Cita:
Su anciano brazo sostuvo el mío... ayudándome a incorporar, sin yo rechazar su ofrecimiento, con una simple maniobra que no evidenció ningún atisbo de esfuerzo. Los años... la férrea disciplina habían sido clementes y abono de su anciano cuerpo... cuerpo que desborda, ahora, de evidente gracilidad. Al igual que yo había hecho tantas veces atrás, el anciano velaba su naturaleza en una discreta carcasa; en este caso de fragilidad... carcasa que le permite pasar desapercibido entre la muchedumbre, la esencia misma de un hijo de la sombra... los Hassasim...
Los extraños a la orden tienen la creencia de que poseemos los secretos de la invisibilidad, algo que jamás negaremos, pues el temor de nuestros nombrados enemigos y los místicos poderes que nos otorgan forman parte de la gran ilusión... o quizás no...
Una vez en incorporado... una vez en pie, obligué a mis cansadas piernas a sostener, sin ayuda, el peso de mi cuerpo. El anciano me liberó de su presa, sumergiéndose en voz alta, con la mirada perdida, en sus pensamientos...
Cita:
Mis labios no profesaron palabra alguna...
El pozo negro de mis ojos se enredó con los de la danzarina... hermana en la sombra... hermana en la sed... dos sendas tortuosas que parecen converger en un sólo destino. Más allá de éste, el futuro, si es que lo hubiese, es demasiado difuso como para aventurar si se separan...
Cita:
Su profunda voz volvió a eclipsar los quejidos del casco zarandeado por el suave oleaje del mar.
-. Sí, maestro...- Apartando la mirada de la mujer... esperando ver aparecer, de reojo, al anciano delante mío.
El calor de aquella asfixiante estancia pronto pasaría a ser, en cuanto cruzase el umbral, un vago recuerdo de lo sucedido. Pero lo dicho... lo desvelado jamás lo olvidaría.
Ahí dejo el post... el último de hoy y de mañana (bodorrio). Quizás el domingo aunque no prometo nada...
PD: Sólo para master...
Spoiler (marca el texto para leerlo):
El anciano había obviado su pregunta, y la había dejado con ese ardor en el pecho que por mucho que en su entrenamiento le enseñaran a controlar, seguía apareciendo cuando algo desataba su pasión. Y el odio que sentía por ese hombre... por el Sultán que había destrozado su Dignidad, su Esperanza, que había jugado con ella haciéndo la matar a la que era casi su propia madre... que hablaba de amor mientras vertía veneno... esa era la pasión que peor controlaba. Ahora sus palmas sangraban, y sus músculos estaban tan tensos que le dolían.
Sin embargo, la pregunta se respondió sola, de otro modo. Y la mirada se cargó de velos, de tules de sombra cuando la posó de nuevo en el renegado. Así, ¿ambos estaban unidos en la sangre, mucho más allá de lo que el significado de eso era requerido por sus hermanos? ¡Estaban unidos en el odio! Eso no era deseado por sus mentores, ella lo sabía... pero también sabía que eran instrumentos. Y como tales serían usados, para ello les habían preparado desde que acataron la primera orden.
Aymée callaba, observaba las evoluciones del anciano, su indiferencia hacia sus sentimientos, su único objetivo: ambos eran necesarios, y el resorte que los iba a hacer saltar era su odio, ese odio por el que la habían estigmatizado. Y a él... le buscó de nuevo las pupilas, pero las halló ya clavadas en ella. Lo que pensara quedaba tras sus pestañas, aunque lo que creyó entrever confirmaba aquello que ella misma comprendía.
Y, por fin, les puso en marcha. Asintió, en silencio, ¿a qué hablar? Si debían pasar una prueba, la pasaría. Como el violinista bien había remarcado, aunque dudara del cometido de los Hermanos, siempre cumplía con lo que creía que debía hacer. Y ahora... ahora, vería.
