Nueva York, 13 de noviembre de 2037, 14.20.
Poco después las dos mujeres entraban por la puerta del antiguo supermercado reconvertido en consulta, dejando al perro sentado al lado de la puerta. La sala de espera estaba vacía y se oían voces familiares al otro lado de la cortina. Al asomarse se encontraron con el doctor de pie, apoyando la parte baja de la espalda en su mesa, y Lincoln sentado cerca de él, riendo por algo que el hombre debía haber dicho un momento atrás.
Más allá estaba Shamira, también sonriente, de pie junto a una silla en la que había una chica que no conocían y que tenía en brazos al bebé dormido. Era muy joven, seguramente más joven que Clementine, aunque no tanto como Trish. Tenía la tez tostada y algunas pecas salpicaban su nariz y la parte alta de sus mejillas. Su pelo era castaño y lo llevaba suelto salvo por algunas trenzas salpicadas aquí o allá. Levantó sus ojos de color marrón claro al ver entrar a las dos mujeres y, como por instinto, apretó a la criatura contra su pecho.
—Tal como lo cuento —decía en aquel momento el doctor, mostrando el mismo buen humor que tenían los dos niños.
Interrumpió lo que fuese que estaba contando al ver entrar a Clementine y Morgana y se incorporó un poco hasta quedar de pie, apoyado en su bastón.
—Vaya, ya estáis aquí —señaló lo evidente e hizo un gesto invitándolas a pasar al interior de la consulta—. Venid, esta es María, la joven de la que os hablé. María, estas son Morgana y... —Se lo pensó un momento y su sonrisa se hizo más grande, con cierta diversión al darse cuenta de que no sabía el nombre de Clem—... su amiga. Ya le he contado vuestra situación —añadió, dirigiéndose a la exmilitar y la predicadora—. Pero mejor que vosotras le habléis bien de las condiciones.
Durante los primeros instantes Morgana no frenó su paso rápido y determinado. Al cabo de un rato, disminuyó su ritmo y dejó que Clem y el perro la alcanzasen. Aunque no abrió la boca hasta ya alcanzando la consulta de Nicolás.
-Ese capullo solo busca follarte, si no lo ha hecho ya. Es tu coño, así que a mí tanto me da –hizo una pausa- Deberías apoyarme. Las mujeres somos quienes más hemos perdido con la situación actual. Nuestros derechos a tomar por culo. Y cuando plantas cara a uno de esos putos imbéciles, te tratan como a la mierda, hasta que les metes el pie en la boca y les rompes todos los dientes. Lo llevan escrito en la frente: soy un chupapollas; reviéntame el trasero. Paso de ese rollo feminista, pero creo que me entiendes, ¿no? El caballero te deja antes, lo hace ahora, en manos de una hija de puta loca y violenta. Cabrón.
Su voz suave adquirió tintes oscuros y ásperos conforme soltaba su veneno. Siguió en ese tono- Esa puta puerta lo mismo solo se abre a mazazos. Estamos en terreno de la Comunidad, así que hay que ser discretos. Puta mierda.
Su mal humor no se había dispersado. Entró con él sobre los hombros en la sala médica. El jade brillante de sus ojos reflejaba su alterado estado interior. Una vocecita le dijo “negocios”, aunque no con la suficiente energía. En un vistazo abarcó la estancia y sus ocupantes. No se le pasó por alto el gesto protector de la muchacha, y una sonrisa ladina se le vino a la boca. Luego la primera víctima de su mirada inquisitiva fue Lincoln, un recordatorio de la consecuencia impuesta esa mañana y de la inflexibilidad de Morgana. Endulzó lo que pudo su expresión hacia María.
-Hola, María. Puedes vivir con nosotros: mantenimiento y cama. Te dedicas al crío. El Morris es un buen sitio, la gente es legal. Y algunos muy religiosos, hasta tenemos una puta capilla. Yo visito la Comunidad cada sábado, te vienes conmigo y pasas ese día con los tuyos. Esa es la idea si finalmente el niño se queda en el centro.
Para Morga no había mucho más que decir. Giró un punto la cabeza hacia Clem, por si ella quería añadir algo más.
