Cien metros
-¡Fuego de artillería!-
Esas fueron las ultimas palabras que llegue a escuchar jamas de mi jefe de pelotón, antes de que un obús le redujera a fina niebla roja delante de nuestras aterradas caras, creo que aun tengo restos de su hígado incrustados en la correa del rifle.
Soportamos media hora de explosiones y miedo antes de que el puto silbato de asalto nos destrozara los oídos de nuevo y eso que mas de la mitad de nosotros apenas oía un carajo a cuenta de las explosiones y los gritos que nos habían rodeado durante media hora.
Un bombardeo, especialmente en medio de una trinchera, es una experiencia que puede quebrar los nervios a cualquiera, cada silbido es el misil que te va a matar, cada explosión otro de sus compañeros volado en pedazos junto al placer culpable de saber que no has sido tu, que vivirás otro dia mas por que un pobre gilipollas se ha comido la explosión por ti.
Ah, pero luego llegaba el asalto y eso si que era aterrador.
Como una marea de desarrapados con rifles; no hay uniforme que aguante mas o menos limpio tras dos días en una trinchera de mierda; saltamos de nuestras mugrosas y embarradas protecciones, llenas de agua sucia, sangre y mosquitos, directos a las fauces del enemigo, gritando por la patria, dios y lo que cojones sea que nos de valor para dar un paso mas hacia donde otro grupo de catetos como nosotros se prepara para recibirnos con balas, bayonetas y sangre.
Sangre es el precio que pagamos por cada puto pedazo de terreno que conquistamos.
Al final de la guerra, estos van a ser los campos mas fértiles de todo el puto mundo, llevamos semanas regándolos con la sangre de los mártires, los héroes, los monstruos y los gilipollas como yo, que pensaron que esto era una idea segura para tener un jornal con el que llegar a fin de mes.
Correr a través de la tierra de nadie ya es de por si un suplicio pero si añades las minas, el alambre de espino y otra docena de putadas semejantes te puedes comenzar a hacer una idea del infierno que es.
Sin contar los alaridos de tus compañeros caídos por las balas del enemigo, el intenso y animal combate cuerpo a cuerpo y el caer después en un agujero idéntico al que acabas de salir pero rodeado de gente que solo quiere arrancarte el pellejo y hacerse una manta con el para no pasar frio esa noche.
En casa, ese sitio legendario al que todos queremos volver, hay gente que paga autenticas fortunas por que los hagan sufrir y lo llaman terapia deportiva, una semana en las trincheras y el que no haya muerto de manera tan agónica como imaginativa, se habrá puesto en forma seguro.
Garantizado.
Aquí todo funcionaba por el principio de corre o muere y los mas torpes duraban poco o arrastraban a todo pobre gilipollas que tuvieran alrededor cuando caían, tropezaban en una mina, sus gritos llamaban la atención de una patrulla, etc...
Reclutas con ideas estúpidas acerca de la guerra y lo que es, jóvenes patanes de ojos llorosos que ven morir a gente a su alrededor, algo que no se enseña jamas en los noticiarios y demás mierdas, mientras sus cerebros tratan de comprender que cojones estaba pasando allí.
Algunos de los veteranos disfrutaban haciendo sufrir a estos pipiolos, dándoles una muestra de la verdad que siempre nos espera a todos los capullos que formamos el cuerpo de trincheras, aquellos que acabamos hasta las cejas de lodo, mierda y sangre y cargamos para ganar metros de terreno cada vez que suena el puto silbato.
Desde lo alto de la trinchera enemiga a la que llego, empiezo a disparar mi ametralladora; robada al enemigo por supuesto, mi rifle es una mierda de cerrojo que no vale para estas cosas; sin realmente mirar a donde estoy apuntando, solo hago llover balas hasta que el arma solo suena con el click, click, click de cargador vació.
Ni me molesto en recargar, salto a la trinchera, aplastando cuerpos heridos y charcos de aguas pestilentes, hundiendo mi bayoneta en cualquier cosa de carne que tenga cerca, no me ando con chorradas, cualquier gilipollas que quede vivo me puede meter un tiro por la espalda o de repente tener un epifanía de héroe y volarnos el culo a todos con una granada.
Corro por la exigua trinchera, rasgando ropas contra las maderas y metales que hacen las veces de soportes, buscando hasta el ultimo de estos cabrones para darles pasaporte, el grito estrangulado del pobre idiota que iba delante mio cuando una bala le revienta la nuez me dice donde esta el enemigo.
Ahora si, pongo cargador nuevo en la ametralladora y asomando el cañón por la esquina donde aun se agita el cuerpo de mi compañero, abro fuego en ráfagas.
Que fea es la herida de su cuello por cierto, es mejor fijarse en esas cosas, así no tienes que mirar a los ojos de los que van a morir y ver como suplican en silencio por que les ayudes; es puta mala suerte que yo no soy sanitario, así que solo puedo ignorarle y rezar que palme pronto.
El silbato perfora de nuevo el ambiente, poniendo fin a la escaramuza.
Cien putos metros.
Puta guerra.