Partida Rol por web

La mujer sólo había llegado a encogerse ligeramente de hombros con esa media sonrisa en los labios al recibir la emoción del escritor en forma de preguntas sobre la iglesia.

Parecía dispuesta a seguir explicando más sobre el tema, pero no llegó a abrir la boca antes de que él siguiese hablando. Y, cuando Nick osciló de regreso al tema anterior, los ojos de Daniela se entrecerraron un poco, casi como si estuviera intentando ver en su interior cuáles eran sus intenciones.

Parecía divertirle el juego, no obstante, porque se incorporó un poco y giró para encararse hacia él.

—Eso depende. ¿Dónde te gustaría que fuese? —preguntó, alzando las cejas, con el mismo tono que había empleado él un instante antes. 

Sus ojos le recorrieron de arriba a abajo, como si estuviese valorando en serio aquel asunto, pero terminaron regresando a los del escritor, clavándose con descaro en sus pupilas. 

Al ver el gesto que Cass hizo con la cabeza Trish simplemente suspiró, encogiéndose de hombros, y llevó la vista hacia arriba. Lo cierto es que a pesar de todo lo que se venía encima se respiraba algo de calma. A solas con su hermana siempre era sencillo llegar a eso. No era la quietud de Cass que se le pegase, sino el hecho de tener un momento con su hermana mayor. Se había criado con ella en una casa en la que nunca pasaba nada, y esa paz se había convertido en una parte más de ella, como si se hubiera pegado a su aroma.

—El «objetivo» —repitió con una sonrisa—. Me gusta.

Después de eso miró directamente a los ojos a aquella que le pedía disculpas.

—No tienes que disculparte. Tienes que contarme las cosas cuando creas que es mejor, no cuanto antes, y ahí no creíste que fuera el mejor momento.

Tomó aire entonces, dispuesta a entrar en el tema que estaban empezando a tocar. A punto estuvo de preguntar sobre si había intentado usar aquella habilidad para descubrir más sobre cómo habían desparecido, pero dio por hecho que lo habría probado todo. Con calma dejó que los segundos diesen a los engranajes de su cerebro la oportunidad de moverse con el ritmo adecuado a ese asunto. Era algo importante para ambas y algo de no que no hablaban precisamente a diario, pero sobre todo algo que ninguna de las dos había olvidado.

Era cierto que aquella habilidad de Cass abría una nueva puerta: que fuese algo de familia. Trish era consciente de que no eran las únicas que podían hacer cosas especiales, Dan era un ejemplo de ello. Pero lo de ellas no podía ser casualidad.

—¿Crees que ellos también tenían algo? —preguntó, con su cabeza ya funcionando en esa dirección—. ¿Alguna vez has visto algo relacionado con ellos?

Nick estaba en ese punto en que boqueaba como un pez. No podía quitar los ojos de Daniela. ¿Estaba... era... aquello era ua invitación para algo? ¿No era todo un poco gratuito? ¿O acaso estaba pasando algo? Igual se había soltado un gas alucinógeno por las grietas o algo. Pensó en decirlo pero se dio cuenta de que no era lo más diplomático.

Iba a poner la mano sobre la cintura de ella, pero la cerró, inseguro. Abrió y cerró los labios, convencido de que estaba ofreciendo una imagen vergonzosa de sí mismo. Después de un par de "ah-eh-oh" que le rebotaban en la garganta consiguió tragar saliva y decir en voz baja.

—T... tú eres la que entiende de... distribución — consiguió decir. Prefería no dar el primer paso, no quería propasarse, con nadie. Y menos con una amiga. Había un montón de luces rojas en su cabeza. Donna. Jack. Un niño dejado en la puerta que podría dar la razón a Skyler. Su cara de tonto si se estaba equivocando. El tiempo que hacía que no tocaba a una mujer. Pero había una luz verde, una que le gritaba que la subiera al altar para consagrar el lugar a un Dios diferente —. No... no quisiera incomodarte... 

Se inclinó un poco. Volvió atrás. Volvió a inclinarse. Abrió los ojos. Parecía idiota. Era idiota.

