Hacía un día espléndido. El sol brillaba en el cielo como ningún otro día. Incluso el azul de éste era distinto, jamás había sido tan azul. Se oía el canto de algunos pájaros a lo lejos mientras la brisa jugaba con mechones de su pelo. No sólo era el viento quién lo hacía. Una mano diminuta le agarra el cabello y tiraba de éste, llamando su atención. Bajó la mirada y observó a su pequeño. Lo acunaba entre sus brazos mientras éste hacía ruiditos de bebé. Rió cuando vio el rostro de su madre y Avgi le devolvió una sonrisa. Su mirada de perdió en aquellos ojos azules en los que se veía reflejada. Eran tan claros que parecían el agua cristalina de una de las playas de su pasado. Creía que si se asomaba a ellos, podría incluso ver algún pez pasando. Conforme se perdía en ellos comenzó a bucear acercándose al suelo marino. Podía ver la arena y sentirla en sus dedos. Poco a poco el fondo marino se volvía verdoso, como si empezara a nadar en una zona de algas. Salió a la superficie sintiéndose ligera como una pluma y se encontró de frente con el verde más puro. Ojos verdes rodeados de una tez morena. Él también estaba mojado y le estaba sonriendo. Le salpicó y rieron juntos.
Se escuchó un estruendo. Fue el ruido más fuerte que habría podido oír jamás. ¿Era un barco? Se giró buscando de dónde procedía. No se veía nada, sólo había mar. Las olas comenzaban a ponerse furiosas. Su corazón comenzó a latir más rápido. Se giró de nuevo. Ojos verdes estaba acompañado. Sostenía un bebé en sus brazos mientras sonreía. Ambos sonreían. Pero Avgi ya no sentía la felicidad que hace unos segundos la inundaba. No podía devolverles la sonrisa. Estaba alerta y miraba a todos lados. Volvió a oír un ruido infernal. El corazón le dio un vuelco y las olas comenzaron a rugir. El mar empezó a enfurecerse y a empujar su cuerpo. De nuevo, fijó su mirada en ojos verdes junto a ojos azules. Pero ya no sonreía ninguno de los dos. Sus caras eran apenas unas muecas vacías. Inertes. Parecían un cuadro impresionista. Comenzó a nadar hacia ellos con todas sus fuerzas, quería llegar cuanto antes. Tenían que irse.
Pero cuanto más nadaba hacia ellos, más se alejaban. Ella seguía nadando como si se le fuera la vida en ello. Apenas le quedaba aliento ni fuerza para dar una brazada más. El estruendo volvió a sonar y esta vez permaneció, ensordecedor. Hizo que a Avgi le doliera la cabeza y la energía le mermara. Sentía que no podría seguir nadando, ni siquiera mantenerse a flote. Iba a ahogarse. Debía llegar hasta ellos.
Una ola gigante apareció tras sus ojos favoritos. Avgi la veía llegar, cada vez era más enorme. Crecía llevándose todo a su paso. Ella comenzó a gritar señalando la ola. Comenzó a decirles que tenían que irse. Gritaba hasta dejarse la voz, pero nadie la escuchaba. Nadaba de forma mecánica, ni siquiera sentía su cuerpo. Pero no los alcanzaba. En cambio, la gran ola sí. Iba a comérselos y Avgi no podría llegar a tiempo.
Sentía el corazón en la garganta y le dolían las cuerdas vocales de gritar. No podía respirar apenas y el zumbido en su cabeza era cada vez más fuerte. Y entonces, la ola llegó. Primero se comió a sus ojos favoritos y después, hambrienta de más, siguió a por ella. A ella ni siquiera le quedaban fuerzas para darse la vuelta y huir. No tenía sentido. La ola simplemente le alcanzó y ella ni siquiera sintió como la arrollaba. No sintió que se ahogaba. Después de eso, sólo hubo oscuridad.
