El Reino Onírico. Fäe. Diez mil veces visitado por todo humano con la capacidad de soñar y totalmente ajeno para los demás. Puede que no lo recuerdes claramente todavía, pero tú eres de aquí. Naciste y creciste en Fäe. No te dejes morir fuera.
Tú eres de aquí como lo somos tantos otros. Los Fata. Tiempo atrás uno de nosotros quiso imaginar nuestro origen. Proyecciones subconscientes que se fueron de madre, dijo que éramos. Claro que para aquel entonces estaba tan loco que sólo unos pocos le escuchábamos. Se avecinaba la Guerra.
Pero no hablemos de eso todavía, ni de lo que somos. Hablemos de geografía.
Imagina una gota de agua cayendo en el centro de un estanque. Eso es Fäe, en más sentidos de los que merezca la pena comprender. Cada vez que algo sucede en un lugar, cada Hebra es mecida. Nos sentimos salpicados. Cada uno de nosotros está ligado a un punto del Reino. Nuestra espina dorsal no acaba donde crees que termina, sino que lo hace más allá del Velo. Desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte somos Fata, y eso ni siquiera el Olvido lo puede borrar.
Pero volvamos a la gota. Si cayese en el punto medio de ese estanque, estaría cayendo en el Palacio. Ese es el lugar ideal para los soñadores más inocentes. No es oro todo lo que reluce, pero ninguno de ellos sería capaz de sospecharlo. Si en lugar de quedarte en ese lugar te fijas en la onda que se levanta en el agua te encontrarás el Bosque. Da igual en qué dirección vayas, siempre está ahí. Cambiante y estático. Calmado y salvaje. Perfecto para aquellos que sólo desean perderse el tiempo suficiente para encontrarse a sí mismos.
Hay quien dice que si eso fuese lo único nada de esto habría pasado. Que la Guerra no nos habría consumido. Pero son sólo idiotas que buscan en los moradores de la Linde a los culpables que no son capaces de identificar.
Imagina una vez más ese estanque. Imagínalo por completo, intentando verlo entero. Es imposible hacerlo sin visualizar algo de fuera, ¿verdad? Algo externo. Eso es lo Desconocido. Y entre los Conocido y lo Desconocido se encuentra la Linde. El borde de nuestro estanque. El lugar más aterrador y al mismo tiempo el más seguro de todos. Sólo los soñadores más estúpidos van allí, pues el peligro de que lo Desconocido les consuma es alto y no hay nada que valga la pena.
Castillo, Bosque, Linde. Fäe. O casi.
Siempre he detestado a los Fata del Palacio. Pomposos e hipócritas, ni siquiera parecen recordar que ninguno de esos lujos con los que viven es real. O quizá para ellos sí lo es, como para mí lo es el Bosque, da igual. Nada va a hacer que empiece a soportarlos a estas alturas. Sin embargo algo hay que concederles: saben impresionar.
Cuando uno viaja al Palacio es capaz de verlo desde días de distancia. Eso significa que - te guste o no - pasarás días contemplando cada una de sus torres hasta que llegues allí. Al final, por muy poco que te pueda gustar ese tipo de majestuosidad, acabarás apreciándolo. Es una trampa para el aliento y los sentidos. Todo en él, desde su gran puerta de madera de serbal a sus torres de mármol, ha sido construido sobre la imagen que los soñadores proyectan sobre cómo el Palacio debería ser, y se nota.
En cuanto pongas un pie dentro cien aromas te inundarán los sentidos. Pero por encima de todos, uno es el más fuerte: Vainilla. La vainilla que enmascara el olor de la mentira y de la falsedad. Su reina se ha ocupado de que incluso las alfombras huelan a vainilla. He conocido muchos Fata, pero ninguno se ha preocupado tanto por ocultar sus engaños como los habitantes del Palacio. Dentro de sus paredes cubiertas de oro se refugian la traición y el subterfugio. Sí, puede que así logren atraer más soñadores que ningún otro, y puede que eso los haga realmente poderosos... Pero llegará su día. Estoy seguro de que así será. Y serán ellos mismos quienes traigan su ruina.