Con la respuesta titubeante de Nick la risa argentina de Daniela reverberó en las paredes de la iglesia, repitiéndose sus ecos en cada columna antes de desaparecer. Su sonrisa se afiló mientras se humedecía los labios despacio y acortó el paso que le separaba del escritor para apoyar una mano a su pecho y elevarse sobre la punta de sus pies, como si quisiera contarle un secreto al oído. 

—Nick Bennett —dijo, dejando que su aliento acariciase la piel de su cuello—. ¿Sabes que es de muy mala educación comenzar un juego si luego no vas a tener huevos de terminarlo?

Con ese susurro su mano empezó a deslizarse por encima de su chaqueta mientras ella retrocedía un poco, lo justo para poder mirarlo directamente a los ojos, con una mirada entre juguetona y desafiante bailando en sus pupilas. Se mantuvo, sin embargo, cerca. Tentadoramente cerca, tanto como para que Nick pudiera percibir el aroma como a orégano que parecían desprender sus cabellos. 

Sí. Nick estaba confuso. No era que le digustara ni nada por el estilo, pero cada vez estaba más convencido de que se estaba perdiendo algo. ¿Daniela se sentía atraída por él y había decidido pillarle por banda? ¿O había sido cosa del momento? No pensaba descartar lo del agente alucinógeno filtrándose por las grietas. No, no pensaba descartarlo. Y si estaban flipando, no sería justo aprovecharse.

Por otra parte... le encantaba el orégano.

—Tienes razón, qué desconsiderado —gruñó Nick—. A la mierda el Santo Grial.

La atrajo hacia sí, mirándola fijamente a los ojos. Siempre sentía una punzada de culpabilidad por Donna cuando se acercaba a alguna mujer, pero Daniela no le había pedido nada; no le estaba exigiendo nada. Sólo... estaba pasando.

Se inclinó hacia ella, dispuesto a besarla.

Hasta ese momento la temperatura había ido subiendo paulatinamente, haciendo que el frío dejase de ser una molestia acuciante y una tensión eléctrica pareciese suspender el tiempo fuera de aquella iglesia. Pero cuando los labios de Nick alcanzaron los de Daniela, el calor se disparó. 

No fue un beso tranquilo o pausado, no existió ese primer momento en que las bocas tantean al contrario antes de lanzarse, ni hubo violines sonando mientras se acercaban. El juego preliminar de la seducción había sido breve y explosivo, como una cerilla encendida al caer en una montaña de hojas resecas. No. Aquel parecía un encuentro de los de todo o nada, movido por la prisa de que uno de esos ascensores de otros tiempos pudieran abrirse inoportunamente. All in, toda la carne en el asador desde el minuto cero.

Tras los labios llegaron las lenguas y los dientes, enredándose con más necesidad que orden. Para ese momento las manos de Daniela buscaban a tientas la nuca de Nick para enredarse en sus cabellos y su cuerpo se pegaba al del escritor con el ansia frenética de dos pieles a las que les sobra la ropa para poder encontrarse. 

Su respiración se agitaba por segundos, entrecortada, irregular, apasionada. La mujer se había entregado por entero al deseo que hacía brillar su mirada. Era el instinto y no la razón quien movía sus hilos. Un instante más tarde sus dedos habían abandonado su nuca para dar un paso más y estaban peleándose con el cierre del abrigo del escritor, buscando la manera de colarse hasta su piel sin frenar el ardiente estallido que se había desatado entre sus bocas. 

Cassandra negó con la cabeza.

-No he visto nada. -sus ojos miraban al suelo, recordaba lo que tardó en saber de Trish y se decía que su don era muy caprichoso -Nunca dijeron nada, pero es algo que cuesta de explicar. -elevó la vista y miró con ternura a la "pequeña" -Preferiría que nada de esto lo supiesen los demás, algún día sí pero... no ahora.

Sabía que le estaba pidiendo que ocultase cosas a seres que quería, pero ella siempre había sido muy "hacia dentro" y no podía, ni sabía, cambiar de la noche a la mañana.

Trish se encogió de hombros con lo que dijo su hermana sobre sus padres. ¿Era algo que costaba explicar? Bueno, a la propia Trish no le costaba demasiado, aunque estaba claro que a su hermana sí. Había tardado años. No es que eso le pareciera mal a la muchacha, ni mucho menos, simplemente ponía en perspectiva sus palabras.

