Lo que los habitantes de Major Morris llamaban con cierto optimismo «la cocina» había sido tiempo atrás una sala para el descanso de los trabajadores del centro de salud. Los que habían tenido la suerte o la desgracia de haber vivido los tiempos antes de que el mundo se degradase podrían imaginar con cierta facilidad a médicos y enfermeros tomando allí un café o masticando barritas energéticas antes de continuar pasando las consultas.
En el momento que nos atañe, la sala había sido acomodada de la mejor manera para poder preparar allí comida para once personas varias veces al día. Dos de las paredes estaban vestidas con encimeras, incrustadas en la pared. Incluso había un frigorífico, que hacía años que no funcionaba, pero que al menos mantenía los alimentos almacenados con oscuridad y ligeramente más frescos que fuera de él. En otra de las paredes había un gran ventanal por el que entraba la luz de la mañana y en la última, además de la puerta, alguien había colgado un mueble estrecho de madera en el que guardar algunos botes de las especias provenientes del propio huerto.
El hornillo eléctrico que habían encontrado y reparado estaba en el centro de la encimera, como presidiendo la repisa con su presencia. Bajo ella y encima, colgando de la pared, había algunos armarios, donde guardaban los platos y vasos que habían podido reunir a través del tiempo, sin que prácticamente ninguno de ellos perteneciese al mismo juego que los demás. Había también algunos cubiertos que usaban para comer o cocinar, aquellos de puntas romas que habían desechado como posibles armas. En uno de esos armarios había un par de cazos y una sartén que sin duda había conocido tiempos mejores, pero que todavía seguía realizando su función.
Finalmente, en el centro de la sala había una mesa alta, construida a partir de un par de camillas de metal bien atadas entre sí y coronadas por una tabla de madera, que permitía que varias personas trabajasen allí al mismo tiempo.
Nueva York, 12 de noviembre de 2037, 08.15 am.
La chiquilla parecía doblemente satisfecha de sí misma, por un lado porque a Morgana le hubiera gustado ese nombre y por otro porque Robin secundase la idea del puré que había lanzado al aire. Para los dos chicos que ya comenzaban a conocerla, era evidente que Shamira necesitaba sentirse útil en el refugio, necesitaba ser más que una boca que alimentar.
Con esa necesidad bailando en sus ojos avellana la muchacha se apresuró a obedecer a Daniel y, mientras él llenaba la olla, ella se apresuró a enchufar el hornillo eléctrico que usaban para cocinar y girar la ruleta hasta la posición de encendido. Volvió la cabeza hacia la puerta cuando Robin entró por ella de regreso desde la despensa y se remangó el jersey que llevaba, disponiéndose a trocear las patatas que Daniel le fuese pasando con su pequeña navaja.
Todo esto lo había hecho en silencio, escuchando a uno y otro y mostrando su disposición con expresión y gestos, pero sin llegar a abrir la boca. Sin embargo, cuando Daniel le preguntó directamente por el nombre de la criatura, la chiquilla se sonrojó un poco, casi como si temiese que a él pudiera parecerle mal que le hubiera llevado la contraria con su propuesta.
—Es que estaba envuelto en la manta y puesto en la puerta... Mi abuela siempre decía que no importa lo mal que vayan las cosas, un bebé siempre es un regalo. Ata —repitió, con una pequeña sonrisa, dejando que esas tres letras llenasen su boca con el sabor de los recuerdos—. Es árabe, es el idioma que me enseñaron cuando era pequeña. Me pareció que sonaba bonito.
Shamira dejó que sus palabras quedasen flotando en el aire y llevó su mirada hacia Robin, curiosa por escuchar la respuesta que daría el chico a la pregunta de Daniel.
Venimos de: [Capítulo 1] Llantos al alba.
Terminó de pelar la última patata que dejó al lado de Shamira. La miró largamente, aunque no de forma que se sintiera intimidada. El rostro de Daniel estaba serio, aunque una sonrisa bailaba en su mirada. Las palabras de la chiquilla, lo que había dicho, la emoción puesta en cada una de las sílabas hicieron que Daniel quisiera saber de su abuela, de su idioma materno y de todo aquello que no había mencionado. Sus padres, sus orígenes, su historia. No obstante, se abstuvo de preguntar acerca de todo ello. Por dos razones.