Sus ojos se abrieron de repente y el aire volvió a sus pulmones de golpe. Comenzó a respirar tan fuerte y rápido que se ahogaba. Le siguió la tos. Empezó a toser mientras se incorporaba sobre una superficie rígida, seca. Empezó a mirar a su alrededor mientras tosía y respiraba a bocanadas profundas. Sus ojos estaban tan abiertos que parecía que iban a salírseles. Encontró su arco tirado a su lado, también un cuerno. Comenzó a mirarse a si misma, su ropa estaba bastante dañada, con algunas rajas. Se miró a si misma, las piernas, los brazos, las manos.
Vio un brazalete en su mano derecha adornado con un rubí. Su tos cesó de forma abrupta aunque su respiración seguía agitada. Se quedó mirando el brazalete y después alzó la vista al frente. Fue ahí cuando se fijó en que el suelo a sus pies se movía. Un vaivén. Ruido de olas. Comenzó a ver realmente su alrededor.
Un barco. No, no era un barco. Era el barco. Había visto imágenes de éste. El cielo sobre ellos era un espectáculo de luz y color. Había fuego y el cielo era rojo. Comenzó a sentir su corazón martilleando en el pecho. — ¡¿Héfiro?! — Gritó conforme intentaba ponerse en pie. Le costó un esfuerzo enorme el apenas levantarse. Ni en sus peores noches se había levantado al día siguiente así. La cabeza iba a explotarle. — ¡¿Eufrósine?! — Gritaba conforme intentaba caminar, casi a ciegas. La niebla era imposible. Se fijo entonces en que más allá, tras las cajas de madera que tenía delante, había una luz. Hacía una forma como de flor, e intentó seguirla.
El oriental esboza media sonrisa cuando la deidad nórdica se presenta con otro nombre.
Uno no elige su nombre, pero renunciar a él te impedirá alcanzar tu verdadero potencial. Quizá sea por ello que has olvidado, bendecido, que tus habilidades exceden a las de la mayoría de los mortales. Estoy seguro de que este barco no será ningún problema para ti -le mira a los ojos por un momento-. Y sé quién eres, pero ni nos conocemos ni nos han presentado.
La voz que suena es desconocida para todos los presentes. Al escuchar la voz de Tau su mirada va en esa dirección, pero no reacciona. Sin embargo la flor capta su interés y da algunos pasos hacia esa dirección, cautos y sin separar los pies del suelo en ningún momento, para así evitar golpearse o tropezarse, dando por terminada la conversación con Baldr que se hacía llamar Sven dado que éste buscaba el timón.
Casi llegando donde se encontraba la marca de Hikari el desconocido se pronuncia con una voz suave y respetuosa.
Hime-sama.
Con la correspondiente reverencia, espada envainada.
Sentía como si el corazón se le quisiera salir del pecho. Cuando fue haciéndose consciente de su entorno, lo primero que notó es que estaba agarrada a algo. ¿Una barandilla? pero era rasposa, y la había agarrado con tanta fuerza que le dolían las manos.
Al pasarse la lengua por los labios, pudo notarlos resecos y salpicados de sal. ¿Tanto había llorado? Pero era algo más. El olor era... no sabía identificarlo.
Al levantar la mirada se le escapa un guejido ahogado, y todos los recuerdos cayeron sobre ella como un alubión. Se agarró con más fuerza, ya no le importaba el dolor en las manos, solo buscaba un punto firme en el que aferrarse mientras contenía el aliento y tensaba todo el cuerpo tratando de superar el vértigo.
Entonces escucha muy cerca suya otro grito. Doloroso, desgarrado. ¿Estaba bien quedarse allí sin hacer nada solo porque estaba un poco confusa cuando había gente que la necesitaba?
Su corazón lanza un latido doloroso cuando se decide a empezar a moverse, siguiendo ese sonido, hasta que la encuentra.
