Partida Rol por web

Efectivamente, aquel lugar era grande tal y como afirmaba Trish. Al menos, a ojos de Daniel. Pero también era cierto que aquello no le daba mayor o menor valor. Simplemente era otro lugar, otra comunidad, con sus reglas, sus formas y sus necesidades. Y sin duda, marcada como otras muchas por el temor y la desesperanza que parecían amordazar a la humanidad superviviente. Quizá los más jóvenes soñaran con un futuro, un sueño o ambición que chocaría de frente con los recuerdos y sueños perdidos de los mayores, con las ambiciones de los que desearían que todo siguiera igual y que incapaces de avanzar, frenaban a aquellos que, quizá, tenían una oportunidad.

Daniel se arrebujó en su chaqueta tras el visto bueno y aguardó paciente a que sus amigas pasaran mientras escuchaba a Janine. Una historia como tantas otras, aunque aquella era la suya. Una ceja se alzó cuando el guardián de la puerta pidió que Cassandra abriera su mochila. Había sido una petición secamente cortés y a un tiempo implacable. Era evidente que si la joven se negaba, no la dejaría pasar. Daniel ignoraba qué podía haber dentro ni si la hermana de Trish estaría dispuesta a mostrar su contenido. Miró a esta y alzó ambas cejas interrogativamente. ¿Qué ocurriría?

La voz oscura del hombre detuvo el avance de Cassandra, la mujer elevó una ceja y una sonrisa torcida surcó su rostro -Un bebé-, pero se calló lo primero que había acudido a su mente y esperó a que los ojos del tal John volviesen a mirarla para contestar. Su semblante había adquirido su habitual gesto neutro.

-Mercancía para comerciar, si vemos algo interesante intentaremos aprovechar el viaje.

Mientras hablaba sus manos aflojaron las correas que cruzaban su pecho, luego descolgó el bulto de su espalda con un amplio y cuidado movimiento y, una vez estabilizado, procedió a abrir la solapa superior para dejar a la vista las hortalizas que su hermana había cogido del Morris.

Trish no necesitaba haber visto el guiño de Daniel para entender un poco lo que había pasado. Al ver a Janine sonrojada de esa manera la muchacha miró al chico con una expresión cómplice. En otro tiempo, poco antes de que Dan llegase al Morris y hasta unas semanas después, aquellas cosas la habían incomodado. No porque él lo hiciera con malicia, ni mucho menos, sino porque en momentos como ese era imposible no sentirse un poco pequeña a su lado. Pero el tiempo había pasado, y con los días Trish había acabado por asumir ciertas cosas. Una de ellas, por supuesto, era que no era la única que veía el encanto de su amigo.

Detrás de ellos, la voz del tal John y la de su hermana ralentizaron los pasos de Trish. Miró hacia el lugar, esperando que las cosas se resolvieran rápido, y hundió aún más las manos en los bolsillos de la sudadera mientras aguardaba. La respuesta de Cass le pareció la mejor posible, así que dio por hecho que no se entretendrían mucho más.

—Qué guay —comentó en respuesta a las palabras de Janine—. Por lo menos significa que es un sitio seguro, y eso ya es algo bueno. Supongo que ser tantos ayuda. A ver quién se atreve a meterse con vosotros.

A Trish no se le escapó cómo había hablado en singular de su llegada. No significaba que lo hubiera hecho sin sus padres necesariamente, pero era una posibilidad. Ya estaba acostumbrada a ese tipo de historias, como la suya, le gustase o no. Nick siempre hablaba del pasado, de que antes las cosas no eran así y de mil historias, pero Trish prácticamente no había conocido otra cosa.

—Oye, ¿y a Lis desde cuándo la conoces? —dijo con tono casual, aunque más bien quería tantear cuánto tiempo llevaba la madre en el lugar. ¿Toda la vida también? ¿Por qué, entonces, se llevaría al crío fuera de aquel sitio? No es que Janine se lo estuviera pintando como si fuera el cielo, pero desde luego no parecía un mal lugar para criarse.

La muchacha empezó a reír con lo primero que le dijo Trish y luego se encogió de hombros.

—Bueno, es seguro siempre que paguemos a los irlandeses y todo eso, ¿eh, John?

Lanzó la pregunta y la mirada hacia el hombre que revolvía las verduras de la mochila y que levantó los ojos para clavarlos en la rubia. No hacía falta que le dijese que se callara con palabras, su mirada era más que clara, pero ella rodó los ojos y volvió a mirar a Daniel y Trish. 

