El crujido de la embarcación era la único que rompía el silencio. El bajel que les llevaba el último torneo se movía lentamente, en la noche. Nadie hablaba. Mientras los remos de los esclavos encerrados bajo la cubierta impulsaban la nave, no había nada que decir. O quizás había demasiado, y ningún tiempo para decirlo.
Los gladiadores se sentaban a ambos lados de la nave. Algunos, ansiosos por llegar. Otros, preocupados por el destino. Otros soñaban delspiertos con el premio. Pero todos sabían que solo uno de ellos obtendría el premio que Morkhalee les había ofrecido: La satisfacción de un único deseo.
Y en la punta de la proa, Morkhalee mira al frente. Decidida. Ha llegado la hora para la que se ha preparado durante toda su vida. Pasa una mano por su brazo izquierdo, como si tuviese frío.
Tiene miedo. Eso debería darle miedo a cualquiera.
Al fondo, la realidad se retorcía. Bancos de nubes que llegaban a ese puntos parecían contraerse, adquiriendo formas puntiagudas y un color violeaceo. Bajo ellas, la Isla mostraba su forma, retorcida e imposible. La realidad parecía mezclarse, fluir como un líquido en vez de ser sólida como una roca.
Y coronándola, un templo, que era su destino. Aquel que quedase vivo en él vencería. Cada uno desembarcaría por un lugar diferente, y buscaría el templo por sus propios medios. Si dos gladiadores se encontraban, la misma isla les obligaría a luchar a muerte, o morir.
Y aquel era un buen día para morir.
Durante aquella semana, Anat había ayudado a su pueblo, necesitado desesperadamente de una campeona, de la justicia del Profeta. Achmed había sido de inestimable ayuda, pues conoce cada lamento de un hermano en la ciudad. Desde que encontró su juicio, había hayado un ansia por redimirse, por mejorar la vida de su pueblo. De ayudarla.
Pero temía por ellos. Desde la llegada de Lorethien.
El hechicero, que se había enfrentado con los Ejecutores y buscaba terminar con la misma muerte. Aquello sería el final de todo, por lo que les había contado Parnassus y Deseo. Y Ricardo le había entregado a la mujer pelirroja, que mantecía una cierta relación con Morkhalee, el orbe de poder que Lorethien buscaba.
Después de que Memoria se presentase ante ella como miembro del Consejo, a través de su hijo, le explicó como Morkhalee había pactado con un demonio para aumentar su poder, y que la existencia de ese pacto le anclaba en la realidad. La isla crecía cada año. Y podía consumirlo todo.
Tenía que expulsarlo o asesinarlo. A aquella aberración a los ojos de la Diosa.
Aquel era el momento. Toda su vida, todo el dolor, había sido cuidadosamente planeado por la orden para hacer de ella lo que era. La orden se había cuidado de ello.
El intercambio fue un desastre. Aunque su arte para arrebatar el aliento de un hombre estuvo a punto de conseguirles la anfora, casi sin precio, los jueces irrumpieron en busca de la anfora. Parecía que era importante. Acabaron con la vida de la mayoría de los bandidos, y se lanzaron en busca de Aymee y Juan Bautista. Juan le confió la anfora a Aymee y se separó, intentando que se dividiesen.
No lo vio hasta días después en la arena. Y no era él. Era... otra cosa.
Aunque Aymee intentó contactar con Jerion, estaba muerto. Asesinado por los norteños en una reunión. La anfora contenía una especie de polvo brillante, de un color blancuzco. No sabía bien que era. Pero lleva un saquito encima, por si acaso.
Sí, la orden había dictado su vida. Pero no la conocía.
Delderius apretaba el mango de sus espadas, ansioso. Aquello iba a ser divertido.
Cuando volvió a su habitación, se encontró con los cadaveres de un par de jueces y varios ayudantes. Valter y su hijo habían cruzado una línea que no era agradable cruzar, así que decidió que era mejor desatenderse. Después de todo, incluso una máquina de muerte como Valter tenía límites, y ahora era un enemigo del Imperio.