La primera, que todo necesitaba de sus tiempos, aunque la cocina siempre operaba como una especie de confesionario, de elemento catártico donde las lenguas eran más proclives a trabajar. El trabajo comunal, pero a un tiempo individual, hacía que la bocas estuvieran más predispuestas a decir lo que mentes y corazones sentían. Trabajando para el grupo pero refugiado en una función concreta, todo era más fácil, más fluido. Era la magia de la comida. Elementos individuales se combinaban para crear algo nuevo y sabroso completamente distinto.
La segunda, la mirada de Shamira a Robin. Necesitaba espacio, tiempo. Y ambos se lo daban el pelirrojo de ojos dorados.
Se giró para abrir la puerta de las especias. Posiblemente encontraría algo con lo que potenciar aún más el sabor de las patatas. Algo de orégano, romero o tomillo. Quizás salvia. Y mientras rebuscaba, dedicando a aquella tarea más tiempo del necesario, esperaba, a su vez, la respuesta de Robin.
Todo tenía sus tiempos.
Robin asintió a la distribución de tareas que Daniel había hecho con tanta suavidad como solía tener al tratar con los demás. Era agradable convivir con él. A Robin le agradaba cocinar con él casi tanto como que les tocara hacer guardia juntos.
Si Daniel pelaba, y Shamira toceaba, él las machacaría para que la plasta terminara antes de hacerse. Se alegró de que le tocara aquella parte, le divertía, aunque no le añadía un componente violento, no solo por no ser su estilo sino porqué estaba convencido que aquello le dejaría un mal sabor al puré. Robin era de los que pensaba que las emociones se pegaban a la comida, su madre así se lo hubiese enseñado, estaba seguro. Y por ello procuraba no participar del desayuno con el ceño fruncido o la cabeza invadida por el humo de recuerdos de aquellos que le agriaban la sangre.
Y tener a Daniel cerca era bueno para ello, le hacía sentir normal a pesar de todo y el entusiasmo con el que sazonaba todas las situaciones era contagioso y bueno para la comida.
Asintió una segunda vez con la propuesta para los cebollines a pesar de que él los hubiese usado distinto. Tampoco se consideraba un virtuoso de la cocina, solo sabía que había y que no para mezclar encima del fuego. Así que se fió más que ciegamente del paladar del chico.
El pelirrojo empezó a moverse hacia el estante que guardaba el cuenco grande y cuando Daniel se lo pidió, le sonrió incluso con los dientes y terminó de cogerlo para acercárlo a la isla de camillas mientras la voz de Daniel seguía sacando la suya a bailar.
El chico estuvo por un momento confundido, y su cabeza se perdió en ese "lo" hasta que quedó aclarado que se hablaba de Matt. O Ata.
Ninguno de los nombres le convencía, el primero por vincularlo al día en que el pequeño había caído en desgracia de separarse de quien le amaba, el segundo simplemente por su sonoridad, se le hacia empalagoso. Pero jamás opinaría algo así en voz alta. No quería ofender a Shamira, ni a nadie en realidad. Y aunque ya había empezado a pensar en el niño como Mathew, nada le impedía aprender a llamarlo por otro nombre, dentro y fuera de su cabeza. No era ningún esfuerzo, ni llegaba a truco de perro viejo. Y mientras no le objetivizara, ser un regalo, era bonito.
Robin perdió la mirada en el próximo infinito de la tabla de madera con la pregunta de Daniel y su posterior explicación. No estaba muy seguro de cómo se había sentido pero no se había sentido exactamente cómo le hubiese gustado.
— No me envidies, cógelo —pensó aunque respetaba que Daniel asumiera el sostener a un bebé como el peso de atlas y reconocía que si no fuera por Morgana él también se hubiese quedado con las ganas—. ¿Cómo le estará yendo a Trish? Con ella sí parecía querer estar...
— ¿Sabéis que Mathew también se usa como apellido? —comentó después de que la voz de Shamira se apagara, conciliador, pero no hizo más apunte ni terminó de aclarar qué quería decir con ello —Pues... Pesa —resumió sus sentimientos con el crío en brazos—. La verdad es que no he sentido nada transcendental. Es diminuto pero pesa. Tal vez por ser tan delicado y... O por cogerlo mal.
