Nueva York, 14 de noviembre de 2037, 1.00.
La ausencia de electricidad en el piso superior no era un problema una vez que los habitantes del Major Morris se habían acostumbrado a moverse por allí a oscuras, o acompañando sus pasos de alguna vela. Los pasillos eran silenciosos salvo los ecos de voces que se colaban por los rincones, desde esta o aquella habitación.
Clementine acababa de terminar su guardia y se dirigía hacia su dormitorio cuando se cruzó con Trish, que salía del suyo en ese momento.
Escena secundaria.
Era la una de la madrugada y Trish salía de su cuarto con el bebé dormido en brazos cuando vio a Clementine llegar. Se hizo a un lado por pura costumbre, dejándole paso, pero tras pensarlo un momento se apoyó en la pared dispuesta a hablar. Lo de la cena no había dejado a la muchacha con buenas sensaciones. Aún seguía triste, era evidente con sólo ver su cara... Pero al menos empezaba a respirar un poco más profundamente.
—Hola —susurró para no despertar al crío—. ¿La guardia bien?
Clementine observó a la joven brevemente, con cierta preocupación, antes de acomodar su postura, asintiendo- Sí. Bien, sin novedad, la verdad.-dijo, arrebujándose bajo su poncho- Aunque hace bastante frío. Te aconsejo que te abrigues bien cuando te toque.-confesó, con las mejillas heladas, frotándoselas lentamente con las manos, acto seguido.
Apretó los labios en una fina línea, momentáneamente, con cierta inseguridad palpable. Preguntar a Trish cómo se encontraba era una estupidez, y no sabía de hecho si era lo adecuado, en ese momento- Entiendo que no vinieras. -añadió, recordando su ausencia durante la misa que había tenido lugar durante la noche.
Mientras Clementine hablaba Trish se balanceaba lentamente, acunando así al crío en sus brazos. No era frecuente que Trish se sintiese incómoda con su amiga, mucho menos delante de todo el mundo, y daba por hecho que lo de la cena había sido sólo por cómo estaban todos. Sin embargo, sabía que una de las dos tendría que dar un paso adelante para reconciliarse en condiciones... Y agradeció que fuera Clementine. Trish tenía encima demasiadas cosas últimamente.
No contestó a ninguna de las cosas banales. Con lo último que dijo, sin embargo, la muchacha le dedicó un asentimiento. Le habría gustado sonreír, pero no fue capaz.
—Yo entiendo que quisieras hacerlo a tu manera —le dijo en voz baja. Por un momento quiso preguntarle cómo había ido, pero no fue capaz. No se sentía capaz de escuchar su respuesta.
—Sí me habría gustado despedirme —reconoció entonces, bajando la mirada—, pero aún no puedo. Lo siento.
La voz de Trish era sólo un susurro. Hablaba con una falta de espontaneidad y un excedente madurez y tristeza que desentonaba totalmente en ella.
—Me he quedado su abrigo.
- No me tienes que pedir disculpas por eso.-contestó, tras escuchar cómo se disculpaba por no ser capaz de despedirse aún- No hay un modo correcto de... Enfrentarse a estas cosas. Nadie podía obligarte a sentirte de una manera u otra, o a querer afrontarlo de una manera u otra. -dijo, acercándose, con cuidado de no perturbar el descanso del bebé, pasándole un brazo por los hombros a la joven de pelo azul, dedicándole un suave apretón.
- Has hecho bien. -musitó, acariciando brevemente su espalda- Seguramente te queda... Adorablemente grande. Seguro que abriga mucho-dijo, observando al bebé, entre los brazos de Trish, esbozando una leve y amarga sonrisa- Yo... Ojalá ese tocadiscos volviese a funcionar alguna vez. -suspiró- Me gustaría poder escuchar cómo era realmente la música que le gustaba a Nick. Aprendí a tocar alguna canción de escucharlo silbar y canturrear... Pero igual... Querría saber qué experimentaba él. - confesó, con un nuevo suspiro.
Después de las primeras palabras de Clementine Trish se dejó abrazar. Lo hizo manteniéndose aún en pie de manera literal y figurada, convenciéndose de que no necesitaba ese abrazo... De que ella estaba bien. Había tenido ratos duros antes esa misma tarde, y probablemente los tendría más adelante, pero en ese momento de la noche se aseguraba a sí misma que era funcional. Que no necesitaba un consuelo que llegaba demasiado pronto... Aunque agradecía que estuviera ahí.
Le sorprendió un poco oír que había hecho bien en quedarse el abrigo de Nick. Estaba acostumbrada a una vida de racionamiento. Uno se queda lo que es útil o lo que puede vender: si es algo sentimental debe caber en un bolsillo. Lo demás entorpece. En cambio... Joder, no dejaba de ser su abrigo. Si el cuerpo de Nick se había quemado tanto como decían, lo único que quedaba de loque llevaba encima.
Un momento después Trish se enfrentó a un nuevo dilema: la verdad frente al consuelo. Tomó aire, aupó al niño un poco, y se decidió por la verdad.