—La conozco desde siempre —respondió, con cierta inquietud. 

El hombre miró a Cass tras revisarle la mochila y asintió con la cabeza antes de volver a hablar con ese tono seco y grave. 

—Está bien. 

No dijo nada más, ni a la buscadora ni a ninguno de los otros dos visitantes. Tan sólo se dio la vuelta y colocó de nuevo la cadena en su lugar para después cerrar el candado. Y, cuando ese trabajo estuvo hecho, se fijó en Orson y le hizo un gesto con la cabeza. 

—Mientras Janine los acompaña, tú ven conmigo. 

El muchacho no hizo ninguna intención de discutir esa orden. Hizo un gesto de despedida a la rubia y empezó a moverse para acercarse al tipo. 

En cuanto el hombre dio el visto bueno Janine giró sobre sus talones y se puso en marcha, suponiendo que los tres habitantes del Morris la seguirían.

Sus pasos se encaminaron hacia la izquierda en esa misma calle, en el lado contrario al estadio, pero no llegaron demasiado lejos pues la chica se detuvo antes de llegar al final de esa manzana, delante de un muro que aún conservaba algunas trazas del azul que debió vestirlo en otros tiempos, mezcladas con el gris que se había apropiado de su fachada. Era aquel un edificio bajo, que tenía pinta de haber servido tan solo para albergar trasteros o cocheras.

Janine señaló, sin embargo, hacia una escalera que nacía junto a ese edificio desteñido y que parecía haber sido una entrada secundaria para la edificación de al lado, más alta y con paredes de ladrillo. 

—La puerta no se abre, pero desde ahí podéis subir por la escalera de incendios. Lis vive en el tercero y ya os está esperando. 

Miró hacia un lado y otro un par de veces. La niebla se estaba empezando a levantar, pero todavía no dejaba ver mucho más allá de unos cuantos pasos. La chica dio un par de pequeños pasos hasta apoyar la espalda en la pared. 

—Yo os espero aquí y me encargo de que no os interrumpan —anunció y, por un momento, pareció que no iba a decir nada más, pero finalmente miró a los tres viajeros y una arruguita apareció entre sus dos cejas—. Está muy triste, así que no seáis bruscos con ella. 

Parecía esperar que fuesen por donde les decía, pero aún así se los quedó mirando uno a uno, por si alguno todavía quería decirle algo más.

A Trish no le costó mucho leer las expresiones de aquella muchacha en la premura con que se alejó de la puerta y les guió hacia aquellas escaleras. Se la veía nerviosa, inquieta y preocupada a partes iguales, aunque trataba de disimularlo. Sin embargo, no parecía que tuviese malas intenciones o aquello fuese una trampa. Y, con sus últimas palabras Trish lo vio claro, tal vez Janine no sabía todos los detalles, pero sí que debía tener una idea de quiénes eran o podían ser. Aunque seguramente estaba intentando no hablar de más por si acaso se equivocaba. 

El registro de la mochila parecía haber tranquilizado al vigilante y por fin les franqueaban totalmente el paso. Aquel tipo hacía realmente bueno el dicho de que uno era dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Su parquedad y sequedad lo convertían en la pareja ideal de Morgana. Rió por lo bajo ante aquel pensamiento y se dispuso a seguir a Janine.

Cuando finalmente llegaron al lugar, no pudo evitar enarcar una ceja. Aunque precariamente, aquello tenía su propio sistema de seguridad, ya que la entrada exigía todo tipo de acrobacias. Viendo aquello, Daniel se preguntaba cómo una embarazada había podido andar entrando y saliendo de allí. Dudaba que tuvieran porblemas para subir pero sí sería quizá necesario echar una mano a una u otra.

Cuando oyó a Janine pedirles que fueran suaves con Lis, supo que realmente le preocupaba su estado, aunque quizá no supiera la causa real de ello.

-Tranquila, Janine -dijo poniendo ambas manos sobre los hombros de la muchacha y mirándole directamente a los ojos-. No haremos ni diremos nada que la moleste, ni que haga que te arrepientas de habernos echado una mano. Te lo juro -añadió haciendo un signo de promesa sobre el pecho. Tras ello, sonrió como solo él sabía hacerlo y se encaminó hacia la escalera de incendios.

-Menos mal que no llevamos nada frágil- pensó la buscadora mientras veía a John rebuscar por su mochila. 

Cuando acabó el registro, y tras las parcas palabras del hombre, Cassandra se agachó para recolocar algunas verduras que impedían volver a cerrar. Aprovechó que la capucha y el pelo tapaban su rostro para achicar los ojos e intentar vislumbrar donde guardaba las llaves*, mejor saberlo y no necesitarlo que necesitarlo y no saberlo.

