Nueva York, 13 de noviembre de 2037, 16.00.
Tras una puerta metálica se encontraba la escalera estrecha que llevaba desde la primera planta hasta la azotea del Major Morris, el lugar más alto del edificio. Desde la explanada de unos cincuenta metros cuadrados, bordeada por una barandilla de cemento, podía verse todo el perímetro que bordeaba la empalizada, aunque no era posible abarcarla entera con la mirada sin moverse de un lado a otro.
Había un par de mantas allí arriba, que alguno de los habitantes del lugar había dejado para las guardias en las épocas más frías. El suelo era de terrazo, dañado en algunos puntos, y en las esquinas se arremolinaba algo de polvo. Dos sillas y una mesa baja completaban el resto del mobiliario de esa terraza que resultaba poco apetecible en invierno.
Allí fue donde Daniel encontró a Hope, con una de las mantas echada sobre los hombros por encima del abrigo, y sus oscuros cabellos oscilando al ritmo del viento. Tenía los antebrazos apoyados sobre la barandilla y se soplaba en las manos para darse calor, con la mirada perdida hacia abajo.
La niebla que había flotado espesa a ras de suelo durante toda la mañana ya se había levantado por completo, pero el día se había quedado gris y apagado, con un cielo completamente blanco en el que apenas se distinguía un sol tan pálido que parecía estar pintado.
La chiquilla se había lavado la cara y las manos y para ese momento alguien le había dejado ropa limpia, sin embargo, la tristeza no se había desprendido de sus ojos cuando se giró al escuchar la puerta.
Escena secundaria.
En todo el Morris flotaba un ambiente pesado y denso, similar a la niebla que lo había amordazado todo. Tras la reunión en el salón, se había ofrecido para realizar la guardia, un acto que era mezcla de generosidad y de egoísmo a partes iguales. Necesitaba reflexionar y para ello, nada tan adecuado como la poco acogedora superficie de guardias. Y en los preparativos de la misma, había visto desde lejos a Hope cruzar la puerta que daba acceso a la azotea, en lo que aparentaba ser la búsqueda de una soledad más que necesaria para digerir la realidad de lo ocurrido.
Aguardó unos minutos a la puerta, dándole un poco de tiempo, antes de subir a su vez a lo más alto del Morris. Cuando llegó, ante su presencia, ella se volvió. No trataba de disimular su estado de ánimo, con la tristeza dibujada en su rostro y la pérdida colgada en su mirada como una colilla en unos labios.
Anduvo los escasos metros que los separaban, recogió la otra manta y se apoyó en la barandilla, junto a Hope, mirando al frente.
-En general, no me gustan los días de noviembre -dijo en voz alta y como si no se dirigiera a ella-. Son grises y fríos, con un brillo apagado, como si fueran días de plomo. Son tan melancólicos como la melodía de un violín triste. Aunque quizá sea lo adecuado para hoy. Pero a veces te sorprende con cielos azules como no los hay el resto del año, con un sol espléndido que caldea lo justo para que el frío no te corte la respiración y que invitan a pasear y a reír y cantar. Noviembre es como la vida misma. Ofrece lo mejor y lo menos agradable.
Ladeó el rostro hacia ella y la miró con una sonrisa en la boca y en los ojos. Echó la segunda manta sobre sus hombros.
-Dos mejor que una. ¿Sabes? Estas no son las mejores vistas. Las de allí -dijo señalando un punto a sus espaldas- son las mejores. Permiten ver el huerto, el corazón del Morris y nuestro orgullo. Cultivamos un poco de todo, para nosotros y para poder intercambiar y aunque no sobre el terreno, hay pequeños rincones en los que cultivamos plantas simplemente porque son bonitas y nos hacen sentir mejor. Anda, ven -dijo tendiendo una mano-. Te lo mostraré.
Al principio la chiquilla parecía estar más pendiente de la vista desde la baranda que de lo que decía Daniel al colocarse a su lado. Pero, poco a poco, la voz del joven fue atrapando su atención. Había algo en su forma de hablar, cadenciosa y tranquila, que hacía imposible no escucharlo. No parecía que Hope fuese capaz de sonreír, no por el momento, pero la mirada que le dedicó a Daniel cuando le puso la segunda manta por encima, era de agradecimiento.
