Las palabras se extinguían, dando lugar a solo una... culpa. Él poco tenía que ver con lo que le ocurrió a su padre, pero Matthew no podía dejar de creer que era culpa suya. Y era ese sentimiento el que le hacía ser como era, su timidez, las veces que vacilaba, se debían a esa culpa que sentía cada vez que recordaba a su padre, y también la culpa le motivaba a ser buena persona, a intentar evitar romper con lo que creía que podía ser su destino. Así que la palabra no le sorprendió tanto como las palabras anteriores, pues esa palabra la sentía dentro de él cada día.
Cuando parecía que las chicas ya habían terminado también con las piedras las miró, aún apabullado.
-¿Os esperábais ver algo así?- no sabía qué habían visto, pero su expresión lo decía todo. Aunque, por supuesto, no iba a preguntarles qué decían sus palabras, pues entendía, que, al igual que en su caso eran cosas privadas- yo creo que ya hemos tenido suficiente por hoy. Y las clases deben estar apunto de empezar.
Supongamos que el suceso por el que empezó la culpa lo vivió a los 7 años.
P.D. Lo gracioso es que iba a utilizar la misma palabra que Asterope, vergüenza, pero se me ha adelantado xDDDDDDDD
Felicidad, felicidad... Que ella supiera siempre había sido una niña feliz. Bueno... Hubo una época en que perdió la sonrisa. Tras el ataque en Târgoviste, la huida a Londres, la convalecencia de Mircea y el internamiento en un colegio religioso supuso que durante casi un año se olvidara de ser feliz. La separaron de su hermana y los fines de semana tenían prohibido volver a casa o visitar a su hermano. Por cartas de la madre, sabían que era grave y que el chico seguía en coma. Pero acabó el año, llegó el verano y ella y Orsolya se pasaron las vacaciones en San Mungo, velando a un chico que había crecido varios centímetros y que se había quedado demasiado delgado. A punto estaba de compezar el nuevo curso y finalmente él despertó. La alegría volvió a la casa de los Padurearu. Las niñas consiguieron que se las permitiera ir a pasar los fines de semana al hospital mágico, donde fueron ellas las verdaderas artífices de la rápida mejoría de Mircea. ¿Pero qué tenía eso que ver con todo aquello?
Cuando vio a Orsolya correr hacia el reloj solar y colocarse en la piedra correspondiente al 8, una idea surgió en su mente. Como si acabara de robarsela de la cabeza de su hermana, o ésta hubiera saltado como un piojo de los cabellos ondulados de una a la de la otra, supo al instante hacia donde iba su razonamiento encaminado.
Había pocas cosas que podía hacer que las gemelas se olvidaran de la comida, y una de ellas era un misterio sin resolver. Si aquello no acababa pronto, seguramente acabarían saltándose las clases sin darse cuenta.
Desde su posición en el 8, Orsolya respondió primero a Asterope y luego a Matthew. ¿A que sí? ¿Y si te dijera que hay muchos sitios por Hogwarts igual de chulos o más que este? La niña había olvidado que hasta hacía un instante había estado llorando por lo visto en la piedra.
Erzsébet llegó al 9 del reloj solar, mientras arrugaba el entrecejo al pensar en algo que acababa de ocurrírsele. Lo comprobaré luego, decidió.
Bueno, no exactamente esto, respondió Orsolya dando palmadas. Vamos, seguro que conseguimos acabar antes que empiecen las clases, urgió a Mat.
Resignado, Matt decidió hacer caso a las chicas. No es que tuviera muchas ganas de seguir con aquello, lo de las piedras le había afectado, pero sentía que era tarde para reproches y arrepentimiento. Las gemelas no le habían obligado a nada, lo había hecho por su cuenta, y aunque no lo quiera reconocer, gran parte de él quiere saber qué pasará a continuación. La curiosidad casi siempre gana a la razón.
Así que imitando a las dos chicas de su casa, se posó sobre el número que vino a su mente al ver la palabra escrita en la roca. La edad en la que su vida cambió para siempre, siete, y allí dirigió sus pasos, al número 7 del reloj.
-Bien, pero si llegamos tarde no me digas que no os lo advertí- intentó mostrar una sonrisa, pero era muy forzada. Esta vez la sonrisa no le salía de dentro, aún estaba algo turbado. Por lo que cambió de tema- ¿Muchos más sitios como éste? ¿Y por qué no vienen en los folletos sobre Howarts si son tan extraños?
Claro que la verdadera pregunta era, ¿como unas niñas tan pequeñas conocían tanto sobre el lugar?
¡Yo desde luego no me lo esperaba! Respondió a Matt. Es todo tan extraño...
