"Dese el mundo ajetreado, práctico, racional, en el que nos vomemos sin parar día tras día, el juego suele entenderse como algo sin valor, irresponsable, sin fundamento; como una absurda pérdida para la que no queda tiempo ni espacio, ni tan siquiera ganas. Jugas es solo cosa de niños, y a veces ya ni eso.
Los elementos se alían contra el juego. Nos da pereza, porque es más cómodo, sin duda, ver la televisión que jugar a escribir; y nos da miedo, por otro lado, ya que cuando se busca se corre el riesgo de encontrar, y no siempre uno está preparado para ciertos encuentros. Además, la cultura oficial niega la particularidad dentro de la universalidad, niega la esencia libre de cada ser humano. Nos relega a la contemplación; transforma la cultura en puro ornato y la despoja de su sentido último, de su carácter crítico y revulsivo.
Y es que no hay que olvidar que la literatura es un instrumento privilegiado del desarreglo, una amenaza: sus procedimientos -la metáfora, el símbolo, la hipérbole...- son procedimientos revolucionarios. La creación artística es la auténtica celebración del ser, su gozoso, recóndito y paradójicamente libre, ineludible destino. Desentumecer la imaginación, cuestionar las reglas, negar el orden, las jerarquías, las estadísticas, la omnipotencia de las multinacionales y de los bancos.
Porque el juego es el espejo, y solo él, en sus mil maneras distintas de aparecerse, puede devolvernos nuestra auténtica imagen, despojada de velos.
Todo juego es reflejo de la vida, y parece que nos vamos a él y volvemos a ella -desde el juego a la vida-, multiplicados, enriquecidos, un poquito más ciertos y más libres. Si realmente hemos estado allí, como en un viaje, la experiencia se suma a las otras, pues lo que hemos imaginado o soñado es tan íntimamente nuestro como los acontecimientos del pasado, que la memoria reelabora con una mezcla extraña de torpeza y vigor".
Ángeles Lorenzo Vime, "Curso de narrativa. La técnica y el arte". Vérticebooks, 2012.
Juego 1. "El binomio fantástico".
-(Surrealismo. Buen desbloqueante).
-En esta ocasión, el juego consiste en escoger dos palabras al azar, dos sustantivos que choquen, si puede ser, y después enlazarlos de alguna manera para escribir una historia a partir de ese cruce de palabras.
Ejemplo:
Gregory Samsa abre un diccionario y escoge dos palabras al azar: neumático y motocicleta, garabatea en el cuaderno. Descubre que ambas son palabras fácilmente asociables en un mismo contexto, así que las desecha porque no cree que salga nada que merezca la pena.
Lo abre de nuevo, y le sale perro y armario. Uhm, se dice. Esta vez garabatea el título de lo que podría ser su nueva historia: "el perro en el armario". ¿Y si liberase a esas palabras de sus usos habituales, de la cotidianedad que las envuelve? ¿Qué pasaría si los dos términos fuesen enlazados en un espacio nuevo, inexistente hasta el momento?
Gracias por el fragmento del ensayo, cuervo. Unas ideas muy lúcidas las del autor, a quien no conozco pero con quien estoy de acuerdo en muchas cosas. Yo solo le criticaría el contraponer el ejercicio de la escritura al del "mundo racional en el que nos movemos". Yo, al menos, advierto una racionalidad mucho más acusada en la literatura que en la vida y una mayor importancia social de la literatura en las sociedades y épocas racionalistas.
Pero, a lo que vamos: como veo que por lo general andamos escasos de tiempo para escribir de una sentada un relato medianamente desarrollado, os propongo un ejercicio colaborativo. A continuación os dejo el principio de un relato sobre un perro y un armario. Si a alguien le resulta interesante, lo invito a que lo continúe. Si no, pasados unos días yo mismo escribiré el final.
