Sólo con una ardiente paciencia
conquistaremos la espléndida ciudad
que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
Así la poesía no habrá cantado en vano.
—Pablo Neruda citando a Rimbaud.
Nueva York, 14 de diciembre de 2036, 02.17 am.
La capilla que Clementine se había encargado de acomodar como tal en realidad había sido en otros tiempos una sala un poco más grande que el resto de las consultas de la primera planta, quizá un despacho o una sala polivalente. Pero en aquellos tiempos poco se asemejaba ya a lo que debió haber sido. Los restos de una pared que años atrás debía dividir en dos el lugar habían sido prácticamente retirados en su totalidad, dejando tan sólo un trozo de muro saliente del lado cercano al pasillo, de menos de un metro de largo.
En la pared de enfrente, la que daba al exterior, un gran ventanal dejaba entrar durante el día un gran chorro de luz al interior, aunque a aquellas tan sólo parecía una abertura hacia la intensa negrura de la noche. Al fondo de la sala se había colocado una mesa que hacía las labores de atril y altar al mismo tiempo. En la pared, a media altura sobre ese altar improvisado, había un pequeño crucifijo, de unos quince centímetros de largo, que ya nadie recordaba de dónde había salido. Tres hileras de cuatro sillas cada una completaban el mobiliario del lugar.
El silencio reinaba en el interior del refugio esa madrugada cuando Nick entró en la capilla atraído por la luz titilante de una vela. El frío del exterior se colaba por las rendijas y el sonido de la lluvia golpeteaba irregular y constante contra el techo del antiguo centro de salud. Faltaba poco para la Navidad y algunos de los recuerdos del escritor se revolvían en su pecho impidiéndole dormir. Dentro se encontró con Clementine, que envuelta en una manta parecía esconderse también de sus sueños. La llama de la vela iluminaba su rostro con calidez y el aroma del incienso que había prendido encima del altar flotaba en el aire, dulce y seco, creando un ambiente acogedor que invitaba a desnudar el alma.
Todo vuestro ;).
En otro tiempo, Nick había llevado un crucifijo colgando del cuello. Era un amuleto de su madre, aunque él, antes del desastre y el Apocalipsis, se había considerado creyente. Aquel crucifijo estaba enterrado cerca de un faro en una playa perdida. Sin embargo, sus pasos le habían conducido a aquella capilla improvisada. No creía estar buscando a Dios, o sí, tal vez, así podría encañonarle.
Tal vez sólo quería estar a solas en el único lugar donde nunca le buscarían.
Claro que no había pensado en la joven Clementine. Se sorprendió. Ya sabía que la chica era devota, pero aquello era absurdo. ¿Quién quemaba velas a tales horas de la mañana?
- ¿Se puede? - preguntó Nick entrando sin esperar respuesta.
Clementine alzaba el rostro, mirando hacia la puerta, al mismo tiempo que daba un pequeño respingo, serenándose en el acto, al contemplar a Nick en el dintel de la misma- Claro...-dijo, con un tono ligeramente apagado, mientras se llevaba el dorso de la mano a cada una de sus mejillas, en un gesto que pretendía ser desenfadado pero que evidenciaba la humedad pegajosa que había estado resbalando por sus mejillas, y ponía atención involuntaria en sus ojos enrojecidos, empañados y tristes- ¿Tú tampoco puedes dormir?- preguntó, mirando hacia el altar, emitiendo un hondo y entrecortado suspiro, mientras el rubor acudía a su rostro.
- No conozco a muchos de mis tiempos que duerman del tirón.
Odiaba hablar así, como si estuviera por encima de ellos. No lo estaba; de hecho, estaba por debajo. Sólo hacía referencia a que los carroñeros y supervivientes del colapso mundial habían tenido que acostumbrarse a cierto tipo de vida tormentosa que había acabado por calmarse. Sí: aún había mucha violencia, saqueos y mucho todo o nada. Pero los tiempos apocalípticos del pasado habían sido peores. A aquella vida en las ruinas uno casi podía acostumbrarse.