Las gemelas se acercaron al reloj solar. Asterope podía ver que estaban tan impresionadas por lo que estaba ocurriendo como ella y tenían la misma curiosidad por saber más. La propuesta del tejón de irse a comer era atractiva, pues la serpiente tenía hambre y no quería llegar tarde a clase. Pero, por otro lado, era mucho más tentador quedarse allí e intentar averigüar qué otra información les podría dar ese artefacto y, sobre todo, por qué. No llegaremos tarde, Matt. Aún queda tiempo. Además, estamos en un reloj, no se nos puede pasar la hora.
Era probable que algún profesor supiera algo sobre ello. Al fin y al cabo, llevaban en el colegio mucho más tiempo y eran magos mucho más preparados que esos cuatro niños. Pero a Asterope le gustaba hacer las cosas ella sola o, por lo menos, intentarlo. Si no descubrían nada más, iría a la biblioteca en cuanto pudiera a buscar allí respuestas.
Así que, sin dudarlo más, se fue también al centro. Comprobó que las gemelas se habían puesto sobre los números 8 y 9, mientras que Matt se había colocado sobre el 7. Los miró extrañada. ¿Qué les había hecho colocarse ahí? No tenía ni idea ni tampoco sabía cuál era su lugar, si es que tenía alguno. Mientras que los otros tres habían actuado sin dudar. Y era frustrante. Estaba claro que para esa misión la imaginación estaba por encima de la lógica, así que Asterope estaba en desventaja. Y, para variar, le daba vergüenza preguntarles nada. ¿Y si pensaban que no era lo suficientemente inteligente como para estar ahí? No, no, mejor fingir que sabía de qué se trataba la cosa.
Sin darle más vueltas, fue hacia el primer número que se le vino a la cabeza, esperando que funcionara: el 3. Lo tenía ahí porque lo último en lo que había pensado era en lo pequeña que era cuando vivió ese espantoso momento.
Tres, siete, ocho y nueve. Talento, conocimiento, fuerza e influencia.
Eran cuatro números que podían significar tantas cosas. Extractos de tiempo pausados en la eternidad, que se repiten continuamente sin retraso. ¿Fechas importantes? Quizás 3 de Julio de 89. ¿Era posible que alguno de los niños supiera que aquel día en una era pasada la magia fue descubierta? No era probable, nadie lo sabía. No estaba escrito en ningún lugar y ningún relato oral llega tan atrás.
3789, ophis en griego. Serpiente... ¿sería aquello una premonición? ¿Qué podía significar?
3789, kathab en hebreo. Grabar... ¿en piedra? Muy acertado, sí.
Pero con los niños ahí quietos, cada uno sobre la piedra que les había sido indicada, parecía que esperaran que sucediera algo. ¿Qué podía significar cuatro números para la nueva generación de magos?
No sucedió nada...
Las gemelas esperaron inquietas, consiguiendo apenas quedarse en el sitio mientras sus cuerpos las impulsaba a bailotear.
Pero no pasaba nada.
¿Alguno ha visto algo?, preguntó Erzsébet, extrañada. Hasta entonces casi todo había sido fácil de hilar. También era cierto que hasta la llegada de los otros dos, no habían podido descubrir este último paso.
No... No pasa nada. Esperaros un rato más, a ver, resolvió Orsolya.
Pero por mucho que esperaban, la sombra de la aguja seguía sin moverse. Las piedras seguían en el mismo sitio donde habían estado los últimos siglos y las rocas del exterior permanecían inamovibles.
Las crías suspiraron a la vez, habían llegado a otro punto muerto.
Fue Orsolya la que se adelantó al centro del reloj solar, para así volver a poner en marcha el inicio del misterio. Pero extrañamente, su sombra era normal. Con la misma dirección que la de la aguja y con un tamaño proporcional a su corta estatura, ésta vez la obscura figura no apuntó a ningún lado.
Asterope se encontraba en tensión, como esperando que se abrieran los suelos o cayera un rayo sobre la aguja del reloj. Pero no pasó nada. Absolutamente nada. Las caras de las gemelas mostraban decepción. Asterope se sentía un poco culpable. ¿Habría sido ella la causante de ese fracaso? Se había dirigido hacia un número al azar sin saber bien si era el que le correspondía. Era probable que se hubiera equivocado y por eso no funcionó lo que fuera que tuviera que funcionar.
Lo más raro de todo era que las sombras ya no hacían su "espectáculo". Una de las tejonas se colocó en el mismo lugar de antes y no ocurrió nada. ¿Se habría agotado la magia del reloj y por eso ya no sucecían cosas extraordinarias?
