Partida Rol por web

El desconcertado norteño por la maniobra tan poco ortodoxa, embistió nuevamente contra mi... con el letal filo de su acero centelleando bajo la luz de sol. Mi insaciable alma presintió, no sé cómo, sus veladas intenciones... tras varios amagos que murieron ante el rigor de mi obediente lanza.

-. Sí, duele... duele que intenten arrarcarte del cuerpo... duele temer que quizás no puedas retornar a él... duele verte en el infierno y no poder cumplir tu único propósito en la vida... todo duele.- Habló mi alma... ya no era yo. Sus encendidos ojos se clavaron en los del norteño que no se amilanó, la sangre brota de ambas cabeza... tiñiendo ambos cabellos. -. TE DOY TODO ESE DOLOR!!!- Gritó enfurecida mi enloquecida alma... fuera de sí al rememorar sus anteriores experiencias. Apartó con brutalidad de nuevo al desconcertado Ricardo que seguía sin poder creer que su oponente pudiese reunir tanto brio tras las mortales heridas que había sufrido...

Éste no quiso, a la desesperada, darle distancia a mi alma... pero fue demasiado tarde. La punta de la lanza atravesó, de abajo arriba, el suelo de su boca... alzándolo sobre la arena... llegando hasta el cerebro. El norteño falleció al instante... con los ojos desorbitados.

Mi alma liberó a su presa con brutalidad, desplomándose su cuerpo inerte contra el suelo...

Tras unos instantes el coliseo silenció, para poco después corear el nombre de su nuevo ídolo... mi insaciable alma.

La arena volvía a discurrir entre mis dedos marcando, como un reloj, el tempo para mi siguiente duelo a muerte. Mis ojos azabaches inmersos en su universo de particulas en constante movimiento... particulas que acaricián, en su evasivo fluir, mi tostada piel. Su aroma tantas veces impregnado en sangre me trae, como siempre... irrevocablemente, recuerdos de otro dónde... de otro cuándo...

Todo estaba dispuesto según las conveniencias de la implacable audiencia cuyas insaciables gargantas, y su ausente reina, claman un espectaculo bañado en sangre.

El calor que emana el astro sol reconforta mi cuerpo; la suave brisa alienta mi cuerpo, meciendo mis cabellos del mismo color que el pozo de mis ojos...

Mi voluntariosa lanza reposa, expectante, en mi mano hábil, esperando ansiosa a que el último grano de aquel universo de arena ante mi retornase a su magma primordial, al coso... como así ocurrió finalmente.

Mi obediente lanza comenzó a trazar vistosos círculos a mi alrededor... obligando a mis músculos a desentumecerse bajo el abrigo de aquella asfixiante atmósfera.

Todo estaba dispuesto, sí... todo menos mi oponente que llega con retraso...

El pequeño Renato, henchido de orgullo ante su primera victoria entró a la arena y miró al lancero - Os vais a cansar - comenta inocentemente al ver las cabriolas que hace con su arma, - Quizás os convenga practicar con alguien que sea capaz de devolver los golpes de esa lanza... como mis cadenas -

Renato comienza su habitual danza, haciendo girar sus cadenas en el aire frente a si - Si quereis probar vuestra habilidad contra alguien más habil que el aire que os rodea... aquí estoy! - con un guiño divertido, el pequeño se concentra en el combate que está por comenzar.

- Si, si, un muy linda lanza - pequeño desharrapado hablaba sin parecer preocupado por lo que pasaba a su alrededor cuando empezó mover sus cadenas con algo más de precisión. Estas yo no bailaban en el aire, sino que buscaban un objetivo... aunque solo parecían unas fintas para probar la velocidad de su enemigo.

En la arena no era lo mismo...

Le vi aparecer, con la misma cara de despistado que debí tener en mis inicios en el Coliseo... perplejo aun por el estruendoso recibimiento de la bulliciosa audiencia.

Seguramente se hubiese perdido, o quizás entretenido, en algún tramo del camino.

Un muchacho menudo de apariencia inofensiva... una apariencia engañosa, ilusoria; pues sus cadenas rematadas en un bola de acero repleta de pinchos... enarboladas con maestría en ambas manos, le otorgan ese suplemento de intimidación del que escasea su delgado cuerpo... Muchas habrían caído y muchos caeran en esa inocente treta de la naturaleza.

Detuve en seco el baile de mi voluntariosa lanza... viento del desierto... al escuchar sus inocentes palabras llenas de desafiante intención. La afilada punta de mi obediente lanza, sostenida a una mano, traza pequeños círculos guiados por mi muñeca a escasos centímetros del suelo...

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Mi perenne sonrisa le recibió... una sonrisa acentuada por aquellas elocuentes palabras. Sin decir nada observé, interesado... paciente, como acomoda su cuerpo al recien iniciado movimiento de sus peligrosas cadenas.

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Un envalentonado guiño disparó sus veladas intenciones...

