Partida Rol por web

El hombre cuyo nombre es recordado recobró el brío de su combativo espíritu, quizás alimentado por la respuesta de mi insaciable alma... quizás alimentado por la visión de la burlona sonrisa de ésta...

Una a una sus fintas y mandobles comenzaron a hacer mella en mi cuerpo, sesgando cada moviento bajo el torrancial viento... viento que acaricia su cuerpo... viento que golpea el mío...

La sangre comenzó a brotar a raudales de cada una de las heridas. La determinación de aquel hombre, su férrea convicción sorprendentemente amilanaron al impetuoso espíruto de vetas negras. No sólo no lo hizo retroceder, sino que sus estoques lo zarandeaban de una lado a otro... impotente...

No sentí dolor... no sentí pesar... hipnotizado por aquel espíritu, el de Bautista...

Finalmente, su impetuoso filo cercenó nuestra garganta... el ardiente pozo de mis ojos se apagó de nuevo... recobré el dominio de mi cuerpo para sentir como el dolor se mitiga, como le abandonan las fuerzas... pronto, muy pronto, la arena recubrirá mis despojos...

Torbellino del desierto...

Tantas veces había acudido a ese coso... tantas que ya me resulta familiar. La incierta arena, el griterío, las sedientas gargantas... mi obediente lanza y la certeza de que allí pronto se derramaría sangre, la mía y la de mi prómixo oponente.

El suave viento me acaricia... el astro sól me reconforta... la esencia misma de la arena en mi mano consigue evadirme por unos instantes de aquel recinto lujurioso... sangrienta lujuria.

La obediente lanza comienza a ejercitar su baile, desentumeciendo mis músculos... susurrándome... dispuesto a luchar... a remar...

Sentí su presencia... su aroma... el tenue tintineo de sus abalorios... tal y como había hecho con anterioridad... la danzarina.

Me giré, en el último momento... deteniendo mis movimientos al instante, para encararla. Nuestros orgullosos pozos se clavaron, pués ella sabía de mi... lo mismo que sabía yo de ella... viento... arena...

-. Bien hallada... arena.- El saludo respetuoso de nuestra tierra. -. Respondo al nombre de kiurbu, y os juro que no te deseo ningún mal...- Los ojos hablan más que los labios...

Aferré la lanza con ambas manos y afiancé los pies en la arena.

-. Veamos entonces como se comportan viento y arena...-

Me adentré en el círculo del coso sabiendo que el Hermano estaba allí. Kiurbu. Negrura, viento, la tiniebla del ala del cuervo en su pelo, en sus ojos. ¿En su corazón...? El anciano le había dado su razón, pero él no la necesitaba. Yo lo sabía, no, tenía ya una. Como yo...

Supe que me había percibido, mucho antes de que lo demostrara. Era cauto, y como buen Hermano, siempre alerta. Se ejercitaba con la lanza, sus movimientos con ella me recordaron un extraño hombre que conocí hacía tiempo, un guerrero de ojos rasgados, de tierras lejanas. Elegancia, y peligro.

Se detuvo, y me miró. Como en el puerto, el orgullo se vertió desde nuestras pupilas, habló altivo por nosotros en un instante mudo. Pero nos reconocimos en el otro, orgullos enfrentados, tan iguales, entendimos. El reto siguió, pero no dejó atrás el respeto.
"-. Bien hallada... arena.-" Arena... Sí, puede que lo sea... Mi cuerpo lo es, piel dorada y torneada en dunas...

-Tampoco yo te deseo mal alguno, Kiurbu, el de los ojos de noche. Lucharé, pero bailaré para ti también... Pocos se sumergen en esta danza, pero sé que tú lo harás. Viento y arena... bella combinación la del desierto. Por eso, a pesar de mis artes tenebrosas, brillaré para ti en las de la cadencia y la armonía.

Y el baile, el combate, empezó...

Y tal como había anunciado sucedió... silenciando a las vociferantes gargantas testimoniales...

Su esbelto cuerpo comenzó a cimbrear con armonía... suave, cadencioso... seductor... embaucándome en un hipnotizador remolino de sensaciones. El sol y el viento se conjugaron para embellecer aquella antigua danza... realzando los coloridos destellos de su atuendo... meciendo sus velos, su larga trenza... trasladándome el envolvente tintineo de sus abundantes abalorios, hermosa cantinela a la que parece responder su figura con cada movimiento... o quizás sucediese justo al revés, que sea ésta la que trace la melodía... melodía que me transporta irremediablemente a otro dónde, a otro cuándo...