NdM. Sólo he añadido unas negritas que faltaban, nah más :3.
Clementine se detuvo, perpleja, antes de entrar a la consulta, escuchando a Morgana- Estás enfadada, Morga. Con la situación. Y quizá un tanto con Kane. - dijo, suspirando, de pronto cansada, muy cansada- Aún así, sé que deseabas liarte a puñetazos con él y no lo hiciste. Me alegra que hayas tomado esa decisión.-indicó, con honestidad a pesar de todo- Y si en algo te ayuda a cambiar esa idea tan nefasta que tienes sobre él, te diré que Kane siempre me ha respetado, incluso durante los largos meses que pasamos solos, como nómadas, antes de llegar al Morris. Siempre ha cuidado de mí, sin pedir nada a cambio. Siempre me ha seguido, desde que nuestros caminos se cruzaron, y no porque quiera acabar en mi cama sino por un asunto de cariño y fe.- añadió, llevándose una mano al pecho, bajo el poncho- Lo que ha ocurrido entre nosotros...- inspiró, despacio- Ha ocurrido porque yo así lo he querido. Yo fui la que en un principio le pidió que compartiese conmigo algo más carnal. Aunque yo no lo llamaría de esa manera tan... Para mí es un tema fundamentalmente espiritual... - apuntó- En cualquier caso... Sí, Kane me puede desear al igual que yo le deseo a él. Pero por encima de todo, él cree en mí, como mujer, y como apoyo en los caminos de la fe.- afirmó, con convicción- Sólo te hará falta preguntárselo mientras lo miras directamente a los ojos, para darte cuenta de que no miente. Después de todo, siempre se le ha dado muy mal ser sutil. - concluyó, antes de entrar, aún con el rostro teñido de preocupación y las pupilas enrojecidas, pero tratando de mantener la compostura ante los más jóvenes del grupo, ante Nicolás y ante la chica que se encontraba con ellos.
- Clementine.-dijo, con una leve sonrisa, al percatarse de que Nicolás no recordaba, o no sabía su nombre, sin que le quedase claro si se lo había dicho o no, pero sin darle importancia a aquello, guardando silencio mientras Morgana hablaba, cruzando los brazos, abrazándose a si misma de manera sutil bajo el poncho.
- Sí, en efecto, lo que deseamos negociar es manutención y pernocta a cambio de cuidar del bebé.-repitió, con un asentimiento, sin poder evitar un nuevo suspiro, un tanto hastiado, tras escuchar que Morgana se refería a la capilla con aquel adjetivo, volviendo a mostrarse innecesariamente irrespetuosa con su religión, aún en aquella circunstancia- Lo que quiere decir mi compañera es que, si eres creyente, encontrarás en el Morris un lugar en el que practicar libremente tu fe. Aunque no todos lo hacen, claro. Y no por ello se les juzga. - indicó, observando al niño sobre el pecho de María, ensanchando ligeramente su sonrisa, a pesar de que su mirada no acabase de acompañarla- Puedes preguntarnos lo que quieras, claro. Entendemos que todo esto puede resultar un tanto drástico y complicado para ti, y que necesitarás saber más cosas para tomar una decisión. Y también necesitamos saber tu opinión al respecto, para poder transmitirla a nuestros compañeros.
Morga también se detuvo frente a Clem. Escuchó, con cierto asombro, la confesión de Clem. "No quería liarme a puñetazos. Quería rajarle el cuello". Fijó su agresiva mirada en sus ojos, como siempre hacía. "Yo también viví eso una vez, Clem. O algo similar". No tuvo el ánimo, el coraje, la debilidad, de ser igualmente honesta con ella y revelarle esos dos pensamientos. "Se esfuerza".
Pero Morgana era incapaz de comprenderla y de aceptar la visión del mundo de la pareja. No solo eso, negaba la sola posibilidad de un dios, de la fe, de un mundo armonioso en brazos del edulcorado amor que predicaban.
- Sois dos charlatanes que venden pociones falsas por cinco putos centavos -a pesar del tono suave de su voz, sonó desagradable hasta para ella. Incluso cruel. Suspiró. "Soy una imbécil". No añadió nada más y entró en la consulta.
