Partida Rol por web

Zila se sentía saciada tras aquella cena, su jarra de cerveza ya estaba a punto de quedar seca. Cuando el elfo le dijo lo de limpiarse la boca creyó que debía tener restos entre los dientes, así que se pasó la lengua por ellos para limpiarlos y detectar si algún trozo de carne había quedado atrapado.
Kenshi venía de un lugar muy distinto a Tormentos y a la chica le resultaba curioso como pensaba actuar y que le parecería lo que fuese descubriendo de las gentes de la ciudad.
Se levantaron y él les llevó hasta una mesa, pero en cuanto se sentaron los otros les miraron mal, se levantaron y se marcharon. Sinceramente Zila tampoco había esperado eso. Pareció pensar tan solo un segundo, después levantó un poco su brazo izquierdo y se olfateó el sobaco. Después recuperó la postura anterior y miró a Kenshi.
-Yo no huelo tan mal, así que debes de ser tú- le dijo encogiéndose de hombros.

Llegó con toda la confianza a la mesa esperando que respondiesen a las preguntas que iban a formular, pero la realidad fue completamente opuesta. Tal y como se sentaron ellos, los clientes se levantaron y se fueron. Además para rematar la situación Zila le echó las culpas a él acusandolo de que olía mal.

- ¿Estás segura que no es por el trozo de carne que tienes entre los dientes y que han visto como comes? - Ahora solo quedaba hacer una última cosa. De un tirón se terminó la cerveza que le quedaba, dejó la jarra en la mesa y se dirigió al tabernero haciendole señales a Zila para que lo siguiese.

- Caballero, ¿podría darme las llaves de la habitación? - Sacó la bolsa donde guardaba el poco dinero que llevaba y pagó su parte. - Zila, ves sacando el dinero que toca pagar -

Khensi esperó a Zila para luego dirigirse a la habitación.

Enzo sonrió a aquel amable tabernero y sacó sus monedas de "plata".

 -Gracias amigo. ¿Cena con habitación para pasar la noche cuántas monedas eran? Si son menos de cinco, puede cobrarse cuando quiera.

Y cuanto más rápido mejor, no quería estar presente cuando las monedas recuperaran su verdadero aspecto.

Eso sí, aunque estaba preocupado por sus propios asuntos, no pudo evitar escuchar la conversación de la parejita que estaba hablando en voz tan alta.

 -¿Conocen el mágico y purificador efecto del jabón? Seguro que usándolo conseguirán librarse de esa horrible maldición pestilente que les azota.

Dicho esto comenzó a reírse. Había tenido un día bastante cutre y necesitaba al menos echarse una carcajada antes de ir a dormir. Aunque fuera con un chiste poco inspirado. Porca miseria.

Se encogió de hombros ante la respuesta del elfo. Quizás sí llevase algún trozo de carne realmente, pero no le preocupaba, de ser así ya lo vería en cuanto llegase a su habitación e hiciese uso del espejo.

Enaecó las cejas y sonrió por la comisura de los lábios a Vinzenzo. Ella sí conocía el jabón, pero no sabía si los elfos lo usaban, y por eso se volvió hacia Keshi manteniendo aquella expresión. El chiste no era tan bueno como el hombre maquillado parecía querer aparentar, pero no había estado mal.

Se acercó a Blagh y le pagó lo acordado.
-Nos vemos por la mañana. Por la mañana- recalcó para que no se le ocurriese visitarle durante la noche. Pareció que fuese a decirle algo más, pero no lo hizo.

El joven pasado su primera noche en la ciudad de los Tormentos Cristarinos de buena manera, sin ningún tipo de incidencia, por lo que tras levantarse y comprobar que todo estaba en orden, se vistió y bajo a ver que había de desayunar e ir a probar suerte con el trabajo que había encontrado interesante.

La noche había sido agradable, igual que la anterior.

Ojalá también igual que la próxima

La bolsa del dinero cada vez pesaba menos, y eso podía ser un problema. 

No se tomó demasiada prisa en salir de entre las sábanas, a saber cuando podría disfrutar de unas de nuevo, y del colchón, por supuesto. Finalmente se levantó cuando el sol ya hacía entrar la luz por la ventana. Abrió para que entrase el frescor y le erizase el vello. Aquello siempre le ayudaba a despejarse, además fortalecía el carácter y el cuerpo, o eso pensaba ella. 

Se aseó, se vistió con las mismas ropas del día anterior y bajó para tomar el desayuno. 

A ver si hoy hay más suerte.

Buscaría con la mirada al elfo con el que había llegado a la posada, pero a primeras parecía no estar y se sonrió con un aire malicioso para sus adentros.

Moris abrió los ojos, salió de la cama, se lavó la cara, se vistió y rezó frente a la ventana con ambas manos cruzadas sobre su pecho.

Doy gracias por este amanecer, Dama del Libro de Huesos,

por permitirme velar por los vivos al igual que vos guardáis a los muertos.