Empezó a cortar las cebollas alargadas mientras esperaba patatas peladas y cortadas.
— Lo que es curioso de los bebés es como logran que sonría todo el cuerpo. Aunque yo no quiero ninguno propio. Nunca.
La chiquilla emitió una risita con la conclusión de Robin sobre tener al bebé en brazos. Sus ojos tan sólo se apartaban del pelirrojo para asegurarse cada tanto de que sus dedos no peligraban en la tarea que le habían encomendado, pero una y otra vez volvieron a él mientras hablaba. Y cuando él encontró ese breve instante de fugaz poesía, la mirada de la muchacha se iluminó con una chispa de admiración.
—Yo no creo que lo cogieras mal —dijo entonces, encogiéndose de hombros—. Una vez vi nacer un bebé y la matrona lo cogió colgando por los pies y no le pasó nada. Mientras no se te caiga no pasa nada —aseguró con optimismo.
Entonces volvió a trabajar en silencio, cortando las patatas que ya estaban peladas. Se quedó pensativa algunos segundos, hasta que sus ojos volvieron a alzarse, esta vez para contemplar primero a Daniel, antes de dirigir su curiosidad hacia Robin de nuevo.
—¿Y por qué no quieres uno tuyo? ¿No te gustaría ser papá?
Pero entre confidencia y confidencia el tiempo no dejaba de correr y, mientras la conversación iba desarrollándose, el agua ya empezaba a hervir en la olla y las patatas estaban prácticamente listas para que las echasen en ella.
Motivo: Dificultad Media
Tirada: 2d6
Resultado: 3, 6 (Suma: 9)
Vamos a ver qué tal sale esa comidita probando el sistema :3. Para ello usaremos una Acción conjunta con una tirada de Astucia, dificultad 2. Así que podéis elegir cuál de los dos pjs coordina la acción y ese hará la tirada. Robin tiene más puntuación, pero por lo roleado creo que tiene más sentido que sea Daniel el que tire, ya que está dirigiendo.
Se tiran tantos dados como puntuación en la característica del que dirige la acción + 1 dado por cada participante extra. En este caso se sumarían 2 dados, ya que Shamira también ayuda.
Dejo ya hecha la tirada de la dificultad. Cualquier duda que tengáis sobre las tiradas, o si queréis poneros de acuerdo off rol sobre quién hace la tirada y quién ayuda, lo hablamos en la escena del grupo.
Asintió a las palabras de Shamira.
-Yo tampoco creo que lo cogieras mal. Además, ¿hay alguien que nazca sabiéndolo todo? Y por favor, que nadie me diga que Morgana -acompañó todo aquello con unas carcajadas cargadas de buen humor-. Shamira, para lo joven que eres, has vivido cosas que muchos adultos no. Testigo de un parto... -miró a la muchacha con esa mirada que es mezcla de respeto y admiración. Cierto, quizá no hubiera mérito alguno en haber vivido algo así. Tan solo una conjunción de casualidades la había conducido a disfrutar de algo tan especial y excepcional como un nacimiento, pero el mero hecho de ello, le permitía hablar con una cierta autoridad-. Tu abuela tenía razón. Un bebé es un regalo. Es más, toda vida es un regalo. Y aunque vivamos tiempos en los que mucha gente parece sentir un especial desprecio por la vida, especialmente la de los demás, somos afortunados. Estamos vivos, formamos lo más parecido a una familia que se pueda tener y acaban de hacernos un gran regalo. Un bebé.
Guardó un instante de silencio, mientras dejaba sobre la encimera alguna de las especias del armarito.
-Maestro, es su turno -dijo a Robin con una amplia sonrisa. Robin era quien mejor cocinaba y el que más mimo ponía a cuanto se cocía en aquella cocina-. Dime cómo quieres que corte los cebollines. Fino, grueso, en espiral... -sonrió una vez más. Estaba contento-. A mí sí me gustaría tener hijos -señaló. Cuando Robin había negado con rotundidad su deseo de paternidad, lo había mirado fugazmente, con cierta sorpresa. Si alguien parecía nacido para ser padre y, especialmente, un buen padre, ese era él. En sus palabras subyacía algo más que la rotunda negativa de un muchacho que vetaba, con la vehemencia propia de su edad, lo que el tiempo y la experiencia posiblemente cambiaran-. Sin embargo, ese un camino cortado para mí. Al menos hasta que los hombres podamos tener hijos y me temo que eso nunca va a ser -nuevas risas inundaron la cocina. No había pena o lástima en lo que había dicho. Simplemente era una realidad que había que aceptar, igual que en su momento hubo de aceptar que era gay.
