Partida Rol por web

El ojo entrenado de Trish para la mecánica hizo que la inventora comprendiese enseguida que aquello que tenía en las manos era una parte de algo más grande. Al meter los dedos en el hueco de la base pudo notar que había muescas en las que otras piezas debían encajar y no tardó en encontrar un resorte que parecía tener dos posiciones. No sucedía nada al presionarlo, pero sin duda si las otras partes estuviesen en su lugar aquello serviría para algo.

Ensimismada en la representación pictórica del techo, no prestó demasiado atención a sus compañeras. Solo las observó unos segundos para comprobar que estaban tan atónitas ante el descubrimiento como ella misma. Se giró sobre sí misma, sin dejar de observar y admirar las pinturas, buscando detalles que se le pudieron pasar por alto en la primera pasada, o quizá con el ánimo de que estuviese soñando, y que más pronto que tarde, las imágenes se difuminarían en sus ojos y su cerebro.

Eso no se produjo, por supuesto, al contrario, los retratos de cada uno de los componentes del Morris, los adultos, se perfilaban con precisión y mimo en cada uno de ellos. ¿Cómo era esto posible? No lo comprendía. Era una puta broma sin sentido. -La treceava - repitió, ausente, igual que si fuese el eco de lo que afirmó Cass.

Así las cosas no apreció el movimiento de Trish hasta que fue demasiado tarde. Su cuerpo entrenado reaccionó alarmado preparado para…¿para qué? No lo sabía. No tenía idea. Se sentía imbuida de la atmósfera enigmática de la sala, convencida en cierta forma de que todo lo que sentía en esos momentos extraños, singulares, esos episodios donde su mundo se fragmentaba y se veía a sí misma como parte de un todo, comenzaba a tener sentido.

Se acercó con cautela y decisión a la inventora para mirar aquello que contenía el pequeño baúl. -¿Qué es? ¿No se representa al puto diablo así? - Fue el primer pensamiento que se le vino a la cabeza.

Al tomar aquella pieza entre sus manos, Trish empezó a moverla, hurgando en ella con los dedos y observándola con atención. Durante unos segundos su mente se centró en el objeto, y al notar algo en su interior pareció mirarlo más fijamente.

En cuanto oyó a Morgana, la muchacha le mostró aquel objeto, ya dejando de examinarlo. Parecía haber llegado a sus propias conclusiones.

—Eso no lo sé, ni sé para qué sirve —le dijo—. Pero esto es sólo una pieza de algo más grande —Como nosotros, pensó, pero eso no lo dijo en voz alta—. Con este agujero —enunció girando aquella pieza para que la militar lo viera— se inserta en algún otro sitio. Y dentro tiene un resorte, pero aún no hace nada.

Los ojos de la inventora volvieron a repasar entonces la sala. Comenzó a caminar, mirando a las paredes, al suelo y al techo, y dejó lo que habían encontrado en manos de la militar, por si lo quería examinar ella misma. Quería pensar que el hecho de que ese baúl estuviera a la vista no significaba que no hubiera nada más allí. Era una posibilidad, claro... Pero entonces, ¿dónde estaban las demás? ¿En lugares similares escondidos por el barrio? ¿Por la ciudad? ¿Por el mundo? ¿En manos de otra gente de esas pinturas? ¿En sitios que no tenían nada que ver?

—Lo que está claro es que tenemos que encontrar ya al maldito Jeff, y que nos explique qué está pasando.

No bien había acabado de hablar Cassandra cuando escuchó como la ex militar repetía aquella palabra que parecía el comienzo de una búsqueda del tesoro, la chica asintió dando a entender que si Clem había tenido aquella visión mientras los llevaba hasta allí debía ser por algo, pero antes de poder profundizar más en ese tema la buscadora vio como su hermana abría el cofre. El corazón empezó a latirle como si de una locomotora a vapor se tratase y estiró el cuello para ver lo que guardaba.