Pues... nos hemos atascado. Justo entonces Asterope sintió un rugido en su estómago. ¿Nos vamos entonces a comer? Le habría gustado quedarse más tiempo allí, pero parecía como si hubieran apagado el aparato. Quizás solo te dejen descubrir un número límite de misterios al día.
No lo entendía, las gemelas hasta ahora dominaban la situación, pero verlas correr entre el reloj y las rocas le hizo ver que ya no era así, parecían tan perdidas como Asterope y él.
-Pues vaya- dijo, por un lado decepcionado y por el otro aliviado- supongo que ya hemos terminado aquí, ¿no? ¿o se os ocurre algo más que hacer en este lugar?
Miró sobre todo a las gemelas, ya que eran ellas las que habían tenido, hasta ahora, la voz cantante.
Decepcionadas por aquel estrepitoso fracaso, pues tras la alegría de ver que el misterio avanzaba, acababan de encontrarse con un nuevo contratiempo, las gemelas se alegraron de inmediato al escuchar la palabra "comer" de boca de Asterope.
¡Habrá que volver otro día!, decidió Orsolya contestando así a Matthew. Hay muchos otros sitios chulos por los terrenos de Hogwarts y dentro del palacio, no dejemos que esto diezme nuestro afán explorador. Erzsébet asintió a las palabras de su hermana.
Y ahora, ¡a comer!, propuso Erzsébet, que en ese instante notaba como su estómago vacío trataba de absorber todo lo que había a su alrededor, como si fuera un agujero negro que tratase de zamparse a la propia niña, volviendola así de dentro hacia fuera y con un ¡pop! hacerla desaparecer.
Justo antes de enfilar hacia el puente zigzagueante de vuelta hacia la plaza del reloj y directas hasta el comedor, las gemelas corrieron a la puerta sin cerrojo y pegaron una patada a la hoja de madera. Ya preparadas para marcharse, animaron a Astro y Mat para darse prisa y así no encontrarse con las fuentes vacías.
Buen trabajo, felicitó Erzsébet a los dos. Casi lo conseguimos.
Ya sabéis a qué nos dedicamos cuando desaparecemos tan rápidamente, se rio Orsolya. Bueno... A eso y a molestar a los profesores, a los fantasmas y a los cuadros. Por no hablar de darle ideas malvadas a Peeves para hacer que sus travesuras sean más eficaces...
Al gran comedor.
Asterope estaba visualizando las exquisitas cremas de verduras, la carne en su punto y el pescado en salsa que le esperaban en el Gran Comedor. Se alegró de que los demás quisieran también volver.
Por supuesto que debemos venir en otro momento. ¡Con lo que hemos avanzado hoy! Dejar una investigación incompleta no era su estilo. Había que llegar hasta el final. Pero antes de seguir con el resto del castillo, tenemos que terminar esto. Esperemos que la próxima vez que vengamos esto vuelva a estar activo.
Recogió su mochila y se puso de camino con los tejones. Así que os dedicáis a descubrir misterios de Hogwarts... Fascinante misión. Si algo le gustaba a Asterope de ese colegio, aparte de la fabulosa educación que ofrecía y los profesores tan profesionales y preparados, era la ingente cantidad de magia que podías encontrar en cada rincón. Siglos y siglos de excelente magos y brujas que han ido añadiendo su granito (o montaña) de arena para hacer más extraordinario ese lugar.
Esas dos criaturas, tan molestas a veces con sus gritos y saltitos y su entusiasmo, eran mucho más inteligentes de lo que pareciera a simple vista. Y su curiosidad era un valioso complemento a dicha inteligencia. Pueden ser una compañía más que útil...
Llegaron juntos hasta la puerta Gran Comedor, donde se despidió de ellos para ir a la mesa de las serpientes. Bueno, pues nos vemos luego en clase. ¡Que os aproveche la comida!
Al Gran Comedor
Matthew asintió a las palabras de Asterope. Él también quería zanjar ese asunto, porque todo indicaba que esos relojes ocultaban algo más, y dejar las cosas a medio no iba con su estilo.
-Sí, tiene que ser divertido ver más misterios como éste, aunque sería interesante ver el final de éste.
Pero ahora tocaba comer e ir a clase. Así que decidió acompañar a las hermanas al comedor, en realidad en su mente se le cruzó la idea de no alejarse demasiado de ellas en su estancia en Howarts. En poco tiempo con ellas ya había visto más cosas que en todas las semanas que llevaba allí, y a pesar del mal trago se lo había pasado bien... y seguramente todos los misterios no fueran tan personales.
