruzada sobre campo dorado
Lucrecia asintió al ver la morada de Lassiter. Justo como debía ser la mansión de una familia con rancio abolengo. Ella prefería algo diferente para sí, por supuesto. De exterior más inconspicuo e interior más concentrado. La ostentación evidente era para otro tipo de persona.
Los extranjeros no estaban allí tampoco. La soledad la hacía sentirse desprotegida. Era por esa razón por la que se había pegado a todos esos hombres en el trayecto hacia Tormentos Cristalinos. La lujuria no tenía nada que ver, como demostraba el simple hecho de que llevara casi dos días en la ciudad y todavía no hubiera tratado de llevarse a nadie a la cama. Por otro lado, era un situación afortunada. Estaba acostumbrada a actuar en solitario. Todo funcionaba mejor cuando no había nadie alrededor metiendo la pata, o peor aún, viendo cómo la meto yo, atravesando el fondo y cayendo a lo más profundo del abismo.
Decidida a sacar algo en claro de la visita, o ser expulsada sin miramientos pero sin testigos de su vergüenza, caminó hasta la puerta y la golpeó con la aldaba una, dos, tres veces.
Tras unos pocos minutos de espera, al final alguien abre la puerta.
Buenas tardes, dice observándote de arriba a abajo. Dígame, ¿en qué puedo ayudar a una joven hermosa como vos?
Era habitual que la miraran de arriba abajo. Así que Lucrecia hizo lo propio con el hombre de la puerta antes de contestarle. Demasiado elegante para ser un criado. Demasiado extravagante para ser el mayordomo. ¿Podía ser uno de los señores de la casa quien le había abierto la puerta? ¿Quizás el propio Egan?
—No ha sido la mejor tarde de la semana, pero tampoco la peor. Buenas tardes a usted también —respondió, sonriente, mirándole ya a los ojos—. Me llamo Lucrecia. Busco al señor Egan Lassiter. Me han informado de que esta es su residencia. Me gustaría presentarme y hacerle una propuesta.
Yo soy Egan. Dijo sonriente ante la hermosa belleza que tenía frente a él. Pasa, bonita. Dijo haciéndole un gesto para que se adentrara en la mansión. ¿Qué propuesta tiene que hacerme una mujer como tú? Dijo muy sonriente y contento por la presencia de aquella chica.
Lucrecia le devolvió la sonrisa. Más bien, no dejó de sonreír, mientras aceptaba la invitación.
Disimuladamente, comprobó que el nudo corredizo de su bolsa de componentes estaba bien hecho, listo para ser deshecho con un tirón rápido. Y es que ese hombre era un tipo de lo más sospechoso. Estaba acostumbrada a las miradas lascivas desde que era poco más que una cría; los hombres estaban demasiado malacostumbrados a tratar a las mujeres como si fueran objetos de su propia satisfacción, especialmente cuando se creían que estaban indefensas. No lo esperaba de un hombre de la posición de Egan Lassiter.
Sin embargo, tenía que hablar con él, así que no podía quedarse en el umbral, ni largarse corriendo. De momento.
—Encantada de conocerle, señor Lassiter —dijo, una vez estuvo dentro de la mansión—. No esperaba que fuera usted, la verdad. Me lo imaginaba… de edad más avanzada. Es una agradable sorpresa.
Eso era completamente cierto. Esa fachada solo podía pertenecer a un anciano. Claro que el anciano en algún momento sería joven, incluso un niño, o tendría hijos que lo fueran. Y ni siquiera anciano, Oslor había hablado de una mujer como la cabeza de familia original, así que anciana.
—He llegado hace poco a la ciudad. Me han contado que una de sus ancestros, Moira Lassiter, fue cofundadora —comenzó—. En mi ciudad natal tenía la intención de dedicarme a resolver todos esos problemas importantes que los ciudadanos no podían encomendar a la guardia. Pero no como los aventureros, sino de forma profesional. Pero mi madre era parte del consejo y estaba en contra. Ella había sido aventurera en su juventud, y todavía estaba enamorada del romance de la vida aventurera.