El anciano les condujo a su camarote, en el que la decoración era escasa. El aire olía a incienso, de un par de quemadore que se hayaban en esquinas opuestas. Como todo lo relacionado con los Hassasim, su función era doble. Aparte de dar una imagen de vulnerabilidad, los incensarios contenían un regusto adulzado. Ola de arena. Un fuerte golpe y se uniría con, estaban seguros, la gota de Susurro de la base, dejando inconsciente a cualquier persona, e incluso algún orco.
A todo aquel que no hubiese desarrollado la resistencia al veneno adecuada, por supuesto.
Una vez en él, el anciano se dirigió con sus rápidos y confiados movimientos, casi hipnóticos, hasta el baúl que se hayaba en una esquina. Movió sus dedos con inhumana rapidez, girando una serie de cilíndros con caracteres que pocas personas más comprendían en este mundo, hasta que la tapa se abrió. Y sacó un enorme volumen de ella. Sus tapas no parecían nada fuera de lo común, solo eran muy antiguas. Y juzgando por el aspecto de las hojas, tendrían décadas. O siglos.
El Anciano posó el volumen sobre la mesa. Abriéndolo, les mostró el contenido a ambos. Estaban en una lengua muy antigua. Hablaba de como un joven Hakhim fue traído y vendido como esclavo, y de como pasó sus días sirviendo a la más poderosa hechicera que existía hace 300 años.
La hechicera Morkhalee.
Mi señora y yo estábamos en cubierta, la brisa en mi rostro, el aroma del mar. Nada de ello había conocido en el inclemente desierto. Ella miraba con ansia el horizonte, esperando. Desde la pérdida de la nave Venganza, en aquella misteriosa isla, se sentía impulsada a ir allí. Su búsqueda, después de tantos siglos, parecía haber concluído.
-La isla de Glinia, Achbar. Al fin.
Mi señora vivía obsesionada. Pero era diferente a sus hermanos. Según me contó algunas noches en confidencia, había visto el futuro y como un terrible destino se acercaba. Pero no tenía medios para enfrentarse al que hubo sido su amante, así que buscaba todo el poder que podía, para prepararse para el temido momento. No podía imaginar quien despertaba su impotencia. Su destreza era grandiosa entre los Elfos Caídos. Apenas una docena de ellos estaban siquiera a su altura. Pero cuando hablaba del Adversario, parecía una niña intentando medirse con un Devastador del desierto.
(...)
Todos estaban muertos. Menos ella y yo. Solo había podido preservarme a mí, de una tripulación de 43 almas, si es que los Elfos Caídos las tenían. Pero habíamos llegado al centro de la isla. No teníamos provisiones y mi señora había gastado casi todas sus fuerzas. Pero habíamos llegado. Su resolución inspiraba mis pasos, incluso con los cortes en las piernas debido al terrible terreno, ni la brecha en mi estómago de aquellos parásitos.
(...)
El demonio mismo sonreía a Morkhalee, frente a la puerta del abismo. Observarla era perder la razón. Lo que vi tras ella me acompañaría el resto de mis días. El demonio quería sangre. Pero no la de cualquier hombre. Solo los más fuertes, los más bravos. Los mejores. Sacrificar almas cada año en su tierra, empapar el suelo de aquel impío lugar que no debería existir. A cambio, el demonio daría a Morkhalee poder sin límites. Y en la plenitud de su acuerdo, un deseo para aquel que considerase digno.
Morkhalee selló el trato con un beso en la repugnante boca del ser. Aquellos labios no pertenecían a esa cosa. Nunca pude mirarla de la misma manera.
Y cuando separó su rostro del de la abominación, Morkhalee me dirigió su mirada, henchida de poder. Sus ojos impregnados en fuego no contenían remordimiento, hasta que me miró. Y comprendió que me había perdido.
Tras terminar su relato, el Anciano cerró el libro. Muchas de las partes son ilegibles debido al paso de los años. Pero algo está claro. Este año, 8 luchadores serán invitados a luchar en la isla. Melissa dejó en el cuerpo del que conocía como Kiurbu una de ellas. Y aquel que sobreviva podrá formular un deseo. Habéis visto a vuestros compañeros en la arena. ¿Que sucedería si Delderius venciese? ¿O la mascota Parnassus? El anciano fruncía el gesto, preocupado. Vuestros deseos son puros, y no perjudicarían al mundo. Pero temo por este si el corrupto o impío los formula.