- Alina. Está bien. Soy yo, Alisha. Ven, dame la mano. Todo estará bien... - Pero no estaba todo bien. Trata de abrazarla, sentándose en aquella cubierta no del todo estable, y la estrecha tratando de consolarla. Era su gente la que ardía en aquellas islas flotantes. Sus dioses. No podía ni imaginarse por lo que la contraria estaría pasando. Ella no tenía ningún derecho a quejarse. Levanta una mano para intentar llamar la atención de los demás, alzando un poco la voz - Aquí Alina y Alisha, junto a la barandilla. Estamos bien. ¿Tú estás bien? - Pregunta a la pelirroja, regresando a ella.
Sonríe, envalentonándose. Si, tenía a sus amigos, y tenía a Nerian - Nerian ¿Puedes hacer tu truco tan bonito iluminando tu cola? - Aguarda unos segundos. Unos segundos que se vuelven más y más aterradores a medida que pasaban los segundos. - ¿Nerian? - Lo llama por segunda vez, con el corazón y la garganta encogidos.
No entendía nada, no recordaba nada.
Estaba completamente ido, por algún rincón oscuro del barco, hecho un guiñapo y sintiendo como las crueles aristas del barco lo punzaban una y otra vez como si fueran docenas de niños crueles pinchando a una ballena varada en la playa, esperando que el Sol la terminara de cocer y la deshidratación, lenta e inevitable, se la llevara al océano infinito donde podría nadar sin que nada ni nadie la perturbara.
Sintió los labios resecos, su cuerpo cálido y poco a poco fue recobrando el control sobre su cuerpo. Se levantó con la lentitud de los continentes, tratando de recordar, afanándose en encontrar un sentido, algo que encajara en todo ello. Le llegaban voces desde la cubierta, voces que sonaban amortiguadas como si estuvieran en la superficie y en el pozo insondable de la desolación - ¿traidor? - dijo con los labios resecos. Estaba fatigado, algo terrible había pasado pero no sabía como había llegado hasta ahí, solamente las ultimas visiones lo perturbaban una y otra vez. Se encontró dándole vueltas a una pluma y se le escapó un gimoteo - tu querías que siguiera adelante, que fuera feliz - dijo en un susurro, con la voz quebrada y sin que nadie pudiera oírle.
Su mano tocó sus rizos y notó su cabello sucio, deslustrado. Daba asco, completamente ajado en cuerpo y alma. No sabía cuando, pero el tridente estaba en su mano derecha ¿instinto de supervivencia? no veía enemigos cerca pero su subconsciente parecía decirle que el peligro aún no se había terminado. Tomó aire.
Una
Dos
Tres...
Vacío el contenido de los pulmones y se recompuso. Cogió los pedazos de su corazón, los juntó. Apretó la mandíbula y sus dientes chirriaron con estridencia hasta que empezó a ascender por la escalera ignorando el dolor. Nero apareció en el castillo de proa, y desde ahí se quedó mirando la situación. Vio como varios cabos estaban sueltos y como la vela mayor había perdido toda la tensión, su flambeo lo ponía nervioso y empezó a andar a grandes zancadas hacía el cabo. Su tridente desapareció y con un ágil salto, Nero se colocó en el borde del barco asiendo con fuerza el cabo. Con mano experta hizo un nudo firme y fuerte que sujetara la vela mayor como debería, entalingando la cuerda en su posición. No había escuchado la conversación que se había dado, aún así, tras ver a Hikari en perfecto estado, lo que le arrojó fuerza y esperanzas, Nero terminó por recomponerse - ¡Alisha! - le dijo a su buena amiga - ¡Coge esa cuerda y tensa todo lo que puedas! - ¡Tau! ¡Encárgate de lo que mejor sabes hacer! ¡Los heridos! - bajó de un salto, con los pies descalzos, sintiendo la madera de ese barco vivo que parecía no querer tenerlos sobre él y corrió hacía el timón. En el transcurso de la carrera, no se le escapó aquel oriental de taimada sonrisa y finos modales. Lo miró con los ojos entornados pero ya habría momento de preguntar, ahora importaba recuperar la gobernabilidad del barco - ¡Tenemos que ir a Kojiki! - volvió a gritar para hacerse oír, pero tenían un problema, ¿cual era el rumbo?
