Partida Rol por web

Travis sentía mucho calor. El sudor pegaba la ropa a su piel y el aire que entraba a sus pulmones calentaba su cuerpo.

La cocina olía a tortitas y café. Y un poco a mantequilla quemada. El desayuno estaba servido en la mesa. No era perfecto como en los anuncios; El mantel tenía manchas, el zumo era comprado de los baratos y ácidos y la pila estaba llena de cacharros sin fregar, algunos esperaban desde el día anterior.

—Deberías buscarte un trabajo de verdad o estudiar más, como tu hermano pequeño. No deberías desaprovechar las oportunidades otros no tuvimos.

—La canción de siempre. Como si él a nuestra edad hubiese sido un santo… ¿Vas a comerte eso?

Se roba la última tortita del plato de Travis. Cruje un poco cuando la mastica, está muy tostada.

Thomas intenta responder, pero sus palabras se pierden en el rugido de varias motos que irrumpen en la tranquila calle y rugen en el jardín de los O´Connor.

Iris solo sonríe, ajena a todo, perdida en sus ensoñaciones.

Jonathan se chupa el sirope de los dedos, hace el gesto de despedida con su hermano y se levanta.

—Me voy con los chicos.

Cuando desaparece por la puerta, Travis sabe que algo malo le va a pasar.

Travis tragó saliva al escuchar la voz de su hermano. Se sentía feliz de verlo. Todos los días eran una fiesta con Jon. Nadie podía tener un hermano más cool que él. Imposible.

-Eso, no todos tenemos músculos. Aunque técnicamente el cerebro es uno, pero ¿quién lleva la cuenta?- bromeó como respuesta a su hermano mientras intentaba no atragantarse con la tortita que acababa de mordisquear. No estaba incomestible pero casi. Al menos no era esa cosa chicletosa que su abu a veces les ponía para desayunar cuando iban a visitarla al norte.

-En serio, alguno de los dos tiene que aprender a cocinar. Acabarán llamando a Servicios Sociales como vean con que nos alimentáis. ¡Como menor de edad tengo mis derechos!- protestó Travis, burlonamente.

-¿Ya te vas? Creía que íbamos a revisar el carburador de la moto…- hizo una mueca de disgusto. Su corazón y su estómago se contrajo. Sentía que algo iba mal. Dejó caer en el plato el resto de la tortita quemada y mordisqueada. Algo andaba mal, muy mal. Sentía que le faltaba el aire.

“No. Otra vez no. Esto ya lo he vivido.

¿Un Deja Vu?

Eso solo es un fallo eléctrico del cerebro. Nada más.”

Con ese pensamiento tan cerebral abandonó la cocina y subió a su cuarto, donde lo esperaban sus cosas, sus cómics y libros de mecánica. Él mismo repararía ese estúpido carburador solo.

Pero su hermano estaba ante él, esperándole a los pies de la escalera. Aunque era una versión monstruosa: su piel estaba llena de quemaduras y se veía seco y humeante, como si hubiese tenido un terrible accidente con fuego. Entre las cicatrices de las quemaduras podía verse una luz rojiza que palpitaba.

—¡No me sigas! ¡Despie...!

Antes de terminar la frase, una fuerza invisible tira de él y lo arrastra fuera a través de la puerta principal. Afuera solo hay oscuridad. La temperatura era cada vez mayor. Travis se sentía agobiado. Sabía que estaba en un sueño y sintió el impulso de su cerebro de despertarle en una cama llena de sudor. Casi podría decirse que su mente tiraba de él para sacarlo de aquel sueño tan raro. Algo le decía que aquella pesadilla era muy peligrosa.

“WTF?” Es lo primero que pensó, extrañado, Travis cuando empezó a ver los símbolos desconocidos en el cómic de superhéroes. “¿Desde cuándo Spiderman se publica en arameo? En serio, Marvel debería empezar a revisar a quien contrata…”. Aburrido, tiró sobre su cama el tebeo y cogió el manual de mecánica. Eso era lo que le interesaba. Se sentía molesto porque su hermano lo había relegado, lo había vuelto a dejar atrás, solo.

- ¿Alma? ¿Infernal? ¿Qué cojones tienes esto qué ver con un motor de cilindros? - no entendía nada. ¿Qué estaba pasando? ¿Se habría vuelto a quedar dormido viendo la peli nefasta del Motorista Fantasma?

- ¿A quién se le ocurrió poner a ese viejo como Johnny Blaze? - gruñó por lo bajo. Entonces escuchó el estruendo en la calle. Y recordó. El accidente. Se acercó raudo a la ventana de su dormitorio a mirar, ansioso.