-Erzsébet, Orsolya- dijo mientras les acompañaba al comedor, con lo que comían seguramente estaban deseando ir allí- si os hace falta un compañero, y a vosotras no os importa, podéis contar conmigo para vuestras aventuras.
Matt era tímido pero le habían caído bien aquellas extrañas y vivaces criaturas, no iba a desaprovechar una oportunidad para pasárselo bien entre clase y clase.
Al comedor
No pasa nada, aportó Orsolya. No está mal estar en mitad de varios misterios a la vez, así si nos encallamos con uno, podemos seguir con otros distintos.
El razonamiento era sencillo. Si se tenían 5 misterios empezados, era más posible encontrar la solución a alguno de ellos que si solo se daba vueltas a uno. ¿Donde estaba el pensar fuera de la caja? ¿Donde se quedaba la imaginación y el ser capaz de evadirse si solo mantenías tu concentración en una investigación? Estaba claro que empezado el misterio, éste acabaría cayendo por su propio peso y sería resuelto, pero no había ninguna prisa.
Claro, contestó Erzsébet a Asterope. Fíjate que hay alumnos que se dedican solamente a ir a clase y a estudiar, ¿qué aburrido, no? Estaba claro que en su mente había una casa en especial, una con alas y pico por si alguno estaba muy despistado y no se daba cuenta.
¿Sí?, contestaron ambas a la vez cuando Matthew las nombró. Ya estaban llegando al final del puente y entrando a la plaza del reloj. ¡Vale!, anuncio Orsolya. Pero estarás a prueba. No podemos dejar que uno de nuestros compañeros muera por despistado. En sus deambulares por el castillo, dejando que el simple azar las condujera a sitios nuevos y maravillosos, habían encontrado más de alguna cosa extraña que fácilmente podía convertirse en una trampa mortal. No es que se consideraran Miércoles y Pugsley, pero tampoco eran lo que se dice demasiado inocentes... ¡Anda, Pugsley, ¿ese no es un ancestro de Anthony?
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Asterope siguió corriendo un buen rato, sin apenas parase a mirar por dónde iba. Cuando llegó al puente zigzagueante, paró. Se sentó con la espalda apoyada en una de las barandillas de madera. Seguía enfadada. Y mucho. Pero, a la vez, se sentía triste. ¿Por qué Linc se comportaba así? ¿Por qué le había echado en cara todas esas cosas sin sentido? ¡Era idiota!
Apoyó la cabeza sobre las rodillas mientras pensaba en su abuelo. Linc habría sido un amigo ideal según los criterios de Miles Bletchley: hijo de magos, buena familia, rico. Pero sabía que nunca, NUNCA habría aprobado cómo el muchacho había tratado a su nieta. Y sabía que, si se enteraba de cómo había respondido ella, se habría sentido muy orgulloso. Pero, aun con esa certeza, ella no se sentía orgullosa de sus acciones en absoluto. Tenía que defenderse, eso era indiscutible. ¿Y Linc se lo merecía? Desde luego. Pero quizás había otras formas mejores de haberlo hecho. No le gustaba la violencia, ni verbal ni física, y había caído en ambas.
Siempre había sido muy madura para sus escasos 11 años. Pero, en ese momento, se sintió como lo que era: una niña que, por extrañas razones que nunca antes se habían dado, deseaba tener una madre normal que la abrazara y le dijera que no se preocupara, que todo iba a salir bien. Sabía que su madre, a pesar de lo mucho que quería a su hija, nunca daba con las palabras adecuadas y nunca mostraba demasiado cariño. Pero, quizás, era porque Asterope, tan fría como era a veces, nunca le daba la oportunidad de hacerlo. Y ahora que estaba dispuesta a dársela, Zubeida no estaba ahí.
Suspiró. Hasta hace un mes nunca había tenido un amigo, Linc había sido el primero; y, por tanto, nunca había perdido uno. Sus burlas la habían humillado y se sentía traicionada, como si todo lo que habían pasado juntos no significara nada para él. Todo en conjunto la dejó con un vacío en el interior, un dolor agudo y tremendas ganas de llorar.
¡Llorar! La pequeña había llorado en contadas ocasiones. Las tres veces que se rompió huesos jugando a Quidditch; cuando su madre la castigó sin poder leer un libro por salido al pantano por la noche sin decir nada; cuando su padre, en avanzado estado de psicosis por haberse saltado la medicación, le dijo que la pluma que sostenía estaba maldita y podía matarla; o cuando, llena de remordimiento, tuvo en sus brazos a su adorado Hefesto por primera vez, después de habérselo robado al Sr. Leimann. Pocas veces más había derramado lágrimas. Y ahora podía incluir ese momento en la lista, pues dos grandes cataratas recorrían sus mejillas.