Ayer aprendí que no hay cuidado en exceso sino falta de de disciplina y planificación. Rompimos el árbol mágico, entregué todo mi oro y acabé entregando el símbolo de mi fe por vos para poder tener donde dormir, todo esto temiendo que fuese a cruzar el umbral de vuestra puerta antes de terminar el día. Os doy gracias por permitirme vivir un día más, para aprender de mis errores y no cometerlos de nuevo; marcho hoy a impartir el aliento de vida que permita la muerte a su debido tiempo y con la obra cumplida, honren mis actos vuestros deseos.

Sea la vela y la pluma,

Sea la regla y el candor,

Sea Karuth que consuma

por Wee Jas su labor'

El sol salió, iluminando levemente la habitación donde dormía el bufón, señalando que ya era hora de empezar la jornada. Tenía mucho, mucho que hacer ese día, así que no podía permitirse el lujo de quedarse remoloneando en la cama. Lo primero era realizar la rutina matinal de todos los días: estirarse, bostezar, maldecir a un dios al azar (siempre había uno pensando en fastidiarle), asearse, vestirse, maquillarse, arreglarse el tocado de la cabeza, retocarse el maquillaje y sonreír.

Así que, perfectamente arreglado y sonriente, Vincenzo Biancarella bajó a la taberna a disfrutar del delicioso desayuno incluído en el precio de la habitación.

 -¡Buen día, compañeros y compañeras! O al menos era bueno hasta que os vi las caras, ¡jajajajajaja!

Los ojos tiznados de negro no rieron la broma de Vicenzo, más bien se entrecerraron desaprobando aquel comentario. ¿Se había visto bien aquel bufón? Observó a los que ya se habían acomodado y cayó en la cuenta concreta de dos a los que no veía. Seguro que fuera hace un frío que pela y la lluvia nos vuelve a acompañar Qué poco se parecía aquel lugar a su hogar, al menos en el clima.

Un pequeño rayo de luz penetró por un resquicio de la ventana. Poco a poco fue acercandose a la cara de Kenshi hasta que iluminó uno de sus parpados y le hizo despertar.

Había tardado en dormirse y no tenía ganas de levantarse todavía pero un ruido de sus tripas le indicó que era hora de llenar ese vacio. Se incorporó a desgana y abrió la ventana para respirar aire fresco, tras eso se aseó y se vistió asegurandose de no dejar ninguna pertenencia olvidada.

Cuando salió se encontró por el pasillo al último hombre que había entrado por la noche en la taberna. Lucía un aspecto estrambótico igual que sus vestimentas. Kenshi lo siguió sin intención de entablar conversación con él ya que ambos se dirigían a la taberna.

Omitió el comentario jactancioso del payaso y se dirigió a la mesa donde se encontraba su compañera. - Buenos dias tengas preciosa, ¿has pasado buena noche? -

Thorgüs se despertó con los lametones de Darko y bajó a desayunar.

Kenshi al fin bajó, Zila había empezado a temer que se hubiese marchado sin ella. Parecía que había dormido bien y estaba de buen humor. La chica le miró con una mirada risueña, que le hubiese llamado preciosa y le hablase como a una dama le resultaba, como poco, divertido. -Bien, aunque tengo dudas de que la siguiente pueda decir lo mismo- Su bolsa de dinero ya parecía más un pellejo de piel, de esos que les cuelgan de la papada a los viejos. -Más vale que hagamos algo de provecho hoy- Sí la noche anterior había devorado la carne como una salvaje, ahora tomaba su desayuno haciéndolo durar, como si le diese miedo la visión del plato vacío. -¿Alguna idea de por dónde empezar a buscar a ese tipo?- Qué esa era otra, ayudar a un muerto de hambre podía no ser lo más inteligente. ¿Podría pagarles?

El tabernero le trajo el desayuno al poco de sentarse en la mesa. Todavía no había tanta gente como por la noche, lo que implicaba mayor tranquilidad en el ambiente.

Kenshi empezó a comer con calma y observó que Zila hacía lo mismo. Parecía otra persona distinta a la de la noche anterior. Estaba alegre y feliz hasta que sopesó la bolsa donde tenía el dinero, y aunque solo durase un rato a Kenshi le gustó esa "nueva" Zila.

- Cuando me he levantado he escuchado como pregonaban cosas sobre la ciudad. Una de esas cosas era que Ankus busca a jóvenes porque su taberna se ha quemado y está alojado en La Catedral de Pelor. - Pegó un bocado pequeño del desayuno y siguió hablando. - Creo que será un buen punto de partida y llegar a un acuerdo por esa faena. -

-Pf- resopló mientras se encogía de hombros. -De allí venía justo antes de que nos encontrásemos, y ni rastro de él. Podemos ir si quieres, pero no te hagas muchas ilusiones- Dio otro mordisquito al pan. ¿Y si se les habían adelantado? Miró un momento al elfo. -Si lo andaban pregonando no seremos los únicos que lo busquen. ¿Y si alguien le ha ofrecido cobijo?- Qué a la hora de los lobos no estuviese en la catedral era curioso. Tal vez simplemente se hubiese resguardado tarde, o quizás algún alma caritativa ya le había brindado su ayuda. -Deberíamos marcarnos un límite de tiempo para invertir en este asunto. Si pasado ese tiempo no damos con nada ... Bueno ¿Merecerá la pena seguir pasando hambre?-

La escuchó mientras seguía desayunando, y en parte tenía razón. Si no daban buenos resultados la búsqueda deberían pensar en otra cosa.