—Podemos arreglar el tocadiscos —ofreció incluyendo a Clementine, o a todos, aunque sabía que probablemente lo haría ella misma—. Pero creo que los discos de Nick eran de Donna, su mujer.
Fue en ese momento cuando algo se partió dentro de Trish. No fue algo muy grande, sólo un chasquido que daba lugar a la comprensión de la ironía. También podía ser que Clementine estuviera bien informada desde el principio, claro, y que ella lo hubiera visto desde lejos. En cualquier caso había algo claro: si escuchaban los discos probablemente sí sabrían lo que experimentaba él al oírlos. Tristeza, pérdida, dolor. Probablemente por eso nunca se había molestado en arreglarlo.
—No sé cómo lo hice —prosiguió la muchacha bajando la mirada y aún más la voz. Estaba claro que no se sentía muy cómoda hablando con eso—, pero antes hablé con Robin desde dentro de mi cabeza hasta dentro de la suya. Algo así como telepatía, supongo. Ya me había pasado antes, pero esta vez... Esta vez lo hice yo. —Hizo entonces una pausa larga, que daba entender que estaba a punto de llegar adonde había querido ir con aquella explicación—. Ojalá lo hubiera hecho con él.
AVISO
Si no hay post antes del lunes 14, cierro esta escena.
- Vaya... No... No lo sabía.-contestó, un tanto cohibida, al saber que los discos, probablemente, pertenecían a la difunta mujer de Nick- Aunque, seguramente... Alguna vez sería capaz de sonreír, al recordar a su mujer. No todo lo que uno recuerda sobre quienes ya no están es malo, y con el tiempo... Los recuerdos son capaces de aparecer sin tanta... Melancolía intoxicante.-indicó, como si de hecho, hablase desde la experiencia- Puede ser más fácil o difícil, o requerir más o menos tiempo, según la persona. Pero pasa, al final. -añadió, suspirando- Puede que Nick hubiese llegado a conseguirlo, aunque fuera ocasionalmente.- se atrevió a decir, con una pizca de esperanza, antes de que Trish añadiese algo más.
Algo que la hizo parpadear, profundamente sorprendida, durante lo que pudo ser un instante, o quizá un minuto entero- ¿Cómo...? ¿Dentro de tu cabeza? ¿Quieres decir...?- acertó a vocalizar, titubeante- ¿Algo fuera de lo normal, como lo que nos ocurre a Cass y a mí?- preguntó, sin saber muy bien cómo abordar el tema, pero sin mostrarse tampoco incrédula. Después de todo, ¿quién era ella para descreer a nadie, después de lo que había presenciado aquel día?- ¿Por qué dices que ojalá lo hubieras hecho? ¿Y cómo es que... Te ha pasado antes?
Trish escuchó lo que Clementine dijo sobre la mujer de Nick y una profunda tristeza fue embargándola poco a poco. Se daba cuenta de que la chica no hablaba de Donna, o no sólo de ella, sino de lo que estaban viviendo todos. De lo que estaba viviendo la propia Trish.
Ella aún no había llegado a la melancolía, ni siquiera se le había acercado. En Trish por el momento sólo había crecido un enfado que iba y venía, y que no tenía un destino fijo ni sabía a quién dirigir. Estaba cabreada, y mucho. Aunque en ese momento también estaba agotada. Pero ante las palabras de Clementine, esas que hablaban indirectamente de un futuro en el que podría vivir conforme sólo con el recuerdo de Nick, sintió solo desprotección y tristeza.
No contestó a nada de eso, pues no habría sabido hacerlo hablando sólo de Donna, pero sí lo hizo a lo de después, encogiéndose de hombros antes de hablar.
—Han pasado muchas cosas fuera de lo normal hoy —confesó—. Hace años, cuando Cass y yo estábamos separadas, alguna vez oí su voz en la cabeza al pensar en ella. Gracias a eso nos encontramos. No estaba segura de si era verdad, o de si lo había hecho ella o yo... Pero hoy lo intenté cuando ella nos dijo que algo pasaba en Unhood, y lo conseguí. Lo hice yo, con Robin. Y si lo hubiera hecho un poco antes con Nick, bueno... —Trish bajó la mirada al suelo—. Al menos habría podido decirme algo antes de morir.
Trish guardó un par de segundos de silencio, haciendo equilibrio en el borde del precipicio del llanto.
—Estaría bien que hubiera tenido con quién hablar, ¿sabes? Aunque fuera durante el ataque. Alguien a quien decirle lo que fuese que quisiera que se supiera después de que muriera, o qué sé yo.
En ese punto Trish empezó a hacerse consciente de la verdad. Sí, todo eso habría estado bien... Pero lo que le perforaba el pecho no era eso. No levantó la mirada, porque mientras siguiera mirando al suelo era como hablar sola, y eso lo hacía más fácil. Las siguientes palabras salieron entremezcladas y algunas un poco atropelladas. Trish en ese punto vocalizaba poco, como si en caso de pararse a hacerlo tuviera que pararse también a pensar, y eso no fuera una opción. Incluso el volumen de su voz variaba, luchando en su pecho las ganas de maldecir en voz alta con las de que nadie, ni ella misma, escuchase nada.