-No. Nononononono- se puso a murmurar de forma frenética. Y salió escopeteado tal cual, con sus converse sucias, su pantalón tejano lleno de rotos, su camiseta vieja de Black Sabbath y el pelo revuelto. Su antiguo yo. Y entonces recordó de verdad.

-Esto no fue así. No fue enfrente de casa. Ni siquiera fue de día. ESTO NO ES REAL. VUELVO A SOÑAR.

Pero entonces vio a Jon. O algo que parecía asemejarse a él.

-Jon. Por fin- sonrió Travis, complacido. La visión de su hermano quemado y destrozado por el accidente le erizó los pelos de la nuca por completo. Era espantosa. Pero sentía tanto alivio por volver a ver a su hermano, que le daba igual todo.

-Tío, te he echado de menos. Tienes que volver a casa conmigo. Por fav…- entonces el tirón que sintió y que le hizo retroceder cortó su frase prematuramente.

- ¡Nononononono! ¡¡Jon!! - gritó desesperado. Aunque su lado racional chillaba en el interior de su cabeza que debía huir, no podía evitar querer quedarse con su hermano, allí. Si estaba soñando como él creía, no veía cual podía ser el problema en quedarse un rato más en aquel mundo de pesadilla.

Travis estaba en el recibidor de la casa. Podía ver la cocina; De ella venía el olor de los dulces que cocinaba Iris antes de asumir que lo mejor era comprar la masa de madalenas o bizcocho lista para mezclar con agua y hornear. Había olvidado aquel olor. El salón se veía como un templo al aparato de televisión, que de algún modo presidía la sala de manera más evidente que en la realidad.

Pero por encima de todo estaba la puerta principal que daba a la negrura absoluta. Algo había arrastrado a su hermano allá afuera. Solo con observar aquella negrura absoluta, Travis supo que cruzarla era algún tipo de cambio. El marco de la puerta era una frontera, un límite. En cuanto puso un pie en el borde empezó a sentir las sabanas pegadas a su cuerpo y el aroma del suavizante. Su mente quería evitar que cruzase ese umbral. Iba a despertarse y olvidar aquel sueño otra vez.

Travis miraba hacia el interior de la casa de sus padres. Seguridad (¿seguridad?), estabilidad (regulera), calor… Entonces recordó los últimos años. De eso ya no quedaba mucho desde que Jon desapareció de sus vidas y de aquella vieja casa. Miró hacia la oscuridad tras la puerta principal. Daba miedo. Mucho miedo. Pero si recuperaba a Jon el calor volvería a casa, ¿no? Todo volvería a ser como antes. Ese era su mayor deseo. Pero esa oscuridad…

 El olor de los pastelitos de su madre lo hizo salivar y girarse de nuevo hacia su casa, hacia la vida.

-Pero solo es un sueño, una de mis pesadillas. Una más que añadir al montón. Nada de esto es real. Ni el olor, ni la casa ni la oscuridad tras la puerta. Solo es, ¿cómo dijo el último loquero? Una manifestación de mi subconsciente- trató de razonar en voz baja.

-Nada puede hacerme daño aquí.

Se decidió a poner un pie al otro lado del lindar de la puerta, no sin antes lanzar una última mirada a su casa.

-Lo arreglaré todo. Lo prometo.

Su cerebro chillaba como un loco ante lo que estaba a punto de hacer.

-Solo es el miedo irracional e innato de los humanos a la oscuridad- recitó una frase de uno de esos libros raros que estaba leyendo. Últimamente hacía mucho eso. Revistas de motos y libros raros de cuestionable origen.

Su pie finalmente cruzó el límite del lindar de la puerta e intentó hacer pie al otro lado…

El chico cruzó a la oscuridad antes de que su mente pudiese rescatarlo. Al cruzar aquel umbral, la oscuridad se hizo absoluta. De inmediato desaparecieron las sensaciones de la cama o las sabanas. Ahora esto se sentía como la realidad y el mundo normal (sus sabanas, su cuerpo dormido, las calles y semáforos) parecían algo irreal y lejano.

Sus ojos se hicieron a la oscuridad o, mejor dicho, el paisaje se fue revelando.  Estaba en un mar de lava, una lava cuyo brillo rojizo no era constante, sino que se intensificaba o apagaba a ritmos. Era el latido de un corazón.

En aquel mar luminiscente había islas. Grandes rocas que flotaban y eran arrastradas por la corriente. Todas orbitaban una especie de gran palacio oscuro de piedra negra que se erigía en la única isla inmóvil, en el centro de todo. Para el pobre chico, que solo podía pensar en tres dimensiones espaciales, era un dolor de cabeza orientarse.