Lo que en un principio le pareció una piedra blanca de forma curiosa, se convirtió en una pequeña talla de la cabeza de un animal —Parece un carnero— se dijo la morocha al distinguir los cuernos, pero había algo en la figura que le decía que no era ese el animal que representaba. Las palabras de Morgana le hicieron fruncir el ceño —¿El diablo? ¿estaban siguiendo los designios de Él?— se negó a que aquello fuese tan simple, al igual que con los alados que ambos bandos se creían en posesión de la verdad y posiblemente ninguno la tendría de manera absoluta. Después de haber leído todos de textos y demás cosas que habían caído en sus manos sobre las distintas culturas, Cass no creía que aquello del "bien contra el mal" fuese tan claro, entre medias del blanco y del negro había infinidad de tonos de gris y lo que hacía falta era no tener prejuicios, ni super ego, para poder apreciar las pinceladas de Verdad en cada ocasión.

Aunque ahora mismo ella estaba en blanco.

Cuando llegasen al Morris intentaría averiguar algo en Conector, mientras tanto la información de que esa cabeza era una pieza de un puzle que encajaba por su base con algo más, le pareció sumamente reveladora.

—Y si ese algo más grande estuviese dividido en trece partes, quizás esta sería la treceava parte de ese puzle que todavía no había despertado porque no la habíamos encontrado.

Nada más decirlo en voz alta su mirada se dirigió de nuevo al techo, buscando a la mujer de pelo blanco e intentando ver si en cada una de sus representaciones junto a ella había alguien o bien estaba sola con la luna.

—O puede que la activación de eso que dices que tiene dentro haga que despierte lo que sea que ha de despertar.

Asintió a lo de encontrar a Jeff de inmediato, sabía que si no quería ser encontrado lo iban a tener muy difícil pero si debían hacerlo lo harían, de un modo o de otro.

—¿La pieza que encaja puede ser que esté en la capilla de Pequeño Tokio? Parece que como grupo hemos recibido las dos ubicaciones a la vez, podría ser porque están íntimamente relacionadas.

A Morgana no le iba a gustar nada ese último pensamiento, pero decidió decirlo ahora que estaban ellas tres solas y no más tarde con todo el Morris escuchando y generando tensión.

Morgana se giró a ver qué hacía Cass. Luego, ella misma se colocó justo al lado del cofre, y alzó una vez más la vista al techo. No supo encontrar una respuesta, excedía a su comprensión y a su inteligencia. Pero seguía fascinada. Y, en un rincón muy adentro suyo, que jamás reconocería, sentía una aprensión semejante al miedo. Temor a que el destino fuese por delante de ella. Temor a que su destino estuviese escrito. Esa posible certeza no solo le arrancaría las entrañas sino que destrozaría en mil añicos igual que un espejo rito, su forma de entender la vida y enfrentarla.

Con la figurilla en sus manos, husmeó primero dentro del baúl. Luego examinó el objeto, el agujero, el resorte que le enseñó Trish. Si la inventora no descubrió nada, ¿qué iba a ver ella?

-De nada sirve especular y suponer en voz alta. No tenemos ni puta idea de toda esta mierda -fue cuanto dijo. Aunque levantó los ojos para mirar suspicaz a la buscadora. - Eso no lo sabemos, no imagines cosas. Es una cruz.

Volvió a prestar atención a la cabeza de "carnero", o lo que fuese. - A veces coincide un año normal, solar, con trece lunas.-dijo en voz alta, más para ella que otra cosa. Una mano fue en busca de su amuleto- ¿Cuántas llevamos este año?

Los ojos de Trish examinaron aquella estancia, pero tras dar algunas vueltas no le pareció que hubiese nada más allá de lo que ya habían visto y encontrado.

Cass examinó aquella pieza que Trish había sacado del baúl, pero por muchas vueltas que le dio tuvo que concluir que no le decía nada. No le sonaba haber visto o leído antes sobre algo así. 

