El perdón era un acto de compasión que no se realizaba porque las personas lo merecieran, sino porque lo necesitaban. Siendo el caso, Sven respondió a tal petición con un gesto de asentimiento, señal de que tenía un gran respeto por el dios que estaba con él.
—No tienes que preocuparte. Claro que te perdono y por supuesto que me siento orgulloso de ti, Forseti. Puede que apenas sepa nada sobre lo que has hecho antes, pero este gesto dice quién y cómo eres realmente, hijo. Eres bueno y noble. Gracias por ser así.
A pesar de saber que vivía una ilusión y creer que lo estaba atacando en el mundo real, al resultar imposible el refrenar la ira asesina provocada por la maldición de Ymir, el nuevo Balder se postró ante su hijo para abrazarlo con gran fuerza, para mostrar el cariño que no podían transmitir las palabras y para decir, en definitiva, todo lo que un gesto de afecto podía indicar.
No quería que Forseti estuviera ni que se sintiera solo. Nadie debía estar así.
Cuando te acercas a él, hay un instante en el que el de más edad tiembla, tensándose y bajando la mirada mientras aprieta la mandíbula. Es un Aesir. Un dios del linaje de mayores guerreros que el mundo ha conocido nunca.
Su padre no lo veía llorar, aún cuando sus ojos estén cuajados de lágrimas nacidas en la grieta entre la amargura y el agradecimiento.
En mitad del dolor, eleva una oración.
- Guía mis pasos, con tu sabiduría
guía mis manos con tu lanza
guía mis ojos con tus cuervos
guía mis instintos con tus lobos
guía mi fuerza con tu anillo
guía mi alma con tu ojo divino
Padre... que se haga mi voluntad.
¿Pero era por él mismo que rogaba... o por tí? Corresponde entonces a tu abrazo, aunque lo que notas son aruñones en los hombros. Como si alguien te estuviese agarrando con una fuerza descomunal.
Es entonces cuando te llega a los labios un sabor que no esperabas notar. Sangre.
La plegaria hizo que Sven mantuviera entre sus brazos al asgardiano dispuesto a no soltarlo aun a pesar del dolor que notó en los hombros. Lo más sorprendente para él fue el extraño gusto que le surgió en la boca, uno inesperado, un peculiar sabor a sangre que estremeció de una forma sobrecogedora al noruego.
Vaciló un instante por la mezcla de daño en hombros y el regusto a sangre en los labios, aunque decidió no apartarse.
Lanzó una mirada llena de afecto al hijo que apenas conocía, pero que le había demostrado con palabras y acciones no ser tan terrible como el noruego pensaba al llegar, justo cuando rechazó los alegatos para liberar a Eufrósine.
Las palabras no lograban ser pronunciadas.
Las palabras no eran suficientes para expresarse.
Sven, lleno de pena y ligeramente atontado por no conocer lo que de verdad acontecía en el mundo real, lo sucedido fuera de la ilusión en la que estaban sumidos en ese momento, contempló el rostro de Forseti.