Remordimientos
La una de la madrugada y el maldito perro que no para de ladrar. No sé qué coño le pasa. Desde que había dejado de ser un cachorro, Danko nunca había dado problemas; siempre fue un perro tranquilo que comía, cagaba y dormía a sus horas, como debía ser. La una y cuarto y sigue igual. El vecino del tercero ha empezado a dar golpes en el techo lo parece el mango de una escoba. ¿Y qué quieres que le haga? Si no me hace ni puto caso. La una y media. Ya está bien. Que mañana me levanto a las seis. ¡Mierda de trabajo el del Esroski! Si en su día me hubiera dedicado a estudiar como el primo Quique en vez de perder el tiempo con los petas y los videojuegos ahora estaría como él, con horarios de funcionario. Las dos menos cuarto. ¿Pero te quieres callar? Voy a ir ahí y te vas a enterar.
Danko parecía desconocido, nervioso, irritado, muerto de miedo. Primero me arrodillé junto a él y lo miré con gesto amenazador. ¡Guau! Luego traté de calmarlo acariciándole el lomo. ¡Guau, guau! Desesperado ya, le cerré la boca con la mano mientras le chistaba con el dedo índice de la otra entre mis labios. ¡Guau, guau, guau! Por último, llegué a coger el cinturón y chasquearlo contra el suelo tratando de imponer autoridad cual domador de leones, pero el condenado chucho no paraba de ladrar. Al final iba a tener razón la Nati. Si no era capaz de que un perro me obedeciera, ¿cómo pensaba educar a unos críos?
¡Muy bien, tú lo has querido! En realidad no sé por qué lo hice. Quizás fuera por el sueño o por la sensación de impotencia, pero el caso es que lo cogí en brazos y lo encerré en el armario de las fregonas, un lugar angosto y oscuro, y pasé la llave. Así aprenderá. Dentro, Danko alternaba ahora los ladridos con gemidos y patadas en la puerta, pero decidí ignorarlo. Poco a poco, estos se fueron haciendo cada vez más débiles hasta que dejaron de oírse y al fin pude pegar ojo.
A la mañana siguiente me extrañó poder ver la luz del sol iluminando la habitación. ¡Qué raro? ¿Cómo es que...? ¡Mierda! Las siete y diez. He olvidado poner el despertador. Y tenía que entrar a las siete. Sin perder un minuto me puse la misma ropa que el día anterior y salí disparado hacia el almacén sin tiempo siquiera para pensar en una excusa. A pesar de tener que tragar con las quejas del encargado por el retraso, conseguí salvar el marrón haciendo la ruta en un tiempo razonable. No estaban los tiempos como para perder un trabajo, así que me deslomé cargando las cajas de refrescos de tres en tres y entre carreras e los improperios de los conductores por aparcar el furgón en triple fila, dieron las dos y media. ¡La jornada de la mañana había terminado!
Lo último que me apetecía entonces era tener que cocinar, así que me senté en la terraza del Gasthof.
- Un combinado número 4.
En la prensa se sucedían los mismos apellidos de siempre: Bárcenas, Urdangarín, Messi... Y no fue hasta que vi a uno de esos ridículos caniches cuando me acordé del mío, sin recordar a ciencia cierta si lo que creía haber hecho la noche anterior había sido un sueño o no.
¡Joder! ¿Pero en qué estaría pensando? Me levanté de la mesa dejando un billete de 10 euros y me apresuré a regresar al piso. ¿Cuánto tiempo habrá pasado? ¡Buf! Por lo menos doce horas. No creo que le haya pasado nada, pero a ver si me coge un trauma. ¡Con lo bueno que era! Estoy hecho un desastre.
Por el camino no pude quitarme de la cabeza la cara aterrada de Danko, la misma que le puso de cachorro a la bruja de la Nati cuando lo azotó por marcar su territorio en el sofá, aquella expresión bobalicona que vendría a decir: "No te entiendo ¿Yo qué te hecho para merecer esto?"