Mientras Nero controla la laxitud de la vela mayor para que no quedase a la merced de las rachas de viento ocasionales que llegaban cada vez que una de las inmensas rocas de Asgard impactaban contra el mar que ahora navegaban, Sven encuentra la escalera del castillo de popa, junto a una puerta que ya habría tiempo de investigar.
En ese momento Cedric empieza a brillar aportando algo de claridad a la cubierta ahuyentando a las sombras y aportando un instante de confort a las almas apesadumbradas que se van despertando en este escenario desconocido e incierto.
A diferencia del don para dibujar en el aire de Hikari o de los tatuajes de Nero, cuya intensidad sirve para poco más que marcar su posición, la luz de Cedric alcanza con facilidad a unos veinte metros en cada dirección, algo más en penumbra. Gracias a eso es fácil calcular que esta embarcación tiene más de treinta metros de eslora.
Tres barcas de remos pequeñas dominan del centro, donde está ahora Hikari. Probablemente se tropezó con una de éstas al intentar moverse.
Alina y Alisha están cerca del castillo de proa, desde donde acaba de llegar Nero, y en el de Popa, tras una barandilla, el ansiado timón.
Pero no se banbolea sin más bajo el capricho de la marea. Alguien, o algo, lo ase con mano firme a pesar de que su forma es demasiado brumosa como para reconocerle rasgos de ninguna clase. Sin la luz de Cedric, puede que hubiese pasado completamente desapercibido.
A su espalda, tendida sobre la cubierta y con los ojos cerrados, yace la hija de Hella. Ivanka está pálida e inerte.
Proseguimos en CUBIERTA
Despertar con la mente vacía de recuerdos, ver las islas arder. Algunas voces a tu alrededor comienzan a hacerse notar, y tras eso, un aluvión de imágenes inconexas, dolorosas y confusas.
Algunas logras atraparlas el tiempo suficiente entre las manos para darte un resquicio de lo que ha pasado, pero hay más, mucho más que se te escapa.
Habría quien desearía llorar y lo ocultase con gritos. Habría quien quisiera gritar y se quede sin aire. También quien quisiera comprobar si sigue vivo, pero el llanto se lo impidiese.
Y después estás tú. Sintiendo el balanceo de un tocón al que un hombre de manos fuertes te tiene asida. Su respiración es pesada, casi desfallecida.
Lo escuchas gritar, no del todo consciente de lo que ocurre a tu alrededor con el frío de ese mar clavándose dolorosamente hasta tus huesos.
- ¡HeeeeY! ¡Aquíii!! - Un arranque de tos le obliga a guardar silencio, doblándose contra la madera. Lo recuerdas. Haakón. El maestro de armas del campamento nórdico.
¿Pero a quien llama?
Todo está cubierto por una densa neblina que solo es vencida por la intensidad de las llamas en lo alto.
Corran, corran, formen rueda,
vengan a correr,
que en esta carrera
imposible es perder
Confusas imágenes de aves costeras y animales marinos dando vueltas corriendo alrededor de una roca de arrecife se entremezclan con recuerdos de Asgard, furia, destrucción, dolor, placer, baile... y Ego.
Una vez más, flota a la superficie una imagen borrosa que va cobrando formas entre la neblina. Una imagen en la que criaturas de la sombre arrancan el corazón a Esfinge para comérselo, solo que en esta ocasión, Esfinge ya no es Esfinge. Es ora Jezzabel, ora Fahtia, ora Aziza. Y las mismas tres se turnan para estar luchando contra una horda de sombras para intentar salvar sin éxito a la víctima del centro, como ya hicieran en el pasado con Esfinge. Una lucha, que como bien sabe ya, acaba en muerte. La única diferencia es que hay otra figura, una espectadora que observa la escena impotente. Una espectadora que está en un plano distinto desde donde no puede hacer nada para salvarlas.