La suave brisa acaricia mi tostada piel, reconfortada por la calidez del astro sol... mece mis cabellos del color de la noche, del color de mis ojos... el mismo que baña las vetas de mi condenada alma. Sentí como mis manos abandonan lentamente la firmeza de su presa... mi respiración se pausó... el mundo ante mí se oscureció bajo el peso de mis párpados... para mostrarme aquel otro, remoto, tras ellos.

Allí me hallaba...

El cabello azabache acortado, alborotado... el brillo cristalino de la inocencia, del asombro reflejado en los ojos del mismo color... el rostro imberbe de un muchacho emocionado de apenas ocho estaciones... me hablan de un tiempo muy lejano.

Por aquel entonces un inquieto muchacho, que había nacido del vientre de su añorada madre para ser el primogénito de un prospero y pacífico pueblo errante del desierto... destino que más tarde se trastocaría, disfrutaba con intensidad de la recién inaugurada época festival. Varios pueblos, como el suyo, se habían congregado para celebrar aquellos días en colectividad... en hermandad, pues todos eran hijos del sol, el viento y la arena. Las correrías diurnas con otros críos habían finalizado, pero aquel inagotable quería exprimir al máximo el día. El sol se había acostado y el estrellado firmamento reinaba ahora en el cielo... como las hogueras en la tierra. Decenas de personas se reúnen entorno a ellas, comparten risas... bailes... canciones...

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Había llegado mi oportunidad...

Furtivo, dejé al débil Ormuz inmerso en sus inútiles ensoñaciones... recuerdos del pasado. Débil, demasiado débil... odiaba su miserable debilidad... llorón insufrible... cuando se dará cuenta que aquello jamás volverá... jamás...

El mundo se iluminó para mí... era mío...

Mis ojos azabaches, hundidos en la prominente ojeras, resaltan con otro brillo bien diferente al de mi débil voluntad... brillo demente que se refleja además en la burlona mueca que había adquirido mi trastocado rostro. El ardiente pozo de mis ojos se clavan en aquella mujer taaaaaaaaaaaaaaaaaaan seductora... ¿hermana?... más bien traicionera, podría engañar el ingenuo de Ormuz pero no a mí... nunca a mí. Les había visto, sí... en aquel lugar... a la obediente mascota y a al viejo pastor hablar a escondidas de mí... bien sé cuál es tu verdadero propósito mujer... bien sé porque estás aquí...

El fuego que alimenta mi existencia se aviva con las crecientes ráfagas de viento que me susurra palabras de traición... de engaño...

Así que quieres bailar para mí... noooooooooooooooooooo, lo que realmente quieres es que baile yo para ti...

Reacciono con repentina brusquedad, irrumpiendo con brutalidad en la seductora danza... alterando la hipnotizadora cantinela de su silueta por la mía propia al enredar sus velos con la ávida lanza y arrojar su cuerpo contra la fría arena... sometiéndolo, casi al instante, bajo el doloroso yugo de mi afilada asta, que había perforado la tostada piel su expuesto vientre... derramando un poco de su espesa sangre... insuficiente para saciarme...

Una voz distinta, más grave... la mía... se daría a conocer...

-. Holaaaaaaaaa...- La sedienta lanza permanece taponando la dolorosa herida infringida... bebiendo con avidez la cálida sangre... sangre que asoma en escasa cuantía bañando su vientre... tiñendo sus coloridos velos. -... creo que nuestro ingenuo amigo común no nos ha presentado.- Me incliné hacia ella, el oscuro cabello flaquea mi rostro, para ver su sufrimiento mientras removía sus entrañas con el acero en su interior... la orgullosa mujer contenía el dolor apretando los dientes... aquello me producía más placer. -. Que descortés, ¿no crees?...- El pozo negro de mis enterrados ojos estudia, enfermo, su gesto. -... siempre ocultándome... dándome sus asquerosas migajas... privándome de saciar mi sed. Maldito desagradecido!!!.- Mi oscura mirada se perdió en mis propios recuerdos, menos placenteros...

