Nueva York, lunes 16 de noviembre de 2037, 21.30.
Tras una puerta metálica se encontraba la escalera estrecha que llevaba desde la primera planta hasta la azotea del Major Morris, el lugar más alto del edificio. Desde la explanada de unos cincuenta metros cuadrados, bordeada por una barandilla de cemento, podía verse todo el perímetro que bordeaba la empalizada, aunque no era posible abarcarla entera con la mirada sin moverse de un lado a otro.
Había un par de mantas allí arriba, que alguno de los habitantes del lugar había dejado para las guardias en las épocas más frías. El suelo era de terrazo, dañado en algunos puntos, y en las esquinas se arremolinaba algo de polvo. Dos sillas y una mesa baja completaban el resto del mobiliario de esa terraza que resultaba poco apetecible en invierno.
Skyler tenía puesto el abrigo y estaba apoyada en la barandilla, contemplando la niebla con cara de aburrimiento.
Hacía poco que había caído la noche y ya se notaba que sería especialmente fría. Sin duda lo pasarían peor los que hicieran las siguientes guardias y no serían sencillas pues la luz de la luna era escasa y la niebla se arremolinaba en las calles, rodeando el antiguo centro de salud en un abrazo blanco y espeso, como si aquel edificio fuese una suerte de barco perdido en un océano de bruma.
La rubia echó la mirada por encima del hombro al escuchar que se abría la puerta. Cuando sus ojos se encontraron con los de su primo, le dedicó una pequeña sonrisa, que estaba bastante desdibujada por la arruga de preocupación de su ceño.
—Eh, Robin —saludó, haciéndole gestos para que uniese a ella en la barandilla—. Ya he visto que has vuelto a revolver el almacén. —Le frunció la nariz con disgusto—. Me costó horas dejarlo todo ordenado, eres un desastre. Lo tenías todo fatal.
Su tono era ese tan habitual en ella, el de quien estaba absolutamente convencida de que el único modo de hacer bien las cosas era el suyo. Sin embargo, esa misma inquietud que diluía su sonrisa también diluyó el reproche de sus palabras.
Robin se estrechó la parca empujando la ropa desde los bolsillos como única respuesta al comentario de su prima.
A decir verdad, ni siquiera llegó a prestarle atención, si quería ya se enzarzarían más tarde.
Sus sentidos solo estaban pendientes de esa sonrisa rota que parecía haberse convertido en el nuevo nombre de familia.
Se acercó a ella y apoyó su cuerpo contra el de ella, sin sacar las manos de la parca en un abrazo de corazón a corazón y de barbilla a hombro.
— Cuéntame.
En un primer momento, cuando Robin se pegó a ella, Skyler se puso tensa y frunció el ceño con extrañeza. En su dificultad personal para entender las intenciones y las emociones ajenas, no estaba segura de si su primo necesitaba su abrazo, o si lo que quería era dárselo. Por si acaso lo rodeó con sus brazos y lo apretó contra ella.
Cuando esa única palabra salió de sus labios, aclarando todo, Skyler vació sus pulmones en un suspiro y aflojó el agarre, aunque no se separó de él.
—Ya —dijo primero, apretando los labios—. Es que me siento fuera de todo y no me gusta —protestó a continuación—. Toda la mierda de cosas raras y el tuerto ese y luego que dicen que no estoy en el techo. Pero porque no saben mirar, seguro que estoy ahí contigo. —Buscó los ojos de Robin y las comisuras de sus labios tiraron hacia abajo—. Ellos me la sudan. Pero como me dejes fuera tú también me muero.
Robin arrugó la frente sorprendido, de todas las cosas que podían estar pasando por la cabeza de su prima, la que le punzaba la sonrisa era, justamente, la que él más hubiese agradecido.
Dejó un poco de aire entre ellos cunado ella buscó sus ojos y un torrente de sudor frío empapó su nuca.
— Sky —llamó al sentido común—no he visto ese techo. Yo no me acerqué a la cripta pero no hay yo sin ti.