Podría hablar lunas enteras sobre el Bosque. Podría hacerlo y decir sólo cosas malas. Sin embargo, si llegara a ese punto, creerías que no estoy siendo imparcial. Aunque, ¿a quién voy a engañar? Sería imposible serlo.
El Bosque es vida, sí. Cada árbol, cada brizna de hierba, está creado con la voluntad de un soñador. Y cuando esa voluntad cambia el Bosque lo hace también, convirtiéndose así en algo tan efímero, tan bello, que sólo podemos aspirar a admirarlo, pero nunca entenderlo. El Bosque es cambiante, y así son también sus habitantes. Volubles como motas de polvo traídas por el viento. Impredecibles como polvo en el aire.
Si preguntas a uno de ellos te dirán que el Bosque es necesario, y puede que no les falte razón. Es los pulmones de Fäe. Cada bocanada de aire que un soñador da proviene de allí, y eso lo hace esencial. Sin embargo eso no convierte a sus habitantes en Fata que uno quiera conocer. Son incontables las vidas que sus lagos se han tragado, atraídas por los cantos de sirena y las promesas de amor eterno. Y era eterno, sí. Hasta la muerte.
Cuando uno pone un pie en el Bosque debe temer al guerrero, al cazador que le observa con ojos afilados. Pero más aún debe tener cuidado de aquel que se le acerca con buenas palabras, pues ese es quien guarda el cuchillo más certero. Ellos siempre dirán que las cosas que dicen las creen de verdad, que simplemente cambian de opinión después, pero a mí no me engañan: para ellos los demás no somos otra cosa que presas.
Si tuviera que escoger un olor que representase al Bosque, este sería sin duda el del pino. Su savia es la sangre de todos los que allí perecieron. Sus agujas, en lo que se han convertido sus armas. Y el arrullo del viento entre sus ramas, lo único que nos queda de sus voces.
La Linde. Esa frontera entre lo Conocido y lo Desconocido, entre lo que es peligroso y lo que es una certeza de muerte. Densa bruma negra rodea el Reino, y de ella se desprenden continuamente pequeños trozos de ceniza mecidos por la brisa. Entrar en lo Desconocido es un viaje sin retorno. Quedarse demasiado tiempo cerca es estúpido y arriesgado. Y eso es exactamente lo que hacen los Moradores de la Linde.
Se supone que los Moradores son los guardianes de la bruma. Los únicos capaces de observarla sin sentir la tentación de internarse en ella. Los que saben cuándo pide un sacrificio, y tienen el aplomo necesario para hacerlo y que esta no nos consuma a todos. Supongo que eso es algo que se aprende, pero no conozco a nadie de Palacio que haya deseado intentarlo. Hay demasiado que perder.
Son unos locos y unos inconscientes. Si a mí me preguntan no creo que las cosas que afirman sean ciertas o que necesario que alguno desaparezca cuando la bruma lo pide. La verdad es que ni siquiera creo que realmente lo pida. Todo eso son cuentos antiguos como los que nosotros mismos contamos a los soñadores. Hay quien dice que de ser cierta, su labor es demasiado honorable como para no tener un mínimo de respeto por ellos. Sin embargo yo creo que únicamente son unos chalados con aires de grandeza con una retorcida manera de justificar sus asesinatos.
Hay algo más. Esa ceniza, esa bruma... Cambia a cualquiera. Incluso los Fata más luminosos van perdiendo su brillo al quedarse allí. Su mirada se vuelve ausente y pierden el gusto por las cosas buenas. He visto compañeros perder la cabeza, olvidando la comodidad de Palacio. Yo tuve la determinación suficiente como para marcharme antes, aunque eso implicase dejarlos allí.
