¿Demasiado dulce? Jaja, rió Erzsébet creyendo que se trataba de una broma. Estaba claro que era imposible que a alguien no le gustara las cosas dulces en general y las ranas de chocolate en particular. Incluso a su hermano le gustaba y eso que pocas veces cedía a su peculiar dieta.
Bueno, tú te lo pierdes, dijo Orsolya a la vez que metía aquel trozo en la caja de la que había salido. No se sabría decir si estaba molesta porque alguien no aceptara algo que ofrecía de buena gana...
La intervención de Kendra hizo que las gemelas se olvidaran de la chica de segundo. ¿Serían todos los de segundo así de... aburridos? ¡Ojala no! Estaban convencidas que los amigos de Mircea serían más majos.
¿A Slytherin?, preguntaron las dos a la vez. Habían estado informándose de Hogwarts, su historia y la creación de las casas. Era curioso ver que salvo excepciones muy muy raras, los Slytherin solo aceptaban magos de sangre pura. Ellas lo eran, ¿acabarían en Slytherin? ¡Pues mucha suerte!, exclamó la Padurearu de ojos azules. ¿Y si le pedimos al sombrero que nos ponga en Slytherin? preguntó su homónima de ojos verdes. ¿Pero no habíamos decidido que nos daba igual?, se enfrentó su hermana.Vale, sí, es verdad, murmuró mientras tiraba de su trenza.
¡El colegio no es un rollo! Lo es para los que se quedan quietas esperando que las cosas ocurran, pero somos nosotras quienes tenemos que hacer que los días sean diferentes cada vez. ¿Sabes lo grande que es Hogwarts? Tiene un bosque al que tenemos prohibido ir, un lago con una bestia gigante, puentes que invitan a saltar con una escoba y cuartos secretos. ¿Como va a ser eso aburrido?, enlazó molesta Eszsébet ante la sola idea de aburrirse.
No sé como serán los profesores, dijo Orsolya. Era bastante común que cada una de las gemelas se desviara por derroteros diferentes. A la larga la gente que las conocía se acostumbraba. Pero si ellos no nos aportan lo que queremos, nosotras buscaremos las formas de ir aprendiendo las cosas que no quieran enseñarnos, sonrió con algo de picardía. ¡Serás mejor que tu abuelo, seguro!
-¿Y vosotras como sabéis todo eso? ¿Conocéis a alguien que esté ya en el colegio? ¿Tenéis hermanos o primos en el colegio? Yo... a decir verdad no tengo hermanos y no sé si hay algún primo mío o no en el colegio... No tengo demasiada relación con ellos. En realidad...- si se paraba a pensar en los últimos años, lo cierto era en toda su vida no recuerda haber visto a algún pariente más que en contadas ocasiones. Había pasado la mayor parte del tiempo en la enorma mansión familiar, rodeada por sus padres y sus abuelos, y alguna visita fugaz de algunos de sus tíos.
-Y gracias por vuestros ánimos y vuestro apoyo. Sois muy amables. - en realidad, Kendra no tenía dudas sobre que lograría ser una gran bruja, pero su madre siempre le había enseñado que ser amable, abría más de una puerta en la vida.
Y mira a las tres chicas, con ese aire correcto y perfecto suyo, esperando respuesta por parte de las gemelas. Una respuesta que sacie su curiosidad.
"Porque nosotras sabemos de todo" hubiera sido una respuesta genial para enmarcar la arrogancia que a veces lastraba a las niñas. Una actitud que sin quererlo las llevaba a acabar relacionándose solamente con lo mejor del colegio, fuera en estudios, en ascendencia o por alguna peculiaridad que atribuyeran a alguien. Pero en vez de eso, Orsolya decidió jugar la carta del hermano. Sí, nuestro hermano empieza segundo. Tiene nuestro mismo color de pelo y los mismos ojos que Erzsébet, seguro que le identificas a la primera.
Mircea quedó el primero de su casa el año pasado, dijo con algo de altanería Ezsébet, y eso que no empezó el año demasiado bien. Supongo que en Hufflepuff tampoco hay demasiada competencia para un Padurearu, comentó ésta vez sin ocultar el orgullo de su ascendencia rumana.
