Partida Rol por web

Lo que sigue no es agradable. Mucho tiempo a oscuras, incomunicado, en lo que deduces es alguna clase de pequeña celda. Puede que incluso pasara un día entero antes de que volvieras a saber algo. Y, por el Emperador, ojalá hubieras muerto allí. Entraron y te dejaron inconsciente de un culatazo. Cuando despertaste, estabas atado a una especie de mesa de operaciones, o de torturas, no estaba del todo claro. Un par de medicaes, y otro de adeptos del sacerdocio marciano, aunque todos ellos enmascarados y con la gran I inquisitorial en sus ropajes se encontraban allí. 

Entonces empezó la operación, por llamarla de algún modo. Sin anestesia alguna, empezaron a cortar tus extremidades y tu cuerpo, reemplazando aquello que perdías por miembros y órganos mecánicos. De algún modo seguías consciente durante aquella agonía, hasta que llegó la parte final. Notaste como abrían tu cabeza y, finalmente, empezaban a trastear con tu cerebro. En ese momento, todo se apagó...

Lo que sigue no es agradable. Mucho tiempo a oscuras, incomunicado, en lo que deduces es alguna clase de pequeña celda. Puede que incluso pasara un día entero antes de que volvieras a saber algo. Y, por el Emperador, ojalá hubieras muerto allí. Entraron y te dejaron inconsciente de un culatazo. Cuando despertaste, estabas atado a una especie de mesa de operaciones, o de torturas, no estaba del todo claro. Un par de medicaes, y otro de adeptos del sacerdocio marciano, aunque todos ellos enmascarados y con la gran I inquisitorial en sus ropajes se encontraban allí. 

Entonces empezó la operación, por llamarla de algún modo. Sin anestesia alguna, empezaron a cortar tus extremidades y tu cuerpo, reemplazando aquello que perdías por miembros y órganos mecánicos. De algún modo seguías consciente durante aquella agonía, hasta que llegó la parte final. Notaste como abrían tu cabeza y, finalmente, empezaban a trastear con tu cerebro. En ese momento, todo se apagó...

Los pensamientos atraviesan constantemente a Marcus. Quizás ha pecado de dejadez en sus funciones. No han actuado como una unidad, y eso puede, ahora, costarles la muerte y, peor aún, la vergüenza e ignominia de una muerte como traidores.

No tiene, sin embargo, especial miedo. No está en su mano, y para alguien como Marcus, que ha mantenido una buena dosis de cordura a pesar de todo lo vivido, el que no esté en su mano su destino más próximo le da cierto... foco. No va a combatir a leales al imperio, con lo que no hay nada que pueda hacer. Si el Inquisidor ha decidido que mueran, morirán. Y si no, no.

Sea como fuere, pronto lo sabrá. Sus pasos, a pesar de la situación, son firmes. Pero eso no hace que su mente deje de vagar. Ha cometido un error, eso está claro.

Ojalá el Sagrado Emperador me de su gracia para subsanarlo. Piensa.

En lugar de los tiros, llegaron bolsas en la cara. Menuda diferencia.

Durante todo el camino fue con la pistola en la nuca, sabedor de que cualquier movimiento sería una sentencia de muerte a la que no tenía muchas ganas de acudir pero entero, más merced a la disciplina instaurada vía servovara por el ilustre Abadinstructor Antonino (¡qué gran hombre!) que por sus propios méritos. Durante el viaje se hizo cero ilusiones sobre lo que les esperaba, porque la pregunta había estado clara. Y él sabía lo que hubiera hecho en su lugar. Y la compasión no hubiera tenido nada que ver.

Cambiaron de terreno y de lugar. Lo notó antes de la salida porque la veteranía en la Guardia es una de las cosas que te da, sentir cuándo va a cambiar el tiempo para lanzarte cuerpo a tierra: ya sea por turbulencias que indican un avión, por el cambio de presión indicando algo orbitando por alrededor, por los zumbidos y las nubes de polvo que indicaban que otros iban a tirar o porque el mal tiempo ponía de mal humor al tiramucho de turno y quería desquitarse masiva y plomísticamente, elija usted a su gusto. Tuvo que combatir por unos segundos la noción instintiva de saltar a la trinchera y empezar a cavar, a lo que le ayudó la reacción instintiva de su guardia a quitar las tonterías con un empujoncito-torsión donde duele.

...

"..."

...¿por qué no pasaba nada? ¿Por qué nadie le estaba agachando en el suelo, o le estaban pateando para que lo hiciera?

-¡Confesión! ¡Merced, confesión!

Era la única merced que un imperial debía estar dispuesto a pedir. Y la única merced que un imperial estaría dispuesto a dar a un creyente, después de todo. Y si iba a morir... quería hacerlo limpio ante el Trono. No quería morir un hereje.

Varios de los integrantes de la escuadra dieron su opinión, tal cual el Inquisidor había solicitado. Todos y cada uno de ellos defendían a sus compañeros de escuadra, como debía ser, y se ofrecían para sacrificar sus vidas en nombre del Emperador, como debía ser. 

Un simple asentimiento y una bolsa negra cubrió la cabeza de Vespillo, olía a algún tubérculo autóctono, es decir, apestaba tanto que casi mareaba, pero Albius no tenía posibilidad de protestar, ni siquiera de ver algo. Tropezando y dando algún que otro bandazo por su falta de visión, lo sacaron del bunquer. No parecía haber funcionado nada de lo que habían dicho. 