Sus investigaciones sobre Lorethien no dieron demasiado fruto. Lo que resultó sorprendente fue el asesinato de la gran mayoría de Constructores de la ciudad, la orden que buscaba la abolición de la esclavitud ¡y a manos de una norteña, nada menos! Pero el cadaver de la responsable estaba en manos de las autoridades y, después de un par de escarmientos, la sangre no llegó al río. Solo hasta la puerta de la sala.
Un deseo... ¿Que pediría cuando les matase a todos?
El peso del orbe bajo su capa era mayor para Deseo de lo que debería un objeto tan pequeño. ¿Qué debia hacer? Su infancia había sido tan sencilla. Entrenar. Cumplir con su deber. Ahora, todo era nuevo, y extraño, y no sabía en quien confiar.
A su lado, Ricardo miraba al frente. Él tambien era algo nuevo, pero bueno. Ella tomó una de sus manos. Intentó por todos los medios que no viniese, pero no hubo forma de convencerla. Aquel era su destino.
Miró a la Dama Morkhalee. Tenía miedo de lo que podía pasar. Lorethien iría a la Isla, creyendo que tenía el orbe y se enfrentarían. Y la mataría. Pero ¿Que haría ella si usaba el orbe? ¿Que haría después de acabar con el mago?
¿Que hará Deseo?
Disciplina. Valor. Gloria.
Garruk llevaba una semana entrenando, ayudado por Ur. Sabía lo que se avecinaba, podía olerlo en el viento, aunque fuese un viento débil, dentro de la ciudad. Ahora, la Isla se presentaba ante él como el mayor desafío para un guerrero.
Sonrió. El Coliseo le había hecho fuerte, en esa parte estaba de acuerdo con Ur. Pero seguía siendo un esclavo. Pero aquello iba a cambiar... si ganaba el torneo. De hecho, muchas cosas cambiarían.
La vida era interesante.
Esteban había demostrado ser a la vez justo y despiadado. Tenía las manos en todas partes, y defendía sus negocios de los Elfos Oscuros con fiereza. Pero intentaba ayudar a su comunidad, en la medida que podía.
El primer asesinato que realizó para él, fue un hombre que asesinaba niñas en los callejones. Niñas de las que los Elfos Oscuros no sacaban beneficio, y no importaban a los jueces. El maldito diablo había acabado en la locura por las torturas de un despiadado amo. Ni siquiera le vio acercarse.
Esteban había llegado a confiar en él, a contarle su vida. Había sido un cazador de demonios durante años. Hasta que encontró a Belorkhal, el demonio de la seducción. El espectro que le arrebató su juventud, su matrimonio y años de su vida. Llegó a seguirle hasta aquí, al parecer residía cerca de un portal en una misteriosa isla.
-Mátalo, le dijo, y te daré lo que tengo. Me retiraré a una casita de mi reino y seré feliz, porque habrás sido el instrumento de mi venganza.
hugo sonrió. Puede que lo hiciera.
Puede que no.
Dolor.
Aun recordaba el dolor. No quería volver al dolor. Nunca. Nunca más dolor.
Se revolvió en su asiento. Ya había pasado. Tranquilo. No estaba en sus manos. No.
Él no permitiría que pasase. El saldría y mataría a quien intentase hacerle daño.
Morkhalee le había prometido que podría volver a dejarle entero. Sí. Como antes. Cuando el mundo era bonito.
Antes de que la oscuridad saliese de dentro.
Juan se pasó lentamente el dedo por el mostacho. El sonido del agua siempre había sido relajante para él.
¿Por qué estaba allí?
Toda su vida había errado sin rumbo, luchando por causas que siempre eran de otros, por dinero o porque sí. Había llegado a aquella ciudad por curiosidad, y ahora se enfrentaba al mayor reto de su vida.
Pero ¿Deseaba realmente algo?
Cazaron a Melissa un minuto demasiado tarde. Cuando llegaron a su escondite, encontraron a Ormuz sobre su cadaver. El agil Hakhim escapó de los gladiadores, y entregaron su cuerpo a las autoridades. Estas colgaron a algunos norteños, pero no tuvo demasiada crueldad.