Adelante, siempre avante,
nunca para atrás,
lo que no ha empezado
no se puede terminar
La escena cambia sin dejar de ser la misma, y en esta ocasión las sombras bailan festejando su victoria. Hay víctimas en los suelos de Asgard y fuego en cada flanco tiñendo de rojo el horizonte. Todos los cadáveres del suelo son copias de Aziza, de Jezzabel y de Fahtia, pero también las sombras que bailan son ellas. Todas excepto una sombra que se yergue en el centro. Parece Ego, pero sabe que es algo más, como si Ego solo fuera la representación de un mal mayor, y también sabe con certeza que el baile es en su honor.
Una ola de un mar de fuego que antes no veía pero siempre había estado allí baña las danzantes y se lleva los cadáveres y de pronto las bailarinas de sombra son de nuevo aves costeras y criaturas marinas, y Ego está sobre la roca del arrecife con forma de una plumosa y culona ave con sombrero de capitán.
Esta carrera durará una eternidad.
Empezó mañana,
pero ayer se va a acabar
El mar de fuego se vuelve más insistente y las olas cubren y descubren alternativamente la escena con su continuo ir y venir. El baile sigue en círculos alrededor del arrecife. Tan pronto son animales, como sombras, como bestias peores mientras el ave plumosa sobre la roca se vuelve cada vez más oscura. Pero el mar persiste y cada vez parece que las olas dejan menos tiempo de reposo.
Vuelta y vuelta y vuelta y vuelta
y vuelta sin parar.
Ibamos perdiendo
pero ya salimos.
Hasta que el mar lo cubre todo. Incluso el arrecife. Incluso a la espectadora impotente.
-···-···-···-···-
Y entonces alguien comienza a recuperar la consciencia, solo que no es exactamente recuperar, porque puede que ese alguien nunca antes la haya tenido. Es la misma persona que era Jezzabel, Aziza o Fahtia, pero también es alguien distinto. Alguien que se balancea arriba y abajo, que siente un dolor agudo en todo su cuerpo que, poco a poco va identificando como un frío letal, alguien que se siente partida y perdida y que apenas recuerda quien era su padre. Es Khamsa. Y mientras la imagen nublada va cobrando formas y sentido, resuenan en su mente las últimas palabras de una canción que podría pasar por infantil sin serlo en absoluto.
Adelante, siempre avante,
no hay que descansar.
Son emocionantes
las carreras en el mar.
Una figura domina aquello que Khamsa puede ver y un sentimiento de pavor le abruma momentáneamente cuando cree que pueda ser aquel pájaro galliforme y tenebroso que vuelve a su mente como un fugaz recuerdo de sus delirios. Pero el recuerdo desaparece como los restos de un sueño de arena rodando entre los dedos y la visión toma la forma de Haakón, el maestro de armas de los nórdicos.
Entonces todo cobra un aspecto más real. El mar ya no es de fuego - ¿Cuándo lo ha sido? - y Khamsa flota en él malamente asida a un tocón flotante gracias a la ayuda del armero. Oye su voz que parece pedir auxilio, pero no ve nadie que pueda socorrerles. Busca con la mirada algo, pero a duras penas tiene fuerzas para interpretar lo que sus sentidos le transmiten... y está tan cansada...
Demasiado rato nadando por aguas frías hasta que le dijo a su compañero esa idea de rebuscar en los alrededores cosas útiles. Y bueno, significaba más tiempo bajo el agua. Más tiempo sufriendo el frío nórdico. Por fortuna no se había detenido aún y su cuerpo es más que suficiente para que no se ponga a temblar como un niño pequeño.
