Partida Rol por web

Las últimas horas habían sido de sobra provechosas. La incorporación de Jane a vuestro bando... A tu bando, la conversación en el reloj... Y con un poco de suerte ahora la oportunidad de contactar con esos asesinos antes de que por error acabasen contigo. O con ella.

Por cuarto día dejaste que las sombras guiasen tu visión, penetrando en el corazón de uno de los presentes... Shawn. Él sería tu objetivo.

De inmediato, como si tu poder estuviera volviéndose más fuerte a cada día que pasaba, las imágenes empezaron a llenar tu mente como si efectivamente fueras capaz de verlas.

Shawn era un Fata del Bosque, eso estaba claro. Él mismo se había encargado de anunciarlo una y otra vez. Había pasado toda su vida allí. Había vivido, disfrutado y sufrido cada uno de sus días bajo su manto, y daría su vida para defenderlo si fuera necesario.

Sería difícil decir qué era lo que tanto le fascinaba de él. Puede que fuera su naturaleza cambiante, o el contraste entre vida y muerte que albergaba... No, era mucho más que eso: era la creencia firme, la certeza,  de que el Bosque era el pulmón de Fäe. Poco a poco los recuerdos de aquel Fata fueron volviéndose más nítidos. Pudiste verlo combatiendo mano a mano, codo con codo, con los otros Guardianes: Gelion y Lísmar... Era evidente para ti que había más detrás de ambos nombres. Ambos resonaban en tu mente con fuerza, aunque era complicado saber por qué...

Sin embargo lo importante ahora era centrarse. Shawn. Ohtar. Capaz de extraer vida y muerte del Bosque. Capaz de darlo todo por él, como un auténtico Guerrero. Como un Guardián.

Una vida como humano, lo quisieran admitir o no pesaba más de lo que un hijo de Fäe era capaz de soportar. No digamos ya setecientos años, todos devueltos de un mazazo a la mente. Todos vividos, todos reales. Todos llenos de dolor y soledad.

 Hasta que llegó Namárie bajo el velo de Lera envuelta de dulzura y palabras amables.

Y ella, fuera amago, fuera mentira o fuera completamente sentido y real… le dio lo que nunca le habían dado en vida a Lyman. Algo silenciosamente ambicionado y que jamás llegó a creer tener. Le dio amor, cariño, abrazos y comprensión. Había escuchado con paciencia sus penas y las había cambiado por risas. Eso, sumado a los actos generosos y completamente altruistas de algunos, solo algunos y escasos de sus hermanos, hicieron con lo que creyó imposible que la voluntad de aquél hombre-fata hecho de sombras empezara a sacudirse de sus obtusas convicciones. Temblaron los cimientos y por vez primera dudó de su resolución y de la legitimidad de su objetivo.

Durante la noche anterior, Lyman y Nienor cada vez eran dos entidades más diferenciadas, siempre habían bailado al unísono, como dos llamas ardiendo en una misma alma. Pero algo se había roto en él. E incluso empezó a lamentar el haber corrompido otra alma pura e inocente.

¿Cuándo se cansaría de regocijarse con tanta maldad? ¿Cuándo el dolor y las desgracias ajenas dejarían de ser fichas con las que apostar?

No obstante la nueva luz trajo, como siempre para él, miseria. Solo la oscuridad había sabido darle consuelo. Solo ella su incondicional amor. Sus planes habían sido hechos añicos, frustrados. Con la muerte de Jane sintió de nuevo la rabia renovándose, la furia creciendo, desatándose, y un odio sin fronteras que unía y reconciliaba ambas personalidades . Se reafirmó en sus ansias de destrucción, de procurar una muerte lenta a cada uno de esos borregos, quemar sus cuerpos y no querer dejar ni las cenizas.

En el cementerio Nienor estuvo una larga hora, como quien repasa todos los movimientos de una partida de ajedrez, repasando toda la información de la que disponía, y una y otra vez sus simulaciones llegaban a un mismo e irresoluble final. Perdía. El poder de sus hermanos combinados era exageradamente superior al suyo y al de posibles aliados. Completamente descompensados. No conseguían bajas por las noches, y cada día resucitaban a más gente. Solo era cuestión de tiempo y una larga agonía de juegos y movimientos hasta que uno a uno los asegurasen al cementerio de donde no se moverían. Nienor no le gustaba perder, pero si iba a hacerlo sería quemándolo todo.

Con el paso del atardecer y la caída de la noche, una vez más las sombras de alargaban. De nuevo podías sentirlas listas para doblegarse ante ti. Quizá no tuvieran la fuerza para calar en el corazón de los demás, como habían hecho con Jane, pero sí para colarse lo suficiente como para traerte información. Noticias frescas. Y quién sabía, quizá hacer de puente entre tú y otro de los tuyos.