Por ello, debéis volver a la arena.
Entré en aquella especie de santuario con respeto, y recelo.
Era consciente de que el peligro flotaba entre nosotros como una daga en suspenso, movida por una mano invisible. Y no tenía claro a quién estaba destinado el golpe.
El olor inundó mi olfato, y mi cerebro rápidamente detectó los componentes. Mecanismos de defensa, comprensible, nada que temer.
El recelo desapareció cuando comprendí que íbamos a ser señalados con el privilegio del secreto. Una muestra de confianza que en los Hassasim es inusitada, la obediencia se da a cambio de nada, los secretos se preservan, nunca se comunican, nunca se comparten. Si se da el caso, es que hay algo muy importante en el secreto, en el que lo transmite, o en el que lo recibe, que está a punto de suceder.
Callé, como callaba el renegado, el Hermano, y aguardé a que el anciano acabara sus evoluciones y manipulaciones. Miré como él quería, y leí. Mi educación en el Harem había sido muy completa, ahora me alegraba de ello. El texto estaba en una variante antigua, cargada de giros y de vocablos en desuso. Y los caracteres manuscritos en tinta deslucida por los años, apenas destacaban sobre el pergamino ajado...
Morkhalee...!!
Seguí leyendo, atrapando cada frase y su significado, buscando sumergirme en un enigma del que siempre me he preguntado la razón: El Coliseo, y su sanguinaria Ama, no podía ser únicamente una cuestión de espectáculo, de placer. Además de que... ¡Oh, sí! Quizá allí encontraría la respuesta a la pregunta más oscura, más difícil: ¿Qué son en realidad los Monjes que disponen de la vida y la muerte de los Gladiadores? ¿De dónde beben su poder?
El Adversario...
Siniestro. Seguí devorando palabras, imaginando la escena, pintando los rostros de sus protagonistas en el lienzo blanco de mi mente. El Demonio en los ojos de la Dama Oscura, y tras ellos, el muchacho horrorizado, aterrado. El Pacto diabólico sellado con un beso abominable, y en ese Pacto, el Poder, derramándose sobre la Hechicera como un manto maligno.
Y un Tributo en sangre, en Muerte...
¿Qué quería decir pagarlo? ¿Eran las muertes del Coliseo parte de él? Pero pronto el mismo anciano desveló el significado. No, lo peor estaba por venir. Ocho Campeones, ocho víctimas. A Muerte, sin Monjes. Y un sólo vencedor... con un derecho. Un deseo. Y uno de los ocho era él... el renegado... el Hermano... Kiurbu. Y debía ganar. Costara lo que costara.
¿Pero yo...? ¿Qué papel tengo yo en esta rueda del Destino...?
Le miré, por primera vez a través de pupilas diferentes. Desapareció el renegado, para dar paso al Elegido, a la Promesa, al Designado. La Esperanza de los Hakhim, de todo nuestro pueblo. Un deseo, garantizado. Cualquiera. Y el poder de un demonio. Mala garantía, pero, viniera de donde viniera, los Hermanos sabemos muy bien eso, el Poder que realiza aquello que se requiera, no importa cómo se consigue. Y éste tenía que lograrlo él, Kiurbu.
Me incliné entonces, mostrando mi sumisión y mi respeto.
-Yo estoy dispuesta. Volveré a la arena. Pero, una vez allí... Dime, anciano. ¿Está en mi mano ayudar a este hombre? Porque no entiendo qué clase de requerimiento puedes hacerme, ni cual es la relación de esta extraordinaria revelación con el hombre al que ambos odiamos, con el Califa al que debemos nuestra venganza aún. Dime pues... ¿Qué esperas de mi...?
Una estancia condujo inexorablemente a otra… sucesivamente. A pesar de mi descomunal esfuerzo, mi plomizo cuerpo a duras penas pudo mantener el ritmo impuesto por el anciano… demasiado ágil… demasiado liviano. Ambos, mentor y aprendiz, progresan inalcanzables delante de mí… deteniéndose sutilmente, de vez en cuando, para que la distancia no fuese aun mayor.