Desde entonces, Kalofher ha abrazado su profesión con una pasión desmedida. Donde antes soñaba con la convivencia, ahora disfruta tomando esclavos y devolviendolos a sus amos. El veneno en la casa de Melissa, las armas ensangrentadas...
Ahora, Liu An se ha aliado con Esteban para acabar con la casa de obsidiana. Esteban reconoce el talento, y con Liu An dirigen una serie de ataques disimulados contra ellos, que debilitan su posición. Y él, a cambio, le explica la naturaleza del poder de Morkhalee. Ha pactado con un demonio, que la usa para anclarse en esta realidad. Y lo quiere muerto.
Pero tal vez Liu an albergue un deseo en su pecho...
Localizar a Melissa fue complejo, pero tenía que cerrar su rastro, y hacerle unas preguntas. Ella le contó que fue un anciano con un violín el que le proporcionó el veneno y los planos de la casa de Alesh, en la que le contrató para inflitrarse. Los norteños no son grandes maestros del envenenamiento.
A pesar de que aun tenía mucho que averiguar, oyó como los cazadores entraban en la casa. La mató con rapidez, pero le vieron. Parnassus, Renato, Liu An... y Kalofher. Escapó con rapidez.
Pero había algo... La orden había movido tantos peones. El barco, Melissa, la lucha con los norteños. ¿Y si había más?
¿Y si toda su vida había sido un instrumento?
Cazaron a Melissa un minuto demasiado tarde. Cuando llegaron a su escondite, encontraron a Ormuz sobre su cadaver. El agil Hakhim escapó de los gladiadores, y entregaron su cuerpo a las autoridades. Estas colgaron a algunos norteños, pero no tuvo demasiada crueldad.
Desde entonces, Kalofher ha abrazado su profesión con una pasión desmedida. Donde antes soñaba con la convivencia, ahora disfruta tomando esclavos y devolviendolos a sus amos. El veneno en la casa de Melissa, las armas ensangrentadas...
La casa de Obsidiana estaba bajo ataque. Varios de sus negocios parecían haber sufrido accidentes... o robos. Sus amos sospechaban que Esteban había encontrado una nueva baza. Pero todo aquello no importaba, si Parnassus prevalecía.
Aquel era el momento para el que le habían entrenado desde... desde que era otro. Solo había la victoria y el deseo.
Pero...
Cazaron a Melissa un minuto demasiado tarde. Cuando llegaron a su escondite, encontraron a Ormuz sobre su cadaver. El agil Hakhim escapó de los gladiadores, y entregaron su cuerpo a las autoridades. Estas colgaron a algunos norteños, pero no tuvo demasiada crueldad.
Desde entonces, Kalofher ha abrazado su profesión con una pasión desmedida. Donde antes soñaba con la convivencia, ahora disfruta tomando esclavos y devolviendolos a sus amos. El veneno en la casa de Melissa, las armas ensangrentadas...
Lo que sus compañeros no averiguaron, pero Renato sí, es que era su madre. La carta, a su nombre, describía como había conseguido librar a su hijo de la esclavitud, liberándolo del monstruo que la violó para revenderla embarazada.
El monstruo llamado Delderius.
Ricardo miraba al frente, preocupado. No quería que ella estuviese aquí. Pero era imposible convencerla de que se quedase. Solo hablaba de su destino.
Destino... el destino le había puesto en un puesto que no quería. Y ahora, o la mujer que ama le mata, o mata a la mujer que ama, o alguien les mata a los dos.
Pero el destino también le había traído felicidad. Nunca creyó que viviría para siempre. Pero ahora, que tenía una causa que defender y una mujer por la que luchar, deseaba vivir.
Un grupo de cazadores habían cogido a Melissa y la entregaron a las autoridades. Pero ya había matado a más de una docena de Elfos Oscuros de los constructores. Incluyendo a Jerion. Pero sus mediaciones con Ragnar hicieron que el castigo fuese pequeño.
Tres vidas. Tres hombres cyos rostros no olvidaría facilmente.
Ahora tenía una oportunidad de hacer algo, algo grande.
Y para ello solo tenía que sacrificar la vida de la mujer que amaba.