- ¿Y tú qué? - preguntó mientras se paseaba por la habitación, curioseando los objetos y "reliquias" -. ¿Un mal sueño? ¿O es algún tipo de penitencia?
- Un mal sueño. O, más bien, un mal recuerdo.-dijo, con un suspiro, arrebujándose bajo la manta- Supongo que aquí encuentro, en cierta manera, la fuerza que necesito para enfrentarme al pasado, cuando llama a mi puerta. -añadió, con resignación- Te encanta hablar como si fueras un viejo. - bufó, observándolo, bajo la tenue luz de la temblorosa vela- Me sorprende verte aquí. ¿Qué es lo que te persigue a ti esta noche? ¿Es sólo el insomnio? ¿Un mal sueño? ¿O un mal recuerdo? O quizá de todo un poco.
- Ya veo. Entonces, ¿sólo es consuelo? Pensaba que eras alguien de fe - no sabía por qué se empeñaba en provocarla, ¿por qué le molestaban tanto sus convicciones? ¿Acaso era como esos niños del colegio que andaban tirando del pelo a las chicas porque no sabía cómo llamar su atención? ¿Y por qué, en nombre de todo, iba a querer él llamar su atención? -. La noche le hace cosas a la mente, ya lo sabes. Mañana, con un poco de luz y otro poco de café, te sentirás mucho más segura.
Siguió paseándose, aunque evitando acercarse mucho a Clementine. No quería que pensara que estaba rondándola ni nada por el estilo.
- Soy viejo - dijo sonriendo -. ¿No tengo derecho a refunfuñar como un viejo? Tal vez debería buscar un traje de cuadros de tweed y una pipa.
Luego tomó aire.
- Un poco de todo, supongo. Es difícil decirlo cuando das vueltas en la cama; ¿qué parte es recuerdo, qué parte pensamiento y qué parte sueño? - se dio cuenta de que parecía que había corrido a la capilla en busca de Dios -. Estaba deambulando y me ha parecido que aquí había alguien. Puedo seguir paseando si quieres. No creo que a quien quiera que te escuche rezar le guste que yo esté aquí.
"Aunque no tengo el revólver a mano".
- La fe ofrece consuelo. Consuelo y fe no son términos incompatibles.-explicó, ligeramente confusa, enarcando una ceja, mientras lo observaba, paseándose por la capilla, de aquella manera tan elusiva, tan llena de temor a posibles presunciones. Y su cinismo habitual no hacía más que confirmar que algo lo carcomía.
Suspiró, devolviéndole la sonrisa, a medias, mirando de nuevo hacia el altar mientras lo escuchaba y decidía que no debía molestarse con él por aquella costumbre suya de arremeter contra sus creencias, aunque sin poder evitar fruncir levemente el ceño, al volverlo a ver divagando, al volverlo a escuchar hablar con ese cinismo velado con autoflagelación incluida.
Lo volvía a mirar, largamente, como si tratase de comprender por qué se comportaba de aquella manera. Cuál era la herida tan profunda que supuraba aquella bilis continua y que perturbaba su espíritu de aquella manera- No. No quiero que sigas paseando. Ven. Y hazme el favor de sentarte conmigo, anda.-dijo, palmeando la silla que quedaba junto a ella, a su derecha, mientras ahuecaba la manta que llevaba por encima- No voy a obligarte a rezar, ni a confesarme tus pecados. Prometido.-añadió, con un tono más distendido.
- Mejor - asintió Nick -. Sólo con el top ten ya tendría para toda la noche, y tú para muchas más pesadillas.
El chiste le hizo pensar. ¿Realmente había hecho cosas tan malas? ¿Tan, tan, tan malas? Bueno. No comía bebés ni había tocado nunca a una mujer contra su voluntad. Pero sí que había robado, había pactado con el Diablo sabiendo que lo que ganaba él lo perdían otros que no tenían culpa, había deseado morir, aunque nunca lo había intentado... tal vez no fuera al primer círculo del infierno, pero tampoco caería en el extrarradio.
