"Condenados imperiales..." pensó Auguste, mientras recorría el camino al punto de reunión, aunque no lo hizo con el rencor que algunos de sus compatriotas parecían sentir, sino más bien con cierta admiración. Él pensaba que sabía lo que era luchar. ¡Maldita sea! Había visto el desarrollo de toda esta guerra, tanto desde primera línea como desde los despachos, y había derramado su buena ración de sangre.
Pero la llegada de los extramundanos había cambiado todo, y él creía que para bien. Equipamiento nuevo, tácticas actualizadas, soldados de refresco y más bregados que sus milicianos, que por esforzados y valientes que fueran, seguían estando demasiado verdes. Y los blindados... ¿Qué se podía decir de los blindados? Maldita sea, eran algo maravilloso. Algunos entre los suyos habían empezado a hablar con el Magos de Marte para intentar construir sus versiones locales, cosa que le complacía, pero sabía que aún estaban muy lejos de todo ello.
Pero hoy la cosa iba de esos behemots de acero.
Pues, para sorpresa de todos, desde el más humilde soldado hasta sus dos superiores, la línea enemiga se había desmoronado. Bueno, quizás llamar "línea" a aquella marea de cadáveres aparentemente infinita era decir demasiado, pero el caso es que todos ellos habían caído como caería una marioneta al cortar sus hilos. Todos ellos a la vez. Y salvo algunos informes de "cosas" o enfrentamientos entre fuerzas enemigas más al uso y las suyas, sus propias líneas vivían algo parecido a la tranquilidad.
Una ventana de oportunidad que iban a aprovechar para sacar a los hombres de la ofensiva del lugar donde se habían visto obligados a aguantar. Cuando llegó al punto de reunión, encontró una línea retumbante de transportes blindados Chimera, le habían dicho, esperando a que se diera la orden. Algunas cañoneras aguardaban con las turbinas listas para despegar y apoyar el avance, así como algunos blindados de primera fila.
Un poco más allá, el buen doctor Neville discutía con el extramundano Andronius sobre la correcta equipación y dotación de los vehículos de evacuación de heridos, resistiéndose su compatriota a la noción de que solo viajaran asistentes servidores con los heridos, sin terminar de fiarse de los cuerpos reanimados por la tecnología de Marte.
Sin embargo, la escena más curiosa sin duda era la protagonizada por el confesor Édrano. El sacerdote paseaba ante las tripulaciones de los tanques, bendiciendo personalmente las máquinas, y dedicando una atención especial a esas moles lanzallamas llamadas Hellhound. Ante cada una de ellas bendecía el cañón, y depositaba algunas gotas de agua sagrada en el depósito de combustible, recitando la Letanía de Expulsión en cada ocasión. Desde luego, parecía que estaban dispuestos a ir con todo.
Y él que se alegraba, porque le había tocado la labor de ocupar el vehículo de mando de la columna y guiar aquellos esfuerzos, con la ayuda y consejo del comisario Marco de los muchachos de artillería de Koraz II. El hombre ya estaba allí, revisando con ojo aparentemente experto el vehículo, y saludó formalmente antes de decir:
-Todo listo señor, cuando guste.
Mientras tanto, en otro lugar, transcurría otra reunión de un tipo mucho más oscuro. Alrededor de unas mesas de operaciones de aspecto oxidado, unas formas retorcidas y nauseabundas desarrollaban con mano experta su oficio. Desde lejos y a oscuras, podrían haber parecido humanas, y una visión familiar para parte de las fuerzas imperiales. Enfundados en trajes de aislamiento biológico, portando instrumental médico... Sin duda se trataba de maestros medicaes dedicados a alguna tarea importante.
Sin embargo, la cercanía y la visibilidad revelaban detalles perturbadores. Sus trajes estaban manchados hasta lo indecible, y se retorcían como si bajo ellos vivieran miles de alimañas y gusanos constantemente alterados. Sus herramientas estaban oxidadas y carcomidas, aunque su eficacia no parecía verse afectada por ello. Y sus rostros y piel expuesta eran un relato de enfermedad, decadencia y putrefacción.
Todos ellos estaban ocupados en varias operaciones, intercambiando comentarios con voces cargadas de flema e irritadas por las infecciones, ajenos a los gritos de dolor y agonía de sus pacientes. Atados a las mesas, tanto dos soldados con uniforme del 13º de asedio como dos milicianos gritaban y se retorcían, conforme las sondas se infiltraban en ellos y las cuchillas hacían su trabajo.
-Nonononono-dijo una de las figuras, con una voz curiosamente aguda-la virulencia no es la deseada. El campo ha sido un fracaso lamentable, hermanos...
-Hahahahaha, ¿lamentable? ¡Para nada! Hemos aprendido mucho, y muchos siervos del Cadáver han abierto sus ojos a la Verdad, aunque fuera en su muerte-replicó otro, negando con la cabeza, mientras seccionaba limpiamente un brazo de uno de sus pacientes y cubría la herida con alguna especie de mugre negra.
-Creo que nuestra siguiente cepa será mucho más del agrado del Abuelo... Al fin dejarán de sufrir esos pobres cabrones-replicó un tercero, con tono emocionado, secándose una lágrima mientras los mocos caían a chorro por sus orificios nasales carentes de nariz. Sí, al fin habían dado con una mejora.