Partida Rol por web

Tu gusto por estúpidas zorras de las arenas me molesta. Fruncía el ceño mientras lo decía, asiendo el cuchillo ensangrentado con rabia. Tal vez deberías matar a una, para demostrar que tu lealtad por nuestra casa aún sigue intacta... Después, como vino, su ira se fue. Tengo algo para tí. La joven secó la sangre de su mano con los jirones de túnica del esclavo torturado. Después, se dirigió, ya sonriente, a una cercana cómoda y sacó un sobre dorado, tendiéndoselo a su esclavo. Toma, mascota.

-Os juro, mi ama, que no he levantado un solo dedo por compartir el lecho con esa mujer de la que os he hablado. SI queréis tomar su vida, estáis en vuestro derecho; aunque posiblemente la ciudad rumorearía en vno, y desprecio que hablen mal de vos.- dijo Parnassus complaciente.

Entonces se acercó a su dueña, como esta le indicaba y extendió la mano para que ella pudiera entregarle el sobre, si así lo deseaba:

-¿A quién debo entregarle este cartapacio, mi señora?- dijo Parnassus obviando la posibilidad de que realmente pudiera ser "para él mismo".

Una cama, mascota, no es más que una diversión. Un corazón, por otra parte, solo puede contener una lealtad Elshva fruncía de nuevo el gesto. El sobre es para tí, esclavo. Tu compañía hoy me resulta torpe. dijo, jugueteando con el cuchillo en su mano.

Parnassus cogió el sobre que se le tendía, y comenzó a abrirlo lentamente, tras un gesto de frívola aquiescencia de Elshva. Examinó su interior, y liberó la mente, para ptrepararse para lo que le aguardaba. Bien sabía Parnassus que cualquier cosa que hubiera en el interior, le causaría cualquier tipo de sensación antes que la indiferencia.

Dentro del sobre dorado, hay una elegante invitación, tallada en lo que parece oro puro, con letras labradas en plata. De una exquisita finura, y sin embargo resistente, las letras destellean bajo las luces de las velas de la casa.

"El presente gladiador queda invitado al torneo de la Isla."

Parnassus asintó ante lo que leía, aunque aún no tenía ni idea de lo que era aquello de la isla.

Lo que contemplas, mascota, es el auténtico motivo del Coliseo. Ahora parecía divertida de nuevo, ante el estupor de su esclavo.

-Alguna clase de prueba... - afirmó más que preguntó - Una competición para discernir quién dominará la arena, por lo que mi amo dijo el otro día. ¿Me equivoco, ama? ¿De cuánto tiempo dispongo para prepararme para la competición?- preguntó el esclavo seguidamente.

Elshva rió con dulzura. A pesar de lo mucho que insistí en templar tu brazo con una fuerte educación, aun hay secretos que desconoces. Mi hermano creía que solo necesitabas un brazo fuerte... pero ¿De que sirve sin la inteligencia que lo apoye? Elshva se acercó para acariciar la mejilla de su esclavo. El Coliseo no es más que fachada, mascota. Hace años, Morkhalee hizo una serie de pactos para adquirir todo su inconmensurable poder. El precio sería 7 vidas de los mayores guerreros de todos los Reinos. Así, Morkhalee creó el Coliseo para complacer a los oscuros seres a los que debe pleitesía.

Cada año, 8 son escogidos para adentrarse en la isla, un lugar que solo Morkhalee puede encontrar. Una vez allí, los gladiadores compiten hasta que solo queda uno de ellos. La mirada de Elshva se clava en la de su siervo. Y a este se le concede un deseo. Cualquiera.

-¿Y confiaréis a este guerrero vuestro deseo, ama, para que pueda pronunciarlo tras vencer a sus 7 oponentes?- preguntó Parnassus imaginando por dónde iban sus intenciones -¿O deberé esperar a reunirnos con el amo Olshva?- añade el gladiador, sin dejar muy claro, habilmente, si con "vuestro deseo" se refería al de ella o al de ambos.

Con una de las caras más inexpresivas que se habían tenido nunca, consecuencia de años de entrenamineto, el favorito de la arena mantuvo su estoicismo, arrancando todo sentimiento que pudiera haber en aquellas últimas palabras.

Nuestro deseo, mascota, es que Morkhalee ceda su dominio del Coliseo a nosotros. dice la Elfa, y esto... escupe, mientras lanza su cuchillo contra la clavícula de su esclavo...

Con el instinto de un avezado guerrero, Parnassus esquivó por puro reflejo el cuchillo, dejando su hombro descender levemente y viendo pasar la hoja justo sobre éste:

-Entonces debo velar por vuestros deseos, mi señora, y los Monjes Restauradores reciben en ocasionres instrucciones de no sanar las heridas de los gladiadores que se dañan fuera del Coliseo. A la Maestra de Juegos le gusta tener a su mercancía bajo control, incluso si debe hacerlo a base de amenazas.- recuerda más que replica Parnassus, dispuesto a probar esta vez un poco el límite de ELshva, si lo que pretendía era hacerle daño realmente.

La mirada de la Elfa está cargada de furia. Arrodillate. Ahora. Y no te muevas.

Sin dudarlo, Parnassus obedeció, sin decir palabra y con la mirada perdida en el horizonte. Podría tener su cuerpo, pero no tendría el placer de sus sentimientos, ni de su expresión. EL gladiador se sentía especialmente transgresor aquel día.

La elfa se relamió. La mano le temblaba de ansiedad. Estar todo el día rodeado de esas putas te esta volviendo insubordinado. ¿Olvidas quien te ha cuidado, protegido, toda tu inutil vida? ¿Quien ha metido en tu cama todas aquellas mujeres que te hicieron estremecerte, quien te dio la mejor comida, y quien puede arrebatarte la vida? El cuchillo giraba en sus dedos. Luego, una lagrima resbaló por la mejilla de Elshva, que se dió la vuelta, mientras lanzaba el arma al suelo. Tal vez los otros tengan razón. Tal vez todos los humanos seais iguales. Vete. ¡Ahora! Si vuelvo a oir hoy tu voz te juro que te arrancaré la piel mientras aun vives.

Parnassus se levanto, demasiado cerca como para que ella notara su calor; demasiado lejos como para que hubiera un contacto físico. En cierto modo se sentía culpable; a Elshva no le faltaba verdad. Por otro lado, bien sabía que ni su sentimiento de culpabilidad, ni el aparente agravio eran sino una pantomima 100 veces representada antes. El baile de la cobra y la mangosta, llevado al extremo. Ese pequeño desliz de cuasi ternura, un gesto más en la peligrosa danza. Reclinarse para aferrar aquel cuchillo, tan cerca de la piel de Elshva, un giro más del baile mutuo. Guardárselo junto a la cintura, una indicación juguetona de a quien llevaba cerca realmente.

Mas una orden era una orden, y no hubo ni despedidas, ni palabras. Muy a pesar de la elfa, el Guerrero de Obsidiana sabía muy bien como complacer a su ama... demasiado bien.

Así, el esclavo gladiador abandonó la sala, y se dirigió hacia la Casa de los Condenados.