—Y también queríablarleyo, Clem. Podía haberleablado, ynolo hice, y orél estámuerto y todoes una mierda. —Inspiró con fuerza por la nariz—. Pero queríadecirlecosas, y que no me importa que ayeren lacena fuerun capullo, y yoquésé, máscosasquenohepensadoperoquemabríansalido —Trish se quedó un momento en silencio antes de encogerse de hombros. Cada vez le costaba más no echarse a llorar, así que optó por intentar cerrar la puerta que se estaba abriendo poco a poco. Inspiró con fuerza, en un intento sobrehumano por componerse—. Mira, da igual, tampocoes que se pueda hacer nada, así que ya está.
Clementine escuchó, con ojos bien abiertos, a su amiga, tratando de comprender, de seguir el hilo de los acontecimientos que narraba, un tanto confusa y evidentemente descompuesta, entrecerrando los ojos, entristecida, al escuchar referirse en aquellos términos llenos de culpabilidad a la muerte de alguien que también había sido importante para la predicadora.
- Eh...-dijo, llevando la mano a su barbilla, para alzar su rostro, con delicadeza, pero sin titubear- Escúchame bien.-advirtió, determinada y comprensiva- No debes culparte. No sabías lo que estaba ocurriendo. No podías saberlo. Ni siquiera yo, o Cass, podíamos saberlo con exactitud.-expuso, mirándola, con aquellos ojos verde oliva, que parecían en ese instante compartir una suerte de tristeza amarga con aquellos azules que poseía su compañera, a la cual soltaba, despacio, con la misma delicadeza con la que había tomado su mentón.
- No te quedes todo eso dentro. -inquirió- Cuéntamelo a mí. O escríbele a Nick una carta. Grítalo al viento... No lo sé, Trish. Haz lo que prefieras. Pero no te lo quedes ahí dentro. O no te dejará vivir en paz.-añadió, notando que también se le quebraba la voz, al terminar aquella frase- ¿Sabes qué? Vamos a llorar. -dijo, percibiendo cómo se le humedecían las pestañas, y la figura de Trish se emborronada, mojada, ante sus párpados- ¿No quieres, no puedes hacerlo? No pasa nada. Yo...-se interrumpió, apretando los labios, conteniendo un sollozo quedo tras el cual, besó la frente de su amiga, apoyando las manos sobre sus hombros- Yo lo haré por ti también.-concluyó, respirando pesada, entrecortadamente, mientras las lágrimas se resbalaban, tímidas, por sus mejillas.
Trish apretó los labios al notar cómo Clementine le subía la barbilla y evitó su mirada, ambas cosas porque el mero contacto físico y visual ayudaban a que terminase de romperse. Escuchó lo que decía su amiga, y aunque una parte de ella sabía que tenía razón, que ella no podía saberlo, había otra que se cerraba en sí misma, en su culpa y en su dolor. ¿Y qué importaba si no lo sabía? Había existido la posibilidad de hacer algo, y no lo había hecho. Esa era la verdad, al fin y al cabo.
Luego siguió escuchando a Clementine, más por no tener fuerzas para marcharse o para protestar que por otra cosa, y se resistió a la idea de escribir sobre aquello. ¿Qué iba a poner, que todo era una mierda? Eso ya lo sabían todos. Se justificó además pensando en no desperdiciar papel en algo como eso, cuando lo que quería decir en realidad era que tampoco quería sacarse todo aquello... Que no quería sacarse a Nick de dentro.
Sin embargo, lo que al final hizo su amiga sí penetró en Trish. Ella se resistía a romperse, a llorar, a dejar que las emociones la cabalgasen a ella y no al revés. Pero cuando Clementine empezó a llorar le dio la excusa que necesitaba para abrazarla, como si estuviera dándole consuelo y no buscándolo... Y entonces ya no hubo más racionalidad. Sólo escuchó cómo sus propios sollozos se mezclaban con los de Clementine, desacompasados e inconexos pero unidos de una forma innegable.
Al abrazar a su amiga Trish tuvo cuidado con el bebé, sosteniéndolo con un brazo entre ellas, pero lo cierto es que por unos minutos casi se olvidó de su existencia. Sólo existía la penumbra del pasillo, esa en la las emociones podían disolverse de una forma amarga y convulsa. Clementine había sabido llegar a ella de una forma en que otros no, y Trish descargaba parte de esa culpa, parte de ese dolor contra el hombro de la sacerdotisa.
Para cuando sintió que ya le empezaba a costar respirar la muchacha se apartó un poco, recobrando el ritmo de sus pulmones poco a poco.
—Gracias, Clem, pero yo... —No supo muy bien qué decir. Iba a afirmar que estaba bien, pero era una mentira que ya ni ella misma podía creer. De modo que recurrió a algo que ya había dicho, pero que resumía la situación—. Todo es una mierda.