Ingerir la ceniza va transformándote desde dentro y los Moradores terminan siendo seres oscuros, inescrutables y distintos de una forma espeluznante. Su forma de pensar y expresarse es diferente, y hay algunos tan crípticos que sólo sus compañeros pueden fingir entenderles. Hay quien afirma que ese cambio no es nada malo, que es necesario para que sepan hablar con la bruma. Sin embargo la oscuridad es algo de lo que desconfiar. Lo Desconocido no puede traer nada bueno, y los cambios que produce en ellos sólo pueden ser para que le ayuden a consumirnos.
Es difícil saber de qué se está hablando cuando uno contacta con un Morador. No sería la primera vez que uno mismo es un sacrificio y ni siquiera lo sabe. Instantes después podrá ser empujado, expulsado a la bruma como si todo el Reino dependiera de ello. Y sin embargo la bruma nunca cambia. Permanece estática en el mismo lugar, como si ninguna de esas vidas perdidas sirviera de nada. Una tras otra, esas no son más que muertes que van acumulándose por ese fanatismo demente que los controla. Incluso puede olerse. Todo allí huele a humo. Sus ropas, su piel, su tierra... Ese asqueroso olor se te incrusta en la garganta, dejándote sólo tres opciones. Cambiar, marcharte o morir.
Chst. Eh, tú.
Sí, tú, ven. Acércate.
He visto que has hablado con los demás. Que has escuchado las palabras almidonadas del Palacio, las cargadas de cicuta del Bosque y las oscurecidas de la Linde. No dejes que te engañen: son todos exactamente iguales.
Sé que no te habrán hablado de mí. De nosotros. Muchos ni siquiera nos recuerdan, y los que lo hacen prefieren mantenernos en el olvido.
Fue mucho antes que la Guerra. El Palacio ni siquiera era Palacio entonces, y para nosotros brillaba el sol como nunca. La cantidad de soñadores que nos visitaban era tan grande que muchos de nosotros teníamos poder suficiente como para crear un mundo nuevo. Vida.
Quizá fue eso lo que les molestó. La envidia, los celos, la certeza de que jamás podrían ser como nosotros. Confiados como estábamos, no los vimos venir.
Hicieron lo impensable. La que ahora se llama a sí misma Reina y sus súbditos desviaron el Río de Almas, evitando que pasase por donde nuestras tierras, y los soñadores dejaron de llegar. Nos condenaron a lo peor que un Fata puede vivir. Una existencia sin sueños que visitar, simplemente viendo pasar el tiempo mientras se consume.
Los demás lo sabían. Teníamos un pacto con el Bosque, y nos dieron la espalda. Pedimos ayuda a la Linde, y nos ignoraron.
Éramos cientos. Ahora quedamos sólo unas decenas, agotados, esperando nuestro momento. La ponzoña de los Fata es tan grande que acabarán por matarse entre sí, y entonces podremos volver a resurgir poco a poco.
Nosotros no iniciamos la Guerra. Fuimos meros espectadores de cómo se echaban la culpa mutuamente, de cómo empezaban a desangrarse los unos a los otros. Conocíamos las causas y las consecuencias. Y nos mantuvimos alejados, como ellos hicieron con nosotros.
Nuestros campos fértiles son ahora eriales yermos. Nuestras edificaciones, caóticas desordenaciones de piedra desgastada y polvo. Tuvimos que consumir a nuestros hermanos moribundos para sobrevivir. Y todo es culpa de los que ahora se erigen como justos paladines del bien. Estamos enfermos. Estamos desesperados. Pero sabemos que nuestro momento llegará tarde o temprano. Sólo tenemos que aguantar.
¿Por qué te cuento esto? Porque estoy harto de que nadie escuche nuestra historia. Estoy harto de nadie nos recuerde. Estoy harto de salir de nuestras Ruinas y que me tomen por un apestado. Somos pocos y estamos medio muertos. Reconocimiento es lo mínimo que merecemos.
Ahora vete. Vete, y no les cuentes que sabes de nosotros. Y, sobre todo, no te fíes nunca de ningún Fata. Ni siquiera de mí.