—Buugg Grrrubb...

Manoteando de forma desesperada intentó apartar los cuerpos cómo buenamente podía. Tratando de obtener una bocanada de aire. Un poco de aliento que le ayudase a salir de allí.

Salvaje a punto estuvo de echar hasta la primera papilla. Fuera quien fuese quien le había encerrado allí seguramente no tardaría demasiado en volver y hacerle lo mismo que le había hecho al resto de cadáveres que había allí. Logró aguantarse y sobrevivir a las arcadas, lo cuál le permitió darse cuenta de que alguien había estado allí no hacía demasiado tiempo.

Los cadáveres habían sido colocados estratégicamente para llegar hasta la trampilla, aunque él no había tenido mucha suerte. 

La única oportunidad que tenía era la de escapar de allí, tendría que volver a intentarlo o quizá el monstruo que había acabado dejando esos cadáveres terminaría yendo a por él.

Desesperado pateo, se arrastró y revolcó hasta que estuvo lejos de la pila de cadáveres. Ahora podía tomar un poco de aire. Aunque putrefacto insuflaba con vida sus pulmones. Miraba hacia la pila y la abertura. No le gustaba la idea. Cómo un animal encerrado empezó a recorrer el perímetro de la celda, toqueteando las paredes, apartando cosas, rumiando una posible salida de aquella prisión.

Salvaje decidió tomarse su tiempo en investigar la sala a conciencia y la conclusión fue clara. Tan solo había una opción para escapar de allí, y era por la trampilla superior que había en el techo. Desagradable o no, lo único que podría hacer era apilar los cadáveres para intentar acercarse a ella.

El problema fue cuando el conjuro que le había permitido iluminar la sala se desvaneció pues había pasado mucho tiempo investigándola. Por lo que se había vuelto a quedar a oscuras.

Resignado se dejó caer contra una de la paredes mirando con sus ojos desorbitados la pila de cadáveres que por poco le habían asfixiado minutos antes. Un ligero temblor en sus manos y su quijada revelaban que la perspectiva de enfrentarse de nuevo a los cuerpos despertaba en él un miedo intrínseco.

Pero su instinto de supervivencia era más fuerte. Con la locura al borde de su mirada atravesó la habitación y empezó la ardua labor de crear una pirámide a la que escalar. Despreciando por completo el nauseabundo olor y con un ritmo tácito y enfermizo.

Salvaje no pudo aguantar más la situación y al intentar subir por la montaña de cadáveres para alcanzar la trampilla volvió a caer rodando por ella. Los cuerpos putrefactos se amontonaron a su alrededor y Salvaje fue incapaz de aguantar el asco que le dio. 

Empezó a vomitar a un ritmo desenfrenado expulsando cada gramo de comida que hubiera comido a lo largo del día. Para cuando se quiso dar cuenta, había perdido el conocimiento.

Unas horas después sintió como algo o alguien le mordía en el cuello. No había forma de ver nada pues la sala volvía a estar a oscuras, pero quien fuera que le había enviado allí había terminado por devorarlo hasta sacar cada centímetro cúbico de su sangre.

Salvaje había muerto en aquel lugar desconocido.

Fin