Miró al vacío de Sugar Hill por ser incapaz de seguir hablándole a los ojos.
— Antes, han preguntado por nuestras cosas raras. Los poderes o como quieran llamarlo —se atragantó con el pasado e hizo una pausa tan larga que perfectamente podía parecer el final de su discurso pero aun así volvió a hablar—. Tu sabes lo que hice. Lo que mis ojos pueden hacer. Y... En Unhood te juro, Sky, te juro que lo volví a intentar —apretó los puños con tanta fuerza en sus bolsillos que sintió como una de sus uñas le cortaba la palma derecha—. Y nada.
—Estemos o no estemos juntos en ese techo, lo estamos en el mundo real —volvió a mirarla recordando la única vez que se había cortado la mano a propósito. Lo cierto era que escocía exactamente igual que cuando era un corte accidental como el presente—. En eso consiste ser hermanos, ¿No?
— Además, a lo mejor estabas a la derecha de ese tuerto y por eso no te vio cuando tenía que hacerlo —bromeó para destensar la solemnidad que había cargado el momento—.
Los ojos azules se clavaron en los de miel, exigiendo que esa promesa que se tendía entre ambos se formalizase una vez más. Y la mano de la joven apretó el brazo de su primo con la necesidad de asegurarse de que no existía el uno sin la otra. Luego apretó los labios con fuerza cuando Robin mencionó el campamento en el que los dos habían perdido tanto. Su mirada se perdió siguiendo la estela de la del pelirrojo, hasta llegar a la niebla que parecía empeñada en abrazar el refugio en aquellas noches.
Volvió a mirarlo a él cuando llegó la broma, buscando en su rostro la confirmación de que era eso y no algo en serio. Su expresión se suavizó un poco y hasta le sonrió levemente.
—No quiero que vuelvas a ir tan lejos sin mí —declaró—. O sin la hermana de Cassandra —agregó a regañadientes—. Si pasa algo, ella puede esfumarse en una puerta. Si te vas sin mí, te la llevas a ella. Prométemelo —exigió. Y debía estar muy angustiada por él para haber incluido así a Trish en la ecuación.
Lo miró intensamente y añadió algo más.
—Iremos los dos a ver ese techo. Y seguro que me encontramos contigo. Y si no, pues me pintamos. —Podía parecer una broma, pero no. No lo era. La rubia lo decía totalmente en serio.
Robin pocas veces se había sentido más querido por su prima que en ese instante en el que decidió poner a Trish a su guarda, como si de pronto a la rubia le faltaran manos para sostenerlo.
Una sonrisa agradecida cosquilleada por otra un tanto más burlona se instaló en sus labios y, en general, su ánimo se vio mejorado por esa bendición de su amistad con Trish.
— Vale —prometió y respondió a lo del techo—. Pero tengo un plan mejor. Y si cuando veamos ese techo, simplemente, ¿nos borramos? Yo no quiero estar, ¿por qué tu sí? ¿no te da rabia que alguien un día se levantase y decidiera que tenías algo que hacer porqué sí, porqué él y su único ojo lo dice y que ya no eres dueño de tu vida?
No somos muñecos, Sky. No debería ser así.
—A mí me da igual eso de tener que hacer algo o no. Al fin y al cabo todos formamos parte de Su Plan Inefable. Yo solo quiero estar porque estás tú —declaró Skyler con vehemencia, respondiendo así a la pregunta de su primo—. Y si tú estás, yo tengo que estar contigo. Es que es así, no me cabe en la cabeza otra cosa. Me da lo mismo que el tuerto de las narices o quien haya pintado esa mierda de techo quiera separarnos.
Lo miró y se encogió de hombros.
—Si tú prefieres que te borremos, pues vale. —Su sonrisa fue desafiante, aunque no hacia Robin, sino hacia el universo entero—. Que se enteren todos de que sin mí tú pasas de su techo. A ver qué hacen ahora.