Sujetó la segunda manta con la mano, cerrándola por delante de su cuello, y se giró para mirar hacia atrás cuando él señaló hacia otro lugar.
—Eres Daniel, ¿verdad? Nathan nos hablaba mucho de vuestro huerto —dijo finalmente, aceptando la mano del joven para dejarse llevar hacia allí—. Pero nunca pensé que viajaría hasta aquí y podría verlo.
Al asomarse por donde Daniel indicaba, la muchacha vació sus pulmones en un suspiro y tardó un par de segundos en hablar de nuevo.
—Nunca me ha gustado el otoño, pero creo que a partir de este año me va a gustar menos. Aún me cuesta hacerme a la idea de que ya no van a estar nunca más, ¿sabes? —dijo, alzando la mirada hacia los ojos del joven. Parecía a punto de preguntarle algo, pero en el último momento se arrepintió y cambió su pregunta por otra más inofensiva—. ¿No tienes frío? Puedo darte una de las mantas.
-No, gracias -dijo en respuesta a su ofrecimiento-. Estoy bien así. Y no sé, quizá debería ser tu estación favorita. No, no me malinterpretes. Sé que cuanto ha ocurrido es terrible, pero en un futuro estas no deberían ser las fechas en las que recuerdes lo que pasó. El dolor por su pérdida perdurará y, por desgracia, la herida por cómo murieron tardará mucho en cicatrizar y aunque sane, la marca estará ahí, pero otoño debería ser cuando recordases aquellos momentos que viviste con todos y cada uno de ellos, los buenos, cuando reías y jugabas, cuando querías y te sentías querida. Las risas, los abrazos, las comidas juntos. Todo aquello que hizo que hayan sido tan especiales para ti.
Miró al frente, sobre el huerto, hacia el horizonte.
-Hay aquí, en el Morris, gente que te hablará de Dios, que te podrán dar consuelo si tienes fe. Yo no soy uno de ellos -la mirada volvió a Hope-. La religión no es algo que me interese ni preocupe. Mi relación con ella no fue sana pese a nacer enuna familia católica. Pero supongo que he elaborado mi propia teoría. La vida es como un viaje, un viaje con paradas. Cuando llegamos a una, dejamos de existir en este plano, pero el viaje sigue hasta llegar a una nueva parada, y en cada viaje, debemos aprender, evolucionar, intentar ser mejores. Y en esas nuevas etapas de viaje, estoy seguro de que nos volvemos a encontrar con los nuestros, con los que amamos. Es la esperanza de un reencuentro y de que nosotros mismos seamos mejores.
Súbitamente se echó a reír, no a grandes carcajadas, sino suave y cálidamente.
-Sí, parezco tonto, lo sé. De todos modos, Hope, aunque creas que no podrás superar este momento, que todo se ha desmoronado, haz honor a tu nombre, a esa esperanza que sirve incluso para nombrarte. Tendrás una nueva familia, nuevos amigos. No sustituirán a quienes han sido parte de tu vida. No. Pero todo llegará. Y mientras tanto, aquí tendrás a este tontorrón al que tanto le gusta hablar para lo que necesites. Pero nada es gratis, Hope. A cambio te voy a pedir algo. Un abrazo. Lo necesito con urgencia -Daniel abrió los brazos para que Hope se refugiara en ellos y así proporcionarle el calor y el consuelo que las palabras muchas veces no podían ofrecer.
Motivo: Abrazo
Tirada: 4d6
Dificultad: 4+
Resultado: 4, 5, 1, 6 (Suma: 16)
Exitos: 3
La chiquilla miró a Daniel con algo de extrañeza cuando él empezó a proponerle aquel cambio de perspectiva hacia el otoño. Sus ojos se humedecieron a medida que el joven enumeraba los recuerdos que debería perdurar, pero al final asintió con la cabeza. Comprendía lo que le había querido decir, aunque aún era demasiado doloroso y reciente para consolarse en ello. Se pasó el dorso de la mano por los ojos antes de que ninguna lágrima se escapase de ellos.
