Partida Rol por web

Las instrucciones de Mircea parecían complicadas. ¿Buscar un capullo en su mente? ¿Cómo se hacía eso? ¿Lo pensaba y ya está? Concentración, esa era la clave. Sacó su varita, imitando a su amigo.

Mente en blanco, mente en blanco... No era fácil dejar de pensar y centrarse solo en su magia. Intentó eliminar su mente de todo tipo de imágenes. Sacó a la fuerza los recuerdos con sus ilustres abuelos, recuerdos de cientos de lechuzas repartiendo el correo, de un paisaje español que ya creía olvidado. Y, después de todo esto, no quedó nada. ¿Nada? Sí, algo había. Una manantial del que manaba agua cristalina. ¿Sería eso a lo que se refería Mircea? No había ningún capullo cerrado. Pero era lo único que le había quedado, así que ahí debía de estar su magia.

Muy concentrada en ese manantial, su mente bebió de él y notó toda su energía recorriendo su cuerpo. Antes de perder el control sobre ella, la obligó con todas sus fuerzas a ir hacia su varita. Y, cuando lo hubo conseguido, imitó a Mircea:- Flamine Fulminis.

Abrió los ojos justo a tiempo para ver los dos rayos rojos impactar contra la plataforma donde se encontraba Nimu. Pero no eran normales, como los que había visto en clase. Eran mucho más grandes, luminosos y potentes. El hechizo de concentración había funcionado. Cuando los rayos desaparecieron, su lechuza estaba cubierta de llamas enormes que desprendían una gran cantidad de calor y de luz.

Daphne miraba ojiplática a la pira funeraria que habían montado los dos tejones-. Lo hemos conseguido, Mir –Estaba contenta por poder darle a Nimu lo que merecía, pero al mismo tiempo estaba triste, pues ese funeral significaba su último adiós. Le cogió a su amigo de la mano mientras con la otra se secaba la cara. El único ruido que se escuchaba era el de las llamas lamiendo el viento. Pocos minutos después fueron achicándose hasta desaparecer, pues ya habían consumido la fuente de su energía, en este caso el cuerpecito de la lechuza.

Lo único que quedó sobre la plataforma fue un montoncito de cenizas apiladas en el centro.

Durante lo que duró el rayo de fuego, las puertas tachonadas de su mente reverberaban, los candados saltaban y una ligera oscuridad parecía querer escapar de la rendija de las hojas. Aguantó lo que pudo antes de cortar el flujo de la varita, cerrar el capullo negro y volver a atrancar aquel umbral que servía tanto de salida de su yo más oscuro como de entrada a un sitio al que temía entrar.

Mircea se pasó el dorso de la mano por la frente, donde la transpiración le había dejado la piel perlada de sudor. Con el frío que hacía parecía posible que uno pudiera sudar, pero aquello no tenía que ver con la temperatura.

Sí, lo hemos conseguido, dijo entre dientes. Forzó una sonrisa triste para su amiga que buscaba su mano. La cogió y apretó ligeramente, "estoy contigo".

Le dejaría todo el tiempo que necesitase. Había tantas opciones para aquellas cenizas como era extenderlas por aquel lugar tan mágico, o incluso guardarse los restos para introducirlos en un camafeo.

Se fijó en la posición del sol tras las nubes. Habían estado más tiempo allí de lo que parecía. Apenas habían salido con el desayuno acabado que ya era casi la hora de comer.

Guardó silencio, esperando.

Daphne no quería estar demasiado tiempo allí. Habían hecho el funeral con éxito y no tenía sentido alargarlo mucho más. Una vez convertido en cenizas, había que seguir adelante en lugar de quedarse mirándolas y pasándolo mal. Ya continuaría con su luto en la intimidad. Así que se secó la última lágrima y sacó de su mochila una bolsita de tela que había usado anteriormente para guardar pulseras. Ahora serviría para albergar los restos de su lechuza.

No tardó mucho en hacerlo y, cuando terminó, volvió a meter la bolsa en la mochila. Ya pensaría qué hacer con las cenizas más adelante. Ahora tenían que ir a comer y, luego, a clase. Pocos ánimos tenía, pero no podía venirse abajo y que esa tragedia paralizara su vida.