Tras cerrar el macuto volvió a ponérselo a la espalda y siguió a los tres jóvenes hacia el frente del estadio.

La buscadora examinó el lugar que les señalaba Janine y no pudo hacer otra cosa que elevar una ceja, que el lugar era bastante seguro con esa entrada era indudable pero imaginar a la menuda Lis con su bebé en brazos saliendo de noche por allí hizo que se plantease, por enésima vez, si no se estaban metiendo en una trampa. Las palabras de la chica, y luego las de Daniel, hicieron que apretase los labios para no decir ella nada fuera de lugar.

Dirigió una significativa mirada a su hermana y luego a la rubia, la ceja se mantenía elevada todavía, meneó la cabeza alejando ideas y siguió al moreno hacia las escaleras.

-La próxima vez pedimos un plus por escalada. -dijo mordiendo las palabras.

Ante la mención de los irlandeses Trish asintió como si aquello no fuera tan malo. Bueno, ahora estaba claro dónde estaba el truco. Y desde luego pagar a alguien a cambio de verdadera seguridad no era algo tan descabellado. ¿Molaría más ser uno mismo quien se encargase de buscar protectores? Desde luego. Aquello no dejaba de ser una especie de chantaje mal disfrazado. Pero si era efectivo, bienvenido fuera. Y de todas formas lo que se llevaban como pago serían cosas que iban a conseguir igual si les invadían, así que todo eran ganancias. No respecto a los mundos de piruleta donde no hacía falta seguridad, pero sí respecto a otros escenarios posibles.

Con lo otro que dijo, lo de que la conocía desde siempre, se quedó mirándola un instante con el principio de una sonrisa en los labios. Era una sonrisa que hablaba de confianza, como si sólo con esas palabras se confirmase que ambas compartían un secreto.

Al llegar al lugar donde al parecer Lis les esperaba, Trish escuchó las indicaciones de Janine y asintió. Miró a Daniel mientras este hablaba, y al ver la sonrisa que le dedicaba al acabar le dieron ganas de poner los ojos en blanco. En lugar de eso palmeó el hombro de su amigo y aprovechó el movimiento para que su mano lo acompañase mientras se daba la vuelta, como si lo apartara. Si seguía por ese camino la chica estaría derretida en el suelo antes de que se marchasen.

—Muchas gracias, Janine —dijo—. Si se te cuela alguien, que no creo, y piensas que hace falta que cerremos la boca, grítanos cualquier cosa. Estaremos pendientes.

Con esas palabras y antes de marcharse tendió la mano a la muchacha, dispuesta a subir junto a su hermana aquella escalera de incendios. De por sí Trish no era muy amiga de las altuas y no es que ese tipo de estructuras le trajesen muy buenos recuerdos... Podía ser una tontería, pero prefería tener a Cass cerca en esos momentos.

La sonrisa de Daniel tuvo su reflejo inmediato en los labios de Janine, que lo miraba con ojos brillantes mientras sus mejillas se sonrojaban. Carraspeó y se humedeció los labios antes de responder a la promesa del chico. 

—Gracias. 

No dijo nada más porque Trish ya se lo llevaba, pero por su cara daba la impresión de que no le importaría que se quedase allí vigilando con ella. O para siempre. 

Reaccionó al escuchar a Cass y por un momento frunció un poquito el ceño, como si no entendiese qué problema veía la buscadora para decir aquello. De ella, sus ojos pasaron a la escalera y entonces sonrió otra vez.

—No es para tanto. La escalera baja y sube, no tenéis que saltar.

Entonces miró a Trish y asintió con la cabeza mientras le estrechaba la mano. 

—Claro. Aunque yo me encargo de que nadie entre, podéis estar tranquilos.

Les hizo un gesto de despedida con la barbilla y apartó la mirada para llevarla a ambos lados de la calle. 

Daniel iba en cabeza y pudo comprobar que lo que decía la chica era cierto. Tuvo que ponerse de puntillas para agarrar la escalera, pero al hacerlo ésta se deslizó por unos raíles hasta llegar casi al suelo. Y siendo los tres jóvenes y ágiles ninguno de ellos tuvo problemas para trepar por la escalera hasta llegar al primer rellano. Allí pudieron ver que Janine les hacía un gesto desde abajo para que recogiesen la escalera extensible. 

