Partida Rol por web

Trish se echó un poco hacia adelante con las primeras palabras de Jimmy, esperando oír mejor aquello que tenía que creer. Sin embargo, cuando su declaración llegó, ella alzó una ceja con un claro escepticismo.

—Si, claro —enunció antes de dedicarle una sonrisa un poco torcida y ligeramente divertida. No estaba acostumbrada a que la adulasen o halagasen, y aunque por un lado resultaba agradable por otro estaba totalmente convencida de que eso se lo podría haber dicho a cualquiera que tuviera delante. No le dio demasiada importancia, simplemente se alegró de que alguien se fijase en ella... Aunque fuese en ese momento y lugar, sin creer lo de que años atrás también habría pasado.

Pero lo mejor de ese momento fue darse cuenta de que estaba sonriendo, aunque fuese de aquella manera. De alguna forma ese hecho la liberó de un peso que no sabía que llevaba encima, y por eso se sintió agradecida.

Luego, con la retahíla de preguntas del joven, Trish lo miró un instante de medio lado. Estaba claro que aquello había servido para captar su atención. Probablemente una atención sobre todo profesional, al darse cuenta de que ella como recurso acababa de ganar varios puntos si ofrecía sus servicios... Pero su atención al fin y al cabo. Asintió para confirmar que había sido ella la que había creado aquella preciosidad y luego volvió a mirarlo.

—Bueno, esa es la única vez que he hecho algo así —le dijo, aclarando que no había un esas cosas, como él había dicho—. Con todo lo que mueve, el cabrón de Ivan tenía recursos para lo que fuera, así que cualquier cosa que me hacía falta la pedía y listo. En el viejo mundo escribieron un montón de libros sobre eso, así que tampoco es para tanto. No tiene sensibilidad como si fuera piel, pero aún así mola, ¿eh?

—Y si a Ivan sólo lo has visto un par de veces... —enunció, intentando dejar de hablar de ella. Presumir un poco había estado bien, pero no estaba acostumbrada a que la conversación girase a su alrededor, y ya no sabía muy bien por dónde encauzarla si no—. ¿Con quién te movías por allí? —Lo miró entrecerrando los ojos, tratando de adivinar, y aunque ató cabos rápidamente quizá lo hizo en la dirección equivocada—. ¿La irlandesa?

La cara de Jimmy dejaba ver que lo de la sensibilidad le parecía lo de menos, o tal vez ni siquiera había pasado por su cabeza que algo así pudiera ser posible. Como fuese, asintió con un brillo de admiración por el trabajo de Trish. Cuando ella entrecerró los ojos, él la imitó por un instante para después dejar ir una risa ligera y enganchar el pulgar en la trebilla de su pantalón. 

—Irlandeses, rusos, italianos... Con todos y con ninguno —respondió de forma desenfadada—. Yo crecí allí y aprendí bien pronto que si se trata con las mafias es mejor no casarse con nadie. Hago negocios con quien me necesite, pero no me meto en la cama con ninguno. Aunque eso me obliga a cambiar de sitio la cama continuamente —apuntó al final, con un tono revestido de cierta picardía.

Dejó caer su mano cerca de la de Trish sin llegar a tocarla y sus ojos la contemplaron entre divertidos y curiosos.

—¿Qué es lo que quieres saber exactamente, Trish? Pregunta sin cortarte, hoy invita la casa.

Al escuchar la enumeración de mafias con las que el chico había trabajado Trish volvió a llevar la vista al frente, sintiendo algo de lástima porque no fuese como ella había imaginado: en parte lo habría preferido. Volvió a llevarse la jarra a los labios, vaciándola, y al dejarla en la barra otra vez sus ojos se quedaron un instante mirando las manos de ambos. ¿Había sido casualidad? Probablemente no. Una parte de ella deseaba que no, desde luego. Otra empezaba a hacerse consciente de que si seguía por ahí podía meterse en un buen lío.

Con la pregunta de Jimmy en la cabeza Trisih volvió a mirarlo, tardando un instante en responder: justo el tiempo en que decidía hasta qué punto ser sincera.

—Quiero saber hasta dónde puedo fiarme de ti —reconoció. No si podía o no, sino hasta dónde—. Pero eso, por mucho que invite la casa, me parece difícil de contestar si quieres que te crea.

La sonrisa del chico se ladeó al recibir la respuesta de Trish y un brillo desafiante pasó por su mirada cuando respondió.

—Te voy a decir lo mismo que ayer por la mañana: ponme a prueba —dijo, retándola—. Esa es una pregunta que sólo puede responderse por sí sola. Y para saber la respuesta, siempre hay que arriesgarse. —Y la sonrisa se amplió, milímetro a milímetro—. A no ser, claro, que me tengas miedo.

Los ojos de Trish se quedaron en los de Jimmy mientras este hablaba, y también varios segundos después. Notaba esa encantadora sonrisa presente ahí, aún sin mirarla directamente, y por un momento le dio la sensación de que todo aquello era irreal: la muerte de Nick, el ser capaz de entrar por una puerta y salir por otra en el otro extremo de la ciudad, la telepatía... Y Jimmy, allí delante, haciéndole caso, cumplidos y compañía.

La chica no tardó en volver a la realidad negando con la cabeza.

—Creo que debería tenerte más miedo por parecer buena gente que por cualquier otra cosa —aseguró. Inclinó entonces un poco su jarra de cerveza, comprobando que estaba vacía, y luego lo volvió a mirar—. Pero bueno, supongo que el tiempo lo dirá... Si nos quedamos en Sugar Hill lo suficiente.

Después de decir aquello Trish se bajó del taburete e hizo un gesto con la cabeza al tabernero. Luego empezó a marcharse, poniendo una mano en el hombro de Jimmy al pasar por su lado.

—Buenas noches, Jimmy, descansa —le deseó—. Nos vemos mañana por la noche.