La intervención de Shamira entró en Robin como una caricia deseada que envolvió su corazón calmando la quemadura por el roce con la lija que tenía Skyler por lengua.
El chico sonrió con una milimétrica extensión de sus comisuras, algo avergonzado por la propia ilusión que aquello le hacía. Estuvo a punto de agradecerle aquella mano refrescante para sus sentimientos pero puesto que ella tenía más que decir, prefirió no interrumpirla.
Esa chica era realmente interesante, Robin estaba convencido de que haría grandes cosas para el mundo y se alegraba no solo de haberla conocido sino de poder disfrutar de sus pensamientos de vez en cuando.
Le sorprendió que hubiese visto un parto y que el recuerdo de ello no le arrugara ni un poco la expresión. Y aunque conscientemente se sintió un capullo por poner ascos al nacimiento, su subconsciente sabía porqué lo encontraba especialmente desagradable como tema de conversación e incluso su mantra cruzó por su cabeza tan ágil y discreto que bien podría haber sido el paso de la sombra de su águila.
— No fue culpa mía.
Luego, cuando Daniel se unió a aceptar sus brazos como cuna adecuada para el pequeño Matt, Robin llevo los ojos a uno y a otra con brillo renovado en ellos.
Entendió el sentido de las palabras de Daniel aunque él sí sabía de dos personas que habían nacido sabiéndolo todo y se sintió honrado de que su madre fuera una de ellas. Un escalofrío recorrió la espalda del chico y se instaló en su nuca haciendo presente a Morgana en esa habitación mientras Daniel reía, y tal fue la sensación que el pelirrojo necesitó comprobar la puerta y su espalda antes de relajar los hombros.
El discurso que siguió a las risas hizo que Robin silenciara todos sus pensamientos para atender tan solo a sus amigos y compañeros, fijándose especialmente en la chica sosteniendo su pregunta entre ellos.
— Me gustaría serlo pero —empezó a responder pero dejó la frase incompleta mientras recogía las patatas cortadas para echarlas al agua que ya hervía, al final no haría falta golpearlas—... Pero no me gustaría hacerlo, prefiero ser un padre como Nick.
Miró a Daniel desde el fuego —Yo he empezado a cortarlos finos pero hazlo cómo te llame, la diversidad queda guay.
Escuchó al chico dar su opinión y sentimiento hacia la paternidad mientras se acercaba a la isla y entonces sí rió, aunque su risa no llevaba carcajadas ni buen humor. Era una risa por debajo de la nariz, con empatía y gracia.
— Por poder, puedes —dijo—. Lo estuve pensando el otro día —hablaba en realidad de hacía meses, más de medio año, cuando su corazón no solo padecía sino que además hería—.
En esa época había encontrado en los hijos el feo motivo de romper la soledad al buscarlos. Y aun sin querer ninguno, su cabeza empezó a estudiar a quién soportaría un año para tener a su propio pequeño en brazos. Y de todas ellas, la crueldad de su subconsciente adoraba la idea de rascar los genes de los Tayler con Hope aunque a su consciencia, tripas y piel le dieran arcadas. Y seguramente fue su rechazo por ambos conceptos implicados el que le hizo concluir que prefería viajar solo, cuidar al mundo, y amar paternalmente a quién ya se encontraba sediento de ello que añadir una criatura a un mundo en plena crisis existencial.
— Se puede encontrar colaboración, lo que pasa es que es complicado y engorroso y luego puede ser un rollo.
Recogió más patatas y las llevó al fuego. Ahora tenían a Ata Matt, en vez de teorizar solo tenían que ser una familia, aunque fuera por un día.
— ¿Qué hay de ti Shamira? ¿Te gustan los niños? ¿Te apetece uno?