Se sentó, aunque no se tapó la manta, intentó mantener las distancias, turbado. Aquella amabilidad le ponía nervioso.
- Además - intentó bromear -, para que entendieras mis pecados tendrías que los tuyos propios, y no creo que tengas muchos.
Lo decía de verdad. Clementine podía ser una "buena chica" para lo malo; era moralista, beata y tan petarda como el paladín de un juego de rol de los que le gustaban a Nick en otros tiempos. Pero también era un recordatorio de por qué debía seguir luchando la humanidad.
Lo miró de soslayo, mientras esbozaba una media sonrisa- Se me da muy bien escuchar. Y poner cara de beata circunstancia. Eso seguro.-añadió, bromeando de igual manera- Además, también llevo mis pecados a la espalda. Al fin y al cabo soy humana, y también soy objeto de errores... Y de tentaciones.-concluyó, encogiéndose de hombros- Y no siempre he sido capaz de abanderar apropiadamente mi propia causa. -confesó- Incluso...- apretó los labios entonces, mirando hacia el suelo, tragando saliva como si de repente no fuese capaz de dejar que las palabras que se agolpaban en su boca tomasen forma.
Respiró profundamente por la nariz, y se aclaró la garganta- Incluso, aunque pueda quizá sorprenderte, hubo un momento en el que... Perdí en parte la fe. -acabó por desvelar, notando cómo la boca de su estómago se cerraba como un puño.
Pecados, claro. Se habría saltado la cola del súper, o habría dejado sin devolver una película del videoclub. Nick estuvo a punto de burlarse, pero luego recordó dónde estaba. Ya no había súpers, y los videoclubs no existían desde... desde antes del Apocalipsis. Clem habría pasado sus penalidades, como todos, y no se merecía su desprecio.
Prefirió ser el tipo que Donna de vez en cuando definía como "el idiota al que hay que querer".
- ¿Me estás diciendo - empezó con una tono un poco exagerado - que hubo un momento de este mundo de matar o morir en que no fuiste generosa, compasiva y pacifista? ¿Estás insinuando que durante un segundo no fuiste una especie de paradigma de perfección? ¿Estás confesando que eres humana? ¿Cómo te atreves? - terminó sonriendo.
Intentó darle un golpecito con el hombro para animarla y después puso voz oracular. El escritor sabía ser un buen payaso cuando se lo proponía. Y cuando no.
- Cuéntame, joven descarriada, ¿cómo perdiste la fe y, sobre todo, cómo la recuperaste?
Sí, terminar hablando de lo que le devolvió la esperanza serviría para animarla.
- Sí, supongo que eso estoy confesando. -respondió, devolviéndole la sonrisa, aunque mostrándose la suya un tanto apagada, riendo por lo bajo al notar cómo cambiaba el tono y le daba un golpecito con el hombro.
Clementine le dedicó una mirada prolongada y agradecida, justo antes de aprovechar aquel gesto suyo para tomarse la confianza de extender su brazo, y echarle la manta por la espalda, compartiéndola, ajustándosela por delante para que no se cayese antes de volver a suspirar y apoyar la cabeza sobre su hombro, sin decir nada al respecto, tan sólo abandonándose al hecho de saber que confiaba, y que podía confiar en él- Nick... Tú eres uno de los pocos aquí que pudo ver exactamente de dónde vengo. -comenzó, acomodándose- Conociste a mi gente, la Comunidad de la Iglesia de San Pablo.- señaló- Pudiste ver con tus propios ojos, que lo que predico yo hoy era nuestro credo común. Que éramos pacifistas, amables, entregados con la sociedad que nos rodeaba y que se acercaba a nosotros sin malas intenciones.-expuso- Esa gente, era mi familia. -dijo, tragando saliva, notando cómo se formaba un nudo en la boca de su estómago- La hermana Dorotea, aquella mujer tan seria de pelo negro y corto, me encontró rebuscando en unos contenedores cerca de Wall Street, cuando a penas era una niña, y decidió llevarme con ella, darme refugio en la Comunidad. Y desde entonces ella, y la hermana Prudence fueron como madres para mí, y el Reverendo Steven, como mi padre. - explicó, mirándolo brevemente, de soslayo, antes de entrecerrar los ojos.
