Aidane miró a todos y cada uno de los presentes, este debe ser el lugar del que le habían hablado, saludó a los fatas uno por uno, correspondiendo a su bienvenida con un pequeño gesto de la cabeza y finalmente dedicó una ligerísima sonrisa a Ohtar, guardián del bosque.
El anciano se hizo oir dándoles unas instrucciones exactas, luego desapareció.
La fata del fuego observa las puertas, la de madera negra la hace pensar en su segundo hogar, Las Ruinas, pero las sensaciones que desprende no son agradables y sabe que ninguno de los demás la señalará como destino, así pues pone su atención en las otras dos, la verde y la azul, la que más le llama la atención por su tonalidad, su forma y las figuras y olor que la acompañan es la más pequeña de color añil. Elendë se decanta por ella y Aidane le mira y asiente.
- Sí, a mí también me gusta esa - Luego añade - Realmente no sé cómo o por qué estoy aquí, pero aquí estoy.
Una fata más se unió a ellos y para Ohtar ver como Aidane se presentaba allí fue como un golpe de suerte. Al menos en ella si podía confiar, el resto de los fatas eran difusos y algo cerrados. No lograba entender sus verdaderas motivaciones pero no por ello desconfiaba o pensaba mal de ellos, simplemente se mostraba cauteloso.
Todos fueron decidiendo poco a poco la puerta que más le gustaba, en cambio Ohtar no estaba seguro de estar interesado en ninguna de ambas. La otra, la puerta más lúgubre picaba su curiosidad muchísimo. Era la más normal de las tres, ¿entonces por qué llamaba tanto su atención?
Pero por una teníamos que decidir. — Voy a decantarme por la tercera puerta, no es la que yo habría escogido pero prefiero desempatar esto rápidamente. ¿Qué os parece?
-Yo también pensaba que no vendría nadie más. Pero Aidane y Ohtar vinieron solos. -dijo Serindë, con gesto extrañado. -por otro lado... Tal vez fue a Chris a quien mataron los asesinos y a Kammy la mató alguien que desconfiase de ella. Porque... ¿por qué iba a matar a Chris alguien que pensara que era un asesino? Si él ya dijo y demostró lo que podía hacer hace mucho.
Luego miró hacia las puertas otra vez y luego a Ohtar. -si te gusta más otra, puedes elegir otra. El viejo dijo que la decisión era importante, así que deberíamos estar seguros de lo que escojamos, ¿no? igual podríamos dar cada uno motivos para nuestra elección y así ver entre todos cuál nos convence más. Puedo empezar yo, me gusta la verde porque tiene un ojo y me recuerda al bosque. La negra es la segunda que más me gusta, pero da un poco de mal rollo, aunque eso podría ser precisamente lo que la hiciese más interesante. Y la azul me parece demasiado bonita y he aprendido a no fiarme de las cosas demasiado bonitas. No sé. Si queréis otra yo me adapto a lo que queráis, no me importa cambiar.
Luego miró a Randir. -yo puedo completar parte de las historias que has contado fuera. La niña que encontró Tarma y llevó a la linde era yo. Y la niña que secuestró Falmari debía ser la verdadera princesa, Essä. Es la niña que tenía que matar pero que prefirió dejar en el bosque.
- La puerta negra me llamó la atención porque me recuerda a uno de mis hogares, las sensaciones que emanan de ella no son precisamente agradables, así que pensé que nadie la escogería - Se encogió de hombros, ella era fuego y la puerta negra era de madera quemada, polvo y el olor a humo le traían recuerdos de la Linde -Por eso señalé la azul que en contrapartida es bonita y atrayente.
Dicho así en voz alta, sonaba estúpido. Menuda manera tonta de tomar decisiones.
Tras escuchar la historia de Serindë asentí. Si hubiera podido, le habría sonreído con afabilidad.
- El ojo dentro del triángulo me da la idea de conocimiento. De ser omnisciente. Sólo el conocimiento nos puede sacar de este atolladero. Por ello me inclino por esa puerta.
Declaré solemnemente a los Fata allí reunidos.