Morga examinó aquella pieza que Trish había sacado del baúl, pero por muchas vueltas que le dio tuvo que concluir que no le decía nada. No le sonaba haber visto o leído antes sobre algo así. 

Al escuchar a su hermana, Trish permaneció un instante pensativa.

—Bueno, esta parte puede ser la treceava o la primera, según como lo quieras ver —comentó. Sabía que no tenían la certeza tampoco de que fuesen trece, pero ya prefería no poner en duda cosas que no tenía motivos para creer—. Puede que la pieza esté allí, puede que haya otra, o puede que ninguna —enunció después, haciendo un gesto hacia Morgana para darle la razón.

Después preguntó sobre algo que quizá se había perdido

—Oye, ¿qué es lo que se tiene que despertar?

Finalmente, con lo que dijo la militar, Trish la miró por un instante, interesada. Nunca había hecho la cuenta de cuántas lunas eran un año, ni nada similar, pero aquello le parecía interesante. Como si de repente hubiera un enigma que resolver.

—Cada luna son veintiocho días, ¿no? —preguntó de manera retórica—. Si nos falta todo diciembre y catorce días de este mes, nos falta algo más de luna y media para las trece. Vamos, que llevamos once y algo —dijo antes de pararse a hacer la cuenta con más precisión—. Cerca de once con cuatro.

Tras esas palabras Trish se sentó en el suelo para mirar más detenidamente el techo. Tras unos segundos suspiró y se echó hacia atrás, tumbándose. Entendía que poco más podían hacer allí, pero también sentía que marcharse ya era como renunciar a algo.

—¿Tenéis algo para dibujar? Estaría bien copiar esto para enseñárselo a los demás.

A pesar de que Morgana volteó el objeto, lo miró aquí y allá, como si fuese unos de aquellos antiguos cubos de Rubik de su infancia, se quedó lo mismo que al principio. No cabía duda de que era alguna cosa de suma importancia para que estuviese reposando dentro del cofre escondido en una cripta protegida con una forma tan sutil de acceder a esta sala. Durante…a saber. ¿Decenas de años? Durmiendo a que alguien lo encontrase. O escondido. Esperándolas a ellas.

Y qué decir de las pinturas en el techo. La persona o personas que las pintaron las conocían. Sabían del grupo del Morris. Videntes, profetas del futuro. Ella no creía para nada en algo que consideraba tonterías supersticiosas, su vida jamás tocó ni siquiera tangencialmente esos temas. Pero ahora, ¿qué explicación podía encontrar? Lo más cerca que estaba de asuntos así era su amuleto, el amuleto de su abuela al que se aferraba inconscientemente en situaciones que alteraban su entendimiento y su alma. Y su tatuaje en el pecho derecho, aquel Ankh dibujado en una noche loca de borrachera perdida y enterrada en su pasado remoto.

Entonces fue consciente de su mano apretando en un puño el amuleto. La sonrisa afloró y disipó su tensión. Su otra mano abierta acarició sobre su chaqueta la zona donde se encontraba el tatuaje. Dos asideros para mantener su cordura.

Atendió a Trish entretanto. Morgana no tenía idea de si pudiera tratarse de trece lunas desde el comienzo del año. Se encogió de hombros - si fuese así, algo podría suceder para el puto inicio de año. O, a finales, si es que este año es el de las trece lunas. Qué coño se.

Negó a la siguiente pregunta. Deberían memorizarlo todo muy bien. Bueno, eran ellas mismas. No iba a resultar difícil. Sin embargo aquel enorme fresco podría esconder detalles ocultos a simple vista. Así que imitó a la peliazul, se sentó y acabó por estirarse boca arriba, observando con mucha atención la disposición de las figuras, de la mujer de trece lunas y de cualquier otra pieza, objeto o dato de interés que pudiera llamarle su atención.