Se acercó a Mircea-. Muchas, muchísimas gracias. Que hayas perdido una mañana de estudio para preparar todo esto... Nimu estaría súper agradecido por tu ayuda también, estoy segura –Suspiró y miró al suelo-. Era tan pequeño... En fin.

Comenzó su camino de vuelta al castillo, algo alicaída-. ¿Te vienes a comer, Mir? 

Es lo mínimo que podía hacer por vosotros, fue la sucinta respuesta de Mircea. Siento no haber podido estar a la altura anoche, pero fue algo duro de ver, confió a la pequeña, adornando demasiado la verdad de lo ocurrido. Estoy para lo que me necesites, le prometió, llevando una mano a su brazo, afianzando el contacto y así fortaleciendo su juramento. Quizás para su amiga aquello era un simple gesto más, quizás algo extravagante del rumano, pero Mircea sabía bien lo que hacía.

Claro, comenzó a caminar de vuelta a la escuela. La caminata transcurrió en silencio y a paso lento. Cerca del castillo vio un par de gatas demasiado conocidas que se adentraban por las portezuelas principales y no pudo evitar fijarse en si al igual que sus hermanas, las gatas acabarían rodeadas de un cortejo de cotillas.

Llegaron Ithan y Enya a los jardines. El rubio fue comentandole algunos trucos para DCAM que a el le habían servido de mucho, y esperaba que a su amiga también lo hiciera. - ...y eso es todo... ¿Qué conjuro tenías que hacer? - Le preguntó, caminando por unos jardines ahora vacios. - Vaya... ultimamente no se ve a casi nadie por ninguna parte...

Enya había estado escuchando atentamente todos los trucos que Ithan le había comentado. Pues varios..., pero creo que debería empezar por el más antiguo, que es Flámatte. No asistí a clase y creo que me lo vas a tener que recordar. Y sí, últimamente parece que no hubiera nadie en Hogwarts.

- Flámatte.- Asintió con la cabeza. - No es dificil, no te preocupes. Después de clase vamos a algún lado y te lo enseño, que nos hemos entretenido con tanto paseo. ¿Vamos al Gran Comedor? - Le preguntó, señalando con la cabeza hacia el castillo.

- Sí, Flámatte... ¡Hala!, vamos sí, que es muy tarde. No se había dado cuenta de cómo era de tarde, así que siguió corriendo a Ithan hacia el comedor.

Enya salió al exterior. La noche era fría ya a estas alturas del año, pero el cielo estaba completamente raso. Le había perdido el respeto a salir del castillo sola de noche, porque lo que esperaba fuera era mucho mejor. Se sentaba en una roca y contemplaba las estrellas durante largo tiempo recordando las enseñanzas de su padre. Ahí está Orión, ahí está el Sirio... Sonreía e intentaba olvidar el día tan malo que había tenido con las clases.

Asterope recibió con gusto el aire frío de la noche escocesa. Tenía muchas ganas de volver a salir afuera, después de pasarse el día intentando sacar hechizos y sin lograrlo. Bueno, era cierto que había conseguido uno, pero solo porque era la segunda vez que lo practicaba. ¡Era tan frustrante! Por suerte, los exteriores conseguían calmarla un poco. De haber sido por ella, no habría vuelto de su paseo por las lindes del Bosque Prohibido. Si algo echaba de menos de su casa era poder pasarse el día fuera sin que nadie le dijera nada, porque casi nadie notaba su ausencia.

Se llevó una sorpresa al encontrarse con la metamorfomaga sentada sobre una roca, mirando las estrellas. Era asombroso el número de veces que la veía sola. ¿Nadie más en su casa quería juntarse a la niña? ¿O es que se pasaban el día recluidos o sin hacer nada? Quizás en Gryffindor estuviera ocurriendo lo mismo que en Slytherin, donde Asterope se encontraba también casi sola, pues muchos habían dejado el colegio y otros estaban demasiado ocupados o enfadados con el mundo como para preocuparse de sus supuestos amigos.

