Frederick Lenz
Sargento.
Ludvig Baum
Pardillo de Frederick, bromista.
Constantin Woeller
Sacerdote del Ministorum.
Johann Strauss
Pardillo de Constantin, sanguijuela.
Yo
Ogrete.
"Pequeño" Kenny
Pardillo de Yo, sensato. Muerto.
Alioth Kleibl
Médico.
Kane Carmine
Pardillo de Alioth, psicópata.
Alexandër "Hardhead" Woick
Especialista en armas.
Hans "Duracero" Leisner
Pardillo de Alexander, ladrón. Muerto.
Klaus Kinski
Especialista en armas.
Werner
Pardillo Klaus, lento. Muerto.
Blaz "Feuer" Egmont
Especialista en armas.
Mathilda Morguen
Pardilla Blaz, nunca se baña.
Paul Van Horst
Especialista en armas.
Klaus Feldherr
Pardillo de Paul, cocinero.
Hilliard Schuyler
Médico.
Friedrich Schuyler
Pardillo de Hilliard, cobarde.
Katrin Schenkopp
Sargento.
Albrecht Graff
Pardillo de Katrin, traumatizado.
En construcción, que falta gente.
Los días en Fezzorn son largos y tristes, con el astro local castigando inclementemente los desiertos de cenizas radiactivas que componen la superficie del planeta. Un poso de amargura y de pérdida yace en todos sus habitantes, resignados a vivir recluidos en el interior del globo por el resto de sus vidas, encerrados por la radiación y la carencia de vida en el exterior. Cada pocos años, un nuevo regimiento se forma, entrenándose duramente sobre las cenizas de la que fue su floreciente civilización, equipados con respiradores y trajes sellados, realizando prácticas de combate una y otra vez.
Nada más puede aportar Fezzorn, así que sus habitantes asumen su deber con sobria resignación, y siguen subsistiendo en las ciudades subterráneas, manteniendo sus sociedades como pueden con el fin de seguir pagando el diezmo de hombres para los ejércitos del Emperador. Un fezzornita es un humano acostumbrado a sufrir, que conoce desde niño los rigores de la miseria, y que sabe que es muy probable que acabe en un regimiento de la Guardia Imperial, embarcándose en las estrellas para no regresar jamás. O, al menos, en la mayoría de los casos. Sin embargo, es una penitencia que aceptan con solemnidad.
El 303º no es ninguna excepción. En esta ocasión, ha sido movilizado para atender una petición de auxilio. Sélica IV, en el Segmentum Obscurus. Por lo visto, lleva sumida en una guerra civil varias décadas, y ahora todo se ha complicado con la intrusión en el conflicto de los Poderes Ruinosos. Representando al glorioso Martillo del Emperador, vosotros, junto a otros regimientos, habéis recibido el encargo de participar en la lucha y limpiar de traidores ese planeta.
Hace una semana que llegasteis a ese mundo, y os encontrasteis lo que para vosotros, por comparación, era un vergel. A pesar de los árboles talados para la guerra, y de los daños evidentes en las zonas por las que viajasteis antes de llegar a las trincheras, todo parecía verde y radiante, lleno de vida. Incluso cuando llegasteis a las trincheras, y con toda su abrumadora devastación, el hecho de estar sobre barro, y de poder sentir la lluvia en el rostro, hacia aquello mejor que los desiertos de cenizas de Fezzorn. Por supuesto, tampoco es que esto sea agradable. El barro y el agua se juntan con unas trincheras miserables, y con la tierra de nadie sembrada de cuerpos aquí y allí. Esto, junto con la profusión de cráteres, son síntomas claros de que la lucha aquí no es ninguna broma, y que vais a sangrar realmente en este lugar. Además, por lo que sabéis se ha desplegado un regimiento de Lantan, y aunque han tenido la suficiente cabeza para no colocarlo cerca del vuestro, es probable que haya problemas.
Por el lado bueno, esta primera semana ha sido tranquila. No ha habido ataques, aunque sí una tensa vigilancia. Por lo que os han contado algunos milicianos, esto es un maldito infierno, cosa que concuerda con lo que se ve más allá de la trinchera. Entonces solo queda esperar a que los enemigos del Emperador ataquen, o a que se os ordene atacar a vosotros.