Mis inquietos ojos azabaches, sin perderlos de vista, intentan procesar furtivamente todo aquello que logran ver… cada palmo que recorren… cada umbral atravesado... cada escotilla… cada asidero. Advertidos, mis otros sentidos se unen al primero en el sobreesfuerzo… intentando ubicar cada estancia… cada ruido…
El sinuoso trayecto discurrió en respetuoso silencio… como no había otro modo de que fuese.
Y cuando aquello no parecía tener fin, la distancia con ambos se redujo con asombrosa celeridad… haciéndose el tenue olor a incienso más intenso con cada paso hasta llegar a una robliza puerta de madera, ante la cual me estaban esperando sin mostrar aparente impaciencia.
El oscuro pozo de mis ojos volvió a cruzarse con los de la danzarina… mientras el anciano, tras abrir la puerta, nos invita a inaugurar la nueva y austera estancia. Aquel lugar era, en virtud de su lenguaje corporal, tan novedoso para mí como para ella… curioso.
Ola de arena…
Estás en lo cierto compañera. Recuerdo bien esta engañosa fragancia… no fue hace tanto, ¿o sí?.
Aquella familiar fragancia nos recibe de buen grado, desviando mi atención hacia el interior de lo que parecía ser un sobrio camarote. Un par de quemadores a pleno rendimiento situados, intencionadamente, en lados opuestos del lugar… el regusto adulzado del olor que desprendían siembra el apetito en mis baldías entrañas.
La puerta de la austera estancia se replegó, una vez nos hallamos dentro, sonoramente a nuestras espaldas…
Tras nuestros pasos, los livianos de nuestro anfitrión… pasos que lo guiaron directamente al singular baúl de la esquina, cuyo mecanismo de apertura respondía a una extraña combinación de incomprensibles signos… caracteres tan antiguos como el mundo mismo.
Su interior, como así certifiqué, debía custodiar recelosamente algo de aquellos años… algo valioso… un tomo cuyas tapas debieron haber contabilizado muchos soles, muchas lunas. ¿Cuántos más como el anciano sabrían de su existencia?... ¿A cuántos más como a nosotros se les habría desvelado?...
El polvoriento volumen fue apoyado sobre la mesa… y uno de sus múltiples misterios fue liberado al abrirse por una de sus páginas reseñadas… una antigua historia plasmada en tinta… una que se encargaría en traducir verbalmente el anciano… una que relato un acontecimiento de la vida de la dama negra, en ojos de un esclavo Hakhim y amante, anterior a la que ahora conocemos…
Y su añeja fragancia se entremezcló con el incienso, a la vez que la voz del anciano se apoderó de mis sentidos… de mi atención… y la de la mujer.
Un terrible destino… un amante… una confrontación… una eterna búsqueda de poder… una isla, Achbar… el demonio… un pacto de poder sellado con un beso… una condenación… un pago periódico en almas férreas… un deseo para el más digno entre ellas.
Así que éste era el fin último del Coliseo… el fin único… su esencia misma… nutrir a aquel demonio de la sangre de los más valerosos guerreros… para preservar lo pactado.
El tomo fue cerrado, y con él sus secretos, pero la voz del anciano prosiguió… desvelando esta vez sus inquietudes.
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¿Cómo era eso posible?... no recuerdo tal y sin embargo tengo la certeza de que el anciano no miente. Esa mujer de la máscara… norteños… ¿por qué yo?... ¿cómo se ha atrevido?...
Sentí la penetrante mirada de la otra mujer, la danzarina… la hermana... sobre mí… sobre el peso que recaía en mis hombros...
Mis ojos azabaches no se despegaron del anciano, ni cuando éste hubo terminado de hablar… ni cuando la hermana expuso su disposición y sus dudas.
No había sido yo él asignado por ella a esclarecer sus sombras... ni era mi competencia. Sin embargo, yo lo tenía claro, pues conocía los carnales vicios del elfo de piel oscura… sus debilidades… sus virtudes… sin ellas es una presa mucho menos peligrosa.