Me había distraído en mis pensamientos y la combativa mujer aprovechó para intentar alcanzarme con una de sus agujas envenenadas... algo que percibí en última instancia... liberando repentinamente su vientre para cazar parcialmente su atrevida mano... hundiendo fallidamente el asta en la arena. La astuta mujer, viéndose libre de mi presa inicial, rodó hábilmente alejándose de mi alcance... dejando un reguero de sangre procedente de su perforado vientre y de su arañado brazo... incorporándose con seductora dificultad poco después.

Lástima, ahora que empezaba lo mejor decide irse...

Hice lo propio, elevando el torso... liberando mi insaciable lanza... lanza que hice bailar a mí alrededor con movimientos bruscos y toscos... nada que ver con los gráciles del llorón. Mis sombríos ojos se posaron en los de la danzarina, que me observan con extrañeza, mientras con paso parsimonioso me aproximo a ella.

-. No lo busques... no lo hallarás... no está... ha preferido sumergirse en sus ensoñaciones.- Mi voz grave se hace notar, colándose entre el alborotador griterío de los incondicionales. -. Estamos solos tú y yo... no nos molestará...-

A diferencia de Ormuz, no sentía remordimiento ni pesar por la sangre derramada... es más, es insuficiente... siempre lo es.
 

Aymée miraba entre horrorizada y extrañada las sucesivas transformaciones reflejadas en el rostro y en el comportamiento de su oponente. Incluso su voz parecía modularse de distinto modo, según quien estuviera tras el par de negras pupilas que la taladraban.

Otro así había ya conocido en el Coliseo. Parnassus, el Gladiador, alguna vez había dejado en ella derramar la miel de sus ojos, para que al segundo siguiente la dulzura se evaporara y la blanda mirada se endureciera cuajando la miel en ámbar, endureciendo así tanto al hombre como a su alma. ¿Kiurbu contenía en sí un ser atormentado y otro despiadado, si corazón y sin entrañas...?

-Te han... hecho mucho... daño, veo...

Su respiración entrecortada apenas podía dejar emanar las palabras que salían entre gemidos y borbotones de sangre. Esa sangre roja, brillante que tanto había gustado derramar el Hakhim, recreándose en su herida, restregando la lanza en ella, con más crueldad que necesidad. No estaba siendo rival para él, pero no por eso iba a dejar que consumiera su dignidad. Aunque quizá eso a él no le importara en absoluto, a ella sí que le importaba. Y mucho.

-Me recuerdas... a los sádicos... elfos oscuros... nunca pensé...

No podía seguir hablando, las fuerzas se escapaban de ella con cada bocanada gastada en pronunciar cada palabra, de modo que calló.

Pero el silencio, aunque quizá era una derrota, no era una rendición...

Vio llegar de nuevo el acero implacable, lo vio brillar teñido del rojo profundo de su propia sangre, y hundirse de nuevo en su vientre, con la misma saña, con el mismo rencor. ¿Qué veía en sus pupilas, cual era la razón...?

Alzó altiva la barbilla, muriendo, clavada a la arena como una mariposa en manos de un niño indiferente, alzó las manos a su cielo, a su recuerdo, ya todo tan obtuso... en su mente la arena era sólo lo que comprendía, y se sintió azotada, arrasada por un vendaval. El siroco se había vuelto tormenta, la levantó y la llevó sin esfuerzo, sin mesura. Moría, pero no perdía, simplemente, se iba, volaba... sonrió.

Vio llegar de nuevo el acero implacable, lo vio brillar teñido del rojo profundo de su propia sangre, y hundirse de nuevo en su vientre, con la misma saña, con el mismo rencor. ¿Qué veía en sus pupilas, cual era la razón...?

Alzó altiva la barbilla, muriendo, clavada a la arena como una mariposa en manos de un niño indiferente, alzó las manos a su cielo, a su recuerdo, ya todo tan obtuso... en su mente la arena era sólo lo que comprendía, y se sintió azotada, arrasada por un vendaval. El siroco se había vuelto tormenta, la levantó y la llevó sin esfuerzo, sin mesura. Moría, pero no perdía, simplemente, se iba, volaba... sonrió.

No, no aún. Era su mente débil, su cerebro embotado el que la traicionaba. Aún no estaba muerta, aún tenía agujas en sus manos.
Quizá lo estuviera pronto, pero tenía que rehacerse, tenía que plantar cara, no iba a quedarse atrás...

Un poco más, Aymée, resiste. Sigue. No le escuches, tu veneno se derrama desde las agujas de tus dedos, el suyo se vierte desde su voz, en sus palabras...