Nueva York, 13 de noviembre de 2037, 19.45.
Tras una puerta metálica se encontraba la escalera estrecha que llevaba desde la primera planta hasta la azotea del Major Morris, el lugar más alto del edificio. Desde la explanada de unos cincuenta metros cuadrados, bordeada por una barandilla de cemento, podía verse todo el perímetro que bordeaba la empalizada, aunque no era posible abarcarla entera con la mirada sin moverse de un lado a otro.
Había un par de mantas allí arriba, que alguno de los habitantes del lugar había dejado para las guardias en las épocas más frías. El suelo era de terrazo, dañado en algunos puntos, y en las esquinas se arremolinaba algo de polvo. Dos sillas y una mesa baja completaban el resto del mobiliario de esa terraza que resultaba poco apetecible en invierno.
El cielo estaba encapotado, lleno de nubes que impedían ver las estrellas y opacaban los rayos de la luna. La calle estaba oscura más allá. Hacía mucho tiempo que la noche de Nueva York no estaba salpicada de las pequeñas lucecitas de las ventanas que la habían poblado años atrás. Aún podían vislumbrarse los perfiles de los edificios y las copas de los árboles del Jackie Robinson, pero la niebla estaba comenzando a extender sus zarcillos de algodón por la ciudad, rodeándola, deslizándose por las calles con sus tentáculos incorpóreos.
Los dos niños estaban juntos, asomados a la barandilla por el mismo lado. Cada uno tenía una de las mantas echada por encima de los hombros y Shamira rodeaba a Lincoln con el brazo, manteniéndolo cerca de ella. Al oír la puerta ambos se giraron y Morgana pudo ver que la chiquilla había estado llorando de nuevo. Las mejillas del niño seguían secas, pero mientras que la expresión de Shamira era de resignación y calma, la de Lincoln era de ira contenida y confusión.
Venimos de: [Capítulo 2.5] Mucho se ha perdido.
-La guardia se hace controlando el perímetro completo, cada centinela vigilando su madita zona, caminando de un lado a otro. Si os quedáis ahí, dejáis huecos ciegos. Y vuestro culo se helará.
Morgana se situó al lado de la pareja, observando la noche, su penetrante mirada adentrándose en la oscuridad que poco a poco descendía sobre el mundo. Se mantuvo en silencio un rato, sosegando su cuerpo y su mente. Confusa, tratando de dar sentido a toda la información absorbida en la sala común, sentando las bases, los primeros trazos de un plan, un próximo paso. Pero no tenía ganas de cavilar ni preocuparse más. Persistía en ella la misma sensación de ausencia que al ascender las escaleras. Tal vez sí que le había afectado, de alguna forma, la muerte de Nick. Siempre afecta, pensó.
Verbalizó su pensamiento- Siempre afecta. –Se quedó callada unos instantes- Lincoln, mastica la jodida ira y escúpela. Si te la tragas, te envenenará. Quédate con la suficiente dosis para que te mantenga alerta –Morgana acumulaba rabia, furia. Era parte de la energía que necesitaba su motor. Pero no por eso quería que al chico le sucediese lo mismo.- No busquéis un motivo, una puta razón. No la hay. Hemos superado malos momentos juntos. Nos hemos sobrepuesto. También lo haremos ahora. –Un nuevo silencio amargo cayó sobre los tres- Nick era un buen tipo. Recordadlo así. Sus cojonudas historias divertidas. De esa forma permanecerá con vosotros. –No era buena para estas cosas. Ya lo dijo antes a los demás- Asearos y bajad a cenar.
Shamira asintió a las primeras palabras de Morgana, pero no soltó a Lincoln para obedecerlas con rapidez como habría hecho en cualquier otro momento. Parecía algo aletargada, como si tuviese la mente demasiado ocupada como para reaccionar con viveza.
Alzó la mirada para escuchar a la exmilitar cuando siguió hablando y con lo que le dijo al crío ella subió la mano hacia su cabeza para acariciar sus cabellos con suavidad. Lincoln normalmente habría rechazado una muestra de cariño como esa con cierta incomodidad, pero él tampoco parecía el de siempre y la recibió sin moverse.