La joven asintió con la cabeza repetidamente a medida que Morgana primero y Clem después le iban informando de las condiciones. La forma en que la exmilitar se había referido a la capilla le había hecho fruncir un poquito el ceño, pero después de las palabras de la predicadora su frente se había alisado de nuevo.
—Sí que soy creyente —señaló en primer lugar, con un tono que sugería que lo raro le habría parecido lo contrario—. No necesito una capilla para rezar, pero siempre se agradece un lugar tranquilo y dedicado para ello. —Su voz era grave, algo áspera, y sus ojos se alternaron entonces entre las dos mujeres que tenía delante—. ¿Y qué pasará después, cuando el bebé crezca? Cuando ya no necesite leche, quiero decir —preguntó, meciéndolo entre sus brazos con un gesto que parecía salirle de forma instintiva—. ¿Seguiréis necesitando alguien que lo cuide o tendré que dejarlo allí y olvidarme de él? —Meditó un instante y miró a Nicolás antes de lanzar otra pregunta más—. ¿Dónde está ese sitio, Morris?
Lincoln había dejado de reír en el mismo instante en que sus ojos se habían cruzado con los de Morgana. El crío había enderezado su espalda de inmediato y había bajado la mirada a sus pies.
Shamira, en cambio, parecía de un humor inmejorable que no le permitía notar el humor de la exmilitar. A ella los ojos le brillaban cuando los apartó del bebé para mirar a la joven que lo sostenía.
—Se llama Thiago. Es raro, pero suena bonito, ¿verdad? Y no tenemos sólo una capilla. También hay un huerto y todos allí son muy agradables, de verdad.
De ella sus ojos pasaron a Clem y Morgana, esperando con cierta curiosidad a que ellas resolviesen las dudas de María. Le gustaba estar en las conversaciones «de mayores».
-Después, si todo va “bien” te quedas con nosotros cuidando del bebé. O tal vez regresas con él aquí. El futuro es jodidamente incierto, María. –Se encogió de hombros- Al fin y al cabo su madre es una hija de puta que lo abandonó –Morga estaba hablando por cuenta propia soltando lo que pensaba sin pudor alguno, así que se frenó un poco- Tienes que saber que no todos en nuestro refugio pensamos lo mismo. Hay quienes buscan a esa tía para aclarar las cosas y tal vez devolverle a Thiago –frunció la boca- Y nuestro grupo practica una puta democracia consolidada.
Miró a Clem, comprobando si estaba de acuerdo; regresó a la chica, mostrando sinceridad cristalina en sus ojos- Te puedes encariñar y luego tengas que dejarlo. Tienes que ser muy consciente de eso, María. Y tú también, Shami.
A Lincoln no le dijo nada, lo miró sin dureza esta vez en sus pupilas. De sobras conocía lo que al chico le gustaría
- ¡Morgana!-la reprendió, Clementine, al escuchar cómo se refería a la madre del bebé- Ya hemos hablado de eso. Está bien alimentado. Bien cuidado. Era un niño atendido, y querido, seguramente.-explicó- Esa mujer tuvo que tomar una decisión difícil al dejar a Thiago en nuestra puerta. Una decisión motivada, seguramente. Algo le tuvo que ocurrir... Algo...-indicó suspirando, notando cómo se le cerraba de pronto la garganta. Cómo unas lágrimas no deseadas acudían de golpe a sus ojos, y un sollozo quedo se le atascaba entre los labios, que apretaba con fuerza- Lo siento yo...- dijo, respirando, tratando de serenarse.
Quizá aquello era una reacción del momento. Quizá había algo más. Quizá las palabras de la ex-militar, antes de entrar, aún resonaban en su cabeza. Quizá.
- Perdón. Esto no... -dijo, respirando profundamente, restregándose las mejillas con las manos- No pretendía reaccionar así.- aseguró, tragando saliva- Es verdad. No podemos asegurar mucho sobre lo que ocurrirá con el bebé. No sabemos en qué circunstancias exactas ha llegado hasta nosotros.
—Yo no he estado nunca, pero tengo entendido que está al norte, a un par de horas de camino —respondió el médico al notar la mirada de la muchacha sobre él.