Luego negó con la cabeza a la mención de Dios, confirmando con ese gesto que ella tampoco era una muchacha de fe. Aunque escuchó con atención la teoría de Daniel, con el rostro algo ladeado y hasta esbozó una tenue sonrisa al final.
—No me pareces nada tonto —protestó, cuando él dijo aquello. Y tomó aire por la nariz, llenando sus pulmones, al escuchar esa mención a su nombre—. Me lo puse yo misma —confesó, con un asentimiento de cabeza—. Es en lo que creo, lo que soy.
Respiró despacio y no se lo pensó antes de aceptar el abrazo que Daniel le ofrecía. Se acercó a él y dejó que la rodease con sus brazos, apoyando la frente en su pecho. Así, permaneció en silencio varios segundos, tan sólo dejando que la calidez del joven atenuase el frío que se había instalado en su interior, y cuando habló de nuevo lo hizo desde allí.
—Sé que no va a ser fácil, que me va a llevar tiempo —dijo, en voz baja—. Pero al final saldré adelante. Soy más fuerte de lo que parece —aseguró—. Tu teoría es muy bonita, me gusta más que la religión. Es sólo... —Se quedó callada un momento, buscando las palabras—. Duele mucho ahora mismo. —Alzó la mirada, separándose un poco de Daniel para buscar sus pupilas—. Todavía no consigo hacerme a la idea de que no voy a volver a verlos, de que todo mi hogar se ha quemado... Tengo la sensación de que voy a abrir los ojos en cualquier momento y despertarme en mi saco en el campamento, con mi padre preparando el desayuno y mi madre recogiendo ramitas. Pero en el fondo, en algún lugar aquí —dijo, poniendo la mano sobre su pecho— hay un agujero y sé que eso no va a pasar.
Se mordió el labio y tras un instante siguió hablando.
—No conocía mucho a Nick, pero las veces que le vi me pareció que era un buen tipo. Seguro que tú también estás triste por su pérdida y ni siquiera te he dicho que lo siento, pero lo siento.
Daniel miró a Hope al verla preocupada por el dolor ajeno, por el suyo, venciendo incluso el propio o relegándolo a un segundo plano. Sí, aquella muchacha era fuerte y cuando el duelo pasara, dentro de unos meses, sería todo un personaje a descubrir.
-Gracias, Hope. En cuanto a Nick, sí, era un gran tipo con sus más y sus menos, como todos y cada uno de nosotros. Pero era un superviviente y trataba de llevar esto del mejor modo posible. Muchos de los que aquí viven lo van a pasar mal con su ausencia. Yo soy relativamente nuevo en este lugar y no puedo decir que conociera mucho a Nick pero aun así, su muerte es todo un golpe -dijo daniel para luego guardar silencio durante un rato, mirando hacia el horizonte-. Hope -su mirada seguía colgada de la fina línea en que tierra y cielo se unían de forma desdibujada-. ¿Qué te parece si hacemos algo especial, tú y yo, para despedir a los tuyos? Podemos invitar a otros a unirse, por supuesto -señaló pensando en Robin, su pariente más cercano allí en el Morris-. Siempre hay algo que marca a una persona. Si yo veo un jersey verde siempre recuerdo a mi madre, igual que las margaritas me llevan a mi abuela. Podríamos hacer algo, en algún lugar. Aquí, en el Morris, en la huerta o quizá en la calle al aire libre. Recoger cosas que identifiques con tus amigos y familia y hacer un mural o algo vivo en un árbol. ¿Qué te parece? Un sitio al que acudir, para recordarles y hablar con ellos.
La chiquilla se quedó callada cuando Daniel lo hizo y sus ojos se perdieron en el horizonte junto a los del joven. Parecía estar dejándole espacio por si quería añadir algo más sobre Nick. Al escuchar su nombre se giró para mirarlo y con la propuesta que llegó a continuación sus ojos se tornaron más brillantes, en parte por la humedad y en parte por las palabras del chico.
