Todo empezó, como suele ocurrir en las monarquías, con la muerte del Viejo Rey. El Rey Frederic Orange du Sices du Posen murió en un accidente de caza. Aún joven (apenas cincuenta años, lo que no es apenas nada para la élite del Imperio) dejó dos gemelos tras de sí, Constantin y Cristophe... Y ningún testamento que indicara cual de los dos debía ser el heredero. Al principio las cosas intentaron solucionarse de forma civilizada, a pesar de ser ambos adolescentes... Pero pronto, partidarios de uno y otro, ansiosos por que su favorito ascendiera para obtener poder, empezaron a calentar los ánimos. Al principio con pequeños pasos y declaraciones buscando inclinar la balanza, pero llegando cada vez más lejos. Las tensiones fueron incrementándose hasta el día en que intentaron asesinar a Constantin.
Mientras se encontraba en la biblioteca del palacio, leyendo, tratando de buscar algo que desbloqueara aquella situación y le pusiera en el trono de una vez por todas, algunos partidarios de Cristophe entraron a la fuerza. Constantin, buen esgrimista en su tiempo, a duras penas pudo escapar de los nobles y soldados que intentaron acabar con él, hasta que dio con refuerzos de los Lanceros Selicanos, neutrales hasta aquel momento por respeto a la memoria del fallecido Frederic. Con su ayuda, acabó con los agresores. Pero aquel intento, y el derramamiento de sangre posterior, sellaron el destino del planeta.
Los partidarios de Constantin defendieron que su hermano había intentado asesinarlo, y que Sélica IV merecía un rey mejor que ese, y que por tanto el único rey era Constantin, al que coronaron rey. Por contra, los partidarios de Cristophe les acusaron de mentirosos y de urdir todo ese plan para vilipendiar a Cristophe, al que coronaron rey a su vez. Con el Día de las dos Coronas, empezó la guerra civil.
Partidarios de unos y otros tomaron las armas, y se enfrentaron a muerte, hasta que el gran continente que componía el planeta quedó dividido en dos en su punto más estrecho, donde una línea de trincheras y fortificaciones separó a ambos contendientes, mientras luchaban por imponerse al otro.
Las noticias salieron fuera del planeta naturalmente, hasta llegar al mando del sector, perteneciente al Segmentum Obscurus. Con suficientes problemas, y dado que ninguno de los contendientes se había rebelado técnicamente contra el Imperio, dejaron pasar la situación, esperando a que se resolviera y decidiendo no interferir. Había motivos para no hacerlo, claro, la sensación de los perdedores de que el Imperio tomaba un bando que podría plantar semillas de sedición, y la preocupante actividad de sectas en otros mundos que requería de atención más urgente, por poner dos ejemplos. Aunque, de haber actuado de otro modo, quizás ahora no se encontraría en semejante lío.
Pasaron tres décadas de guerra en la que la línea de frente avanzó y retrocedió a lo largo de una zona de 20 kilómetros, sin ninguno de los dos bandos logrando imponerse, y los hombres de ambos lados sangrando abundantemente en aquella guerra fratricida. Agotados, asqueados y deseando resultados, el bando de Cristoph dio "el paso". Decidió empezar a hacer uso de poderes oscuros, y hacer un llamamiento a sus siervos. A cambio del mundo, les jurarían obediencia, y tendrían una cabeza de puente en el espacio material desde la que atacar.
Éso era todo lo que la Inquisición necesitaba para actuar, y una vez llegó a sus oídos semejante información, y como la corrupción se extendía por medio Sélica IV, optó por invocar un Exterminatus. Sin embargo, nunca llegó a realizarse. Habían sido unos años complicados en el segmentum, y muchos mundos se habían tenido que purgar, por desgracia. La moral en varios planetas leales estaba por los suelos. El mando del segmentum decidió que no podían permitirse sacrificar otro planeta, ante el riesgo de que otros muchos se rebelaran. Debían enviar un mensaje. El mensaje de que el Imperio cuida de los suyos. Debía anularse el Exterminatus, y en su lugar, enviar fuerzas imperiales que aplastaran a los herejes y recuperaran el mundo.
Fueron necesarias semanas de intensas negociaciones para que la Inquisición diera su brazo a torcer, con una condición: el Inquisidor Harkon, del Ordo Malleus, acompañaría al Alto Mando y vigilaría la corrupción de Sélica IV. Si se juzgaba intolerable, el Exterminatus se realizaría sin dar más oportunidades, ni permitir que nada ni nadie abandonara aquel mundo. Era una apuesta arriesgada, pero el mando del segmentum acabó aceptando.
Lo que nos lleva al punto actual, con las fuerzas imperiales inmersas desde hace una semana en el conflicto, apenas unos recién llegados a un conflicto que pronto descubrirán que es una auténtica picadora de hombres y máquinas.