Luego asintió con la cabeza, como animándola a que se apuntase a aquella propuesta. Y tal vez habría dicho algo más si no hubiese llegado ese sollozo de Clementine. La predicadora atrajo la mirada del doctor, que la observó mientras ella trataba de recomponerse. Luego se acercó a ella con su andar bamboleante y la tomó del brazo con delicadeza.
—Siéntate, «chica» —le pidió, haciendo un gesto hacia una silla para que se sentase allí—. Creo que estás cansada, ¿me equivoco? ¿Duermes bien?
Los ojos de María todavía se alternaban entre Morgana y Clementine. Las miraba con una pizca de extrañeza, tal vez por la rara pareja que hacían. Escuchó la respuesta del médico también y luego bajó la mirada hacia el bebé, que en ese momento movía la boca en sueños.
La joven suspiró hondamente antes de levantar de nuevo los ojos para mirar a todos.
—Tengo que hablarlo con mi novio y sus padres —dijo en primer lugar—. Pensarlo un poco. Si voy me temo que luego no voy a querer devolver a Thiago —Una sonrisa rápida y fugaz hacia Shamira, que se la devolvió. Se mordió el labio inferior, tirando de un pellejito, y contempló algo ausente cómo el médico se acercaba a Clem antes de hablar, mirando ella a Morgana—. Si el sábado no he cambiado de opinión, me iré contigo. ¿Vosotros tenéis que... transmitir mi opinión a vuestros compañeros? —repitió lo que Clementine había dicho un momento atrás—. Así que... ¿La oferta no es segura aún? ¿Todavía esos compañeros podrían decir que no? —preguntó, como si necesitase tener todas las variables claras antes de decidir nada.
Morgana no hizo caso de las palabras de Clem. Tomó aire. Si la predicadora estaba afectada, ella no menos- Lo abandonó. Todo lo demás son putas conjeturas. No la disculpes. Y no me vas a convencer en cien años.
Asintió conforme hablaba María. Meditó la respuesta. Si fuese por ella, se lo podía quedar ahora mismo. Y lo soltó, así tal cual- Si fuese por mí, es tuyo. Has perdido un hijo, y de alguna manera tenemos la oportunidad de ofrecerte otro. La Comunidad no es mal sitio para vivir. Hay buena gente -ofreció una sonrisa a la chica y una mirada amistosa al matasanos- No creo que nuestros compañeros digan que no. No hay motivo. Hemos venido con un objetivo y si tú aceptas, de puta madre. No la cagues luego, María; confío en el criterio de Nicolás.
Desvió la mirada, preocupada, hacia Clem. Notó su palidez. Los efectos del trance permanecían ahí. Sacó de la mochila su botella de agua- Toma, bebe un poco. Respira profundamente, coge aire, suelta. No pienses en lo de antes. Vamos.
- No se preocupe, doctor. Es... Sí, estoy cansada.- la joven predicadora se sentó, aceptando el ofrecimiento de Nicolás, aún limpiándose las mejillas y sintiendo el corazón encogido, asintiendo en silencio cuando Morgana la conminaba a respirar y beber agua. A que no pensase lo de antes. Fuese lo de antes aquella señal de Dios o el desprecio que había mostrado la ex-militar por los sentimientos que Clementine, confiando en ella, verbalizaba,
- Se me pasará. Ésto no es lo importante, ahora mismo.-indicó, tanto a Morgana como a Nicolás, azorada, señalando suavemente y con la barbilla hacia María- Se lo diremos hoy a nuestros compañeros. Yo tampoco creo que pongan demasiadas objeciones al asunto.
Cuando Morgana dijo que si fuese por ella se podría quedar al bebé ya mismo, la muchacha lo apretó un poquito contra su pecho en un gesto instintivo y protector. Respiró despacio, tomando el aire por la nariz y soltándolo por la boca. Incluso temblaba un poco ante esa posibilidad.
—Yo estaría dispuesta a quedármelo —aseguró sin titubear—. Y lo cuidaría muy bien, podéis estar seguras. Además, mi suegra me ayudaría, no estaría yo sola. Ella sabe mucho de bebés, tuvo siete. Si vosotros no lo queréis podría quedármelo aquí, en mi casa, lo criaría como si fuese mi hijo...