»En cualquier caso, decidí irme por esa razón, y tras unos meses de viaje, aquí estoy —siguió explicando—. He estado informándome de lo que se cuece en las calles, que no es poco, y he llegado a la conclusión es que es el lugar perfecto. Todo el mundo tiene problemas, desde los ciudadanos hasta las instituciones. Y los aventureros a los que se los encargan se pasean por la ciudad como pollos descabezados, sin organización ni estructura alguna. Mi intención es abrir mi negocio en Tormentos Cristalinos. Canalizar toda esa energía hacia fines racionales.
»Y, por supuesto, por qué iba a interesarle a un hombre como usted lo que una chica que no ha cumplido los veinte años quiera —Lucrecia hizo una pausa dramática—. Estoy buscando patronazgo. Trabajar para alguien capaz de darme el impulso inicial que necesito para cultivar mi reputación. Al principio, pensé en las iglesias, donde la gente va a buscar consuelo para sus males. Pero mi impresión no ha podido ser más negativa. Espero que no se ofenda si uso la expresión “beatos inútiles”, pero no encuentro otra para describirlos. Más tarde he oido hablar de usted, y he decidido venir a hablar con usted sin demora.
»Y si se pregunta cuál es el beneficio para usted. Para empezar, estoy seguro de que su familia tiene enemigos y problemas que no puede solucionar sin un importante gasto de recursos. Estoy convencida de que podremos ayudarnos mutuamente.
Egan Lassiter se llevó la mano derecha a su cabeza un tanto ruborizado por los cumplidos de la rubia. - Bueno, la verdad es que ya tengo unos cuantos años, pero supongo que me conservo bien. Dijo mostrándole una blanca sonrisa.
La sonrisa no se borró de su rostro en ningún momento. Es cierto que no parecía muy convencido por lo que le iba planteando al principio, pero cuando concluyó asintió repetidamente.
El único problema que tiene usted para montar un negocio oficial dentro de la villa, es que debe ser ciudadana, y para eso tiene que llevar cierto papeleo al Ayuntamiento. Después éste pasa por el Consejo y nosotros decidimos si es usted apta o no para montar su negocio. Esta deliberación dura aproximadamente unos quince días y hay que hacer un pequeño desembolso. En cualquier caso, como bien dices en todos los lugares hay problemas.
Y desde luego que no se puede confiar en ninguna de la iglesias de esta ciudad. No hacen nada y son incapaces de poner remedio alguno en absolutamente nada. Considero que la ciudad necesita mano de obra experta y eficaz, y yendo de iglesia en iglesia no se obtiene nada. Dijo mostrándose muy reacio hacia el clero de la villa.
En cualquier caso, como bien dices, los Lassiter también tenemos problemas, pero considero que usted sola no podrá resolverlos, ni tampoco creo que sola pueda montar un buen negocio como el que plantea. La labores de una chica como usted no pueden ser eficaces, y cualquier misión que la encomendasen le llevaría un tiempo tan amplio que para cuando se resolviese ya sería demasiado tarde. Dijo finalmente sin estar muy convencido.
Lucrecia ignoró la condescendiente actitud de Lassiter: “una chica como usted”. Malditos hombres y su absurda manía de quedarse en la superficie de una mujer, especialmente cuando era agradable a sus ojos.
—No planeo hacerlo sola. La ciudad bulle de aventureros capacitados a la que solo les faltan la organización e incentivos adecuados —sentenció—. Ni pretendo hacerlo de un día para otro. Mis primeros objetivos en la ciudad son tejer una red de contactos y demostrar mis habilidades.
Además de establecerme cómodamente, y no creo que encontrar a un amante joven y guapo, o varios, sea pedir demasiado.
—Por eso he acudido a usted. No pretendo ofrecerle la solución a todos sus problemas. Espero no haber dado la impresión de ser tan presuntuosa. Tengo una alta opinión de mí misma —reconoció, riendo con suavidad—, pero no tan alta como para no saber cuánto me queda por aprender, o para reconocer que hay áreas más allá de mi competencia.
