Roland Ney
Sargento.
Jean Lenne
Pardillo de Roland, temerario.
Jebediah Logan
Especialista en armas.
Jean Valois
Pardillo de Jebediah, conmocionado.
Anthony 3º "El Bastardo".
Sargento.
Robert
Pardillo de Anthony, lento.
Henry "Bellete" LePen
Médico.
Phillipe Bourbon
Pardillo de Henry, cocinero.
Allen "The Grog" Stone
Heavy Gunner
Lucky Bones
Pardillo de Allen, ladrón.
Alain Bernard
Médico.
Marcel
(sin imagen)
Pardillo de Alain, obsesivo.
Pendiente de ampliación.
Los recuerdos a veces pueden ser crueles. Esta frase nunca fue más cierta que cuando se compara el estado actual del estrecho de Neville con el encantador paraje que era hace tres décadas. Por supuesto, la guerra se ha cobrado su coste por todo el planeta. Las playas están tan saturadas de minas que los desembarcos navales se han vuelto imposibles, así como la pesca o cualquier otra forma de ganarse la vida con el oceano. Nadie sabe si será posible, alguna vez, limpiar las costas de modo que vuelvan a ser seguras. Bellos bosques han sido talados para alimentar la máquina de guerra, el hierro se ha vuelto tan escaso que buena parte de los monumentos, así como verjas, campanas, e incluso las farolas, se han fundido para fabricar armas y municiones, mientras los mineros trabajan día y noche en las minas. Las mujeres cosen uniformes sin parar, y tejen vendas que en breve se teñirán de rojo.
Sí, todo esto es cierto. Pero palidece en comparación con lo ocurrido en el estrecho de Neville. La amplia franja de tierra que une las dos partes del megacontinente rodeado de océano que es habitado en Sélica IV fue, quizás por azar del destino, o por otros motivos más siniestros, el lugar donde ambos bandos se encontraron después de asegurar sus respectivas posiciones. Lo que empezó como encarnizadas batallas campales, en las que los soldados luchaban y morían entre gritos y los ululantes alaridos de las aves de monta selicanas, mientras los pueblos y aldeas atrapados en medio sufrían a manos de ambos bandos, fue derivando en conflictos cada vez más violentos, con intensivo uso de artillería, excavando trincheras y con las fuerzas de ambos aspirantes al trono decididos a no ceder ni un acre de tierra. Por supuesto, las líneas se han movido. A veces unas fuerzas ganaban terreno, para perderlo poco después, y otras veces era a la inversa.
Mientras tanto, lo que fueron fértiles e idílicas llanuras, coloridos bosques y riachuelos, se ha transformado en un barrizal infernal, salpicado de cráteres, ruinas y cadáveres de aquellos que fueron dejados allí, en distintos estados de descomposición y de integridad del cadáver. La lluvia y el efecto de la artillería ha removido el terreno hasta hacerlo irreconocible, enterrando a muchos de los caídos en anónimas tumbas cenagosas. Aquí y allá queda algún árbol reseco, algún muro o ruinas que indicaban la presencia de una aldea o poblado. Y, sobre todo ello, cráteres tras cráteres, secciones de trinchera abandonadas, búnkeres destrozados, metros y metros de alambre de espino. Los efectos del fuego, las explosiones y los distintos gases se pueden apreciar aquí y allá.
Es aquí donde los hijos de Sélica IV llevan sangrando y muriendo ya treinta largos años. Aquí donde, tras purgar sus plazas fuertes de aquellos traidores a sus respectivas causas, se ha desarrollado esta larga guerra fatricida, en nombre de los dos hijos del buen viejo rey Frederic. Muchos oficiales, y aún muchos más soldados, granjeros y campesinos en su mayoría, han hollado las tablas y el barro que ahora mismo pisáis, y lo han regado con su sangre, muriendo por el único y verdadero rey legítimo, Constantin, y por el Dios Emperador de la Humanidad. Todo esto también podría haberlo defendido el otro bando respecto a Cristophe, por supuesto... Hasta hace dos meses.
Hace dos meses, todo empezó a cambiar. Las tácticas de las tropas enemigas variaron, y, aparte de los selicanos como vosotros, aunque quizás aún más asustados de lo normal, hicieron aparición otras tropas. Tropas más profesionales, con armas láser y símbolos heréticos en sus uniformes, gritando consignas nauseabundas, y con una furia que hasta el momento no habíais sufrido. La guerra se recrudeció como no lo había hecho en todo el conflicto, y junto con ellos, llegaron extrañas armas y brujerías. Por primera vez, se escuchó que podrían perder. Perder. Que las fuerzas del enemigo se habían visto reforzadas por cosas que los simples campesinos milicianos de Sélica IV no podían afrontar a la larga.
Se envió una petición de ayuda. Y hace una semana, por fin esa ayuda llegó. Varios regimientos de las gloriosas huestes del Imperio, la Guardia Imperial, acudieron para apoyaros a vosotros, los leales, y ganar este conflicto. Todo ello, para alivio de los regimientos de la milicia, que por fin serían apoyados por más infantería en las trincheras y podrían, quizás, volver a sus hogares y sus granjas pronto. Curiosamente, desde poco antes de la llegada de la Guardia, el enemigo no ha movido ficha, y vosotros tampoco. Esto ha suscitado algunos comentarios por parte de los soldados recién desplazados, que esperaban enfrentarse a una situación más hostil. Sin embargo, vosotros sabéis la verdad, y valoráis en lo que vale este respiro. Pues sois conscientes de que pronto acabará, y que el infierno de aquella guerra se volverá a cernir sobre vosotros.