Se acercó a Enya-. Hola, buenas noches. ¿Qué tal el día? ¿Te importa que me siente contigo? –le preguntó. Su túnica iba a acabar más sucia incluso que esa tarde, pero ya poco le importaba. 

Enya seguía mirando las estrellas. Ahora estaba repasando el zodiaco: el arquero... Cuando alguien le sacó de su ensimismamiento. Hola... dijo automáticamente. ¡Ah, hola Asterope! ¿Qué tal? Había salido un rato fuera para despejarme. Parece mentira cuánta tranquilidad pueden transmitir esos puntitos que están tan lejos. Llevo un día horrendo. No he conseguido sacar ningún hechizo y encima cada vez que espero que alguien me ayude es como si desaparecieran o el tiempo pasara demasiado rápido y no diera tiempo. Tengo la sensación de que paso muchas horas sin hacer nada porque no hay nada que hacer. No sé cómo voy a poder con todo...  Táctitamente estaba solicitando su ayuda. Esperaba que esta le echara una mano. ¿Slytherin anda tan apagado como Gryffindor? Ya ni siquiera nos juntamos para comer...

Enya parecía con ganas de hablar. Era como si la niña no hubiera abierto la boca en varios días, pues ahora no paraba-. Vaya... Qué pena –comentaba de vez en cuando, mientras dejaba que la leona siguiera con su historia-. No me digas –añadía a veces.

- ¿Slytherin? –Puso cara de completa decepción. Lo que ella había esperado de la casa de gran parte de su familia no era lo que estaba viendo esos días-. Pues está igual. Muchos se han vuelto a casa y, de los que quedan, muchos no van a clase o no quieren juntarse con el resto de la gente. Llegan y se van como si nada. Yo me paso los días con algunos de Hufflepuff, que son los únicos que me hacen caso. Ni siquiera los que consideraba mis mejores amigos hablan conmigo.

Se encogió de hombros. Era cierto que siempre había preferido estar sola. Y le gustaba mucho. De hecho, nunca había considerado hacer amigos para algo más que no fuera tener contactos para un futuro. Al fin y al cabo, ella no sabía lo que era tener compañeros de clase ni gente con la que jugar o pasar el rato. Pero, cuando conoció a sus compañeros, tuvo la ilusión de ser una niña normal, como los protagonistas de los libros que leía. Una ilusión que se borró a los dos meses de curso. Le consolaba ver que no era cosa suya, sino que le pasaba a mucha más gente del colegio. ¿Mal de muchos, consuelo de tontos? Quizás, pero a ella le animaba no ser la única con malos amigos. Lo que no habría podido soportar era estar sola en medio de un montón de grupitos.

No se le pasó el “grito” de auxilio de Enya. Necesitaba ayuda para las clases y parecía que nadie en su casa estaba dispuesto a dársela. ¡Menudo compañerismo! Así poco iban a avanzar-. ¿Y qué conjuros tienes que recuperar? Yo sigo con mi varita mala, pero quizás pueda ayudarte con alguno.

Pues vaya, Slytherin está igual que nosotros. La verdad es que la actividad en general en el colegio parecía que se había resentido desde aquel fatídico lunes con la vuelta de muchos a sus casas y el cómo se habían vuelto huraños otros. Parecía que Asterope se había dado cuenta de que Enya necesitaba ayuda con los conjuros: Tú varita... ¿Sabes cuándo vas a poder tener la tuya reparada? Enya recordaba lo afligida que había estado la Slytherin cuando su varita estalló. La verdad es que tengo muchos hechizo por recuperar. Si quieres, podemos practicar uno de los primeros que tenía que haber aprendido y que no pude ir a clase porque estaba enferma, el Flámatte.

Asterope miró a su varita -a la varita de Booky- al tiempo que respondía a Enya-. Pues no lo sé. No debería tardar mucho. A Erzsébet también se le rompió la suya y le llegó ayer por la noche. No sé si a mí me llegará ahora. Tampoco quiero hacerme ilusiones, claro.