- Puedo decir, que a pesar del mundo en el que vivimos, fui feliz. Me sentía querida y completa entre aquellas personas, aunque sufriéramos penurias ocasionales, y aunque la vida fuese difícil. Nos teníamos los unos a los otros, y eso nos hacía fuertes. -añadió, antes de puntualizar- También éramos un grupo considerablemente numeroso, y aquello, a pesar de que se nos considerase una comunidad pacífica, nos hacía respetables. Nos aseguraba la supervivencia.- suspiró- Pero está claro que esa situación no pudo prolongarse eternamente. - apretó entonces los labios, contrita- Lo primero fue una pulmonía. Caímos enfermos a principios de un invierno especialmente frío, y no todos pudimos superarlo. El Reverendo era ya un hombre añoso, y varios de mis hermanos eran demasiado jóvenes, o demasiado viejos, o símplemente demasiado frágiles, y a finales de mes nos descubrimos habiendo tenido que oficiar el funeral de cada uno de ellos, con muy pocos días de separación.-expuso, guardando entonces unos instantes de silencio antes de proseguir. Unos instantes en los que se permitió cerrar del todo los párpados y respirar profundamente, aliviando la carga que amenazaba con atenazar su pecho.
- Ser menos numerosos nos volvió un blanco fácil, y algunos grupos de rapiñadores comenzaron a atreverse a atacarnos. Sufrimos varias incursiones en el seno de nuestra propia Iglesia, que acabó, poco a poco, por volverse insegura. La situación... Provocó la disensión. Algunos decidieron marcharse, y otros fallecieron intentando defender lo poco que nos quedaba. - explicó, con voz serena y contenida- Al final, incluso los que decidimos no abandonar lo que considerábamos nuestro hogar y el seno de nuestra fe, tuvimos que abandonarlo todo. Se había vuelto totalmente inseguro permanecer en la Iglesia, así que nos aventuramos al mundo... A las calles... A lo que realmente se desarrollaba más allá de la congregación.- añadió, realizando una nueva pausa, esta vez algo más larga. Una pausa en la que quizá buscaba las palabras adecuadas, o pretendía acallar las emociones que inevitablemente afloraban al recordar todo aquello- Y por primera vez en mi vida, sentí verdadero miedo, Nick. - expresó, notando, con cierto reparo, cómo le temblaba la voz- El mundo... Era desgarrador. Se me antojaba descorazonado, oscuro, y desprovisto de la mano de Dios.-confesó, apretando de nuevo los labios, hasta que palidecieron bajo la luz tenue de las velas- Mi fe ya zozobraba en aquel entonces, cuando una noche, unos meses después de que huyese junto a dos de mis hermanos, volvimos a encontrarnos con los rapiñadores. Un grupo de unos cuatro o cinco hombres armados, que no atendieron a razones. - las manos de la joven, bajo la manta, parecían dirigirse inconscientemente hacia su vientre entonces, entrecruzándose sus dedos fríos sobre el mismo, en un gesto que pretendía quizá aliviar un dolor sordo, a juzgar por la expresión contenida de su rostro.