»Pero hay formas en las que puedo ayudarle. De hecho, aunque crea no necesitarlo, sospecho que hay algo que puedo hacer por usted —jugó su carta, quizás prematuramente, pero no veía razón para esperar, cuando había todavía tanto por hacer—. Las Iglesias los están azuzando como sabuesos en busca de una explicación para la paulatina pérdida de fieles. En lugar de considerar su deficiente gestión, en especial la de esa ridícula pelorita, como la causa más probable. Durante los próximos días, si es que no han empezado ya, es probable que sufra la inconveniente visita de algunos de esos aventureros, pues alguien se ha percatado de que ha cortado sus lazos con las iglesias.
Lucrecia se golpeteó la nariz con el índice en un gesto pensativo.
—Puesto que les va el sustento, y quizás el propio favor divino, en ello, dudo que se detengan hasta encontrar un chivo expiatorio para sus propios errores. Sé que sabrá lidiar con ellos —dijo, arqueando uno de los extremos de sus labios en una mueca traviesa—, pero entregándole a las Iglesias lo que buscan, puedo librarle de esa irritante molestia, para empezar.
Lassiter se quedó ojiplático con la acusación que le había lanzado Lucrecia. Aquella mujer sabía más de lo que parecía y se estaba preocupando por hablar demasiado. Desde luego que era una mujer bastante sugerente, pero daba la sensación de que usaba ciertas artimañas para averiguar demasiadas cosas.
Sería mejor deshacerse de ella cuanto antes, la cosa no pintaba muy bien.
Lassiter se puso en pie, si es que en algún momento se hubiera sentado en uno de los sofás del comedor de su gran mansión. Y decidió que era un buen momento para acompañar a la rubia hasta la salida. Muy bien, jovencita. Dijo sintiéndose claramente incómodo. Cuando llegue ese día, ya me ocuparé de pedirle ayuda, si es que usted me la quiere dar. Pero hasta entonces, como le he dicho, no estoy interesado en su propuesta. Muchas gracias. Concluyó invitándola a irse.
Durante los próximos días, si es que no han empezado ya, es probable que sufra la inconveniente visita de algunos de esos aventureros, pues alguien se ha percatado de que ha cortado sus lazos con las iglesias.
Y exactamente, ¿de dónde sacaste esta info? No lo recuerdo... XD
Lucrecia levantó las manos hasta la altura de los hombros, mostrando las palmas.
—No pretendía acusarle de nada, solo informarle y ofrecerle la oportunidad de librarle de esas inconveniencias —se disculpó Lucrecia—. Piénselo. De todos modos, se está haciendo de noche y debería ir pensando en volver a mis aposentos.
Lo sucedido había sido tan interesante como potencialmente peligroso. Las sospechas de Lyra podían ser más fundadas de lo que ella pensaba hasta ahora, y Egan parecía tener algo que ver con ello, lo bastante como para ponerse nervioso por la mera mención, incluso cuando lo que le estaba proponiendo era beneficioso para él.
Lucrecia se puso en pie y caminó hasta la entrada de la casa que le indicaba Egan, procurando mantener un gesto contrito.
—Ha sido un placer conocerle —se despidió.
/A (18) EL Bote del Lagarto (si me deja marchar sin problemas)
Esta bella mansión es tan señorial como clásica. Un sinfin de gárgolas se asoman a los aleros de sus tejados, casi tantas como pararrayos jalonan sus vértices. Un escudo de armas sobre la puerta muestra una daga con una llave cruzada sobre campo dorado
Mirta se acercó a la puerta y llamó con los nudillos.
-¿Hola?
Tras unos pocos minutos de espera, al final alguien abre la puerta.
Buenas tardes, dice observándote de arriba a abajo. Dígame, ¿en qué puedo ayudar a una joven hermosa como vos?