Respecto a la sed de sangre con todo esto, le respondería… nada y a la vez todo.
Esperé en respetuoso silecio a que llegase mi turno para pronunciarme...
Ambos hijos del Dios Luna absorbieron el conocimiento en reverencioso silencio. Bien. Tal vez no estuviese todo perdido. Pero eran chiquillos. Apenas sabían bailar bajo el manto del Dios, aun les preocupaban deseos terrenos, no veían el patrón de la noche.
Pero eran alumnos prometedores.
Sin embargo, no debían distraerse con sus ansias mal encaminadas. Sin Esteban, aquel renegado estaría muerto y Aymée ya hubiese salido discretamente de aquella ciudad. No, aquello no podía ser casualidad. Tal vez pudiese ser Destino.
El Anciano miró el Fuego Interior de ambos. La mujer ardía con ansia y vivacidad. Aun buscaba las respuestas a preguntas que no la tenían. Mientras tanto, el hombre mantenía su Fuego bajo, pero caliente, buscando la hora de hacerlo explotar.
El Califa Loco jamás estuvo en la ciudad. Trajimos una réplica exacta de su barco, en la que nos hayamos, para atraer a Ormuz y capturarle, mientras tú, Danzarina de la Muerte, hacías que saliese de su escondrijo. Pero si vences el torneo, Ormuz, podrás desear la cabeza de tu enemigo en bandeja de plata. Y si tú, Aymée vences el torneo, podrás hayar la paz que buscas.
Para ello, os entrenaré personalmente y os mandaré de vuelta al Coliseo. Conozco el corazón de los hombres, y he observado cuales son sus ansias. Y uno de ellos podría condenar al mundo tal y como lo conocemos.
Noté la fuerza escrutadora que emanaba del anciano, su tanteo en mi interior. Sus pupilas se habían clavado en mis ojos, y a través de ellos husmeó en mi alma, se asomó para comprobar mi Fuego Interior, puedo sentirlo.
Pareció satisfecho, y entonces se centró en Kiurbu, e hizo lo mismo. Y cuando ya hubo acabado, cuando encontró lo que quería encontrar, o por lo menos lo que esperaba, entonces habló, explicó, nos explicó.
Y entonces, comprendí. Engaño, sobre engaño, sobre engaño. Espejismos, ilusiones. Así hablan los Hermanos, así habla el Desierto. Una réplica del barco, un reclamo, una presencia inexistente.
Asentí, dejando que poco a poco la verdad desvelada llenara mi mente, me llenara, adaptándose a mis intenciones, domeñándolas, modelándolas.
Y, súbitamente, fui consciente de lo que quería decir aquello que estaba diciendo el anciano, de lo que estaba oyendo.
Puedo ser uno de los Ocho.
No hay un elegido, hay una plaza para uno de nosotros. ¡Puedo ser yo! El Hermano está más preparado, y es más fuerte. Pero, no me han descartado...
Nada.... y, a la vez, todo...
Las palabras del anciano vinieron a responder esto mismo... a esto y algo de lo que me había percatado nada más despertar de mi involuntario letargo... que había compuesto una sutil melodía para atraerme a sus dominios... una melodía que había comenzado, seguramente, mucho antes de mi llegada a la ciudad. La danzarina había sido uno de sus acordes... el falso califa... la norteña... ¿cuántos más?...
Aquello me llevo a preguntar hasta qué punto la mujer, Melissa, había ignorado la trama del anciano... hasta el punto de perder a los suyos a manos de mis hermanos... ¿tantas molestias por mí?... un desertor... ¿por qué?...
Por otro lado... ¿por qué yo... acaso los norteños no disponen de su propio campeón que luchase por sus intereses?... ¿cómo es posible que esa norteña tenga la potestad de invitar a alguien al torneo privado de la dama negra?.
El anciano había dado por supuesto cuál sería mi deseo en caso de mostrarme digno de solicitarlo... en caso de acceder a participar en el sangriento sacrificio. ¿Tan seguro estás de mi deseo, anciano?... ¿tan convencido estás de que éste es el modo?... ¿de qué conoces mi corazón?.