Robin detestaba esa faceta crédula de su prima hermana, le costaba de entender casi tanto como de digerir pero por una vez evitó poner los ojos en blanco y tomó la explicación de Skyler para reforzar su rechazo a ser un títere de pintura y techo.
Dejó que las palabras de la chica siguieran su curso sin intervenir y al final asintió contento al borrado que habían acordado como si su palabra, sus decisiones, tuviesen más fuerza que ningún plan divino, ancestral o simplemente ajeno. No estaba de acuerdo con el motivo de fondo pero por el resultado obtenido valía la pena morderse la lengua.
— ¿Crees que deberíamos decírselo al resto? Lo de mis ojos, digo. Antes... No sé, ahora me siento como que les miento pero... No sé. Yo... No sé.
«No quiero ser un asesino para ellos».
Skyler se encogió de hombros, quitándole importancia al dilema que tenía a Robin en vilo.
—Sólo lo hiciste una vez. Y no te ha vuelto a salir... No creo que sea mentir, no es como si lo pudieras hacer cada día, ¿no? —Se quedó pensando un momento y frunció los labios en un lazo rosado antes de seguir hablando—. Mi madre te diría que hicieras eso de la balanza. Lo decía siempre, ¿recuerdas? Piensas en las cosas malas que pueden pasar por hacer algo. Y luego en las buenas. Y miras a ver qué parte gana.
Parecía gustarle la idea de utilizar las enseñanzas de su madre para ayudar a Robin, pues se giró para verlo mejor y apoyó la espalda en el murete que hacía las veces de barandilla. Desde ahí, le hizo un gesto con la barbilla, animándolo.
—Venga. Dime qué habría de bueno en que se lo dijeras. Luego iremos con lo malo.
Robin relajó los hombros más cómodo y confiado por la mera mención a Aurora; nunca hubiese dicho que era una mujer que usase ni esa ni ninguna técnica para tomar decisiones pero sí era cierto que lo de la balanza le sonaba en voz de la australiana.
Tomó algo más de espacio entre su prima y él preparándose para concentrarse sin distraerse con nada que le rodease y empezó a caminar por su espiral interior sorteando todos sus miedos para llegar a eso algo bueno que no lograba ver.
— ¿Nada? — preguntó con evidente miedo a equivocarse en su respuesta y solo por si acaso se esforzó en encontrar algo en el punto de partida de su dilema— Es algo de confianza. Mi padre decía que cuando hay confianza hay cohesión y obtienen mejores resultados.
—Ya sabes —le explicó recostando un pie media pasa atrás y acomodando los brazos para que Skyler pudiese dejarse caer de espaldas en ese juego que tantas veces les habían hecho participar en Unhood—. ¿Confías en mí? —le recordó con esa gfrase que tanto le gustaba a Nick.
Skyler resopló haciendo vibrar los labios cuando Robin empezó a hablar con esa pregunta. Le puso cara de «¿En serio, tío?», pero le dejó seguir hablando sin interrumpir. Parecía algo escéptica con eso de la cohesión y los resultados, pero entonces su primo hizo aquel gesto que los llevaba a ambos al pasado, a un lugar y tiempo más tranquilo. Y la pregunta final le sacó una sonrisa a regañadientes. Robin sabía qué teclas tocarle a la rubia.
Se dio la vuelta y se dejó caer en sus brazos, con una completa confianza que sólo tenía en él. Sabía que él preferiría irse al suelo de morros antes que dejarla caer a ella. Se rió con el juego y luego se puso ella detrás.
—Venga, va. Confía en mí —dijo, moviendo los dedos de las manos para invitarlo a lanzarse a sus brazos.
El corazón de Robin se llenó con la caída de su prima en sus brazos, sonrió desde un punto más allá de sí mismo y la ayudó a recuperar la verticalidad.
