Cuando una vez más la noche cayó, tenías más que claro quién debía ser el afortunado que recibiese tu regalo. El escogido para ayudarte a encontrar el placer que sólo habitaba en saberse con el control.
La ciudad había cambiado, sí, y por eso debías tener cuidado. Lo encontraste, de hecho, despierto. Pero fue sencillo llegar a él sin que se diera cuenta. Tu poder sobre la niebla había ido creciendo estos días, y ahora mismo podías usarlo incluso para levitar sobre el suelo, evitando hacer así cualquier ruido.
La oscuridad podía reinar, pero tú eras su príncipe. Y como tal te entretuviste jugando con tu presa. Primero unos cortes superficiales, usando la bruma para ellos. Luego, cuando echó a correr, hacerle caer. Y por más que sus explosiones podían suponer una defensa no llegaron a hacerte daño. La niebla te protegía.
Al final dejó de ser divertido. Chris no parecía tener más ganas de luchar, parecía haber asumido su final, y entonces ya no merecía la pena quedarse más ahí. Partiste su cuello con tus propias manos, y el muy idiota ni siquiera llegó a verte.