Le sorprendió que la Gryffindor aún no hubiera aprendido el Flámatte. Hace semanas en una clase de DCAM, cuando se atacaron con ese conjuro, ella no lo conocía. Pero había imaginado que ya se lo habían enseñado. ¿Cómo era posible que no? Y, encima, parecía que se le iban acumulando-. Bueno, tranquila, que ese es fácil, ya verás. ¿No fuiste a clase, entonces? Bueno, ya sabrás que el Flámatte sirve para lanzar una luz potente que ciegue a tu adversario -Fue explicándole todo lo que recordaba del libro de texto que, básicamente, era todo lo que decía el libro de texto.

- Entonces, tú tienes que colocar así la varita -Se puso ella en posición para que Enya lo viera mejor-. Y, entonces, haces este movimiento -Lo hizo lentamente y lo repitió un par de veces para que se le quedara-. Y, al mismo tiempo, dices el conjuro, ¿vale?

Asterope hizo una pequeña demostración del conjuro como final de su clase particular-. ¿Lo tienes todo? Pues ahora te toca a ti. Si quieres, practica los movimientos antes de intentar sacarlo. Y luego, lánzamelo a mí, sin ningún problema, ¿vale?

Espero que te llegue pronto entonces. Dijo con una sonrisa. Enya se fijó en todas y cada una de las explicaciones de Asterope. Explicaba muy bien y hacía unos movimientos limpios y elegantes. A ver... Entonces es así, así y muevo tal que así. Perfecto. Creo que estoy lista para lanzarlo. Te lo lanzo a ti entonces, ¿no? Venga, allá voy. Aunque me falta algo. Se concentró y cambió su color de pelo a un blanco brillante. A ver si me da suerte. Esto no es mi fuerte, la verdad.

Se puso en posición y lanzó el hechizo: ¡Flámatte! y una maravillosa luz blanca (maravillosa para Enya) iluminó la noche en los jardines del castillo.

Enya había sacado el conjuro que, aunque iluminó la cara de Asterope, no la cegó ni un momento. Sonrió ligeramente al presenciar el éxito de la leona-. ¿Ves? Te dije que era fácil. Cuando quieras te ayudo con cualquier otro hechizo. Mañana no tenemos clase juntas, pero puedes pasarte por la mesa de Slytherin si quieres para quedar después de clase -Se guardó su propia varita en la manga de la túnica. Miró su mano. Seguía con ese hormigueo molesto. ¿Permanecería con él el resto de su vida? Porque ya llevaba varias semanas notándolo.

Llevó sus ojos al pelo blanco de la metamorfomaga. Cuánto envidiaba ese poder. Era tan útil-. ¿Ese poder lo tiene alguien más en tu familia? Nunca me quedó claro si tenía algo que ver la genética o salía sin más en ciertas personas -Si ella tuviera esa capacidad de cambiar su apariencia, estaría practicándola todo el día.

Miró entonces la hora. Ya tenían que cenar. Las gemelas la habían invitado a ir a su mesa y, además, quién sabía si esa noche sería LA noche en la que Ollivander se hubiera dignado a mandarle su varita, como había hecho con Erzsébet la anterior. Así que terminó de hablar con Enya y propuso entrar-. ¿Nos vamos al comedor? He quedado ahora para cenar. Lo dicho, si tus compañeros no te ayudan, me lo pides a mí. Que no me importa y, además, así practico mis hechizos.

Caminaron las dos juntas hasta el castillo. Una vez en la puerta del Gran Comedor, se separaron, cada una fue a su correspondiente mesa.

Enya mostró una enorme sonrisa: Muchas gracias. Explicas muy bien. Aparte de que te has defendido muy muy bien. Ha sido "guays", como dicen los muggles. Entonces es cuando se fijó en que a Asterope le gustaba mucho su cambio de pelo. Ningún familiar al menos directo. Sin embargo, en el árbol genealógico sí que hay algunos parientes más lejanos que sí que tenían la habilidad. Mientras terminaba de hablar, volvía a su color morado habitual.

Sí, vamos al comedor. Rugió su estómago. ¡Uy qué hambre! Creo que me comería poll...melo entero. Un pomelo entero. O dos.  Por un momento su apetito cárnico en forma de pollo asado se había pasado por su cabeza. Seguro que te pido ayuda más veces. Muchas gracias.