Luego, cuando ella le devolvió la pelota Robin miró esos dedos invitantes sin ninguna aceptación. Le parecía que lo justo era que él también se lanzase, no solo porqué su prima era, de hecho, la persona con quien más confiaba sino también por la grieta en el corazón de skyler que le acababa de contar y aun así, sus pies no se movían.
Torció el gesto y buscó como liberarse del juego sin ser ni brusco ni dañino pero por más escenarios que inventaba todos quedaron enterrados cuando, sin esperárselo, pivotó sobre sus talones.
- Voy, eh - la avisó, cruzó los brazos sobre su propio pecho y se dejó caer-.
Mientras Robin se lo pensaba, Skyler no insistió con su voz, aunque sí con ese gesto de sus dedos que lo invitaba a lanzarse. Y cuando empezó a girar sobre sus talones y la advirtió de que iba, la chica se rió en alto.
—Vamos, estoy lista —confirmó, esperando que se dejase caer.
Sus brazos lo recogieron con facilidad y al ayudarlo a incorporarse lo abrazó un poquito antes de soltarlo.
—Vale, pues en el lado bueno tenemos que quieres confiar en ellos, ¿no? Y ahora vamos al lado malo —anunció y lanzó la pregunta, resguardando las manos en los bolsillos—. ¿Qué habría de malo en que se lo dijeras?
Al pelirrojo le supo mal ese abrazo a traición pero en lugar de quejarse respiró profundo y se dijo que había cosas peores. Se sacudió la molestia en un gesto que venía a simular que se recolocaba la parca para que cada centímetro de tela descansara en su sitio correcto y volvió a mirar a su hermana.
— Todo —exageró—. No tengo el carácter para ser un asesino público como Morgana, no quiero que me rehuyan la mirada y además...
Dejó la frase colgada recordando como se le había erizado la piel con el reflejo de su propia mirada en el transporte de camino a Unhood, justo cuando pensaba en usar a Skyler contra su tío.
Un escalofrío subió por su espalda y se abrazó más a sí mismo para combatir el frío.
—Es algo que no me gusta de mí.
Skyler se quedó callada después de que Robin terminase de explicarse, dándole vueltas a lo que había dicho. Empezó a mordisquearse el labio, intentando atrapar una pielecilla con los dientes. Paró cuando se hizo daño y buscó la mirada de su primo.
—Lo de la confianza va en dos direcciones, Robin —dijo, sacando la mano del bolsillo para hacer un gesto señalándolo a él y luego a ella—. Quieres confiar en ellos, pero entonces también tendrás que confiar en que confiarán en ti. Joder, qué trabalenguas. Digo que igual que tú haces ese gesto al contarlo, ellos tendrán que hacer el gesto de tratarte con normalidad. Y si no, pues que se jodan, porque no te merecen. Pero no he visto que nadie trate distinto a la hermana de Cassandra por hacer movidas raras. O a ella por quedarse catatónica.
Se encogió de hombros, ajena a las sutilezas en las relaciones. Para ella era blanco o negro, y ya está.
—Mientras seas tú quien lo controle y no al revés, no tiene por qué no gustarte. Piénsalo, es algo útil, te puede servir para salvarte la vida. O para salvármela a mí. Podrías no contárselo a todos. Hacerlo sólo con los que te caigan mejor. No se lo cuentes a Morgana. Pero ten algo claro —agregó, frunciendo el ceño—. Si se lo cuentas y no les gusta, se las verán conmigo.
Robin escuchó el consejo de su prima agradeciendo en silencio la profundidad que le daba a sus dudas. Era extraño verla tan apaciguadora pero siempre le había encantado ser testimonio de ello.
No llegó a contestar más que con un tímido asentimiento de cabeza y una larga ausencia sumido en sus propios pensamientos que repasaban una y otra vez ese escenario que Skyler había dispuesto para su problema.
«¿Lo controlo?»
Cerró su circulo con un último asentimiento casi imperceptible al volver al mundo real.
—Oye, Sky. Hay una cosa más, me han ofrecido quedarme en la comunidad para aprender a ser más médico. ¿Te parece bien?