Aún arrodillada ante la negra boca de la fosa en la que Juan bautista había encontrado por fin la paz, el contacto de su pequeño Amelio la sacó de su abstracción. Se incorporó, lentamente. Y lentamente recorrió los muros del templo, que habían dejado de sangrar.
Se dio cuenta entonces de que la sima se cerraba, y en un movimiento rápido, antes de que fuera demasiado tarde, arrancó la espada de la grieta en la que había quedado clavada. Haría lo que el espadachín le había pedido, si sobrevivía. Y si no... entonces debería cumplir con ello aquel que la venciera. Y, si la encontraba, hablaría con la Sacerdotisa de la Luna, la Hakhim, Anat. Y le transmitiría el amor que el hombre le entregó para ella en su último suspiro...
Asintió con convicción, aunque nadie más que su propio monito podía verla. Y ahora... debía continuar. Miró con ojos de renovadas fuerzas a su alrededor. ¿Qué vendría a continuación...?
He imaginado que el Templo vuelve a la normalidad. Si he metido la pata, lo cambio.