Una voz les guía hacia unos bultos flotantes. Cruza su mirada con el cocodrilo.
Tú el grande y yo el chico.
Que para eso eres más fuerte. Pensó, aunque no lo dijo. La diferencia de tamaño era suficiente para saber que eran dos bultos distinguibles y con diversos pesos. Estaba agotado a esas alturas ya. Y tenía hambre. Maldito hambre.
Al llegar vio unos cabellos rubios y, cual delfín, comenzó a empujar sin reconocer a la figura. Sí que reconoció, sin embargo, la figura más grande y masculina que debía arrastrar el cocodrilo egipcio.
Necesitaba un segundo para poder hablar, por lo que a pesar de haber podido esprintar mucho más para alcanzar a la pareja a la deriva, su compañero de exploración fue capaz de hablar antes que él. Al reconocer a Haakón, lo tomó de la mano con un gesto de bienvenida y una mueca que podría tomarse por un intento de sonrisa difícilmente identificable entre tanta escama y dientes afilados.
- Es... Espera - Al oriental desconocido para los otros dos - ¿Alguno está herido? - No quería tirar de aquellos pobres desgraciados sin asegurarse. Apenas le quedaban fuerzas para otro milagro, pero tendría que valer.
De primeras no reconoce a la rubia, por lo que sin darle muchas vueltas, prueba primero a arrastrar de los tablones a los que se agarraban los otros dos... pero niega.
- Tardaríamos demasiado - Alarga las manos hacia ambos - Agárrense. Y por cierto. Nada de usar nombres reales. Es algo que está en la niebla. Dicen que roba nombres. - Hacia el oriental - Cuando lleguemos al barco, sube tú primero y me lanzas un cabo ¿vale?
Motivo: Int ¿la reconoce?
Dificultad: 1
Tirada (1 dados, se repiten 10s): 2
Éxitos: 0, Fracaso
- Benditos sean cualesquiera dioses que nos hayan escuchado. - correspondiendo al gesto de Masud con evidente alivio. - Nada de gravedad. Yo estoy bien, pero la luz no ayuda. Y ella está... - parece que cae en la cuenta de que la rubia está regresando en sí. - ¡Eh! ¡Muchacha! Por poco no lo contamos.
Vamos. Ha llegado la ayuda. Sólo espero que haya una buena hoguera esperándonos.
Entonces mira al oriental, aunque se sigue dirigiendo al cocodrilo - No lo conozco ¿Nos ha recogido un barco japonés o qué?
Tenemos prisa, ¿así que te importaría llevarme a mí también? Llevamos media hora sin parar.
Se engancha a Masud y le sonríe, como indicando que confía en su decisión y en su fuerza. Luego con un gesto de la mirada miró al tutor nórdico.
Me alegra que estés bien Haak... ¿Cómo quieres que te llamemos?
Se corrige enseguida, a punto ha estado de meter la pata. También se fija un poco más en los rasgos de la rubia.
Me suenas, pero no sé de qué. También tienes que pensar un mote. A mí podéis llamarme Kamareon.
Y en realidad es un barco de uñas, pero estoy del lado de los que quieren acabar con esta oscuridad.
Con un leve asentimiento mira hacia Masud.
Subiré para tirarte el cabo. ¡Vamos!
La mirada se enfoca al fin en las dos personas que vienen a salvarles, aquellas a las que Haakon pedía ayuda, concluye Khamsa.
Inicialmente, siente una tensión instintiva. Una alerta natural de alguien que ya está curada de espanto. Sin embargo, al reconocer a uno de ellos, su cuerpo se relaja con total tranquilidad. Se deja llevar.
Es curioso, porque probablemente esa sea la persona a la que cualquiera en sus cabales debería intranquilizar. Tener cerca a Masud es casi una garantía de problemas a la vuelta de la esquina, pero con ella es distinto. Es probablemente lo más cercano que le queda a un hogar, así que con él se siente segura y en casa... Una casa a punto de incendiarse, probablemente.