Serindë asintió a lo que dijo Randir, le sonaba lógico. -Sí, es como que el ojo tal vez nos ayude a ver con más claridad o ver más o más allá. A mí también me gusta por eso. -luego, mientras esperaba a que los demás terminasen de opinar volvió a dirigirse a él. -Oye, ¿y sabes algo sobre los que cayeron ayer con el reloj? Hundo y Aubin. Me pregunto si realmente nos equivocamos con el primero o era una mentira de Paul. Y el segundo siempre me pareció muy misterioso. Pensé que tal vez tenía algo que ver con este lugar, pero ahora ya no sé.
Miré a Serindë y medité la pregunta. Negué con la cabeza. - No sé nada de ellos aún. Hundo me pareció sospechoso en más de una ocasión, pero no logré tener constancia de ello. Por tanto, no sé nada. Aubin, por el contrario, me pareció más de fiar. Pero esto son sólo conjeturas. Nada más. Cada noche puedo centrar mi atención un uno sólo de los caídos. A menudo es una elección difícil.
—Decidámonos por la tercera puerta, la del ojo —dijo Ohtar señalando la gran puerta. En un inicio habría jurado que la primera puerta aguardaba más secretos, me pareció humana y misteriosa. Desconozco por qué pero también me dio la impresión de que tras ella podría encontrar recuerdos del pasado.
Suspiró y se llevó las manos a la cintura antes de continuar hablando. —Pero la tercera puerta me parece igual de válida, al igual que vosotros me estoy dejando llevar por su aspecto. No se trata de algo basado en pruebas...
-Comprendo. -respondió Serindë a Randir, asintiendo con la cabeza. -Bueno, si descubres algo interesante de ellos cuéntalo. Si quieres, claro. Si no no pasa nada. -luego miró a Elende y Aidane que habían elegido la puerta azul. -¿A vosotros la del ojo os parece bien?
Se trataba de ponerse de acuerdo en elegir una puerta, así que Aidane asintió. Parecía que la mayoría quería la puerta del ojo.
- La verde pues - Respondió sin mucha ceremonia.
Es sencillo perder la noción del tiempo cuando su única medida pueden ser los pasos de uno mismo, silenciados por lo mullido del césped. ¿Cuántas veces las manecillas del lejano reloj dan una vuelta completa? Es difícil decirlo, pero esa esfera sigue brillando, visible a pesar de la distancia. No sabes cuánto rato caminas hasta llegar a una puerta abierta en medio de un paisaje de bruma. Tal vez han sido unos segundos o quizá una eternidad convertida en un suspiro.
Tras la puerta espera la más absoluta oscuridad de una negrura tal que tan sólo con los ojos cerrados se puede atravesar sin temor por caer al vacío al poner un pie más allá de su marco.
Sin embargo, el olor a lavanda del interior incita a abrir los ojos descubriendo una habitación. Es un lugar cerrado, cargado del sabor de los recuerdos. Algunos objetos aparentemente aleatorios se pueden ver allí. Un enorme oso disecado, una estatua de bronce, un diván con un gramófono sobre él, entre otros. Sin embargo, lo que más llama la atención son las puertas. Tres, cada una en una pared. Las tres diferentes e imponentes, hablando de una elección directamente a la esencia de quien las contempla.
Tras los viajeros la puerta por la que entraron parece haber desaparecido. En la pared, una ventana enrejada desde la que se puede vislumbrar el tenue color de la luz de los fuegos fatuos, rodeando ese sueño perdido. Y en lo alto, tan cerca y tan lejos como siempre, la esfera del reloj observa y vigila como un faro inalcanzable, con esas pequeñas llamas blancas y negras bailando en ella.
Las primera de las puertas parece destartalada. Su superficie, de madera negra, está ajada y llena del polvo del tiempo. Desprende un aroma a humo, inconfundible para los moradores de la Linde. Tan sólo contemplarla produce angustia, pues su visión transporta a un pasado remoto y olvidado. Abandono, esa es la palabra.
Sin embargo, la segunda es pequeña, de la altura de un niño. Su superficie, de madera pintada de un azul celeste, parece suave. Sus molduras son redondeadas y sobre ella se puede ver una mazorca de maíz moldeada. En la pared, un sol y una nube la acompañan, recordando a la infancia. Desprende un aroma dulce, como a canela, y es inevitable que una pequeña sonrisa brote al contemplarla.