Motivo: Cocinarrrr
Tirada: 7d6
Resultado: 3, 2, 3, 5, 4, 1, 3 (Suma: 21)
Ay, perdon, le he dado mal y he hecho doblepost :$
A Shamira la mención jocosa sobre Morgana pareció pillarla desprevenida y, por un instante, su rostro expresó una curiosa mezcolanza de emociones sin terminar de decidirse por ninguna. Su sonrisa se mantuvo con la necesidad de pertenencia, pero se volvió algo forzada, mientras que sus ojos brillaban con una rebeldía silenciosa que parecía asegurar que para la chiquilla la exmilitar sí que había nacido sabiéndolo todo. Bajó los ojos, centrándose en ese momento en las patatas, pero volvió a subirlos de inmediato al escuchar su nombre en boca de Daniel.
La sonrisa volvió a relajarse en sus labios y la muchacha se encogió de hombros, quitándole importancia a la vida que llevaba sobre sus hombros a su corta edad. No parecía pensar que asistir a un parto fuese ni de lejos lo más impactante que había vivido, pero no dijo nada en voz alta. De nuevo parecía más cómoda escuchando a los dos chicos que hablando ella, así que se resguardó en sus propios pensamientos y continuó troceando patatas, alternando la mirada entre ellos a medida que cada uno tomaba la palabra.
Fue cuando volvió a escuchar su nombre en la pregunta que Robin le dirigía cuando sus mejillas adquirieron un ligero rubor que sentaba bastante bien a su tez morena, anticipando la belleza que tendría su rostro cuando terminase de crecer.
—¿Yo? —preguntó algo azorada, apartándose un poco para que el chico pudiese coger las patatas que tenía ella delante—. Ah... Pues sí me gustaría tener alguno. Algún día... Pero bueno, aún es pronto, creo. Aunque otras chicas de mi edad ya son madres, pero mi abuela también decía que no había que tener prisa y que era mejor caminar antes que correr...
Su sonrojo aumentó según se iba dando cuenta de que se estaba enredando ella sola y sus ojos se entretuvieron en la esquina de la mesa mientras retomaba la frase por otro lado.
—Y bueno... Para eso necesitaría encontrarle un papá, ¿no? —Su mirada se escapó para echar un vistazo fugaz hacia Robin antes de volver a descender a la madera—. Uno bueno.
En la tirada conjunta habéis sacado dos éxitos, yo tuve uno en la tirada de dificultad, así que el resultado es de uno a vuestro favor. Aquí podéis ver una tabla de grado de éxito-fallo (la segunda tabla). El puré quedará bien, pero sin ser nada espectacular. Aceptable, vaya. Estará listo en mi siguiente turno ;).
-No solo alguien que sea un buen padre sino también un buen compañero de viaje. Debe ser la persona adecuada para ti y si ambos os complementáis, el resto será fácil -dijo a Shamira-. Y haces bien en no tener prisa. Eres demasiado joven como para embarcarte en una aventura así. Al menos es lo que creo. Ser físicamente capaz de algo no quiere decir que estemos preparados para ello ni que sea el momento. No solo es el cuerpo, también es la cabeza. La madurez del uno y la inmadurez de la otra no son una buena ecuación.
Un olor más que agradable empezaba a extenderse por la cocina y Daniel sintió que salivaba.
-Huele de lujo -y su afirmación fue seguida de un gruñido hambriento de su estómago. Se encogió de hombros a modo de disculpa antes de seguir hablando-. No, Robin. Tener hijos es cosa de dos. No necesariamente de un hombre y una mujer, pero no hay que olvidar que la mujer es la que puede tener los hijos. En mi caso, puedo querer mucho a una chica, pero nunca sentiré eso que hace falta para... Vamos, que nunca tendré hijos propios y aunque sé de lo que me hablas, la respuesta es no. No me siento capaz de usar a otra persona para que tenga un hijo mío. Dar vida debe ser algo generoso y no algo egoísta. Además, la sangre es solo sangre. Te aseguro que me siento más unido a vosotros que a mi familia de sangre. Con ello lo que quiero decir es que, por desgracia, hay muchos niños y niñas que han perdido a sus padres y quizá, algún día, pueda responsabilizarme y amar a uno de ellos y ser un padre para él. Pero aún falta mucho tiempo para eso. No como con las patatas que diría que ya casi están.
Robin asintió con los párpados a la pregunta retórica de Shamira y con una etérea sonrisa se disculpó por el rubor que había puesto en las mejillas de la chica mientras retiraba las patatas.