Se había ido embalando a medida que hablaba. Con esa mención al niño que había perdido su voz se quebró un poco, pero su mirada siguió resuelta, como si sólo necesitase que alguna de las dos mostrase su conformidad para aceptar de inmediato. Alternó sus ojos entre ambas.
—Voy el sábado con vosotras y me tenéis a prueba, si queréis. Para que veáis que Thiago estaría muy bien conmigo.
Nicolás contempló a la joven con el bebé con cierta ternura antes de intervenir.
—Eso no suena mal, ¿no es así? —dijo, mirando a Morgana. Pero para él aquel asunto parecía estar resuelto así que se centró de nuevo en Clementine, embargado por la necesidad profesional de ayudar en lo que sabía—. ¿Has comido algo? Tal vez tengas una bajada de tensión. ¿Te pasa a menudo? Puedo hacerte un reconocimiento antes de que te vayas.
-No confundas lo que digo -los ojos de Morgana se separaron de Clem para volar hacia María. Mostraban un jade frío, desapasionado; pero denotaban cierta preocupación por el estado de la predicadora- No hablo de que no queramos hacernos cargo de ese mamoncete. Sino que busco la mejor opción para este asunto -"encajar las piezas como en un maldito puzzle". Asintió a Nicolás para regresar a María.
- De acuerdo entonces.
El acuerdo estaba cerrado. "De putísima madre"- Vamos a comer donde Irene. Con Cora y su nueva pareja...Héctor. ¿Te apuntas, matasanos? -Interrogó a Clem con su mirada- ¿Y tú? -Descartaba del todo a Kane. Supuso que Clem no lo dejaría solo- Puedes confiar en Nicolás, es un médico cojonudo.
Clementine estuvo a punto de descartar la ayuda de Nicolás, pero veía en él esa necesidad de ayudar, de asistir. Alguien que probablemente se había consagrado al deber para sobrevivir, anímica y espiritualmente, a todo aquello. Alguien lo suficientemente viejo como para haber sobrevivido al cambio del mundo.
Suspiró- De acuerdo, Doctor.-concedió, más por permitir que el hombre se pudiese quedar tranquilo consigo mismo que porque considerase que aquello le hacía falta- Sólo... Alguna vez. No me pasa a menudo.-indicó, volviéndose a restregar las mejillas, dejando el asunto de María, por ahora, en manos de Morgana.
- No me siento lo suficientemente animada, Morga. El día ha sido largo. Estoy... Cansada.- dijo, evitando pronunciar lo que realmente sentía, preocupación, delante de los niños y de María- Creo que prefiero volver. Asegurarme de que todo va bien.-indicó.
—Déjame las manos —pidió Nicolás en cuanto Clem dio su consentimiento, para observar sus uñas durante unos segundos y después volvió un poco el párpado inferior de la joven—. A ver, los párpados... Tal vez tengas un poco de anemia. Es difícil en estos días, pero intenta comer algo de carne. Legumbres, frutos secos... Lo que puedas encontrar.
Detuvo su trabajo para mirar a Morgana y asentir con la cabeza.
—Claro, «chica». Cuenta conmigo. Una buena comida con buena gente.
Le sonrió y luego continuó con Clementine, poniéndose un estetoscopio en los oídos.
—Te voy a auscultar, ¿de acuerdo? Coge aire por la nariz. Suéltalo por la boca. Coge otra vez. Suelta. Otra vez más.
Y durante los siguientes minutos el doctor se dedicó a hacerle un reconocimiento a la joven, hasta que concluyó dándole algunos consejos sobre su alimentación y recomendándole un buen descanso.
Poco después aquella pequeña reunión se disolvió. Clementine se marchó junto a Bentley y el bebé en busca de Kane y Morgana, los niños y el médico se fueron por otro camino hacia el Terry's Way. Aquella muchacha, María, tuvo algunas dificultades para separarse del crío que acababa de conocer y cuando se fue hacia su casa lo hizo con los ojos húmedos y una sonrisa apretada en los labios.
Por mi parte la escena ha terminado, pero os lo dejo abierto por si alguna quiere dejar un último post antes de que la cierre el jueves.