Casi todos los alumnos que no estaban en el comedor se agolpaban en los mullidos sillones y sofás de la sala común, leyendo, charlando o jugando cerca de las chimeneas. Ninguno era muy ruidoso, pero la superposición de voces agudas con diferentes orígenes era suficiente para que deseara no pasar ni un instante de más allí.
Aceleró el paso y subió las escaleras que conducían a su dormitorio.
/Al dormitorio.
Nadie había aún en la sala común. Aunque los montones de pergaminos que había dejado la gente en las mesas parecían que iban a cobrar vida en cualquier momento de lo grandes que estaban ya. Era raro que los elfos no hubieran hecho nada con ellos. Tal vez no se atrevían a tocarlos, por si acaso había algo útil entre tanta porquería.
Sin entretenerse, Daphne cruzó el mar pergaminoso hasta la salida.
Al Gran Comedor.
Dos gotas de agua pasaron por el espacio principal de la tejonera que menos se usaba. En realidad no eran dos gotas de agua, porque aunque una sí podría pasar por una lágrima perfecta, la otra era un charco, totalmente chof.
/al comedor
Como todos los viernes, los pasos del chico que en ese momento pasaba por la Sala Común no tenía como destino el comedor, no, sino el lago. Iría a desayunar, pero a última hora, antes del comienzo de las clases.
/al comedor
Como ocurría desde que empezó el invierno —porque eso del ventidós de diciembre era una jodida mentira; siempre hacía frío en noviembre, y algunos años también en octubre—, el salón común estaba a rebosar. Algunos preferían esperar allí hasta el último momento, disfrutando de las chimeneas y los múltiples butacones.
Maxwell ignoró todo aquello y salió hacia el comedor. Un buen desayuno era mucho más importante que un rato de calidez.
/Al comedor.
Sara llegó a la sala común y saludó a todos los allí presentes, aunque no conocía a nadie. Se dirigió al agujero de la pared para ir al gran comedor.