Y aun sintiendo haber hecho aquella pregunta si con ella había incomodado a Shamira, le gustó escuchar la respuesta y le agradó el doble la cabeza de esa chiquilla.
— Me gustaría haber conocido a su abuela —pensó haciendo del tiempo verbal con que Sahmira se refería a ella su certificado de defunción pero aquello le apenaba tanto que sus propios pensamientos le reprocharon la rápida conclusión. Podía ser que ya no lo dijera, o que no hablaran por no estar juntas. Podían reencontrarse e incluso él podía llegar a conocerla. Seguro que se parecía a su madre en más de un aspecto—.
Robin sonrió con amabilidad a la chica y siguió con el puré cuando terminó con aquella conclusión con la que estaba parcialmente de acuerdo pero completamente entregado a respetar si ella así lo había planeado y querido.
Shamira le parecía una chica asombrosa. No le cabía duda de que cuando creciera no habría nada que pudiera parar su camino pero le preocupaba que el carácter de Morgana impregnara en ella y encarcelara esa dulzura en su pensar y sentir.
No quiso ahondar en el tema, creyó que era mejor que todo lo que ellos habían dicho quedara en palabras mezcladas que ya se ordenarían en la cabeza de cada uno para que dejaran de quemar en las mejillas de Shamira. Pero Daniel parecía disentir y Robin le escuchó de cara al cazo, terminando de remover las patatas.
Encontrar a alguien bueno empezaba a ser una tarea más difícil de lo que estaba dispuesto a asumir, como su padre decía: merecía la pena cuidar al mundo por las personas que vivían en él; aunque Robin era más partidario de enseñar a convivir primero y apreciar el mundo después. Especialmente tras conocer personas por las que no se merecía el mundo.
Pero aun dentro de ese concepto pesimista, Robin había tenido mucha suerte de contar su tío Nick, de vivir en Major Morris y de haber encontrado a quién amar. ¿Verdad? Porqué según decía Daniel debería ser fácil y últimamente no lo era. Tal vez sufrían las consecuencias de esa falta de madurez de cabeza de la que Daniel hablaba. Tal vez, echar tierra por medio era lo mejor que podía haber hecho.
Se sorprendió encogiéndose de hombros a sus pensamientos e inhalando el olor de la patata hervida cuando su compañero lo señaló. Pero fue con su nombre cuando giró la cabeza sin dejar de remover.
Robin agachó la mirada conforme Daniel desarrollaba su opinión, y su corazón se agobió un poco al sentirse reñido por su amigo a pesar de que sus pensamientos eran mucho más similares de lo que podía parecer en un discurso iniciado con un "no".
Él tampoco pretendía usar a ninguna mujer con ese deje reprochable con la que él tintaba la idea, por supuesto que no. Pero sabía que había quien incluso se ofrecía. Aunque a fin de cuentas, Daniel parecía querer lo mismo que él: transmitir ese amor incondicional con el que su padre le miraba. Aunque con la mejora de no obligar a su hijo a tener a su tío de hermano menor.
Arrugó la nariz con el agrio de su último pensamiento y al instante se arrepintió de ello. Nate no podía evitarlo, como él no podía evitar seguir pensando en Alec cuando el aire se teñía con la palabra amor. Si algo había sacado de su padre era esa falta de valor y ganas por enfrentarse a su corazón.
Aceptó el cambio de tema que Daniel les tenía tanto a él como a Shamira, y dejó entonces de compartir esa fascinación y estudio por la esquina de la mesa.
— Ya casi —confirmó—. ¿Le echas la cebolla?
La jovencita levantó la mirada cuando Daniel tomó la palabra y escuchó sus palabras con los ojos muy abiertos, casi como si quisiera aprendérselas a través de las pupilas. Asintió levemente con la cabeza cuando él dijo que poder hacer algo no significa que se deba hacer y una mirada fugaz se escapó hacia Robin en ese momento, como si quisiera también comprobar por su expresión qué le parecía a él todo aquello.
Recibió con una risita el sonido con el que el estómago de Daniel reclamaba el desayuno y empezó a recoger las peladuras de las patatas, echándolas en un recipiente en el que almacenaban los restos orgánicos que pudieran enriquecer la tierra del huerto. Mientras tenía las manos ocupadas seguía escuchando todo lo que Daniel decía y aunque sus ojos se ensombrecieron un poco cuando él mencionó todos los niños sin padres que había en el mundo, su rostro se iluminó con una nueva sonrisa cuando habló de las familias que no necesitan compartir sangre para serlo.