Es, no obstante, la tercera la más imponente de las tres. Gruesas raíces la rodean, brotando libres de pared y suelo hasta llegar a ella. No hay una hoja de madera ni metal, tan sólo un hueco en la pared, oscuro y denso. El aroma que desprende recuerda al césped mojado por la lluvia. Sobre ella, un triángulo directamente esculpido en la pared en el que un enorme ojo de pupila verde lima se mueve con vida propia, contemplando a los viajeros.
Namárie: recuperas de nuevo tu posición como observadora muda de este lugar.
Una vez más, cuando en lo que quedaba de ciudad el reloj se completó, aquí hizo lo mismo. Y por primera vez el cambio de luz le acompañó, dejándoos durante unos minutos en la más absoluta oscuridad.
A la vuelta una llama blanca había aparecido sobre el número II, terminando así un proceso constante que había durado toda una semana. Además, la grieta que había en este lugar empezó a fluctuar, vibrando, haciéndose más grande, aunque no lo suficiente como para que pudierais atravesarla.
La elegida es finalmente la tercera puerta, la más imponente y la que parece custodiada por ese ojo que no cesa en su movimiento. Al traspasarla los viajeros llegan a una sala que parece tallada directamente en roca virgen. Un largo pasillo termina en una escalinata cubierta por una alfombra roja y mullida. Y al final de las escaleras, un enorme espejo se mantiene suspendido en el aire, sujeto -o tal vez custodiado- por gruesas cadenas que se pierden en la oscuridad de las paredes.
A lo lejos, más allá del espejo, se intuyen dos puertas gemelas sobre las que se puede ver una pareja de serpientes enfrentadas. Con la llegada de los viajeros los ojos de ambos ofidios parecen encenderse con un brillo verdoso y comienzan a moverse, siguiendo con sus cabezas los movimientos de los Fatas, revolviéndose con expectación.
Todo el lugar está iluminado por la luz titilante de antorchas y velas y en la superficie del espejo su reflejo parece dibujar ancestrales patrones y figuras que oscilan y se mueven hasta terminar formando un enorme ojo anaranjado que se clava en los visitantes.
El ojo, que cada vez se muestra más definido, mira uno a uno a cada Fata, deteniéndose varios segundos en ellos. La última en ser escrutada es Aidane, sobre la que se detiene un tiempo más largo y a la que continúa contemplando mientras una voz grave y gutural empiece a brotar del espejo, resonando en toda la sala.
[color=#8A0808]- Sólo el conocimiento puede guiar los pasos de los exiliados cuando los sueños se pierden. Tú has viajado más allá de los sueños. Más allá de la vida.[/color] - Dice, dirigiéndose todavía a Aidane. [color=#8A0808]-¿Quieres saber? Te lo mostraré.[/color]
Con sus últimas palabras la superficie del espejo vuelve a empañarse, desdibujando la forma ocular y tras varios segundos se pueden distinguir otras formas. Edificios, calles, piedra. Un lugar que los viajeros han aprendido a conocer bien, la que algunos dieron en llamar Ciudad Oscura se muestra ante sus ojos en aquel espejo. Y allí, en un rincón de esa ciudad, Niba, duerme arropada por la oscuridad.
Otra figura se acerca, aprovechando las sombras, una figura que pronto se hace reconocible para los que la contemplan, con sus cabellos pelirrojos: Ivanna. Detiene con cuidado sus pasos frente a la otra joven y la contempla mientras en su rostro sus labios se estiran en una sonrisa extasiada. Sus ojos brillan con deleite y gula cuando se arrodilla junto a Niba y estira sus manos para posarlas delicadamente en sus mejillas. Despacio une sus labios a los de Niba y empieza a beber de ella con ese beso. Ivanna bebe y bebe hasta que el rostro de la joven pierde el color, hasta que sus músculos quedan completamente laxos, hasta que ya no queda ni una gota de aliento vital en ella, robando con ese beso su vida y su esencia, sin saber que la muerte también la recogería a ella poco después.
La imagen de la ciudad se desdibuja de nuevo, hasta formar otra vez el ojo de pupila alargada que os escruta mientras la voz resuena una vez más.
[color=#8A0808]- La interpretación entre la vida y la muerte es muy delgada. Y el conocimiento puede dar alivio al alma o ser usado como arma. Pero también puede robar el sentido de los que caen en la obsesión. Pensadlo bien. ¿Queréis saber más? Yo puedo mostraros. [/color]
El guardian quedó muy impresionado con lo que encontró al atravesar el umbral de la puerta. La sala distaba mucho de tener relación con el bosque como habían pensado en un inicio, pero incluso así Ohtar podía admirar la magnificencia del lugar.
