Elendire no necesitó buscar a Loth con la mirada para comprender que su silencio no era sino un castigo ominoso hacia su persona. Y el vagabundo no se equivocaba al pensar que quizá precísamente, el no dedicarle una sola palabra al respecto de lo que había hecho, era la respuesta que mejor se equiparaba a sus actos deleznables. Ni siquiera se atrevió a intentar evitar que se apartase de ella. No se sentía en posición de hacerlo, y tenía miedo de volver a escuchar lo mucho que le repugnaba su presencia.
Escuchó la voz de Atanamir, y se sintió estremecer. Escondió el rostro entre las rodillas, abrazándose a si misma, completando el ovillo en el que se había dejado caer, indolente. No merecía su comprensión, ni sus palabras, que a pesar de resultar funestas en sus oidos, brotaban neutras y carentes de rencor. Lo observó brevemente, perpleja y huidiza, a través de una pequeña rendija entre sus dedos, encogiéndose sobre si misma como un pequeño animal asustado, sin querer asimilar sus declaraciones certeras, pero sin apartarse, permaneciendo inmóvil bajo su sombra.
La llegada de un nuevo Fata a aquel lugar abandonado tensó su cuerpo momentáneamente, pero al no ser la voz de Elendë la que brotaba de aquellos nuevos labios, su postura no cambió, y ninguna palabra brotó de sus labios apretados en una fina línea, que comenzaban a ser mordisqueados, presa de la habitual frustración.
Una vez más, cuando en lo que quedaba de ciudad el reloj se completó, aquí hizo lo mismo. Y por primera vez el cambio de luz le acompañó, dejándoos durante unos minutos en la más absoluta oscuridad.
A la vuelta una llama blanca había aparecido sobre el número II, terminando así un proceso constante que había durado toda una semana. Además, la grieta que había en este lugar empezó a fluctuar, vibrando, haciéndose más grande hasta que adquirió un tamaño suficiente como para ser atravesada.
Algo más empezó a suceder. Todo ese lugar empezó a replegarse sobre sí mismo, deshaciéndose y amenazando con deshaceros con él. El miedo de Aina al darse cuenta de que aquello no era algo que pudiera controlar se vio reflejado en su rostro, y en ese momento os disteis cuenta de que vuestra única opción era cruzar al otro lado. No sabíais qué pasaría al atravesar esa grieta, pero sí estaba claro que, de quedaros aquí, sólo os esperaba el más eterno de los olvidos.