Robin perdió toda la luz del rostro al escuchar los planes de Trish. Como él se imaginaba, tenía sus cosas y aunque no le importara acompañarle, no era prioritario; sin embargo, para él, encontrarse con dos de los tres hombres más importantes de su vida, sí lo era.
— El Martes es muy tarde —dejó sin cerrar el tema y negó con la cabeza—. Thaigo no puede recordarme nada que no tenga presente ya todos los días.
Recuperó las piernas por sus brazos, y extendió bien las alas de manta para cerrarse en una bola apesadumbrada.
— Les añoro a los dos pero no sabría decirte... Hoy es como que se me ha metido bajo la piel -desde Karina más o menos o antes-. Había algo raro que no acababa de encajar en mí y de pronto me he dado cuenta: necesito estar con mi padre, no es solo que quiera, es como... —se encogió de hombros intentando romper con el rollo casi místico que oía en su voz del que se avergonzaba y, a la vez, buscó unas palabras claras—. No puedo estar de brazos cruzados esperando un momento que llega ya medio año tarde. Por la mañana pediré a Cass si se puede dar ese mensaje, a la otra mañana me voy.
Mantuvo la mirada en los ojos de ella en lo más parecido a un abrazo que supo dar.
— Gracias por tus opciones, de verdad. Pero el Martes es muy tarde, le diré a Nick que venga —metió a su tío por considerar que para Trish era condición más inamovible no ir solo que el día—.
Trish escuchó la determinación con la que su amigo afirmaba que sólo unos días eran demasiado y no la discutió. Sabía lo que era sentir ese tipo de cosas. Así que simplemente lo tomó como algo real. Racional no, pero sí real.
Luego, cuando el chico aclaró que aquello no tenía que ver con la presencia del crío, lo observó, esperando más explicación que esa. Esta llegó, pero no satisfizo por completo la curiosidad de la chica. Que era una necesidad incipiente estaba claro, pero eso no le daba el desencadenante. En cualquier caso tampoco lo necesitaba en realidad, sólo quería poder ayudar mejor a su amigo.
Después de eso le habría gustado explicarle que prepararse durante unos días para partir, aunque fuese el martes, no era quedarse de brazos cruzados, pero Robin parecía ya determinado. De modo que asintió a lo del mensaje, y ante lo último que dijo se encogió de hombros. Parecía inútil ya rebatir. Planteándolo así lo del mensaje ni siquiera terminaba de tener sentido, si no daba tiempo a que hubiera una respuesta, pero no parecía que a Robin le importase.
—Le gustará ir —opinó la muchacha—. No sé si te gruñirá o no, pero si lo hace no hagas ni caso: prefiere ir que quedarse aquí. Y nos apañaremos unos días sin vosotros. Lo peor que puede pasar es que le montemos un motín a Morgana, si pretende mandar en todo durante vuestra ausencia.
Después de decir aquello guardó un par de segundos de silencio. Miró al cielo, buscando constelaciones conocidas, y después dirigió sus pupilas a las de Robin.
—¿Qué te apetece decirle a Alec?
En otro momento el motín a Morgana le hubiese arrancado una risa sincera al pelirrojo. No detestaba a Morgana, no le había dado suficientes motivos para ello ni se creía capaz de algo así; pero últimamente la recibía con tirantez y un motín -siempre que se quedará en la ficción- cosquilleaba en su empatía. Pero en esa noche no llegó ni a sonreírle al comentario. Sus ojos quedaron bajos, en algún punto entre las rodillas de Trish mientras sus pensamientos intentaban recordarle todas las veces en las que su padre había vuelto por ahí, hacer cálculos y sacar conclusiones que alimentaban su ansiedad.
Se detuvo al escuchar el nombre de su chico. Expectante, Robin subió los ojos para encontrar las pupilas de Trish y tan rápido como conectaron, las volvió a apartar primero a las puntas de sus pies que asomaban bajo la manta y después a la niebla.
Tardó en responder. No estaba seguro de qué le apetecía decirle, que sentía que debía decirle y que había querido decirle. Le había hablado ya tantas veces en su imaginación que el discurso se había perdido y había derivado en una bola de nieve imposible de desenmarañar. Si bien tenía dos cosas claras: que quería perdonarle pero necesitaba una disculpa en hechos, y que no era un cigarro apagado. Pero no se sentía cómodo exponiendo eso a su amiga.
— ¿Sabes mi laboratorio? Me lo regaló Alec—contó sin poder evitar una sonrisa boba al pronunciar su nombre que volvió más melodramática su mirada perdida—. Lo encontró en una excursión, pensó que me gustaría y lo cargó durante días para traérmelo —en ese momento le hubiese gustado tumbarse y seguir divagando con su amiga usando las estrellas como radio pero a pesar de la la niebla y la cháchara, estaban vigilando—. No era muy cómodo de llevar y Excalibur le dijo que no lo íbamos a usar pero a él le apetecía sorprenderme —omitió la parte en la que también la culpa había sacado codos en ese regalo—. Eso debería ser, ¿sabes lo que quiero decir?