El poblado fronterizo del Acantilado verde ha pedido aventureros solicitando ayuda y prometiendo una recompensa, la petición no especificaba más, pero para cualquier duda, pregunten por Ankus Akalvin, en la Catedral de Pelor.

Le contó otra de las noticias que habían ido pregonando por la calle. - Podemos aprovechar el camino para preguntar por lo que se sabe sobre ese poblado fronterizo. - Bebio un trago para ayudar a pasar el bocado que acababa de dar - Es a la misma persona, y si acaban de decir que estaba en la Catedral de Pelor será porque ahora se encuentra allí. -

Se puso a pensar en lo que había oido pero ninguna de las otras opciones le resultaba atractiva. - Siempre nos queda luchar en la arena y el premio es bastante jugoso. Lo único malo es que és esta tarde. - Miró el plato del desayuno y luego a Zila. - Aunque si quedamos de los primeros tendremos para comer unos dias sin ningún problema, incluyendo el alojamiento. Pero de todas formas deberíamos buscar algo que hacer mientras tanto. -

Este edificio de nueva contrucción se las arregla para tener una apariencia destartalada y decrépita. Un cartel que cuelga sobre su entrada muestra un burdo sátiro, con una de las pezuñas de sus pies introducida en su boca y una expresión de sorpresa y preocupación en su rostro.

Se trata de la taberna más reciente de Tormentos Cristalinos y en apenas cinco meses se ha convertido en un lugar popular entre los marineros y pescaderos locales.

Un excéntrico enano llamado Blahg dirige la taberna.

Blagh saludó a los recién despertado y también al recién llegado. A medida que se iban despertando les iba preparando un desayuno ligero compuesto por unas hojas de té mezclado con agua caliente y unos penecillos dulces. Algo muy ligero que no serviría para alimentarse aquel día, pero sí como para acallar el hambre matutina.

Aquello ya empezaba a llenarse y observó un momento alrededor. Después asintió a Kenshi mientras daba un sorbito a su te.

-Vale, bien. No se que puede querer como para necesitar aventureros... ¿quizás venganza? Es posible que su taberna no se quemase de forma accidental- Se apoyó en el respaldo de su silla y observó detenidamente al elfo con los brazos cruzados y los labios algo apretados, haciendo una forma bastante redondita con ellos, como si hiciese morritos evaluándolo. -Lo de los combates mejor lo dejamos para más adelante. Imagino que allí habrán guerreros profesionales, la mayoría de ellos abultarán más que tu y yo juntos- No deseaba irse a dormir caliente, y no precisamente por una cena humeante y una buena manta. Le parecía más inteligente valorar lo de arena cuando supiesen qué tipo de contrincantes iban a encontrar.

El joven se sienta en la mesa y se toma el ligero desayuno que ha preparado el enano, por lo que tras tomarse el té y algunos pastelillos para mitigar un poco el hambre, "gracias por el desayuno" le dice al enano y sale de la taberna en dirección al erizo borracho en busca del trabajo que tenía en mente.

Aquella ciudad, que todavía estaba sumida en sueños de gloria cuando los hermanos habían atado su barcaza en el muelle, despertaba conforme la extranjera erraba por sus calles. El sol ya lucía más allá de los tejados, y las puertas de edificios de madera y piedra vomitaban a sus habitantes.

No era una metrópolis, como había comprobado desde la cubierta, mientras recorrían el río, pero era lo bastante grande como para tener vida propia, y Dagmar, tras tanto tiempo de aislamiento, se regocijaba al sentir su pulso silencioso a su alrededor.

Entrar a la taberna requirió un esfuerzo de su voluntad. Su cuerpo no aceptaba con facilidad la posibilidad de volver a encontrarse recluido entre paredes.

Dentro del local, se dirigió al enano que lo regentaba y le hizo señas con una mano.

Tabernero, lo llamó. Una jarra de lo que se beba en este lugar.

La mujer dio la espalda al mostrador y recorrió el saló con la mirada. El lugar no estaba concurrido, pero los escasos parroquianos eran el tipo de hombres y mujeres que andaba buscando. Restaba por ver que los aventureros de aquellas tierras estuvieran hechos de la misma pasta que los que había conocido a lo largo de sus años de correrías. Algunos marineros decían que a la tierra moldeaba a las personas a su imagen, y una región fría y húmeda no aventuraba la presencia de hombres y mujeres de pasión y ambiciones.

Me llamo Dagmar. Me ganaba la vida con esta, dijo, señalando la gran espada cuya cruz asomaba sobre su hombro derecho. La mujer hablaba bien la lengua, pero su fuerte acento delataba su lejana procedencia. Y me la ganaba bien. Pero estoy lejos de mi tierra, y tan solo tengo dos manos con las que sujetar las crines del destino desbocado. Busco compañeros de fortuna junto a quienes engrandecer las alegrías, limar el sufrimiento, llenar de oro nuestras bolsas y de nuestros nombres las voces del pueblo.