Por otra parte no se imaginaba a su padre siendo tan hermético como Cassandra. Las cosas que recordaba eran más retazos que había cosido como había podido. Trish creía que si su padre hubiera sido como ellas sí habría dejado caer algo, ya fuera en las conversaciones entre minuteros y segunderos o bien queriendo ver si sus hijas también tenían aquel tipo de... Bueno, de cosas. Pero que no lo recordase no significaba que no hubiera sucedido. A lo mejor se había contenido, o quizá en aquel momento ella no había llegado a entenderlo.

—Si algún día los encontramos, se lo preguntamos —enunció entonces, convencida—. Y si tardamos, pues nos imaginamos lo que queramos.

Trish no era muy de refugiarse en la imaginación más que con las historias que en ocasiones escuchaba. Sin embargo era consciente de que no debía hacerse esperanzas con respecto a sus padres. Cada día que pasaban sin aparecer era un poco menos probable llegar a encontrarlos.

Extendió entonces una mano hacia su hermana, invitándola a ponerse en pie.

—¿Vamos?

El condicional con el que habló su hermana dolió, no tanto porque no pudiesen encontrarlos si no porque le recordó a Cass aquello que, a pesar de saber, se negaba a pensar que pudiese haber pasado: que hace tiempo que estuviesen muertos. Tenía la vana esperanza que si hubiese sido así hubiese sentido algo, aunque en el fondo, muy en el fondo, sabía que era una posibilidad.

-Claro. -dijo cogiendo la mano tendida y levantándose -Ha quedado perfecto, como todo lo que haces.

La cabeza ladeada miraba la zona re-reparada mientras con su mano apretó la extemidad de Trish.

En cuanto Cassandra le tendió la mano Trish tiró de ella. Era menuda, pero tampoco se trataba de levantarla en brazos. Ya en pie comenzó a caminar hacia la puerta del antiguo centro de salud, y al recibir el cumplido de su hermana le dio un pequeño empujón.

—Idiota —dijo con gracia y alegría, sin tomarse en serio sus palabras, mientras terminaba de asimilar todo lo que su hermana había dicho en ese rato. Había mucho que pensar, que investigar, que valorar... Y sobre todo, mucho que callar.

Cassandra aceptó el empujón con una sonrisa mientras lo devolvía y, ante el cariñoso insulto que le dedicó su hermana, arrugó la nariz en un conato de sacar la lengua, hecho que no hizo solamente por temor a que se le congelase. Metió las manos en los bolsillos y caminó de vuelta hacia el Morris al lado de la joven.

Durante el trayecto le fue lanzando miradas de soslayo, intentando averiguar por su rostro y postura cómo se había tomado la noticia y cuáles eran sus pensamientos al respecto. Confiaba en su hermana, la quería más que a nada en el mundo y haría lo que fuese por ella, pero eso no le impedía saber del carácter que tenía y lo que podía llegar a hacer movida por sus impulsos. A Cass le gustaba estar preparada para todo lo que pudiese pasar, aunque sabía por amarga experiencia que eso no era posible y que el destino tenía la mala costumbre de querer sorprenderte.

- No te preocupes.-dijo, quitándole importancia al tema tras su disculpa- La desnudez del alma...-repitió, con un suspiro y una sonrisa- Uno puede desnudarse, quitarse la ropa, y en cambio no estar expuesto en absoluto. Puede disfrazar sus emociones, sus pensamientos, sus miedos...-indicó- Pero cuando te unes a alguien en espíritu, y no tan sólo en la carne... Tal artificio no existe. Uno se muestra... Tal y como es. Con sus virtudes, sus defectos, y sus miedos. Y está desnudo de verdad. Desnudo en cuanto al alma.-explicó- En fin, no sé si me explico... -se encogió de hombros- En cualquier caso, creo que es mejor vivirlo para entenderlo. - concluyó, viendo cómo Bentley alzaba las orejas, mirando hacia el frente acto seguido para descubrir la fachada del Morris, aproximándose- Espero que todo haya ido bien hoy.-dijo, con preocupación, antes de continuar, pasando a expresar cierta preocupación que si bien no era evidente, terminaba con aquel momento de conversación relajada.