Después de eso la subida al tercero no tenía ninguna dificultad y en un momento estuvieron entrando por una ventana que estaba abierta, seguramente para facilitarles el acceso. 

De pronto se encontraban en lo que parecía haber sido un salón. El papel pintado de la pared había perdido hacía mucho su color y en algunas zonas había sido arrancado. Había un sofá bastante viejo y con algunas manchas que ya parecían formar parte del estampado de los cojines. También una mesa de camping pequeña con un par de sillas plegables al lado. Como última pieza del mobiliario pudieron ver una estructura de madera que parecía ser un telar, a juzgar por las cuerdas de lana de colores apagados que iban de un lado a otro. 

Y, allí, sentada en el sofá, había una chica que se ajustaba a la perfección a la descripción que les habían dado. Menuda y delgada, piel oscura, melena rizada hasta el cuello con mucho volumen y un rostro atractivo en el que destacaban unos enormes ojos castaños que parecían inundados de una profunda tristeza. Iba vestida con unos pantalones negros elásticos y un jersey ancho de color verde oscuro, que le quedaba bastante grande pero que parecía muy caliente. 

Los miró al entrar, a los tres uno a uno, pero no dijo nada ni siquiera cuando ya estuvieron dentro. Tan sólo los contemplaba con cierto temblor en su labio inferior, como si temiese lo que pudieran decir.

Después de despedirse de Janine Trish no se separó de su hermana ni por un momento. A veces ya le costaba vigilar desde la azotea del Morris, y eso que la conocía. Estar subiendo aquella escalera era de todo menos agradable. Sin embargo en ningún momento flaqueó, ni se quejó, ni hizo ningún comentario al respecto. Sólo siguió ascendiendo. Únicamente una ligera palidez podía revelar cómo se sentía, pero se aseguró de ir en último lugar para no preocupar a los otros.

Una vez llegaron a aquel salón los ojos de la chica se entrecerraron, adaptándose al cambio de luz. Miró alrededor, respirando aliviada por estar en un suelo más firme, y al ver a la que probablemente sería Lis sintió verdadera lástima por ella.

De inmediato Trish pensó en lo peor, y en lo que seguramente sería más probable si no fueran ellos mismos quienes eran. Tendría miedo a que le dijeran que no iban a quedarse con el crío, o a que vinieran a pedirle quién sabía qué. Ellos en cambio —y al contrario que Nick o Morgana, probablemente— sólo querían respuestas. De modo que lo primero que dijo fue lo que creyó más importante.

—Él está bien —enunció con voz suave, acercándose poco a poco a la chica. No dijo el nombre del pequeño porque por algún motivo le pareció mejor no hacerlo. Su primer impulso fue hacer de inmediato una promesa, pero quién sabía cuánto tiempo la iba a poder cumplir, así que pasó a otra cosa—. ¿Tú cómo estás? Vas a tener que explicarnos un poco qué ha pasado.

Hablaba con tranquilidad, como si nada malo pudiera salir de allí. Y lo cierto es que viéndola de aquella manera se alegró de haber cogido algunas verduras para ella. Quizá fuera tirar los recursos del Morris, y a lo mejor a Lis no le servían para nada... Pero no le gustaba nada ver a la gente así. Y aunque no hubiera sido madre sabía lo que era separarse de la familia: no creía que hubiera sido por gusto, desde luego.

La escalera bajó por unos raíles perfectamente engrasados. Cuando llegó al rellano de la ventana, vio que estaba abierta así que la franqueó en parte y aguardó con una pierna dentro y otra fuera a que las chicas llegaran. Pensó que en las presentes circunstancias, que fueran ellas los primeros rostros en ver sería lo mejor. De algún modo sospechaba que tras toda aquella ignorada historia había un hombre.

Trish y después Cassandra entraron y tras ellas pasó él a aquella habitación que solo podía definirse como triste. Los tonos apagados, el papel arrancado dejando a la vista una sucia pared, la precaria mesa... carecían de personalidad y parecía más un lugar provisional que un hogar. Solo el telar y las lanas de colores que caían como una melena despeinada poseían una calidez que no llegaba a entibiar el salón.

Se situó tras ellas y escuchó cómo Trish se dirigía a la muda mujer pero cuyo rostro hablaba a gritos. Angustia, dolor, pena. Miró a su amiga. Directa como era, a veces, pecaba de parca en la diplomacia. Lis necesitaba saber de su hijo antes que nada. Profusión de detalles que la calmaran.