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Y las siguientes anunciaron su propósito... mi voluntariosa lanza. La aparté, instintivamente, de su camino desprotegiendo descuidadamente mi torso, que recibió el impacto directo de su bola. Una divertida mueca de dolor asomo en mi cara... -. Auchhh...- Recuperé la sonrisa casi al instante a pesar de que sentía latir dolorosamente la carne de mi pecho.

-. Una afirmación muy atrevida la vuestra... pues debéis saber que el aire erosiona montañas... desplaza dunas... levanta tormentas... arrasa extensiones de tierra...- Mis sonrientes ojos azabaches se centran en los suyos... mientras cambio de mano mi voluntariosa lanza. -. Me hago llamar Kiurbu, muchacho... y os juro que no os deseo ningún mal.- Afianzo la lanza con ambas manos... y los pies en la arena. -. ¿Estáis tan seguro de estar a la altura de vuestra afirmación?.-

El pequeño picaro había conseguido el primer golpe, pero más allá de sus chanzas era consciente que la lanza podría ser un problema, con lo que intentó usar sus cadenas para golpearlo antes de que el lancero pudiera hacerlo... Imposible. La veloz punta del arma se clavó en el brazo derecho impidiendo que Renato usara sus cadenas como quería.

El pequeño humano permaneció en silencio. No era tiempo de palabras... sino de golpes.

Renato siguió en silencio, simplemente se concentró en sus cadenas bailarinas e intentó que la filosa punta metalica de una de ellas fuera hacia donde el lancero menos lo esperaría... no la lanza... sino el brazo que la empuñaba.

El muchacho, tras su elocuente retaila inicial, parecía ahora más pendiente de mi voluntariosa lanza, afianzada entre mis manos, que de mis palabras... Su voz se apagó... murió con el primer movimiento de sus hipnotizadoras cadenas. El candencioso sonido de las mismas no se dejó eclipsar por el estridente griterío... una variable, más acetuada, del mismo anunció la siguiente embestida de sus persistentes tentáculos de metal.

La espera llegó a su fin... y estoy preparado. Calculé, con los ojos entreabierto, la esperada trayectoria de su cadena... mi ansiada lanza. Desvié su trayectoria... batiendo su punzante bola de acero hacia abajo y afuera... abriendo su defensa por ese franco... y por allí entré certéramente. Avancé un par de pasos a la vez que mi obediente lanza se recupera de la maniobra anterior, trazando un silbante semicírculo ascendente de fuera a dentro... sesgando el invisible manto aereo... arreciando el viento... a la altura de la testa de mi menudo contrincante. Mi filo golpeó brutalmente su sien, zarandeando su cabeza... rasgando la vellosa carne que la cubre... derramando su sangre recibida con avidez por aquellas gargantas... aquella insaciable arena.

Instintivamente su hipnotizador tentáculo contralateral acudió a defender el desprotegido franco. Giré sobre mi mismo... torbellino del desierto, acompañando el anterior movimiento, para esquivar su seguro impacto y retroceder lejos de su alcance... pero no del mio. Terminé mi evasivo giro extendiendo al máximo mi voluntariosa lanza que atravesó, certéramente, con su afilada punta el indefenso brazo... cuyo tentáculo aun yacía manso en el suelo.

-. El viento es invisible... el viento se adapta... se amolda... es capaz de llegar a lugares a los que ni tú ni yo podríamos.- Retiré mi lanza de sus brazos. -. El viento nos surrura mensajes... nos transmite movimientos... aprender a percibirlos no es fácil.- La sonrisa siempre perenne en mi cara. -. Los grandes guerreros aprendieron del viento a anticipar los movimientos de sus oponentes... amoldarse a ellos... y llegar certeros a dónde se propongan. Y eso no es más que una efímera esencia de su doctrina.- Afiance nuevamente mis pies en la arena... -. Cómo comprobarás, joven amigo, mucho nos queda por aprender del viento...- Mi sonrisa se acentúa. -. Acepta mi humilde consejo, sólo así conseguirás ser un maestro.-

El lancero hablaba y hablaba. Hablaba del viento y de sus matices. De enseñanzas y movimientos, pero mientras tanto su arma hablaba de dolor y de daño. A Renato se le cayo una de sus cadenas al sentir como la filosa lanza volvía a pinchar su brazo y este perdía sensibilidad.

Pero el pequeño era orgulloso. No quería escuchar, solo pretendía que la única cadena que le quedaba le permitiera dar vuelta el combate que, por el momento, lo tenía como el más herido - Si claro! - contestó sin analizar la profundidad de las palabras del Hakhim - pero lo que daña no es el viento... sino las armas - agregó mientras con su mano izquierda sacudía la cadena en dirección al pecho del filósofo.

Al menos había conseguido llamar la atención del muchacho a mi voz... puesto que sus orgullosos ojos seguían más pendientes de mi voluntariosa lanza.

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Protestó de forma infantil, dándome a entender que no profundizó en ninguna de mis palabras. Sin embargo, la protesta... el desafío reflejado en ella... tiene un valor añadido, independiente a su escasa capacidad de reflexión. Uno de sus brazos había sido inutilizado, y lejos de rendirse embistió con el otro...