Una nueva lágrima se escapaba por la mejilla de Shamira al escuchar a Morgana, pero la muchachita no tardó en limpiársela con la esquina de la manta que cubría sus hombros.
—Nick también era tu amigo —dijo, con la voz algo tomada.
Por un momento pareció que iba a hacerle caso y marcharse, pero en lugar de eso se la quedó mirando y en un impulso dejó caer la manta y se abrazó a la cintura de la mujer, apretando su cara contra ella.
Lincoln se encogió un poco cuando el brazo de Shamira lo abandonó y las miró a ambas, como si no supiera muy bien cómo reaccionar.
Morgana se puso el gorrito. El frío se hacía notar. "Joder. Si es un aviso del invierno, nos vamos a cagar". En ese momento se vio sorprendida por el abrazo de Shamira.
La primera reacción, instintiva, fue apartarse. Pero ahí se quedó. Por segunda vez en el día. Dos veces tras meses de ningún contacto tan íntimo con ella a parte del entrenamiento. Se estaba ablandando. Eso, o intentaba emular el comportamiento que se consideraba normal, el apoyo emocional y físico, la capacidad de darle el pésame o al menos un "lo siento" a Robin y Skyler. Ella lo medio hizo. Es lo que se espera. Lo correcto. Pero a Morgana eso no le salía de las entrañas.
Ni siquiera tenía claro sus sentimientos tras la noticia de la muerte de Nick. Ya expresó con claridad que ella no lloraba muertos ni consolaba vivos. La ira se removía en sus tripas, era la única emoción viva en su cuerpo. La rabia y la convicción de la inevitabilidad de las cosas. Sucedió y ya está. También los tres podían ser ahora tres cadáveres en el fango.
Y eso no sucedió.
El vacío emergía dentro y fuera de ella. La idea de soltar unas hostias en algún antro ya no le parecía atractiva. Ni sumergirse en la noche en busca de bronca. "Me estoy ablandando", se repitió a sí misma. "Debería haber puesto firmes a esos panolis de ahí abajo".
Miró con mirada cómplice a Lincoln y alargó el brazo hacia él, en un claro gesto de que se uniese a ellas dos. "Se supone que es lo que toca ahora"- Ven aquí, Lincoln.
"Puto Morris".
El chaval todavía se lo pensó un poco. Parecía que le costaba esa transición entre seguir masticando la rabia que tensaba su espalda como la cuerda de una guitarra y dejarse llevar por la calidez del abrazo compartido. Le costaba, sí, era evidente por la crispación en su rostro, pero al final terminó cediendo y se abrazó también al cuerpo de Morgana, un poco por debajo de Shamira.
Durante algunos segundos el tiempo pareció congelarse para ellos tres, en aquella azotea suspendida en el aire, más allá del resto del mundo. Desde fuera debían parecer una masa informe y abultada compuesta por varias cabezas. Pero poco a poco la necesidad de contacto fue cediendo terreno y al final Shamira terminó por soltarse despacio, dejando algo de espacio a Lincoln que aún se aferraba a la ropa de Morgana.
—Venga, Linc —dijo con voz suave, animando al muchacho a aflojar el abrazo—. Vamos a lavarnos las manos y a cenar.
Pero el crío en un primer momento ni siquiera parecía haberla escuchado y en el siguiente negaba con la cabeza, como si estuviese decidido a permanecer ahí, junto a la exmilitar. Shamira, antes de insistir, buscó en los ojos de esmeralda de Morgana algún gesto de asentimiento que confirmase que esa orden aún seguía en pie.
Morga le hizo un gesto vago a Shami. Su expresión y sus ojos decían "le dejo un poco más". A pesar de sentirse incómoda, actuaba de nuevo como una militar profesional aguantando estoica el abrazo de Lincoln lo mismo que soportaría avanzar toda una noche a través de una laguna de aguas pantanosas y lodo hasta las cejas.