Sin duda aquel lugar era antiguo. Se preguntaba si algún fata, incluso los miembros del consejo desconocerían de la existencia de algo así.
El gran ojo se dibujó en el espejo y en un inicio Ohtar se sintió tentado a adoptar una postura defensiva. Sin embargo cuando empezó a hablar terminó relajando su musculatura y escuchó, escuchó como se dirigía a Aidane y entonces una nube de preocupación regresó a él.
Las imagenes que les mostraría a continuación helaría la sangre del nativo del bosque para siempre. No pudo hacer más que acercarse a su amiga y posar su mano sobre su hombro para mostrar su apoyo. Ahora lo entendía, Ohtar hubo explicado en numerosas ocasiones que Ivanna robó el don de Niba, pero no supo hasta ese momento como lo hizo.
Dejó de mirar al espejo y bajó la mirada con una mueca de tristeza. Pensar que Elendire era un ser tan frío le dejó un mal sabor de boca.
— Si... — susurró Ohtar con la cabeza gacha. — Necesitamos saber más.
En la oscuridad del sueño tu consciencia siente una sacudida y tus ojos se abren. No a la realidad en que posees ese cuerpo humano, sino en una diferente, más onírica y brumosa. En ocasiones los sueños de los soñadores se extravían, sin llegar a tomar forma en ningún lugar, quedándose tan sólo como una reminiscencia en algún lugar de las consciencias. Tienes la sensación de encontrarte en uno de estos sueños perdidos, sintiendo una Llamada diferente a la anterior. Una que te invita a soñar.
Al principio no ves nada, pero poco a poco el tenue brillo de la esfera de ese reloj va reflejándose en las suaves ondas del agua que tienes a tus pies. Un fuego fatuo comienza a titilar, al principio con timidez, pero después con más intensidad. Y tras él, aparece otro y luego otro más, hasta que parecen marcar un camino más allá, un camino que despierta en ti una curiosidad con un pequeño poso de melancolía y de una ilusión casi infantil. Uno que no puedes evitar seguir.
Es sencillo perder la noción del tiempo cuando su única medida pueden ser los pasos de uno mismo, silenciados por lo mullido del césped. ¿Cuántas veces las manecillas del lejano reloj dan una vuelta completa? Es difícil decirlo, pero esa esfera sigue brillando, visible a pesar de la distancia. No sabes cuánto rato caminas hasta llegar a una puerta abierta en medio de un paisaje de bruma. Tal vez han sido unos segundos o quizá una eternidad convertida en un suspiro.
Tras la puerta espera la más absoluta oscuridad de una negrura tal que tan sólo con los ojos cerrados se puede atravesar sin temor por caer al vacío al poner un pie más allá de su marco.
Al traspasarla los viajeros llegan a una sala que parece tallada directamente en roca virgen. Un largo pasillo termina en una escalinata cubierta por una alfombra roja y mullida. Y al final de las escaleras, un enorme espejo se mantiene suspendido en el aire, sujeto -o tal vez custodiado- por gruesas cadenas que se pierden en la oscuridad de las paredes.
A lo lejos, más allá del espejo, se intuyen dos puertas gemelas sobre las que se puede ver una pareja de serpientes enfrentadas. Con la llegada de los viajeros los ojos de ambos ofidios parecen encenderse con un brillo verdoso y comienzan a moverse, siguiendo con sus cabezas los movimientos de los Fatas, revolviéndose con expectación.
Todo el lugar está iluminado por la luz titilante de antorchas y velas y en la superficie del espejo su reflejo parece dibujar ancestrales patrones y figuras que oscilan y se mueven hasta terminar formando un enorme ojo anaranjado que se clava en los visitantes.
Y al llegar el amanecer la figura de Aidane empezó a desaparecer ante vosotros, mientras otras dos tomaban forma: Falmari, nativa del Bosque, y Lassa, otrora habitante de Palacio y ahora moradora de la Linde.
Ante ellas se encontraban Serindë, repudiada por todos los lugares de Fäe hasta encontrar consuelo en las Ruinas, Elendë, habitante de Palacio y natural del Bosque, Ohtar, Guardián del Bosque y Randir, ocupante de las Ruinas.