Aquella roca en la que apareció estaba vacía, solo llena de un polvo gris o cenizas que se agitaban a su alrededor. Su mente colapsó inundada por el dolor de la perdida. Travis no se sentía tan triste desde que su hermano murió. El momento álgido de dolor que sintió en su duelo era lo que sentía ahora, pero fortalecido. A su mente acudían recuerdos de su abandono. No del funeral o de cuando recibió la noticia, sino de aquellas veces que pensaba que tenía que decirle algo y recordaba que ya estaba muerto. De aquellas mañanas que a los treinta segundos de despertarse tenía que pasar por el duelo. Y de lo culpable que se sintió al permitirse reír por primera vez desde que se fue.  También se acordó de todas otras perdidas: aquel amigo por carta que dejo de escribirle de repente, aquella mascota muerta o fugada, aquella tienda favorita que cerró, el día que fue demasiado grande para entrar a la zona de juegos del mc Donalds, aquel peluche roto, aquella camiseta fantástica a la que se le borró el dibujo con el lavado...

En aquella isla uno sabia la verdad: el mundo continuaba girando sin ti, siempre te quedabas atrás, abandonado. Cualquier vínculo afectivo que uno estableciese era una condena para el dolor, ya que todas las personas, todos los seres, todas las cosas, se destruirían o cambiaran su naturaleza hasta traicionar el afecto que habías depositado en ellas.

De haber podido despertar, lo habría hecho. Pero aquella opción ya no estaba disponible. Solo pudo caer al suelo y hacerse un ovillo, dejarse invadir por el dolor que entraba por su mente como un tsunami en una cabañita en primera línea de playa.

Una eternidad después, seguía invadido por el dolor, pero al menos pudo levantarse. Aquel lugar era horriblemente cálido y apestaba a huevos podridos.

Hay una figura ante Travis. Podría decirse que ha aparecido de repente, aunque más bien siempre estuvo ahí en uno de esos recovecos que el espacio formaba consigo mismo. Su aspecto es oscuro, solo parcialmente humano. Complicadas filigranas e incrustaciones de metal brillan sobre su cuerpo, al menos en las partes que este parece más sólido. Su voz es triste y resignada. Es la voz de quien ha sido abandonado por todo y todos. Lo que fue dejado atrás. No en soledad sino abandonado.  Es la “encarnación” del abandono.

—Cuanto dolor para un alma tan joven. Tan delicioso.  Está claro que, entre todos los infiernos, esta isla es tu condena. Dime, muchacho, ¿quieres volver ya a tu mundo? ¿O quieres servirme? ¿Has venido a entregar tu alma al Pandemonium?

Aquello no era un sueño.

Esa era la única conclusión que el cerebro mellado y sobrepasado de Travis pudo hacer.

Aquello no podía ser un sueño. Era demasiado dolor. Era una inundación de dolor en la que Travis se estaba ahogando.

Apenas podía respirar. La ansiedad, la agonía, el miedo, la desesperación, lo tenían atenazado. Se sentía bloqueado, paralizado por completo. Su cuerpo al principio no parecía responder, tampoco su mente, su mejor aliado en la vida.

Cuando el tsunami arrasó con todo y pasó de largo, dejándolo solo, tendido en el suelo, roto, pudo empezar a reaccionar mínimamente.

“Tengo que salir de aquí.”

“¿Donde está Jon? No puede ser que esté aquí.”

Tardó lo que a él le pareció una eternidad en recomponerse e intentar ponerse en pie. Necesitaba ganar dignidad personal. Entonces levantó la cabeza mientras se incorporaba y vio a aquel ser. Travis no comprendía nada. ¿Qué leches era aquella criatura? Si era un disfraz, ¡estaba hecho de puta madre! Pero su voz era como unas uñas arañando una pizarra en su cabeza. Aquello no era un disfraz, ni una broma hecha con mucho presupuesto.

-Infiernos- repitió en voz baja lo que la criatura había dicho al presentarse ante él -Entonces estoy en uno de los 7 infiernos. Soy Dante…- estaba elucubrando en voz baja para sí mismo. “He bajado al Infierno como Dante”, concluyó su yo más analítico, recordando algunas de esas estúpidas lecturas raras de las clases de literatura.

“¿Pandemonium? ¿Servir?”. Su mente se mareaba dentro de su cabeza con tantos conceptos locos. “No me sigas!” Las últimas palabras de Jon rebotaron en el interior de su cabeza. Si eso era lo que creía que podía ser, Travis tenía claro que no quería ser el esclavo o siervo de nadie.