Mi sonrisa se acentuó... el muchacho me gusta...

Y no dejó de hacerlo cuando su cadena apresó a mi voluntariosa lanza, cuya decisión de no apartarla, esta vez, de mi herido torso quizás hubiese sido errónea. Un hábil gesto de su brazo, contrarrestó la mayor fuerza de mis músculos... desarmándome... privándome de mi obediente lanza... llevándosela como el viento.

Mi sonrisa se acentuó aun más... el indomable muchacho me gusta...

-. Otra atrevida afirmación... y van dos.- Moviéndome cauto a su alrededor, mientras el zumbido de su cadena lo inunda todo más allá del clamor de las gargantas testimoniales. -. Las armas no dañan, muchacho... lo hacen las voluntades que las enarbolan.- Amagué con ir a un lado. -. ¿Acaso creeis que mi lanza os dañará ahora?...- Un nuevo amague para ponerle nervioso. -. En tal caso, ¿por qué entonces me habéis privado de ella?.-

Me abalancé hacia ella esperando llevar a tiempo para recuperarla...

Renato cometió otro error, confiado en que el lancero había perdido su arma, se tomó su tiempo para apuntar al pecho y golpear allí. sin embargo la demora fue demsiada. Kirbú tomo su arma del piso y en un excelente movimiento consiguió hincar su punta en el pecho del picaro.

- Maldición - exclamo contrariado al ver como perdía su concntración y el golpe que tanto había apuntado se perdía sin causar daño. - No se repetirá! - El pequeño movió la unica cadenaque le pegaba en dirección al brazo con que el lancero empuñaba el arma.

Los amagos surtieron el efecto deseado. Cuando su tentáculo de metal embistió contra mi cuerpo, yo ya no me hallaba en ese lugar... si no rodando, bajo su letal amenaza, con la obediente lanza de nuevo aferrada entre mis manos. Le encaré con los ojos azachaches, con una rodilla hincada en el suelo, extendiendola al máximo... aprovechando su mayor alcance... para perforar, certéramente, el costado del muchacho.

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La contrariedad asomó en el juvenil rostro de nuestro adversario y su tenacidad precepitó sus movimientos.

Retiré el afilado acero de su costado con la misma velocidad con la que había penetrado. Su sagre brotó generosa de la recien provocada herida. Me incorporo, afianzando los pies en la arena... arremolinando la silbante lanza sobre mi cabeza... arreciando el viento... eclipsando el zumbido de su tentáculo... viento del desierto.

Mi voluntariosa lanza, impulsada por la inercia de su remolino... por el ímpetu de mis recios brazos, descendió, aprovechando la descuidada defensa, seccionando, sin piedad, su torso con el filo de su acero... de arriba a abajo... de fuera a dentro... derramando su sangre. Su tenaz tentáculo se abalanzó sobre mi... demasiado previsible. Un giro de mi cuerpo, con la lanza de nuevo arremolinada sobre mi cabeza, me desplazó hacia el flanco de su brazo armado... evitando su infructuosa acometida... encontrandose únicamente con la estela sombría de mis indomables cabellos, de mis trenzas. Sin compasión, mi afilado acero descendió de nuevo, impulsada por la inercia de su remolino... la inercia de mi giro, arañando su único brazo útil... derramando de nuevo su sangre. Sin descanso y enlazando con los movimientos previos, mi cuerpo giró de nuevo, en dirección contraria, con la lanza de nuevo arremolinada sobre mi cabeza... finalizando el terrorífico remolino, de pleno con la parte roma de mi arma, contra la dolirida cara del muchacho... los huesos prominentes de su rostro estallaron, sonoramente, ante el ímpetu de mi embestida... Torbellino del desierto.

La insaciable audiencia clamó con pasión de nuevo mi nombre... mancillando sus raices. Sus alabanzas, al igual que sus abucheos, no me importan en absoluto... mi propósito es bien distinto al de muchos otros.

Mantuve, firme, la letal posición final, con la lanza acariciando su rostro... hasta que el cuerpo del muchacho se desplomó sin fuerzas. Entonces, enterré con fuerza la punta de mi lanza en la arena y me aproximé al moribundo muchacho... mientras la sangre emana a borbotones de su fracturada cara.

-. Muchacho, os juro que os dije certeza...- Arrodillándome ante él... aproximándome a su destrozado rostro. -... que no os deseo ningún mal. Los monjes recobrarán pronto tu cuerpo para gloria de tu pueblo.- Desgarro las ropas de su torso para facilitarle la agónica respiración. -. Aprende del viento... no de mi, que soy su humilde aprendiz.- Aparto el enredado pelo de mi cara. -. Dime tu nombre... para que pueda nombraros la próxima vez que nos hallemos.-

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Exhaló con su último aliento...

-. Bien hallado Renato... no tardaremos en volver a vernos.- Me despedí de él a la costumbre de mi orgulloso pueblo.

Poco después, me incorporé y liberé la lanza de la arena...

Me retiré a meditar...