Lo peor era que sabía que no era culpa suya. Si fuera ella la causante, podría haberse levantado, respirado hondo y haber vuelto para pedir perdón. Pero no lo haría, no. Ella no había hecho nada malo. No era ella quien tenía que disculparse primero. Y, como no parecía que Linc fuera a hacerlo, parecía que esa amistad estaba condenada.
Se levantó y siguió caminando por el puente. Vio el lago desde las alturas y sintió un pinchazo en el estómago.
Llegó al reloj solar, con el círculo de piedras. Ahí habían ocurrido cosas rarísimas y misteriosas hacía una semana; cosas que Asterope se había propuesto investigar. Pero hasta entonces apenas había podido mirar nada. Y en ese momento tampoco es que tuviera demasiadas ganas.
Por supuesto, seguía acordándose de cuál era "su piedra". Se acercó a ella y la tocó, pensando en lo que había leído. Recordaba cada una de las palabras que se grabaron, momentáneamente, en su superficie. Esto no me lo predijiste... ¿Sería entonces que Asterope había tomado una decisión errónea, de esas contra las que le advertía el mensaje? Eso o aún tenía tiempo y posibilidades de solucionarlo.
Notó entonces algo curioso. La piedra no estaba fría. El sol no le daba, pues el cielo estaba nublado, y era un día fresco. Sin embargo, mantenía una temperatura agradable al tacto. Se acercó a las demás y comprobó que esas sí estaban heladas. No le dio mucha importancia en ese momento. Supuso que era otra forma de marcar cuál era la tuya. Ya se lo contaré a Matt y a las gemelas. Y pensar que, por esos tres niños tan simpáticos, Linc estaba cabreado con ella. No podía dejar de repetirse a sí misma lo idiota que era su compañero.
Fue al centro del círculo, donde se encontraba la aguja del reloj. Pero esa vez no pasó nada. Quizás tendrían que estar los cuatro. No le importó mucho; si pasara alguna cosa extraña, tampoco tendría cabeza para analizarla bien.
Miró la hora. Seguramente ya habrían servido la comida. Pero no tenía nada de hambre ni ganas de comer. Y pensar que podía encontrarse con Linc en la mesa... No, mejor me quedo aquí un rato y voy a clase directamente.
Asterope volvía a sentirse como en su casa. Cada vez que había un problema, salía de ella para estar sola y tranquilizarse. Se quedaba mirando al cielo, leyendo o metiendo los pies en el pantano. Normalmente, Hefesto ayudaba mucho a calmarla.
Ahora, después de un rato sin escuchar apenas un ruido, sin estrés y respirando hondo, ya se sentía algo mejor. La sensación de abandono, la tristeza y el enfado seguían ahí. Pero, al menos, ya no tenía en su interior una explosión de emociones que amenazaba con hacerla reventar desde sus entrañas.
Era hora de volver y de ir a clase. No le apetecía encontrarse con el resto de gente, ni con Linc ni con nadie. No quería mostrarse débil ante el resto de sus compañeros. Pero no le quedaba otra. Era eso o saltarse Duelo. Y nunca, nunca faltaría a una clase. Así que cogió la mochila, se secó los ojos con la manga de la túnica y caminó hacia el castillo.
A clase.
Se paró justo antes de llegar al puente, cruzandose de brazos y sonriendo. - ¿qué te parece el lugar? - Le preguntó, haciendo referencia a las vistas y lo enorme del puente.
Kendra llego al puente acompañada de Ithan, y miro a su alrededor, al escuchar la pregunta, con la sonrisa aun en los labios.- Es... genial. Que pasada. Fijate que alto... - dijo, asomandose ligeramente por el lateral, para contemplar aquella enorme altura.
Después de un rato, lanzando piedras, mirando lo alto que estaba y hablando con Kendra, Ithan se decidió por comenzar a caminar hacia el Gran Salón. - Deberíamos ir tirando de vuelta, que ahora tenemos duelo y aun hay que comer. ¿Nos vemos en clase? - Acabó de hacerle la pregunta a modo de despedida, dejandole un beso en la mejilla y despidiendose de ella.
Al Gran Comedor.
Kendra asintio, sonriendo a Ithan. Habia sido un rato sensacional.- Si, claro, vamos tirando... Podrias venirte esta noche a cenar con nosotros. - lo invito entonces, con una media sonrisa. - ¿Que te parece?
Y, acto seguido, ambos fueron caminando hacia el Gran Comedor.
Al Gran Comedor.