—Eso sería muy bonito —dijo, con una pizca de entusiasmo. No era mucho, aún había demasiada tristeza colgada de sus pupilas, pero dejaba entrever algo de la alegría que debía rebullir en ella en momentos mejores. Se quedó pensativa un instante y enseguida siguió hablando—. A mi padre le gustaba mucho cocinar. Siempre que teníamos leche hacía una cosa para desayunar con pan y leche. También le gustaba cultivar hierbas en el campamento y por su culpa toda la ropa de mi madre olía a romero. ¿Tenéis en el huerto? Tal vez podría conseguir algún brote de romero y plantarlo.
Se había quedado algo ensoñada mientras iba desenredando esas ideas y cuando se dio cuenta miró a Daniel.
—¿Crees que eso sería buena idea? Así su recuerdo sería algo vivo que perduraría.
-Me parece una gran idea. Algo vivo, que crezca y que incluso puedas saborear en las comidas o poner entre tu ropa. Podríamos empezar por plantar esos brotes en un tiesto o en una lata y cuando alcancen un tamaño adecuado, plantarlos allí donde tú quieras y asientes tu hogar. Si quieres, podemos bajar al huerto cuando acabe mi guardia. O ir mañana por la mañana, cuando hayas descansado. Sé donde hay una mata de romero, porque sí, Hope, hay romero aquí en el Morris -miraba a la muchacha directamente, la mirada azul brillante por ver un resquicio de ilusión en sus ojos-. Cogemos unos esquejes y los ponemos en agua. Podrás tenerlos en tu habitación y cuando empiecen a brotar pequeñas raíces, lo cual ocurrirá en unos días, los plantaremos en tierra.
Tomó aire poderosamente y lo expulsó, dejando que el frío aire de noviembre inundara sus pulmones. Dos veces.
-Nada como un buen proyecto para que uno se sienta más ligero y le den ganas de aspirar el mundo por la nariz. Prueba -invitó a Hope sonriendo-. De todos modos, falta algo en este cuadro. ¿Qué crees que puede representarte y que pudiéramos colocar entre esos dos brotes de romero?
Los labios de la chiquilla esbozaron una sonrisa pequeñita cuando Daniel confirmó que había romero en el huerto. Su mente parecía estar ya siguiendo los planes del joven y asentía de tanto en cuando con la cabeza. Lo miró con una pizca de curiosidad cuando empezó a inspirar profundo, pero en cuanto la invitó a hacerlo, le imitó y llenó sus pulmones hasta el fondo. La segunda vez le dio un poco de tos y tuvo que dejarlo a medias.
—Perdona —dijo entonces, tapándose la boca con la mano al volver a toser—. Creo que aún tengo humo en la garganta. Pero sí que sienta bien, tienes razón.
Se quedó pensativa un par de segundos, con los ojos perdidos más allá de la empalizada que protegía el refugio, y luego lo miró a él, algo indecisa.
—Creo que escogería una pluma blanca, si consigo encontrar una. En casa tenía una colección de plumas bonitas, las que podía salvar de acabar en una almohada. —Sus ojos se humedecieron con la certeza de que esa colección debía haberse quemado con todo lo demás, pero en sus labios aún permanecía aquella pequeña sonrisa—. ¿Crees que me pega? Podría entrelazarla en un cordón y enredar el cordón con las dos ramitas.
Daniel sonrió cuando ella empezó a toser. Era una buena muchacha, dispuesta a complacer más que a indisponer y se le notaba.
-No te disculpes, Hope. En todo caso debería ser yo quien lo hiciera por no haber caído en cuenta que habías aspirado humo -Daniel se acercó a ella y olfateó como un sabueso-. Y hueles a él -no era algo sorprendente en un mundo donde todo orbitaba alrededor de fogatas y hogueras-. Te pega, sí. Pero deberíamos coger dos plumas iguales, ambas blancas. Una para que esté junto a tus padres y la otra, anudada aquí, en tus cabellos -dijo al tiempo que cogía entre sus dedos un mechón pequeño de la sien de Hope-. Sí, sería perfecto.