- Querían... Algo más que nuestras cosas. Querían... En fin...-expresó, incapaz de referirse a aquello de manera directa- Joseph y Cristobal, mis hermanos, intentaron defenderme. Pero ninguno de los tres jamás aprendió a pelear, o a usar un arma. De manera que... Sucedió. Sin más... Y lo siguiente que supe fue que... Mis manos estaban llenas de sangre, tras haber intentado hacer algo inútil por mis hermanos. Y que aquellos hombres descarriados del camino de Dios se habían llevado la vida de mis seres queridos, mi guitarra, mi biblia, la mayoría de nuestras cosas... Y... Mi fe. - concluyó, notando cómo las pupilas le ardían, y cómo las lágrimas volvían a humedecer sus mejillas, tal y como lo habían hecho cuando se había encontrado a solas frente al altar.
Paro aquí, que si no queda un tocho enorme rollo monólogo XD, sé que no he respondido a la segunda parte de la pregunta.
Nick entendía la ingenuidad de Clementine porque sabía dónde se había criado. La chica era una imposibilidad estadística y había conocido algo parecido a la paz en mitad del apocalipsis. Su historia, o más bien las partes que a él le faltaban por conocer, le hicieron quedarse helado. Siempre se metía con ella por su beatería, pero, imbécil, imbécil, imbécil, no se le había ocurrido pensar que hubiera sufrido tanto como él. Tanto como todos.
Cuando había visto lo que quedaba de la iglesia había tratado de encontrarla, sí. "Antes de que le ocurra algo malo", había dicho a sus amigos entonces. Siempre había pensado que había llegado a tiempo para salvar a Clementine del mundo. Pero no. Otro fracaso para la lista.
Se sintió aún peor cuando se preguntó por qué se sentía mal. ¿Qué le debía él a ella? Era una presencia tan luminosa que prácticamente le quemaba al contacto. ¿Por qué se ponía en plan Edward Cullen? ¿Era una especie de engendro de parternidad y culpa? Nick necesitaba un psicólogo. Se preguntó si Vadim...
- Tu guitarra y tu biblia - no sabía por qué, pero aquello le sabía peor que todo lo demás. Matar hombres había sido algo casi cotidiano para los viejos supervivientes. Y lo que le habían hecho a ella... Nick había tenido que mirar hacia otro lado muchas veces. Había peleado por las que había podido, y por algunas que no. Pero quitarle a una chica, a una niña su instrumento y su libro sagrado le parecía algo tan cruel que le escocieron los ojos. Era como apalear a un cachorro -. Hay cosas que no podré devolverte. A tu gente, lo que te quitaron aquellos hombres, o tu fe, que creo que ya has recuperado. Pero si tengo algún poder en esta ciudad, por pequeño que sea, te prometo que lo usaré para encontrar esa guitarra y esa biblia.
No sabía por qué, pero para él era importante, personal. No era por Clementine. Era por él.
Intentó sonreír con los ojos, ya que le costaba hacerlo con los labios.
- Bueno, ahora cuéntame cómo resurgiste de las cenizas y quién te puso ese halo de luz que llevas a todas partes - bromeó. Nick bromeaba cuando las cosas se ponían feas o íntimas. Inmadurez, distancia de seguridad, miedo... Donna tenía toda una lista de motivos.
- Si es que... Te encanta gruñir. Pero eres un amor, ¿lo sabías? - dijo, esbozando una leve sonrisa entristecida, tras haberlo observado largamente, acomodándose de nuevo, arrebujándose bajo la manta y tomando aire de manera entrecortada, tratando de deshacer el nudo que se había instalado en su garganta, aclarando su voz antes de proseguir.