Todas esas preguntas, y alguna más, se arremolinan en mi cabeza... todas y cada una de ellas tienen algo que decir, algo que ofrecer... más allá de las oportunas explicaciones, cada una de ellas, y todas a la vez, es eclipsada por esta otra... ¿realmente tenía otra opción?...
Era consciente que únicamente seguía aferrado a ésta vida para hacer frente a este propósito... uno que, aunque disfrazado de beneficioso para el mundo... para los míos... para mis intereses, no sentía como parte de mi senda... todo había sido dispuesto, hilvanado para que así ocurriese... más broza, hojarasca seca que alimenta mi ardiente infierno... infierno que asoma por el pozo llameante de mis ojos.
"Condenar al mundo tal y como lo conocemos", había dicho el anciano... un mundo al que nada tengo que agradecer... nada que necesite preservar... qué más da uno u otro, si en ambos seguiré por mi sangrienta senda.
Los míos... los míos yacían agitados, ansiosos, impacientes en el reino de los muertos desde hace mucho tiempo... demasiado. Su último representante vaga... perdido... sediento de sangre... sed, nutrida de la de muchos otros, que va camino de hacerse insoportable... sed a la que debo y quiero poner remedio. Sed que me ha convertido, inevitablemente, en un ser egoísta... tanto... que todo lo que les suceda a los demás me tiene sin cuidado... ¿a todos?... hasta hace bien poco era así... ¿en qué me convierte eso?, no puedo silenciar los ensordecedores gritos de los míos, clamando cada gota de sangre de su verdugo, para escuchar aquella otra... aunque ésta me estremezca... les estaría traicionando, prolongando nuestro sufrimiento por una presuntuosa emoción que no me está permitida... una tan diferente a la que alimenta mi alma, o quizás no tanto...
El premio de un deseo... quizás sí... tentador... si fuese cierto... tendría muy fácil desear su sangre... un millón de muertes horrendas y dolorosas para aquel hombre. Sin embargo, ¿realmente era eso lo que quería?... ¿era éste el modo?... ¿sería suficiente para saciarme a mí, a los míos?. No puedo evitar que este pensamiento me perturbe... me aterrorice.
No era ningún elegido por el Dios Luna... ni un héroe salvador... ni nada glorioso, era tan sólo un acorde más en una seductora melodía.
-. Maestro, ha mencionado a ocho participantes... además de los que le inquietan, el elfo de piel oscura que ha mencionado y al esclavo de la casa de obsidiana, ¿conoce la identidad de los restantes participantes?.- A pesar de mis múltiples inquietudes, mi disciplinada voz tomó otros derroteros... más pragmáticos.
En algo estaba completamente de acuerdo con el anciano... si has de mandar un acorde, éste tiene que estar bien afinado...
Ayer no pude postear... me iba la web como el culo.
No, la dama Morkhalee aun no se ha decidido. Pero lo hará pronto. Y será entonces cuando se selle el destino del mundo. La voz era grave, preocupada. Y yo no soy maestro. Soy siervo. Como todos, no soy más que una herramienta.
Todos y cada uno de nosotros respondemos a una melodía superior… eso es bien cierto. Por eso no me extrañaron las palabras del anciano. Siervo de unos, maestro de otros… el que es hijo puede ser padre pero a la vez sigue siendo hijo… ramas que nacen de otra mayor y, a su vez, otras más pequeñas nacen de las primeras… y, en última instancia, el Dios Luna que lo engloba todo… tanto las ramas más pequeñas como el tronco principal y la raíces… como otros troncos… otras raíces en el inmenso campo del universo.
Su rostro anciano no oculta los años de experiencia… ¿cuántas veces bañaría el sol su piel?… ¿cuántas veces la luna?... maestro sí… siervo… es posible.
La Dama Negra aun no se había decidido… garantizada, o no, nuestra participación debíamos estar preparados por si ésta se ofrece… llegados a éste punto, el resto de cuestiones son sólo vagas distracciones… carecen de importancia salvo el intenso entrenamiento al que debemos someternos.
Comprendía los temores del anciano… pero, a diferencia de él, no había focalizado la raíz de los mismos en la figura de un hombre… elfo… o criatura, por muy impías que pudiesen parecer sus motivaciones.