¿Como te apellidas, Kendra?, preguntó Orsolya, decidida a colocar si es que era posible a aquella niña en su mapa de familias conocidas.
-Mircea. Vale. Lo recordaré. - les respondió, llevándose un dedo a la sien, en un claro gesto alusivo a sus palabras. Aunque, en realidad, había perdido cualquier tipo de interés o curiosidad por el chico desde el mismo momento en que había escuchado a qué casa pertenecía. Su abuelo se lo tenía dicho: "A Hufflepuff van aquellos que... bueno, los que tienen que ir a algún sitio, después de todo". O lo que es lo mismo... "Si no puedes decir nada bueno de alguien, envíalo a Hufflepuff".
Sin embargo, no dijo nada de lo que pensaba a las chicas. Pensar antes de actuar. Esa era otras de las numerosas lecciones que su abuelo le había enseñado con el paso de los años. Así que, en lugar de decir qué es lo que le cruzaba la mente en aquel momento, dibujó una media sonrisa en sus labios de muñeca, coincidiendo con aquel mismo instante en el que las gemelas le preguntaron por su apellido.
-Lestrange. Mi nombre es Kendra Lestrange. - dijo, y pese a que era consciente de que su apellido solía levantar ampollas en la mayoría de los sitios, lo cierto es que lo pronuncio con un deje de orgullo que no se molestó en ocultar. Todo el mundo sabía quién había sido Bellatrix Lestrange. Y todo el mundo sabía quien era Rodolphus Lestrange, su abuelo.
Y, aunque era posible que aquellas dos chicas jamás hubieran oído aquel apellido, Kendra se preparó para cualquier posible reacción, incluída la de la chica de segundo.
A ella no le importaba. Más bien le daba igual. Estaba orgullosa de ser quien era, de ser cómo era.
Al mirar por la ventanilla pudisteis ver como el cielo se iba tornando en un profundo color púrpura. El tren lentamente parecía ir aminorando la marcha. Era el momento para ponerse las túnicas, las negras para los alumnos de primer año y las de su casa para los alumnos de otros cursos.
Una voz retumbó en tren:
<< Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos.
Por favor, dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio.>>
El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todos se empujaban para salir al pequeño y oscuro andén. La noche era bastante fría aquella noche. Y por unos segundos os invadió el terror pues no había nadie por allí. Pero en seguida apareció una lámpara moviéndose seguida de un sonido de cascos.
Un centauro llamado Nicos, grita: ¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! La gran cara peluda del hombre mitad caballo, mitad humano rebosaba alegría sobre el mar de cabezas
Venid, seguidme... ¿Hay más de primer año? Mirad bien donde pisáis. Los de primer año, seguidme.
Lestrange, Lestrange..., murmuró Orsolya mientras se llevaba un dedo al labio. La verdad es que me suena mucho.
Sí, claro que te suena. Era como llamábamos a esa niña rara. ¿La francesa, no te acuerdas?, iluminó Erzsébet.
No, pero yo no hablo de esa chica. Juraría haber leído ese apellido en un libro de familias mágicas..., siguió pensando la pequeña.
¿No hablarás de ese libro gordo que hablaba de las familias caídas en desgracia?, dijo acercándose un poco a su hermana.
Sí, sí. Lo estuvimos mirando el día que nos llegó la lechuza, comentó Orsolya ya convencida.
Jeje, casi nos pilla Petru. Nos tiene prohibido coger libros de esa estantería, dijo jocosa Erzsébet.
¡Pero si ahí está lo interesante! Las chicas se habían olvidado completamente que no eran las únicas en el vagón.
Cuando rompieron el contacto visual una con otra, volvieron a la realidad. Podían meterse en su propio mundo y evadirse de todo.
¡No nos importa!, decidieron ambas a la vez que miraban a Kendra. Todo el mundo tiene manzanas verdes en sus árboles, dijo Erzy haciendo referencia a lo habitual que era que las verdes fuesen más ácidas y para ella eso era sinónimo de podrido. ¡Si una fruta no era dulce no merecía la pena ser comida!