- Sí, sí que lo sabes. Pero no te gusta dejar que se vea demasiado...- añadió, cerrando los ojos, guardando silencio una vez más, durante unos instantes, antes de sentirse capaz de continuar- Lo cierto es que en esa hora oscura, tuve en mi mano la posibilidad de la ira. De la venganza.- confesó, bajando, por alguna razón, el tono de su voz- Un alma errante y herida, teñida por el odio, se presentó ante mí, cuando vagaba sin rumbo, y con la plena creencia de que Dios me había abandonado, sin entender que aquello que me había ocurrido era simple y llanamente, culpa de los hombres. -explicó, encogiéndose levemente sobre si misma- Era tanto mi dolor... Tanta mi desdicha pensando que había quedado desamparada ante los ojos de Dios, que no fui capaz de detener la violencia que se desató a continuación, cuando ese alma errante se marchó, en busca de quienes me habían agraviado. -prosiguió, estremeciéndose, como si de pronto el poco calor que pudiese quedar en el interior de la capilla, se hubiese fugado para dejar su piel helada- La biblia, y la guitarra, me fueron devueltas. Manchadas de sangre. Y entonces recordé.- dijo, notando las mejillas pegajosas, llevándose el dorso de la mano cubierto por la vieja manta a las mismas, para secarlas, con cuidado.
- Recordé todas las veces que el Reverendo Steven me había explicado cómo, a lo largo de la historia, el hombre había usado el nombre de Dios para justificar sus actos. Para perpetrar y justificar el pecado en su nombre. Para matar a sus semejantes y librarse de toda culpa. Para arrebatar la libertad, para masacrar pueblos enteros, y para ejercer la misma venganza que había sido ejercida en mi nombre. - comentó, volviendo a entreabrir los ojos, aquellas pupilas verde oliva que ahora parecían mirar con muda disculpa hacia el altar- Y entendí mi error. Me sentí... Tremendamente culpable, y terriblemente apenada. Por mí y por ese alma errante que había manchado sus manos de sangre por mi causa. -añadió, adquiriendo su expresión aquella convicción que solía ser la marca de su profunda fe, en su rostro.
- Y entendí... Que Dios no tenía nada que ver con lo que el hombre hiciera con el libre albedrío que Él nos había dado. Y que... Si no me quedaba más remedio que enfrentarme a ese mundo yermo y cruel, trataría por todos los medios de cambiar aquello que me había encontrado... De enseñar a quienes me rodeaban que podían aspirar a más. Que podían elevarse, aún cuando el mundo parecía darles la espalda. Y que con pequeñas acciones, con pequeños actos de fe, el hombre podía recordar su esencia noble. Recordar el camino hacia Dios, y salvar su alma, aún cuando su cuerpo permaneciese en un lugar yermo y gris. - explicó, con profundo convencimiento, antes de volver a mirarlo, con una sonrisa- Sé que vives, de alguna manera, enfadado con Dios. Y eso me entristece, pero respeto tu opción. No pretendo convencerte con todo esto que te he contado...-dijo, torciendo ligeramente los labios- O bueno... Quizá al menos... Invitarte a reflexionar sobre ello. Pero en ningún caso ahondar en cualquier clase de llaga.- concluyó, mirándolo, preocupada.
- En realidad sé muy poco sobre ti, Nick. Pero te confieso que no me atrevo a preguntar nada. -confesó, con un suspiro- Me da miedo herirte al hacerlo.
—No soy un amor —contestó Nick —. No ser el peor no me convierte en bueno.
Esbozó una sonrisa triste. Así se sentía. No era un buen hombre desde hacía mucho tiempo, pero había conseguido salvar unas migajas de su espíritu. Estaba entre el mundo blanco y negro de Kane y Morgana y el gris cemento de los mafiosos. Y no se reconciliaba del todo con ninguno de los dos. Así era él: un viudo incapaz de casarse con nadie.
Escuchó la historia de Clementine. Quería bastante a aquella chica, de verdad que sí, pero no podía evitar frustrarse con algunos de sus razonamientos. Y lo peor de todo era que estaba dispuesto a pegarle un tiro en la cara a cualquiera que tocase la guitarra de aquella chica para intentar proteger esa misma santidad que tanto le irritaba.
"¿En qué quedamos, Nick Bennet? ¿Aprecio o desprecio?".
Inconcluso, a dos aguas. Como siempre.
