Partida Rol por web

La capilla que Clementine se había encargado de acomodar como tal en realidad había sido en otros tiempos una sala un poco más grande que el resto de las consultas de la primera planta, quizá un despacho o una sala polivalente. Pero en aquellos tiempos poco se asemejaba ya a lo que debió haber sido. Los restos de una pared que años atrás debía dividir en dos el lugar habían sido prácticamente retirados en su totalidad, dejando tan sólo un trozo de muro saliente del lado cercano al pasillo, de menos de un metro de largo. 

En la pared de enfrente, la que daba al exterior, un gran ventanal dejaba entrar durante el día un gran chorro de luz al interior, aunque a aquellas tan sólo parecía una abertura hacia la intensa negrura de la noche. Al fondo de la sala se había colocado una mesa que hacía las labores de atril y altar al mismo tiempo. En la pared, a media altura sobre ese altar improvisado, había un pequeño crucifijo, de unos quince centímetros de largo, que ya nadie recordaba de dónde había salido. Tres hileras de cuatro sillas cada una completaban el mobiliario del lugar. 

Robin había levantado los nudillos para llamar al margen de la puerta cuando el perro le advirtió que ya había hecho suficiente ruido para advertir de su presencia y que más le valía no despertar al bebé.

Bajó entonces la mano deshaciendo el puño en el camino para guardar la mano en el bolsillo trasero del pantalón.

— Nasnoches Clementine —saludó sin que nunca se hubiese llegado a plantear la existencia de esa palabra en un diccionario—.

Se adentró en la capilla tras el saludo, su paso y actitud ya anunciaban preguntas pues eran tantas las dudas que cargaba que incluso estaba dispuesto a pisar aquel lugar sin ser acompañante de Skyler.

Bajó la voz conforme el sueño del bebé quedaba más cerca de sus palabras.

— ¿Puedo...? No sé si tu... —respiró el embrollo de palabras y empezó de nuevo— Quería preguntarte si todo tiene alma.

Clementine miró a Robin, con una curiosidad teñida de preocupación que pronto dio paso a una perplejidad difícil de disimular. Parpadeó un par de veces, sin comprender del todo su pregunta y lo conminó a sentarse a su lado, con un gesto- ¿A qué te refieres? ¿A todo lo que existe? ¿A todo lo que vive? - lo miró, con detenimiento, entrecerrando ligeramente los ojos- ¿Estás bien, Robin? ¿Qué es lo que te preocupa?- preguntó, con sincero interés- Te vi marcharte antes, durante la cena... Y pensé en ir a buscarte y hablar contigo. Pero... Pensé que preferirías estar solo en ese momento. Parecías un poco... Desubicado. - expresó, sin poder encontrar palabras mejores

Robin quedó impresionado con las preguntas que precisaban y explicaban de Clementine, muchas veces le gustaría ser una copia de ella.

Tardó en reaccionar al gesto que le daba asiento y de hecho cuando lo hizo fue sin percatarse de que se movía hasta ese punto por ello.

— Mi padre no está conmigo —respondió sorprendido por lo fácil que había sido responder a aquello que le tenía revuelto. Por encontrar un motivo o un retazo de ello. Debía ser por la magia de Clementine pero a pesar de sentir el pecho algo más ligero no siguió por aquel camino—.

— Decía todo-todo, lo del alma — aclaró al sentarse—. El viento... — empezó a enumerar con aquella entonación que hacía esperar que algún otro ejemplo le siguiera pero se quedó ahí—.

Quedó callado buscando en los ojos de Clementine alguna señal de que entendía algo de lo que decía, y estuviera o no, sintió que algo le empujaba a explicarse con orden.

— Antes he estado en una iglesia, es muy bonita, he pensado en enseñársela a Sky, y a ti. Está... Hacía allí —señaló la dirección aproximada— Se llama la Iglesia de la Intercesión y hay muchísima piedra y vidrieras y hiedra y hasta un agujero en el techo sobre el altar —dijo como si aquello fuera algo maravilloso y no parte de un derrumbe—. Pues estaba dentro, y se supone que no hay nada malo que pueda llegar a tierra sagrada, ¿no? Pero el viento... He oído mi nombre y he visto algo, aunque seguro que me lo he imaginado pero ahora tengo esa duda. Podría ser ¿no? Que todo sienta, que todo tenga alma o ... ¿O no?

Clementine se inclinó hacia Robin, posando una mano sobre su hombro cuando se sentó junto a ella, escuchándolo con atención, y con el ceño ligeramente fruncido- ¿Qué es lo que has visto?- preguntó- Es que... Esa pregunta que me has hecho es muy... Extensa, Robin. El tema del alma es algo bastante complejo. - confesó, dedicándole una sonrisa que invitaba a la calma- ¿Por qué no me explicas qué ocurrió exactamente? Y por supuesto, qué interpretación has sacado de ello, así como eso en lo que te basas... Lo que te explicó tu padre.-sugirió, con la genuina intención de ayudar a su compañero a aliviar sus dudas espirituales. 

Robin agachó el hombro por costumbre esperando a que la mano de Clementine resbalara de él. Le resultaba incómodo tenerla tan cerca especialmente en ese lugar que seguía viendo como una burbuja de mundo extraño en mitad de tierra conocida.

No importaba ni importaría jamás cuantas veces había pisado la capilla con Skyler, no entendía ese mundo y el no entender le hacía sentirse vulnerable, torpe y pisando brasas.

— ¿Mi padre? —preguntó extrañado por el papel de Nate en eso — ¿Debería haberme explicado algo? ¿por mi madre?

— Mi padre nunca me ha contado nada, ni de almas, ni de Dioses, ni nada así. Creo que mí madre sabía más de eso que él. Bueno, alguna cosa me ha dicho pero no en plan —hizo un gesto con una mano señalando con la palma hacia arriba el lugar en sí— esto.

— Skyler es quién me cuenta más cosas, aunque muchas son para meterse conmigo. Pero ella sí cree en el más allá, fantasmas y tal.

No supo identificar qué lo había desatado pero sus nervios se adueñaron de sus dedos que jugaron a enredarse y esquivarse mientras sus manos descansaban a tocar de las rodillas.

— No recuerdo lo que he visto, y es que ya te digo que seguramente no he visto nada pero —contrajo la espalda en un escalofrío— no sé, he oído que me llamaban y no había nadie y no era eco, ni era como cuando echas de menos a alguien y oyes su voz. No era eso, era raro. Y tu sabes mucho y esperaba que... No lo sé —negó agobiado—. Te estoy molestando, no debería haber venido. Es que me hubiese gustado que los fantasmas existieran y que mi madre me hubiese visto crecido.

Agachó la mirada — Supongo.