Partida Rol por web

-Morkhalee... es una incógnita para mi. Estoy entre dos aguas, Liu. He de confiar en ella, pero no sé si debo hacerlo... es complicado.

Las palabras de Deseo, apenas musitadas, eran casi una confesión para sí misma, una reflexión, más que una respuesta a la bella elfa. La luchadora estaba ensimismada, y su actitud era de que realmente algo la preocupaba, mucho más que la propia amenaza de revuelta. Era una mujer enigmática...

El dolor en su costado la hizo reaccionar. ¡Estaban en un combate! En una fracción de segundo, muchas cosas pasaron por su cabeza. La Dama Oscura, su Tierra, un pacto de sangre... se sintió arder las entrañas, la mente, el espíritu. Ciega, arremetió corriendo hacia delante, hacia quien fuera, hacia sí misma.

-AHHHH!!!

Pero fué a Liu An a la que encontró, y su rabia se deshizo en la elfa, sin control su ira se ensañó sajando el otro brazo de la albina, cortando en seco el grito de Deseo.

Cuando se dió cuenta que había pagado su propia impotencia con alguien que no lo merecía, se heló. Estaba perdiendo su control, su equilibrio. Miró a Liu con los ojos cargados de disculpas.

-Lo siento... no quería eso. No es dañar, es combatir lo que he venido a hacer. Perdóname.

Y esta vez, muy consciente de que debía intentar compensar el error, lanzó su Guadaña buscando una rápida y digna muerte para la Oscura que la miraba con la cabeza alta, valerosa, gallarda.

... yo jamas confiaría en un elfo oscuro... pero esa es mi opinion. Lo peor que me ha pasado en mi vida a sido culpa de ellos...

El dolor del brazo la dejo casi inconsciente... mirando a los ojos a la dama, se lo dijo sin una palabra... con un giro suave deliciosamente preciso la guadaña corto el aire directa a su garganta...

Una vez más había ocurrido. La hoja llegó, sibilante. Barrió. Con un leve soplo de viento, un soplo letal. Pero liberador.

Deseo suspiró. Liu había comprendido, la había perdonado. O eso esperaba...

Ricardo entro en la arena de Deseo. Tenían que quedar más tarde con Anat y Etrius y necesitaban aclarar unas cosas antes. El único lugar donde podrían hablar sin que les escuchasen era en las arenas de entrenamiento.

El norteño observaba con una sonrisa como se acercaba portando su enorme guadaña.

Saludos. ¿Te apetece entrenar un poco?

La pelirroja mujer llegó a la arena con aire ensimismado. Últimamente ése era el que solía mostrar demasiado a menudo, y ella misma, al darse cuenta, sacudió su cabeza como queriendo apartar de sí sus pensamientos sombríos.

Pero cuando vió en el centro del coso que la esperaba el norteño, sonrió. También él lo hacía, y las dos miradas fueron un rayo de luz en una tormentosa tarde de otoño.

-¡Saludos, Ricardo! Me apetece entrenar contigo, sí, y además eso nos permitirá cambiar impresiones...

Poco a poco empezaron a moverse. Se estudiaban, y al mismo tiempo soltaban sus músculos agarrotados por la tensión, manejando sus armas con destreza. Pero parecía que ninguno de ellos quisiera combatir realmente, herirse realmente.

Deseo lanzó su Guadaña casi al mismo tiempo que Ricardo iniciaba un ataque. Tímidos ambos, las armas chocaron, ellos giraron... el resultado fué  que se encontraron, y nada más; la cabellera roja rozó el pecho del guerrero, y siguió su camino. Pero había que hacerlo, ambos lo sabían. Había que ponerse mucho más en serio...

-Venga, norteño, vamos a mostrarles a esos elfos de lo que estamos hechos...!

Y salió corriendo, hacia él, Guadaña en mano, cargando como una valkiria.

La verdad es que comparado con los anteriores combates entre Ricardo y Deseo, este era muy extraño. Normalmente ya tendrían varías heridas graves cada uno, pero algo pasaba. Se reian y hablaban como si estuviesen en otro sitio y no en una arena mortal. De vez en cuando sus armas se encontraban, otras veces se esquivaban.

Bah, que les den a esos bastardos. Sigamos peleando y punto. Olvidate de ellos.

Si hubiesen estado en la arena los elfos oscuros ya se habrían levantado todo ofendidos y abucheado. Y seguramente la bruja les hubiese mandado a los guardias para que les azuzasen.

Era casi gracioso. Parecían más bailar que pelear. Se reian con bromas y gestos que sólo ellos entendían. Oliver, el maestro de gladiadores, se los quedó mirando un momento y luego se alejo sacudiendo la cabeza y murmurando malhumorado.

Por su parte Deseo y Ricardo eran ajenos a todo cuanto pasaba a su alrededor. Las fintas y contrafintas, los choques de sus armas, los roces de sus cuerpos, eso era lo único que veían y notaban.