Con ese pensamiento todavía bailando en su mente, la chiquilla siguió vaciando la mesa para que los chicos pudiesen sacar la olla con las patatas ya hervidas y quitarle el agua sobrante. Unos minutos después el puré ya estaba listo dentro de la olla, suficiente para que desayunasen todos los habitantes del Major Morris. Por su aspecto no era el mejor que habían preparado, ni probado, pero el aroma entremezclado del puré y la achicoria llenaba la cocina estimulando los estómagos de los tres.
—Es una suerte que haya gente dispuesta a querer a niños que no son suyos —dijo entonces Shamira, producto de una reflexión que le había durado todo el tiempo que tardaron en convertir las patatas en puré—. Tener un hijo debe ser bonito, pero es una suerte que haya gente como vosotros.
Y con esas palabras, que en su imprecisión parecían incluir a alguien más que los presentes en la cocina, dedicó una amplia sonrisa a ambos chicos, cogió una montaña de platos y cucharas y se dispuso a salir para regresar a la sala común.
-Por supuesto que se la echo -dijo vertiendo la sartén de cebolla que se había cocinado y riendo a un tiempo-. Me encanta la cocina. De aquí solo sale magia. A veces mejor, a veces no tan bien, pero siempre magia -era curioso ver cómo Daniel evitaba en sus diálogos palabras que fueran negativas o con un percepción poco positiva-. Lástima que no sea un buen mago. Pero aprenderé, aprenderé -dijo dejando la sartén a un lado y haciendo un saludo con connotaciones orientales a sus dos compañeros, juntando las manos y doblando su cintura-. Espera, espera, espera... -conminó a Shamira viendo que iba a verter el agua de las patatas. Corrió a por un nuevo puchero y dejó que lo llenara con el líquido enriquecido de la cocción de patatas-. Puede dar para una buena sopa. ¿No crees? -preguntó guiñando un ojo a la muchacha.
Tras aquello, se secó las manos con un trapo y asintió a las palabras de Shamira.
-Querer a niños que no son tus hijos es sorprendente, ¿verdad? -era evidente que bromeaba aunque se puso serio por un instante-. ¿Sabes? No es verdad. Amar es dar, es compartir e incluso en mitad de la mierda, siempre hay lugar al amor. Querer a otro es lo más grande que hay. Sea tu pareja, sea un niño, sean unos amigos -en aquel punto cogió por los hombros a Shamira y a Robin y los estrechó contra él. Acabó dando un beso en la mejilla de cada uno de ellos-. Y por si os cabía alguna duda, os quiero. Sois mis compañeros, mis amigos, mi familia. Y estoy orgulloso de vosotros, de haberos conocido, de que hayáis aceptado tal cual soy. Sí, he tenido suerte de haber llegado a vosotros y de que vosotros hayáis llegado a mí.
Les sonrió a ambos, liberándolos de su abrazo.
-Sé que a muchos esto les parecería una ñoñería. Quizá a vosotros también, pero no me da vergüenza alguna y, lo que he dicho, es tan verdad como que hay un cielo sobre nosotros.
Shamira se ponía en movimiento con platos y cubiertos.
-Marchando el rancho -dijo cogiendo la olla con el puré-. Hace falta un cazooooo -dijo a Robin, sonriendo con la boca y los ojos. Había sido testigo de sus expresiones un momento atrás. Sabía que en la vida de aquel muchacho había más que lo que él conocía. Quizá algún día fuera merecedor de su confianza y hablara con él de todo aquello que lo atormentaba.
El puré no había quedado tan mal como Robin se temía al embarcarse en una receta que, por lo general, pedía leche. Leche que su cabeza insistió que no les quedaba y que no sabía cuantas veces la había subrayado en su lista mental; aunque en realidad sí que lo sabía: tres veces, cuatro contando ésta última. Pero se peleaba con su propia cabeza para engañarse en el no saber pues Robin intentaba relajarse con las cuentas, algo difícil de hacer cuando casi todo lo que hacía descansaba en numerizar.