Robin se quedó pensativo y volvió a buscar a su amiga con la mirada.
— ¿Tu te has llegado a enamorar? En plan en serio.
Al ver cómo los ojos de Robin encontraban sus pupilas sólo para huir de ellas después, Trish esperó. Creyó que el chico estaría pensando en su respuesta, de modo que acercó las piernas al cuerpo y las abrazó para seguir aguardando.
Para cuando el chico empezó a hablar Trish empezó pensando que estaba contextualizando. Quizá lo que quería decir tenía que ver con eso que relataba. Sin embargo no tardó en darse cuenta que aquello iba a quedarse en una anécdota, y ella sin respuesta. No le molestó. Sabía que o bien Robin no quería responder o bien estaba queriendo decirle algo más importante, así que escuchó con atención el resto de su historia.
Para cuando el chico acabó ella se quedó mirándole un instante antes de asentir. Creía entender a qué se refería.
Con su pregunta posterior, en cambio, no tardó en sonreír y negar.
—Qué va —dijo, haciendo un repaso de los chicos a los que había llegado a ver como algo más que amigos y apretó un poco el abrazo de sus piernas, calada de repente de frío, cuando su mente se fue al inevitable Wren—. Me da que eso no es para mí.
Guardó unos segundos de silencio. No iba a hablar de cómo ella misma se había impedido siempre caer en algo más que la simpatía inquieta, porque ni siquiera era plenamente consciente de ello. Lo de su antiguo amigo la había marcado de manera más profunda que las cicatrices de su cuello, o que sus tatuajes.
—¿Sabes? —preguntó de manera retórica, dispuesta a cambiar sólo a medias de tema—. Cuando llegó Dan me gustaba un poco. Pero como le he dicho hoy a Morgana, parece que todos los decentes sois gays —dijo relajando su postura y su tono con aquella broma.
Al pelirrojo le resultó enternecedora la imagen que ambos debían proyectar desde las estrellas. Abrazados cada uno a sus piernas como si se hubiesen convertido en dos pingüinos viendo la tempestad pasar ante sus ojos y saberla un día más de su vida.
Sin ningún ánimo de ofender a su amiga ni de desmerecer sus sentimientos entornó los ojos al cielo en crítica a ese fatídico sentimiento de amor perdido al que tanta gente decidía suscribirse. — Claro que es para ti —protestó y una historia que solía contar Katia cosquilleó en su lengua—. Pero Jimmy no me gusta para ti— estuvo a punto de opinar pero se recordó tanto a su prima hablando de Alec que prefirió morderse la lengua—.
La revelación que vino después hizo que Robin encontrara una nueva acepción a ese "no es para mí" y su corazón quedó contrito por la empatía de la tortura que podía suponer un amor no solo no correspondido sino imposible de ganar pero sus labios sonrieron tontos con el cumplido de su amiga por la parte que le tocaba y sus ojos escaparon por un segundo de nuevo avergonzados.
Llevaba tanto tiempo apurando las gotas de su amor que toda palabra bonita se convertía en la caricia más dulce y en la única clase de abrazo que de verdad le gustaba.
— Dan es demasiado intenso —señaló como si fuera el principal inconveniente de porqué lo suyo no hubiese funcionado—. Pero en Unhood hay un chico que está hecho para ti. Cuando vayamos te lo presento, sin segundas, sin presión.
Sonrió a la inventora y asintió interrogativo preguntando si había trato. Y de nuevo la añoranza de lo bueno del campamento le apretó las tuercas del corazón.
— Al margen de eso, Katia me contó que cada persona está destinada a encontrar a otra, y esa otra a la primera. Porqué antes de nacer esas dos personas habían sido uno y al separarse en cuerpos siempre se ven buscando la parte que les falta. Dice que todos somos incompletos pero que tarde o temprano encontramos esa mitad que añoramos.
Apoyó la barbilla en sus rodillas y suspiró desde los ojos al abrazo de piernas de Trish.
— Y aunque todo el mundo ama esa parte disociada de sí mismo, no todo el mundo se enamora de ella. Eso sí, en cuanto la ves sabes que es la mejor parte de ti mismo y tu espíritu crece con ella.
El joven miró en los ojos de Trish y aguantó el silencio respirando la paz del momento.
— A lo mejor es lo que te sucedió con Dan. A mí me pasó contigo.
Bajó las piernas para ponerse en pie y tiró de la manta para desabrigarse.
— Por eso sé que Russel te gustará —dijo para sacudirse la vulnerabilidad—. Te dejo vigilar. Mañana hablamos por lo del mensaje.