Cuando se pararon, inspiró y expiró suave y profundamente, disfrutando incluso del fuerte olor de aquel saco negro que le impedía la visión. Quizá era de lo último de lo que iba a disfrutar, así que no se permitió dar muestras de flaqueza ni decaimiento. Era un Schola Progenium, eran lo mejor de lo mejor. 

De todas formas, su conciencia estaba tranquila. Él era un soldado leal y si el Emperador decidía que tenía que morir ahí, así sería. Lo único que le sabía mal era no haber podido gastar todas las balas de sus cargadores matando herejes. 

Unos pasos se acercan segundos después, más pesados, mientras se escucha claramente a Nicodemus rogar:

-¡Confesión! ¡Merced, confesión!

Cuando los pasos se detienen, todas las bolsas os son retiradas a la vez. Tras un par de segundos para acostumbrar la vista, al mirar alrededor constatáis que todos estáis allí... Menos Cneo y Aurelius. Y, ante vosotros, se encuentra el Inquisidor Harkon. 

El inquisidor mira brevemente a Nicodemus, habiendo escuchado su ruego.

-Si quiere le será concedido, aunque antes quiero que me escuchen-dijo con tono firme.

-Como sin duda podrán observar, aún están vivos-dijo con total seriedad, aunque no podíais evitar notar cierto ácido humor en aquella obviedad que el inquisidor acababa de pronunciar con rostro pétreo-al menos, todos los que están aquí. El por qué es muy simple: me siento inclinado a darles otra oportunidad. Conocí al teniente Augustus en una de las reuniones de planificación, y no creo que todos sus hombres estén manchados, pues sin duda él ansiaba servir. Por eso, ahora, pueden volver a su sección asignada, y continuar sirviendo. Naturalmente, serán escoltados hasta una posición intermedia por mis hombres... Y, por supuesto, esto no es gratis. 

En ese momento Harkon ejecuta una pausa, quizás para tomar aire, pero que alarga mucho más de lo necesario. Probablemente como un recurso de oratoria para acrecentar vuestro interés. 

-No negaré que tengo una cantidad razonable de hombres bajo mi mando... Pero no son un regimiento entero, ni por asomo. Ni siquiera uno con operativos tan mermados como el suyo. Por eso puede que llegue el caso de que su regimiento deba ser desviado para atender a misiones especiales. Por supuesto, pueden elegir, aunque si rechazan este trato, sí harán bien en ejercer su derecho de confesión. 

Albius abrió los ojos y supo, en ése instante, que su suposición había sido correcta. Sintió una oleada de orgullo y satisfacción interior que supo ocultar tras un semblante serio y circunspecto. No solía ser así, pero la situación lo requería. 

Prestó atención a las declaraciones del Inquisidor, y asintió siguiendo sus palabras, totalmente de acuerdo con cada una de ellas. 

Miró a su sargento, pues no sabía si seguía vigente la prerrogativa de hablar libremente, aunque como no había sido dada ninguna contraorden, dio por hecho que sí, por lo que saludó al Inquisidor cruzando ambas manos delante del pecho, realizando el saludo del águila y dijo, alto y claro: 

- Acepto con gusto, señor. Gracias. Alabado sea el Emperador. 

No había mucho más que decir. Estaba más que feliz de poder servir de nuevo, y ahora, además, a una causa mucho más elevada que la de su regimiento natal. 

Un profundo alivio atravesó a Marcus. Sí, estaba preparado para morir. Pero desde luego no quería hacerlo. No así. No de esa manera. No había duda alguna, y de forma casi inconsciente asintió a las palabras pronunciadas por Albius.

- Vivimos para servir. No hay sino aceptar vuestras palabras, mi señor inquisidor. Alabada sea la Santa Inquisición- dijo con sinceridad.

Los cojones, de la garganta a las suelas, habían vuelto a un cómodo segundo plazo y ahora sólo podía sentir la boca reseca tras haberse librado de una segura y humillante muerte y no pudo evitar percatarse de que ni el sargento ni cneo estaban con ellos. Y se alegraba de no haber dicho nada y de que el sargento se hubiera negado, porque lo que habían hecho era exactamente lo que él había pensado. No sabría si poder volver a mirarse a la cara si se hubiera hecho porque él lo dijo.

-No señor. No es un trato que el 13º renunciaría nunca.

Y era cierto.

Él mismo se sentía orgulloso en aquel momento. Para vástagos de la Schola como ellos, servir a los Sagrados Ordos era uno de los mayores honores que podían existir sobre la faz de la tierra, especialmente para aquellos que ya no tenían base ni lugar. Era un nuevo propósito, asegurado, mejor y mayor. Morir haciendo el trabajo era un trámite... uno desagradable y que se buscaba evitar cuanto más mejor (¡a qué engañarnos!) pero un trámite, y el hombre no está hecho para vivir por siempre por buenas razones como podía un medicae atestiguar. Pero... servir a la Tres Veces Reverenciada Inquisición...

"...uau"

-Nuestras vidas son suyas, Iudicator. Somos la Guardia. Es nuestro trabajo.

El ambiente en general en la unidad era muy positivo, y no sólo por haberse librado de una muerte segura, sino por lo que consideraban un ascenso. Un nuevo y mejor lugar para una compañía perdida. El Emperador Vela, el Emperador Protege.
 

El inquisidor asintió levemente ante vuestras palabras, para luego hacer un gesto con la mano a los stormtrooper. Estos saludaron marcialmente, para después indicar que los siguierais. Ya no parecían estar tan agresivos, aunque probablemente serían capaces de desenfundar rápidamente sus armas de ser necesario. Empezaron a guiaros de vuelta a vuestra sección, siendo interceptados a medio camino por otro contingente que traía lo que os confiscaron al deteneros.