Se daba cuenta que en vez de estrechar y cortar el cordón umbilical este engordaba por momentos. Era dura con ellos, intransigente las más de las veces, borde en ocasiones; y solo a veces simpática disminuyendo varios grados su cínico humor. Sin embargo era cuanto tenían y ni siquiera la influencia del Morris y sus ocupantes podían sustituir, o romper, ese vínculo. Había impedido que Kane se ocupase de los chicos. No quería que el meapilas se escapase en esta ocasión; pero tuvo que medirar sobre sus palabras, su forma de expresarlo, inconsciente, brusca, le salió de muy adentro. Reveló y removió alguna cosa en su interior, una fibra dormida, aletargada, "un puto parásito".
Quisiera o no, Shamira y Lincoln se habían colado en su vida. Una responsabilidad de la que solo ella fue la causante al tomar aquella decisión y posteriormente no soltar lastre cuando debió hacerlo.
Era una reflexión recurrente que siempre la conducía a un callejón sin salida.
-Abajo espera una sopa caliente -"o no tanto". Dijo tras un puñado de latidos, con voz suave y firme, a su estilo, añadiendo el ligero matiz de que era algo más que una sugerencia. No obstante, le dio su tiempo a Linc y no forzó el fin de su abrazo. En todo este tiempo comprobó y vigiló cuanto abarcaba su vista velada por la persistente neblina- Guardadme un plato. Voy en unos minutos -añadió en tono más relajado.
Si los chicos marchan, Morga se quedará un poco más en la azotea, un cuarto de hora quizás o menos, ordenando sus pensamientos. Bajará, se lavará, cambiará de ropa interior y se pondrá otro jersey. Luego regresará a la sala principal.
El niño terminó por aflojar un poco el abrazo. Sus hombros parecían más ligeros y en su mirada la rabia había dejado espacio para la tristeza. Miró hacia arriba hasta que sus pupilas se encontraron con las de Morgana y entonces apretó más sus brazos antes de soltarlos del todo.
—Yo te lo guardo —aseguró con tono grave, como si de pronto la petición de conservar ese plato para ella fuese una misión de alta importancia a la que pudiera aferrarse.
Mientras, Shamira había doblado las dos mantas antes de dejarlas sobre una silla y al reunirse con él le empezó a pasar un brazo por encima de los hombros. Pero una vez estaba más recompuesto Lincoln rechazó ese gesto y se desembarazó de ella antes de empezar a caminar el primero hacia la puerta.
Shamira esbozó una pequeña sonrisa al mirar su espalda que luego extendió hasta Morgana antes de acelerar su paso para alcanzar al crío y salir con él de la azotea.
Puedes hacer turno introspectivo si quieres. En el siguiente te muevo, para ajustar los tiempos.
Nueva York se derramaba alrededor del Morris como si fuese el esqueleto de un animal muerto, de un titán antiguo, del que se alimentaban miles de vidas disputándose con enfermiza crudeza los últimos restos pegados a los huesos. Morgana respiró el aire frío de la noche de noviembre. El centro médico semejaba a un barco aislado rodeado de niebla surcando un mar en tinieblas. Se preguntó si ella debía tomar con mano firme el timón, no solo para mantenerlo a flote, sino para que navegase con el rumbo correcto. O simplemente continuar de "de puta jefa de seguridad y despreocuparme de todo lo demás. Sencillo, tranquilo, y a mi puta bola".
No le daba demasiadas vueltas a las cosas. Se cuidaba de lo esencial, de lo verdaderamente importante, sin embargo sus compañeros del Centro permanecían atrapados en esa tela de araña tejida con hilos del bien y el mal. A ella no le importaban esos dos conceptos que lo único que hacían era impedirte actuar con libertad.
Tampoco quiso pensar acerca de las visiones, trances y ese viaje sobrenatural de Trish. No encontraba explicación para esos fenómenos. Le sonaba a los poderes de los X-Men, aquellos cómics y películas que leyó y vio en su infancia y adolescencia. Le inquietaba porque eran una prueba cierta de que no estaba loca, que no sufría ningún estrés postraumático de guerra con retraso, y lo que había visto y vivido era desgraciadamente cierto. Nunca lo dudó, pero a veces, en esas noches solitarias, se preguntó sobre su cordura.