-Quiero volver a mi mundo. Por favor- tragó saliva tras atreverse a hablar directamente al bicho que tenía delante. No quería morir ni quedarse ahí más tiempo. Solo quería salir de allí como fuera.

—¿Siete?

El ser lanzó una mirada al mar de lava y el centenar de islas que en él pululaban. Era evidente que aquel número era para él una pequeña decepción. Seguramente su isla era la más ignorada de todas, sin que nadie le dedicase una palabra o un verso. Pero no era una decepción al estilo humano, sino una parte de la eterna resignación al abandono. Esa era su verdadera esencia.

—Eres más inteligente que tu hermanastro. Los del palacio lo están usando de cebo para atraerte.

Había elegido la entonación y la gramática para provocar sentimientos. O quizá no hablase con palabras realmente y estas fuesen una interpretación que su cerebro daba al intercambio de pensamientos. Con aquella frase, a Travis le quedó claro que su hermano estaba al tanto de todo aquel asunto sobrenatural. Había un especial énfasis en el hecho de que no lo había compartido con Travis, traicionándolo y conservando el secreto para sí.

Con la segunda frase entendió aquella fuerza invisible que había tirado de su hermano para incitarle a venir aquí. Habían empleado a su hermano como un gusano en un anzuelo para atraerle, tirando de él cada vez que se acercaba para atraerle al infierno. Esa era su pesadilla recurrente. El ser enfatizaba que Travis hacía lo más sensato al no seguir aquella búsqueda y dejarlo atrás. El empollón podía ahora entender aquel grito de "no me sigas".

Travis despertó. La habitación apestaba a azufre y hacía realmente calor. Por primera vez recordaba la pesadilla. Hasta aquel momento, cada vez que se habría una puerta entre su sueño y el infierno, su mente lo despertaba y le hacía olvidar, pero hoy había sido más rápido que ella. Además de sentirse agobiado, sucio y deshidratado tenía una fuerte migraña y cada vez que cerraba los ojos podía ver como si fuese un cartel de neón, un complicado sigilo. Un círculo lleno de enrevesados símbolos ocultistas.

“¿Atraerme?”.  Travis no se atrevió a formular esa pregunta en voz alta. Suficiente tenía con que aquel ser no lo reducía a cenizas por qué sí (o al menos en su cabeza él creía que esa cosa podía hacer eso como mínimo). Se sentía confuso, dolido y sucio.

“¿Para qué cojones querría nadie a alguien como yo?”. Ese fue su último pensamiento antes de ser expulsado del averno y ser devuelto a su cuarto. Cuando se despertó y se incorporó en su cama del sótano, primero pensó que había sido la pesadilla más macabra del universo, pero el olor a azufre era una clara señal de que aquello había sido real. Muy real. Le entraron arcadas de repente y Travis tuvo que salir corriendo, pisoteando todo a su camino, hacia el baño. Vomitó varias veces hasta que su estómago se vació y solo salía bilis por su boca. Se sentó al lado de la taza de váter, con un brazo todavía apoyado en ésta, intentando recomponer su mente.

-Mierda….

“¡¿Eso significa que el alma de Jon está con esa gentuza?!”

“JO-DER. Y ¡¿cómo lo saco de ahí?!”

-Y sin morir en el intento ni acabar siendo la putita de ningún demonio…- murmuró para sí mismo. “Porqué, aceptamos la existencia de esos… demonios, ¿no?”.

-Bueno, es eso o volver a las pastillas y la camisa de fuerza…

Esa sola idea lo hacía temblar de verdadero terror.

LOS DEMONIOS EXISTEN.

Había leído sobre ello, había visto documentales sobre ello, pero todo le pareció siempre pura falacia. “Y lo es. No se acercan ni por asomo…”. Le costaba respirar de nuevo. El estómago le volvía a doler. Se reincorporó y volvió a vomitar en el váter.

Tardó un rato en levantarse del suelo y dejar de meter la cabeza en el váter para vomitar. Se acercó a la pila, abrió el grifo del agua fría y se lavó la cara y la boca, haciendo unas cuantas gárgaras. Notaba la garganta dolorida. Para cuando volvió a su cama ya debía ser de madrugada. Se puso los auriculares y puso a todo volumen Led Zeppelin. Después de eso, no iba a poder dormir en una semana o más.

LOS DEMONIOS EXISTEN.

Y ME BUSCAN.

El mundo de Travis se había derrumbado aquella noche. O, al menos, sus fronteras. Lo que consideraba como cierto gracias a las asignaturas de ciencias podía ser falso. Aquello que soñaba que fuese real, existía de verdad. Sus sueños le habían ofrecido lo que había buscado en los lugares más recónditos de internet. Era un avance pero a la vez... inquietante.