—Sé que no tiene sentido que te dé argumentos, porque va a llegar un momento en que todo se reduzca a "esta es mi fe y yo elijo creer en esto", así que me voy a ahorrar la retórica —intentó volver a sonreír —. Pero quiero que entiendas una cosa: Uno sólo puede intentar evitar los problemas. Si los problemas te encuentran, si intentan ir a por ti, lo único decente es devolver los golpes.
Se encogió de hombros, sacudiéndose un poco la manta. Clem quería acercarse a él, pero Nick era una brisa fría, mala compañía para una luz de vela como ella.
—Las heridas están ahí, aunque no estén a la vista —dijo —. No duelen menos por no hablar de ellas, ni duelen más por echarles un poco de alcohol... bueno, sí, pero lo que quema cura. No sería justo no dejarte preguntar después de lo que me has contado — miró a la joven a los ojos —. ¿Qué quieres saber, chica?
- ¿Por qué insistes en tratarte a ti mismo como si fueras una mala persona?- preguntó, enarcando ligeramente una ceja, secándose la cara con el extremo de la manta, tras haberlo escuchado referirse, por enésima vez, a su condición de persona alejada de todo lo bueno- ¿Qué te ha hecho derrochar ese cinismo?- se atrevió a añadir, finalmente- ¿Qué es eso que aún te hace sangrar?- dijo, juntando de nuevo las manos bajo la manta, sintiéndolas frías, frunciendo levemente el ceño al escuchar cómo finalmente la llamaba "chica"- Ay Nick, por favor. Soy Clem. Ni chica, ni niña. Sólo Clem, tu insufrible idealista favorita. Y ahora, a estas horas tan intempestivas, tu confidente descompuesta.- concluyó, dedicándole un guiño, escapándosele un breve suspiro antes de mirar de nuevo hacia el altar, como si con ello pretendiese darle cierta intimidad, aún dentro de aquella cercanía en la que el escritor parecía retraerse en si mismo, como el avestruz que contenía el impulso de esconder la cabeza bajo la tierra.
—No sé cuanto recuerdas del mundo de antes. No te lo digo para intentar darme aires —se apresuró a añadir, porque Nick sabía que a los jóvenes no les gustaba mucho ese rollo del "viejo superviviente"—. Tan sólo quiero que entiendas que antes de esto éramos otro tipo de supervivientes. En vez de rebuscar comida caducada echábamos horas en una oficina asfixiante para tener un sueldo que nos permitiera pedir préstamos. No solíamos matar directamente, aunque nos daba igual que nuestra ropa, nuestra comida o nuestros lujos causaran todo tipo de malestar en otros países. En general, todo salvo lo inmediatamente cercano a nosotros nos daba igual. Cielos; a mí me consideraban un contestatario porque mis novelas tenían un poco de perspectiva de género; y tenía fama de filántropo porque de vez en cuando donaba un dinero que no necesitaba a un par de ONGs...
El escritor tomó aire. Aún no sabía por qué estaba contando aquello a Clem, la insufrible idealista.
—Ahora que esa burbuja ha pinchado me doy cuenta de que todos éramos caldo de cultivo de... esto —se refería a Nueva York, a las mafias, la violencia y la carroña—. Llevábamos dentro esta mierda. Joder, puede que incluso la provocáramos, como dicen algunos de esos pirados de las sectas.
Miró hacia abajo, a la nada.
—Ya era una mala persona antes de disparar al primer desconocido para robarle la comida, la ropa o lo que quiera que le robase. Ya había matado, aunque no me diera cuenta.
Dicho esto, se volvió para mirar a Clem a los ojos. No le gustaba que otros vieran el alma marchita que había detrás, pero, como ella misma había dicho, era una noche de confesiones.
—Lo que aún me hace sangrar no es eso. Debería recordar todos los rostros de los que he matado por acción u omisión, pero sólo recuerdo dos: mi mujer y mi hijo. Si hubiera conseguido salvarles habría tenido sentido todo lo que hice, todo lo que construí cuando el mundo era otro, lo bajo que caí cuando todo se fue a la mierda, y todo lo que hice después de perderlos.