Yo, Ormuz Ahriman… el último de los míos, debía encontrar mis propias motivaciones si quería tener éxito en la sangrienta empresa… y para cuando las hallase debía estar preparado para afrontarla.
-. Siervo o Maestro…- Mi voz resonó firme. -. Estoy listo para comenzar, en estos momentos, con vuestras lecciones…- Mi entumecido cuerpo debería esperar hasta obtener su anhelado descanso.
Cobra… escorpión… viento
Mi post no desentona con el puesto por Aymee así que lo dejo tal como lo había ideado antes de postear ella. Un saludo
-Así que esos rumores son ciertos... Había oído algo acerca del Torneo Final. Y el deseo para el vencedor. Y he oído que ese Torneo es a muerte... sin regreso. ¿Es eso cierto? Ocho Gladiadores, a muerte. Y uno solo queda, el Vencedor que reclama un único deseo, que se realiza...
Todo encajaba, y, sin embargo, no encajaba nada. De pronto, Aymée endureció su mirada, tensó su cuello, su espalda. Había algo en todo aquello que estaba cargado de amenaza, y más peligrosa que el hecho de morir. La mentira podía ser una daga demasiado mellada, una serpiente venenosa agazapada en un lecho de flores.
¿Qué podía pedir Delderius que perjudicara a su pueblo? El Elfo Oscuro sin duda pediría placer para él, y con ello satisfaría su ego. Que cientos, miles de mujeres se dejaran sajar por sus kukris, ¿contenía algún riesgo para el futuro del mundo como lo conocíamos...? No. ¿Y Parnassus? Pediría la libertad, probablemente. Y se iría a cobijar bajo el velo de la Sierva de la Luna, abiertamente, amándola con la cabeza en alto, como un hombre libre. ¿Era eso una amenaza para el futuro...? No. ¿Entonces...?
El violinista era un Hassasim, se lo había probado. Pero, también habían sido puestas a prueba ilusiones que resultaron falsas. Como su propia orden, la de encontrar al hakhim, al renegado, y matarlo.
Aymée tenía claro que su Fuego Interior ardía, que amaba a los suyos, y estaba dispuesta a lo que fuera para que hallaran la Paz, el respeto y la dignidad que les correspondía. Pero no quería ser objeto de una trampa más, sin saber quien la tendía.
-¿Cómo has llegado a formar parte de los Hermanos, anciano? Estoy dispuesta a creerte, a luchar, a ganar para satisfacer mi deseo y evitar males mayores, incluso estoy dispuesta a morir, si esos rumores son ciertos. Pero quier saber primero. Eres un hombre de piel blanca, no eres un Hakhim. Y eres un Hermano, has trazado con tu violín las bellas piruetas de una melodía que nadie ajeno puede conocer. Yo las he visto.
Eres siervo, no eres Maestro. Muy bien. Sin embargo, seré tu alumna, aprenderé, daré hasta la última gota de mi sangre si consigo llegar a ese Torneo... moriré por ganarlo. Y aún no sé, y soy sincera, cual sería mi deseo si llegara a tener el derecho a pronunciarlo. Pero seré tu alumna... ahora, sólo te pido una cosa... una prueba de buena voluntad antes. Tu historia, anciano...
El hombre sonreía ampliamente. Mi historia es simple. Las luces parecían atenuarse poco a poco. Aprendí hace mucho que el sentido de la vida no es comprenderla, sino hacerla mejor.
De repente, ambos Hakhim quedaron sumidos en una total oscuridad. Es hora de la primera lección. Incluso sin ver su rostro, sin poder localizar aquella voz que ahora parecía venir de todas partes, sabían que el violinista estaba sonriendo.
Cuando ambos salieron del barco, en silencio, conocedores de aun más secretos de las sombras, al levantar la vista, observaron en silencio su objetivo: La Joya de la Arena. La fortaleza de Morkhalee, que coronaba el Coliseo.
Debían vencer.
[Pasamos al Puerto. La sesión de entrenamiento os otorga 10 Px]