Podía imaginarla con aquel adorno en su pelo, agarrado a un pequeño cordón de cuero anudado a su cabello.
-Hope, ¿quieres asearte? Y hablo de algo más que manos y cara. Podría calentar algo de agua y pedir a alguna de las chicas que te ayude, si no quieres estar sola -a él le hubiera dado igual ayudarla pero entendía del pudor ajeno y el hecho de que Daniel no sintiera atractivo alguno por las mujeres, no impedía que estas pudieran sentirse cohibidas-. Además, aquí hace frío y quizá fuera conveniente que entraras dentro. No quiero que enfermes.
Los ojos de la chiquilla brillaron con cierta ilusión al escuchar la idea de Daniel. Su sonrisa era triste y seguramente seguiría siéndolo un tiempo, pero al menos parecía que el joven le había dado algo en lo que centrar su mente.
—Me encanta, me encanta de verdad —aseguró, acercándose para apretar el brazo del joven—. Así yo estaré siempre con ellos y ellos estarán siempre conmigo.
Después se quedó pensativa un momento y su mirada se escapó hacia el exterior del refugio. Ya se había lavado la cara y las manos y alguien debía haberle prestado ropa limpia. Pero su pelo seguía teniendo impregnado el olor del incendio.
—Sí, supongo que estaría bien —accedió, parecía que era capaz de ver la razón en las palabras de Daniel, y aunque le costaba abandonar aquel rincón tranquilo que había descubierto, parecía dispuesta a volver a entrar—. Pero no hace falta que me ayuden, yo puedo sola —aseguró—. No quiero ser una molestia.
-Pero no tan rápido, muchachita -dijo un sonriente Daniel-. Aún me queda algo de guardia y no es fácil tener tan buena compañía, así que voy a pedirte que te quedes hasta que toque el relevo. Y además, me vas a permitir que te diga una cosa. No eres una molestia. Para nadie. Y aunque puedas hacer sola muchísimas cosas, pedir ayuda o dejar que te ayuden aunque no lo necesites realmente, es una gran cosa. Fíjate. Esta guardia la podía haber hecho solo. Y hubiera sido un auténtico coñazo. Pero he coincidido contigo y está siendo muy agradable y ligera, tanto que igual en un futuro hasta te pido que me acompañes en alguna de las guardias que me toquen en solitario. Podría hacerlo solo y no quiero molestar a nadie, pero si te lo pido y a ti no te molesta, ¿por qué hacerlo solo si es mejor acompañado? -echó una risita ante lo que parecía un trabalenguas improvisado.
Pensó en que tendría que hablar con Trish para conseguir un par de plumas blancas. Si alguien podía obtenerlas, esa sería ella. Y de tenerlas alguien, esa sería ella y su almacén de trastos.
-Oye, Hope. No quiero ser indiscreto pero Robin ha dicho que eras su cuñada. No sé, me pareces alguien muy joven como para estar casada.
Hope no tardó en arrebujarse mejor las mantas sobre los hombros y se acodó sobre la barandilla, acomodándose para seguir charlando con Daniel.
—Ya... la verdad es que sois muy amables. Tú y... ¿Cass? En el campamento nos ayudábamos entre todos, como tú dices.
Pero al mencionar su hogar sus ojos volvieron a ensombrecerse y la chiquilla sacudió la cabeza, apartando ese tema para centrarse en el otro que había sacado el joven.
—No estoy casada —Y esa idea logró que esbozase una sonrisa—. Y Robin no tiene hermanos. Pero yo sí. —Se encogió de hombros, como si no supiera qué más decir al respecto, y al final encontró la solución pasando la pelota al pelirrojo—. Deberías preguntarle a él, te lo explicará mejor que yo.
Después de eso los dos continuaron allí, contemplando el exterior, a ratos charlando y a ratos compartiendo el silencio, hasta que llegó el momento de que Daniel terminase su guardia y se marcharon de allí, para solucionar el asunto del baño de Hope.