Y al ver que tendrían qué ofrecer de desayuno, su sonrisa volvió a llevar el nombre del bebé. Y la frase de Daniel sobre lo extraordinario de amar a quien no es tu hijo entró por su oído como papel de lija. No tardó en entender que no era fascinación por ese hecho, sino ironía por lo natural que le parecía y su pecho desanudó una exhalación.
En realidad, para Robin el amor paternofilial generalizado no era un concepto extraño. Él sabía que Katia debía sentirse algo parecido a su madre, aunque no llegara ni a rozar el sentimiento mutuo, pero también sabía que Russ se sentía hijo del mundo. Y... Prefirió no entrar a pensar activamente lo que en el fondo sabía de Alec y sus sentimientos hacia aquél al que Robin solía llamar tío. No les quería en su cabeza, ni a uno, ni al otro.
El medioabrazo de Daniel le cogió por sorpresa, y al verse atrapado todo su cuerpo se tensó y buscó escurrirse por debajo del brazo de Daniel. Aunque no estuvo a tiempo de evitar el beso con el que terminó de molestarse.
— ¡No pido tanto! Solo mi espacio —pensó en un impulso que no pretendía ser una queja de mártir, y sin embargo, le sonó desagradecido por todo lo que tenía—.
Las palabras de Shamira le hicieron sonrojarse, más junto a las de Daniel. Y su corazón tranquilizó las escarpas de sus nervios que pinchaban bajo su piel. Era agradable ser apreciado y sentaba de maravilla escuchar a alguien decir que no se avergonzaba de quererle, aunque no fuera exactamente cómo ni quién él quería que pusiera voz a ese grito.
— También es verdad que no estamos diciendo todo el rato que hay un cielo sobre nosotros, y no por ello deja de estar —pensó yendo a por el cucharón sin ser consciente de que era exactamente lo que Daniel pedía—.
Cogió también lo que él llamaba cazo sin saber muy bien porqué lo querían pero no era la primera vez que lo cargaba; metió dentro de éste el cucharón para tener una mano libre con la que cargar una jarra con el agua potabilizada.
Antes de salir hacia la sala común, detrás de Shamira, Robin dedicó una mirada de soslayo a Daniel — También me alegro de haberte conocido —pensó y provocó a su garganta para que aquellas palabras fueran escuchadas pero sus labios parecían demasiado pesados para abrirse y sus cuerdas vocales demasiado perezosas para intentarlo—.
Así que finalmente no añadió nueva palabra, pero sí una pequeña e incómoda sonrisa al cruzar la puerta.
El abrazo de Daniel frenó a Shamira cuando ya estaba a punto de salir de la cocina y en un primer momento la chica se tensó con el instinto que siempre encogía sus hombros cuando era asaltada por sorpresa. Su rostro perdió de golpe el rubor que había adquirido y su tez palideció para enrojecer de nuevo tan rápido cómo había perdido el color al recibir el beso de Daniel en la mejilla. La incomodidad que sentía crispaba sus dedos alrededor de los platos al mismo tiempo que la necesidad de pertenencia la obligaba a quedarse tan quieta como una estatua hasta que la liberaron. Una sonrisa nerviosa se esbozó entonces en sus labios, cuando tomó aire despacio, como si necesitase un instante para asimilar ese momento de contacto físico y amistoso.
Cuando pasó y recuperó la capacidad de movimiento, sus ojos buscaron a Robin encontrando en la incomodidad de su sonrisa una emoción que, a juzgar por el leve brillo de sus ojos, a la muchachita se le antojaba gemela a la confusión que invadía su pecho en aquel momento.
No dijo nada, incapaz de poner en palabras lo que pasaba por su cabeza, y con el temor de molestar con ello a alguien a quien apreciaba. En lugar de eso reanudó el paso y salió de la cocina, en dirección a la sala común.
En cuanto el trío puso un pie en el pasillo una melodía llegó a sus oídos con la voz clara de Clementine. La chica tenía un maravilloso don para la música y cada nota que articulaba acariciaba los oídos y deleitaba el espíritu de quien la escuchaba.
Aquella mañana era una canción alegre con una letra sin demasiado sentido la que cantaba a capella.
Labyrinth - Magic Dance David Bowie Cover Acoustic by A Little Twisted
Vamos a: [Capítulo 1] Llantos al alba.