Le sorprende que no la reconozca, pero está demasiado cansada para darle importancia. No es hasta que el asiático pronuncia sus palabras hacia ella identificándola como alguien que le suena sin reconocer, que empieza a pensar que quizás las uvas le habían provocado algún efecto. Paladea la idea de no ser reconocible y le gusta. Decide que quiere explorarla un poco más, si es que verdaderamente no la pueden reconocer, y para ello decide guardar silencio.
Le debe una respuesta amable al armero con el que está muy agradecida dado que la salvó, pero no quiere arriesgarse a que su voz la delate ante Masud - No debería llamarle Masud, según lo que dice. Sería una mala idea - así que tan solo se centra en Haakon, le dedica una sonrisa y la mirada más cálida que puede en ese momento.
Lo cierto es que no es mucho. Está aterida de frío, dolorida y extenuada por haber renacido una vez más solo para acabar flotando a la deriva en un oceano helado. Pero al menos es una sonrisa agradecida.
¿Un mote, eh?... no será difícil. Apenas tengo claro ya cual se supone que es mi nombre real.
No dice nada, cierra los ojos y aprovecha el salvamento para intentar recobrar fuerzas.
- Está bien... - Responde en un gruñido al delgaducho antes de girarse a Haakón. Aquello de tener que estar volviendo la cabeza para ver las cosas sin un ojo era un engorro. Y después de discutir con Daniya aquel estigma pesaba infinitamente más. ¿Llegaría a encontrar la manera de resolverlo?
- Agárrense a mi espalda, y no se asusten. - Aquello último lo decía en especial por la aparente desconocida, aunque también lo promovía una pincelada perversa hacia aquel nuevo japonés que tanto parecía saber de ellos.
Entonces comenzó a cambiar, y mientras lo hacía se quitó lo que le quedaba de ropa y se la echó al hombro. No estaba la situación como para estar rompiéndola porque si. Hacía un frío del demonio y tarde o temprano la necesitaría. Sacude la cabeza apretando los dientes en un chirrido casi audible mientras sus huesos empiezan a crujir. Su espalda se camba marcando dos filas de púas romas salidas de sus escamas de las que sería fácil sujetarse. El cuello se ensancha y los hombros se estrechan hasta ser prácticamente una prolongación lisa del resto de su cuerpo, preparado para aquel elemento. A medida que crece sus ojos han perdido del todo la humanidad que pudiese quedarle. El siguiente gruñido y estremecimiento sería capaz de tentar el valor del guerrero más experimentado.
Masud es un monstruo. Pero es tu monstruo, y lo sientes tranquilo. No parece estar peleando contra la bestia, tan solo... sucede. El caos ha tomado forma. Aún más colosal que cuando te sacó del lago de cristal, mira a su alrededor para situarse, obligado a girar del todo la cabeza hacia un lado para poder ver, y cuando al fin están medianamente asidos comienza a serpentear aprovechando su cola y cortas extremidades para impulsarse e ir ganando poco a poco más velocidad...
En frente, entre la niebla, hay un punto de luz que sirve al cocodrilo como guía. Poco a poco, el perfil del navío es más claro, irrumpiendo entre la niebla.
No sabes de dónde llega ese conocimiento, pero el nombre de ese barco alcanza a tu mente. Como si fuese él quien se presentase, a tu llegada.
Es Naglgar. El barco de uñas del Ragnatok.
Bienvenida, la cinco veces resucitada.
El punto de luz proviene de los palos, donde reconoces al menos a cuatro figuras haciendo algo con las velas. ¿Puede que remendando desperfectos? Cuando están lo bastante cerca puedes identificar a Sven como el punto de luz encaramado, a yago y... dos más que desconoces. Una chica bastante atractiva de manos fuertes y un hombre cuyo ceño fruncido rivalizaría con el de Masud en un día malo.
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