Nueva York, martes 17 de noviembre de 2037, 16.00.
El día en el refugio se estaba desarrollando con normalidad. Morgana era la única que no se encontraba allí aquel día y había cierto bullicio tranquilo, con los niños jugando en algún lugar y los habitantes del Major Morris pululando de un lado a otro.
Cassandra había convocado a algunos en la sala común, a los que habían mostrado interés, como ella, en viajar a Pequeño Tokio en busca de una capilla y una cruz. Había llegado el momento de hablar sobre ese viaje, cómo y cuándo lo realizarían y qué preparativos debían hacer previamente.
Así que un rato después de comer, cuando todos estuvieron liberados de sus obligaciones, se fueron reuniendo allí Kane, Robin, Trish y la misma buscadora.
Robin aún tenía las manos frías de lavar los platos, motivo por el cual las llevaba bien encajadas en sus axilas buscando entrar en calor.
Empezaba a estar harto del frío y eso que aún recordaba cuando su padre le lanzó la primera bola de nieve y él prometió que jamás se cansaría de la nieve, ni del frío, ni del invierno.
El recuerdo hizo que una de sus comisuras se estirase en oposición a la amargura que llevaba semanas arrastrando la otra.
En la sala tomó asiento para reducir todavía más la superficie de su cuerpo y deseó tener plumas para poder hundirse en ellas.
— Entonces... —preguntó con ansiosa prisa— ¿Cuándo nos vamos? Porque ¿Sabemos el camino?
Aquel día después de comer Trish se sentó a aquella reunión con los ojos ligeramente brillantes a pesar de tener cierto aspecto de cansancio. Se había acostado tarde, y sin embargo no eran ni la nueve cuando se había levantado. Y eso sin hablar de la guardia. Pero ya tendría tiempo de dormir. Lo importante en ese momento era lo de la salida a Pequeño Tokyo.
—Estaría bien ir antes de que nos marchemos a la Comunidad —opinó—. Y llegar no debe ser difícil, pero preguntaré por alguna ruta segura —dijo antes de mirar a Cassandra y a Kane—. Salvo que vosotros ya sepáis alguna.