Nunca se había sentido así. Se reía, bromeaba, y la arena pareció desaparecer. Lo que habría tenido que estar siendo un combate a muerte, se había convertido en algo distinto, nuevo, y... le gustaba. Le gustaba mucho.

Sin embargo, tras una pirueta más, tras dejar que sus ojos se encontraran de nuevo, y hablaran por ellos, ambos supieron que no era el lugar.

-Tenemos que hablar... fuera de aquí. Me siento extraña... pero ahora no quiero analizar. No, no ahora. ¿de acuerdo?

No esperó respuesta. El Coliseo se cobraba su tributo en sangre, en muerte. Lo pagarían, y se encontrarían fuera de él...

Salió corriendo una vez más hacia él, sonriendo. Los ojos verdes brillaban, la cabellera roja llameaba mecida por el impulso de la mujer, y su cuerpo flexible avanzó como un felino en pleno ataque. Asía la Guadaña como si ésta no pesara, y la enarboló y la lanzó hacia él como si toda ella se lanzara con el golpe.

La cosa se puso un poco seria. No era cuestión de seguir así. Ricardo se ruborizó un poco sin saber bien por qué.

Sí claro. Por supuesto. Acabemos con esto y vayamos a ver a Anat y a Parna

Deseo fue la primera en reaccionar. La lucha volvió a ser una cosa seria. La guerrera se lanzó a la carga contra el norteño, su guadaño directa al brazo izquierdo. Ricardo logró evitar parte del golpe pero no todo. Por suerte para Deseo, el ataque desvió el brazo de Ricardo y el golpe aunque doloroso no fue mortal.

Por fin sangre. Deseo sintió una extraña mezcla de emociones. Por un lado, estaba por fin en un terreno conocido, y por el que pisaba con firmeza, fuera cual fuera el resultado. Pero por otro, sentía una tristeza melancólica por haber apartado de ellos ese juego grato y turbador que la desconcertaba.

-No quería decir eso... me refería a hablar, nosotros...

Pero en Deseo las palabras no se habían hecho para expresar sentimientos, no sabía como verterlos a través de ellas. Calló, y siguió adelante con el lenguaje que mejor conocía. El de su Guadaña.

Una vez más, como otras, el arma voló, habló por ella. La hoja plateada buscó segar el hilo de la vida del luchador. Y lo hizo, con absoluta pulcritud, precisa, limpiamente.

Tenemos que hablar...

Deseo sintió un amargo dolor cuando todo hubo terminado. El dolor de la impotencia, la sensación de que no era así como debían ir las cosas. Se quedó mirándole, en la arena, sintiendo como con la sangre que la empapaba se escapaba también algo de sí misma.

Solo que no sabía qué...

Los Monjes recogieron el cuerpo del Norteño, y se encaminaron a la Sala de Resucitación.

Deseo, nerviosa, intranquila, les siguió. Uno de los monjes intentó cerrarle el paso, pero la mirada que la mujer le devolvió le hizo desistir, se encogió de hombros, y se apartó. Ella se puso detrás de la comitiva, y se internó con ellos en el lúgubre corredor...

No distaba mucho de la arena, pero en aspecto, distaba un mundo. El lugar era el Santuario de esos extraños seres, probablemente los más crípticos de cuantos habitan la faz de la tierra. Las paredes de piedra eran grises y frías, y olía a moho. Pero no había suciedad. El suelo era de mármol, y de mármol la losa que en el centro ocupaba un imponente espacio. Mármol negro, un bloque descomunal, lóbrego.

Allí dejaron a Ricardo, e, inmediatamente, cerraron un círculo a su alrededor. Deseo ya no se atrevió a acercarse más, no quería interrumpir la Ceremonia, y no quería de ningún modo perturbarla, que algo saliera mal... por los dioses, no podía salir mal... se quedó en el dintel de la puerta, torpe, azorada.

¿Qué es esta inquietud, Ricardo...? Nunca antes había llegado hasta aquí...

La cantinela empezó, y algo más. Desde donde estaba no llegaba a ver qué estaban haciéndole, qué ocurría. Pero sí que pudo ver que al poco se convulsionaba, y oyó sus gritos. Una sensación de reconocimiento, de recuerdo lejano, una asimilación en su propia carne la invadió. Despertó en ella la certeza de saber qué sentía él, aunque luego apenas recordara. Sólo el final, y ya era infinitamente doloroso...

Una lágrima se deslizó por su mejilla. Ella había sido la causa de ese dolor... se preguntó qué estaba haciendo allí. En un segundo toda su vida desfiló ante sus ojos, como decían los sabios que ocurría al morir. Sin embargo, cada vez que había muerto, no había tenido esas visiones... solo ahora.

Por fin, todo acabó. Le levantaron de nuevo, y lo sacaron de la sala. Le dejaron en la contigua, donde todos despertaban después del Ritual. Una sala pequeña, un camastro, una copa, una jarra de agua... y nada más.

Se sentó junto a él, y le tomó la mano. Se sintió ridícula, aún más torpe que antes. Pero no la soltó... y esperó...