-Hola -dijo alzando una mano a modo de saludo y sonriendo calmadamente-. Soy Daniel. Y como dice mi amiga, tu pequeño está bien. Más que bien. Thiago come como un campeón. Hemos conseguido leche para él y te aseguro que también caga como un campeón -añadió con una risa suave destinada a añadir una gota de humor que aliviara la angustia de la joven-. Duerme bien, apenas llora salvo si tiene hambre y se ve que le has cuidado muy bien hasta ahora. Puedes estar tranquila por él.

Asentía con la cabeza, ratificando cuanto decía.

-No podemos negar que estamos preocupados por ti. Y por él. Por ambos. Es por eso que estamos aquí. Y como bien señala ella, nos gustaría saber qué ha podido ocurrir para llegar a este punto en que nos encontramos, qué quieres de nosotros, en qué podemos ayudarte -sabía que quizá se explayaba más allá de lo que debería decir pero no le importaba- y tus planes a corto o medio plazo para con tu hijo.

Los ojos de Cass siguieron la mano del tipo mientras disimulaba colocando las verduras en la mochila. Sabía que el pelo que le tapaba media cara le serviría para ocultar también aquel intento de averiguar dónde guardaba las llaves... Y dio resultado. El tal John se llevó la mano a la cintura y cuando se dio la vuelta Cass pudo ver que llevaba un mosquete colgando de la trabilla de su pantalón y, en él, la llave que había usado para abrir el candado, junto a otras. 

Cuando Cassandra llegó al pie de la escalera recuerdos dolorosos asaltaron su mente, otro lugar, otro tiempo, gritos, sangre... La fluidez y suavidad con la que se desplegó el tramo que Daniel estiró la ayudó a volver, parpadeó alejando la oscuridad que se había comenzado a cernir sobre ella y se dijo que no había nada que temer. Esta escalera estaba bien cuidada y ya no eran aquellas personas, ahora sabían más, del mundo y de sí mismas.

Subió siguiendo al joven con el rostro inexpresivo que portaba habitualmente, reprimió el impulso de girarse a cada paso para comprobar que su hermana la seguía y se metió por la ventana abierta. En cuanto sus ojos se acostumbraron al interior de la estancia hicieron un barrido por ella intentando ubicar todo, pero cuando llegaron a la joven se detuvieron y ya no se movieron.

Escuchó a sus dos acompañantes hablar, dando mucha información, demasiada. Sin perder de vista a Lis la buscadora avanzó hacia cualquier puerta o quicio que diera a otra habitación, quería asegurarse que estaban solos*, era lo primero que deberían haber hecho.

La chica parecía muy joven ahí sentada, apenas una chiquilla envuelta en un jersey que le quedaba grande. Relajó un poco su expresión al escuchar la primera frase de Trish, pero no tardó en desviar su mirada hacia Daniel cuando el chico comenzó a hablar. Su ceño se frunció un poco al escuchar el nombre que le atribuían al pequeño. 

—¿Cómo...? —empezó a preguntar, pero enseguida se detuvo y tomó aire, decidida a escuchar antes de hablar. 

Así, sus labios se curvaron en una sonrisa triste con la broma del joven y sus ojos se humedecieron antes de que él llegase a terminar de exponer todas sus inquietudes. 

Ella tardó algunos segundos en empezar a hablar, durante los que tan sólo detuvo su mirada en un punto indefinido del aire, como si necesitase coger fuerzas antes de responder. No parecía prestar atención a Cassandra junto a la puerta, o quizás era que no le importaba que la buscadora pudiera salir de aquel cuarto para moverse por el resto de la casa. Desde allí no se escuchaba ningún sonido que hiciera pensar que podía haber alguien más en la casa y a la vista tan sólo tenía un pasillo con dos puertas a cada lado que luego giraba hacia la derecha.

La muchacha se frotó los ojos con el puño del jersey y carraspeó. 

—No sé cómo habéis podido encontrarme y averiguar su nombre —dijo, con cierta desazón similar a la de quien construye un enorme castillo de naipes sólo para que un soplo de viento lo derrumbe de inmediato—. Yo... No quería dejarlo. No quería cargaros con él... Sólo quería que él estuviese... a salvo. —Tenía una voz bonita, aguda pero dulce, que al llegar a ese punto comenzó a quebrarse—. No puedo tenerlo aquí y simplemente esperar a ver cómo se lo llevan... No, y-yo... 

Finalmente la fragilidad que la amenazaba hizo que un hipido cortase sus palabras. Sus ojos se desbordaron con lágrimas amargas y la joven escondió el rostro entre sus manos mientras su pecho se movía con cada sollozo.