Después de varias paseos decidió dejar la azotea. La azotea y cualquier pensamiento que enturbiase su claridad de razocinio. Se centró en cómo enfocar los diferentes asuntos pendientes del Morris. Se desvistió y lavó, se puso ropa interior limpia y el jersey de la noche pasada, que conservaba un olor neutro. Cepilló el pantalón y las botas, su actitud militar persistía y la pulcritud de su aspecto era una constante que intentaba mantener incluso en las peores condiciones. Comprobó la pistola, la ajustó en su funda, se la colocó en el cinturón y también la del cuchillo.
Enfiló el pasillo y las escaleras, sonriente, mordiéndose el labio, sin preocuparse por las maquinaciones de la pandilla de ahí abajo.Capullos. Paso decidido, tiesa, arrogante. Hambrienta.
* Como no está puesto en mis cosas, supongo que Morgana no dispone de papel ni lápiz. Tampoco los chicos. Añado que se pasará por la habitación de Nick. Si él tenía papel, anotará los símbolos y se guardará la hoja. También registrará sus cosas, sí, sin apropiarse de ellas. Para comprobar en un futuro posible reparto que no falte nada... Tal y como es ella, se presentaría en la sala con la mochila o bolsa de Nick. Pero piensa que al resto le parecerá muy desconsiderado, la noche está calentita, y, además, quien sabe, lo mismo sigue vivo.
NdM. Edito para ponerte los saltos de línea que se te borraron cuando añadiste las notas.
La habitación de Nick eran en realidad dos antiguas consultas unidas por una puerta entre ellas. Una la usaba como dormitorio, con un colchón en el suelo y un armario que había sido una taquilla en algún momento, mientras que la otra era una especie de despacho en el que Morgana no le había visto nunca pero que mantenía bien limpio.
Había allí una mesa grande de escritorio sobre la que se encontraba una máquina de escribir, cubierta por una funda de tela. Si aquel aparato funcionaba desde luego Nick no lo usaba a menudo. En uno de los cajones de la mesa había cuatro o cinco folios, pero ningún lápiz ni bolígrafo. También había un gramófono al que le faltaba el brazo con la aguja y que tenía la manivela floja. Y, junto a él, tres vinilos de Bruce Springsteen. Todo estaba limpio de polvo, a pesar de que Nick no usara normalmente ninguno de esos objetos.
En el armario del dormitorio sólo había una muda completa de ropa y en el bolsillo del pantalón que estaba allí hecho un gurruño Morgana encontró cinco balas para el revólver magnum .44 del escritor.
Mientras estaba en esa búsqueda a lo lejos le llegó el llanto del bebé. A pesar de estar en otro piso sus berridos se extendían por los pasillos del Morris, reverberando hasta llegar a la primera planta.
Te dejo ahí por si quieres coger algo o hacer algo con lo que hay.
Tomó en sus manos una de los discos. Lo admiró, sonriendo de lado, como si tuviese entre sus manos una auténtica rareza; que lo era. Quitó la funda a la máquina de escribir, acarició con sus dedos las frías teclas, mudas, dormidas, esperando con infinita paciencia que les dieran un uso correcto, escondiendo en su vientre mil historias singulares preñadas de sorpresas.
Posó su mano con cierta delicadeza en el gramófono, "recuerdos de toda una vida, ¿eh, viejo? Mal momento, mal lugar".
El niño berreó. "Ahí tenemos el nuevo despertador". Se le torció más la sonrisa.
Revisó el resto de cajones de la mesa y buscó debajo del colchón. Se marchó de allí con los folios y las balas, "requisados", y los guardó en su propia habitación a la espera de la ocasión oportuna para decidir su destino. Luego se dirigió a la sala principal con la mitad de una de las hojas de papel.
Tirada oculta
Motivo: Buscar en habitación Nick
Tirada: 3d6
Resultado: 2, 2, 2 (Suma: 6)
Tu descripción me da a entender que no hay nada más en las habitaciones, pero por si acaso hago una tirada.
Morgana no encontró nada más en el cuarto de Nick, ni tampoco en el despacho, así que salió de allí con los folios y las balas. Durante el tiempo que duró la búsqueda y el que pasó después en su propio cuarto le siguieron llegando los berridos del bebé, que no se detuvieron hasta que ya estaba bajando por las escaleras, en dirección hacia la sala común.
Vamos a: [Capítulo 2.5] Mucho se ha perdido.