El murmullo del agua

Había muchas cosas que uno sabía por propia experiencia. Había otras que uno aprendía porque otros se las habían enseñado. Y había un tercer grupo... El grupo de las cosas que uno aprende por intuición. Así era como Elendire sabía que su vuelta no había sido obra de nadie más que de Celebia. Y así era como sabía que ella había renunciado a una oportunidad para que ella volviera a respirar, y que debía sentirse agradecida por ello.

Puede que fuera fruto de este agradecimiento, o puede que fuese parte del poder de Celebia. El motivo poco importaba. Lo que era seguro era que en el mismo momento en que los ojos de Ivanna se habían abierto, así lo habían hecho los de Elendire en este nuevo lugar: un jardín enorme, infinito, presidido por una fuente de mármol blanco cuya agua nunca dejaba de fluir.

Elendire parpadeó, con asombro, contemplando primero el lugar con ojos curiosos, tomando una brizna de hierba entre sus dedos, frotándola entre los mismos, para a continuación olisquearse las manos, como si con ello intentase comprobar lo real que la podía considerar. 

Se llevó un dedo a los labios, y lo lamió con disimulo, paladeando el sabor de la savia de las plantas. Suspiró hondo, mientras intentaba, sin éxito, recordar el protocolo que debería haber aprendido en algún momento de su vida. Ni siquiera recordaba si había un protocolo determinado en Palacio. Ni si en Fäe trataban a las princesas con el título de alteza, como hacían los humanos. 

En cualquier caso, debía enfrentar a la persona que la había traído de vuelta e incluso quizá la había salvado de los padecimientos de la esclavitud del alma. Aunque temiese no recordar su rostro. Y así lo hizo, girándose para encarar a la princesa Celebia, profúsamente sonrosada. 

Al contemplarla, comprendió de inmediato por qué Aina la había añorado tanto. Era tan hermosa... - Yo...-comenzó, observándola, ensimismada, percatándose de pronto de que la miraba sin ningún disimulo, dirigiendo entonces su mirada al suelo- Eres... -se corrigió sobre la marcha, con apuro mal disimulado-Sois tan hermosa...-dijo al fin, evidentemente admirada- Y me habéis traido de vuelta. A mí... -añadió, denotando extrañeza en su tono de voz.  

La princesa, aquella silueta de impoluto blanco, apariencia delicada, sin embargo sus ojos se detuvieron en quien tenía delante. Una grácil fata que regresaba entre los muertos. Se mantuvo en silencio pacientemente esperando reacción y que la recién llegada se habituase a la nueva situación.

El silencio se rompía por Elendire, tal y como debía ser. Celebia, impasible, no dejó de observarla ni por un instante para finalmente sonreír de forma casi imperceptible ante la evidencia extrañeza. – Bienvenida…Elendire. ¿O quizás debería decir Ivanna? – Sus palabras salieron con suavidad de sus también delicados labios.

Te he traído de vuelta para darte una oportunidad…..- Añadió como explicación. – Yo conozco quién sois pero no a la inversa. Como muestra de mi buena fe, os diré mi identidad. -  El silencio gobernó aquella particular habitación donde ambas se observaban, quizás por diferentes motivos. – Xia. – Terminó por decir y esperó con su eterna paciencia, mientras el agua no cesaba de fluir en aquel jardín que invitaba a alejarse de la crueldad.

La fata se quedó mirando a la princesa, sorprendida, con los labios entreabiertos- Ohh... Claro, ahora lo entiendo- dijo, llevándose los dedos pulgar e índice al mentón- Por eso tienes... Tenéis esa capacidad de dar cualquier tipo de orden. ¡Porque sois la Princesa!- dijo, con entusiasmo, convencida de que aquello tenía una lógica prácticamente inquebrantable.

Se acercó un poco más a ella, admirando el blanco impoluto de su cabello y la serenidad de sus facciones, haciendo un esfuerzo por guardar una distancia respetuosa, con el cuerpo tembloroso y agitado por la curiosidad- Yo... No sé qué decir. Saber que habéis decidido darme una oportunidad me llena... De orgullo y satisfacción. - dijo, asintiendo, tras buscar durante un par de segundos una frase adecuada en su cabeza- Os debo la vida. Y eso es tanto que soy incapaz de imaginar cómo puedo compensároslo.

Y con la escabrosa muerte de Ivanna su figura empezó a deshacerse en este lugar, terminando por dejar sólo vacío donde antes se encontraba.